XV


Desperté, mareada, como si cada parte de mi cuerpo estuviera rota. Un rústico vendaje me envolvía, y lo primero que noté fue la ausencia de mi vestido. El dolor en mi tobillo era insoportable, como si cada vez que intentaba moverme, el chip que me habían implantado se incrustara más en mis músculos, desgarrándome por dentro. Un sudor frío recorría mi piel.

Hola... – una voz muy tétrica salió de una oscura esquina, interrumpiendo el tortuoso silencio.

Al principio, no entendí dónde estaba, pero pronto la verdad me golpeó: estaba amarrada a la pared. Cada músculo de mi cuerpo me dolía, y el terror comenzó a apoderarse de mí.

No te muevas mucho... o el veneno correrá más rápido. – dijo esa voz, con un tono tan cálido y siniestro que mi pulso se aceleró instantáneamente.

Nunca me habían envenenado, y la sensación de calor se expandió desde mi brazo hasta todo mi cuerpo. El veneno, como una marea, se apoderaba de cada rincón de mi ser, dejándome inmóvil y aterrada. Sentí que ya no podía moverme, como si cada movimiento solo acelerara el daño.

Tengo que mantenerte viva, aunque no quieras hablar. – la voz continuó. – Yo he podido disfrutar de tu ser...

Mi mente se nubló por completo, pero mi cuerpo seguía reaccionando, queriendo liberarse de las ataduras. Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras mis escamas se humedecían, mi cuerpo ya no me respondía como solía. Sentía la asfixia de la desesperación, el miedo profundo de estar sola.

No... – musité, sin fuerza, apenas capaz de formar palabra.

Entonces, desde las sombras, vi una figura acercarse. Sus ojos negros me observaron, y su cabello largo caía sobre su rostro con un aire inquietante. El chico se acercó sin pronunciar palabra, pero su presencia era imponente y me llenó de una sensación de inseguridad que no había experimentado nunca antes. Sin decir nada, se agachó frente a mí, tomó mis tobillos y, con una precisión escalofriante, introdujo una aguja en mi cuerpo.

¡Ah-h! – un grito involuntario salió de mis labios, sorprendida por el dolor, pero también por la frialdad de su toque.

El chico se quedó mirándome con una expresión de sorpresa, pero esa mirada de su compañero pelirrojo fue aún más perturbadora. Había algo en él que me helaba la sangre, una intensidad que me hacía sentir que todo lo que había pasado antes era solo una pequeña muestra de lo que podría venir.

Me gusta... – dijo el pelirrojo, su voz llena de malicia. – Quiero que hagas esos sonidos indecentes... Que gimes mi nombre... Que el dolor que sientas no sea soportable.

Cada palabra que salía de su boca parecía un cuchillo, una amenaza. Me sentí aterrada, completamente vulnerada ante ellos. Quería que alguien, cualquier persona, viniera a salvarme, que Chrollo o Feitan llegaran a rescatarnos, pero el miedo me paralizaba, y cada vez que trataba de gritar, el veneno me lo impedía.

Pasaron semanas, semanas de torturas interminables, de dolor que ya no podía describir. Los días se convirtieron en una masa amorfa en mi mente. Ya no sabía qué hora era, ni si era de día o de noche. Solo esperaba con ansias el momento en que me dieran algo de comer, o me llevaran a otro "juego". Había perdido toda esperanza, y mi cuerpo ya no era el mismo. Mi mente vagaba entre la penumbra y el vacío.

Mi amor... – susurró la voz que me había torturado durante tanto tiempo.

Ya no podía moverme, mis ojos eran lo único que podía mover, y por ellos, lágrimas seguían cayendo sin cesar. No sentía nada más, solo un frío eterno.

Ya sé, ya sé... Hoy toca... Nuestro amigo... Carta-san. – dijo él, y una ola de pavor recorrió mi espina dorsal.

Hoy sería uno de los peores días. La tortura comenzó de nuevo, más intensa, más cruel. Me cortaron una y otra vez, por todo mi cuerpo, destrozando mi piel. Mis escamas, que una vez me dieron una apariencia casi invulnerable, ahora eran arrancadas una por una. Ya no quedaba mucho de mí, y cada pedazo que me arrancaban me hacía desear morir.

Todo lo que podía pensar era en que ya no podía más. El dolor me había dejado vacía, una carcasa humana sin alma, sin fuerzas. Ya no quería seguir. Ahora, solo deseaba que todo terminara, que la muerte viniera a liberarme de mi sufrimiento

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-una recién salida del manicomio.

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