VIII

Chrollo esperó mi respuesta con esa calma exasperante. Su mirada, afilada pero tranquila, estaba fija en mí, como si supiera que no tenía escapatoria. Mis pensamientos eran un caos; una parte de mí gritaba que me negara, que buscara otra solución, pero otra, más racional, me recordó por qué estaba aquí. Dawne... todo es por él.

—Está bien... —murmuré al fin, bajando la mirada—. Pero nada de perversidades.

Un destello de triunfo cruzó por sus ojos, pero su expresión apenas cambió. En cambio, mi pecho parecía arder con un cóctel de indignación y resignación. Tomé una respiración profunda, tratando de no pensar demasiado en lo que acababa de aceptar.

—Ya le pedí a Phinks que lleve tus cosas a nuestro cuarto —añadió con un tono casual, como si estuviera discutiendo algo trivial—. Ah, y desde hoy, solo podrás salir con mi permiso y siempre escoltada por mis compañeros.

¿En serio? Sentí que la frustración crecía en mi pecho, pero me obligué a mantener la calma. Gritar no me llevaría a ningún lado. Todo esto era por Dawne, por su bienestar.

—Bueno... Voy a ver qué hay para comer. No he desayunado —dije al fin, con la voz más neutral que pude, girándome hacia la puerta.

Antes de que pudiera dar un paso, sentí su mano en mi hombro. Su toque no fue brusco, pero sí firme, lo suficiente para obligarme a detenerme. Me giró lentamente, su mirada penetrante fija en mí.

—Esta será también tu biblioteca —dijo, haciendo un gesto hacia las estanterías que nos rodeaban.

El lugar era impresionante: una vasta colección de libros antiguos y modernos cubría las paredes hasta el techo. El olor a papel viejo mezclado con el barniz de los muebles llenaba el aire. Había un escritorio grande en el centro, cubierto con papeles ordenados y una lámpara antigua. Era un espacio que hablaba de poder y control, tanto como de conocimiento.

—¿Puedo pedir algo más? —pregunté, manteniendo mi tono firme a pesar del tumulto interno que sentía.

—Claro —respondió con una sutil sonrisa que no me gustó nada. Era como si ya supiera qué iba a decir.

—Quiero que tus aliados me respeten tanto como a ti.

Su sonrisa se desvaneció un poco, y sus ojos se estrecharon ligeramente, evaluándome.

—Eso... tendrás que ganártelo —respondió después de un momento.

—Bueno, entonces me aseguraré de pedir más cosas cuando sea necesario —repliqué, manteniendo mi mirada fija en la suya.

Sin esperar una respuesta, me di la vuelta y salí de la biblioteca. Mi estómago rugía, recordándome que aún no había comido nada. Por Dawne, todo esto es por Dawne, repetí como un mantra mientras bajaba las escaleras hacia la cocina.

La cocina estaba silenciosa cuando llegué, pero mi instinto me decía que no estaba sola. Mientras abría el refrigerador para buscar algo, sentí esa familiar presencia cerca. No era amenazante, pero tampoco reconfortante. Feitan.

Giré lentamente, y ahí estaba, apoyado contra la pared, observándome con esos ojos oscuros e insondables. Su pequeño tamaño y su actitud retraída podían hacerlo parecer inofensivo, pero sabía mejor que subestimarlo. Su habilidad para pasar desapercibido era tan inquietante como fascinante.

—¿No tienes otra cosa que hacer? —le pregunté sin mirarlo directamente, tratando de ignorar la incomodidad que me causaba su atención constante.

No respondió. Su silencio era tan habitual como desconcertante. Volví mi atención a la comida, pero cuando metí la mano en el refrigerador, sentí un dolor agudo. El frío directo me afectó más de lo que esperaba. Mis escamas comenzaron a doler y a craquelarse.

—¿Seré idiota...? —susurré para mí misma, apartando la mano rápidamente.

El dolor aumentaba, y podía sentir que mi cuerpo entero empezaba a resentirlo. Cerré el refrigerador con un movimiento torpe y salí de la cocina sin mirar a Feitan. Sabía que seguía allí, probablemente observándome sin hacer ruido. Subí las escaleras tambaleándome, con el único pensamiento de aliviar la incomodidad.

Llegué al baño y llené la tina con agua caliente, el vapor comenzando a llenar el espacio. Esto debería ayudar, pensé mientras me desnudaba rápidamente. Pero antes de que pudiera meterme, mi cuerpo cedió al cansancio y al dolor. Todo me daba vueltas, y lo último que sentí fue el frío del suelo contra mi piel antes de perder el conocimiento.

Cuando desperté, estaba en mi cuarto. La luz era tenue, y por un momento no entendí cómo había llegado ahí. Al moverme, sentí una manta sobre mí, y al lado de la cama, una botella de crema hidratante.

No había nadie en la habitación, pero sabía quién había sido. Feitan. Por mucho que intentara ignorarlo, su presencia siempre estaba allí, silenciosa pero constante, como una sombra imposible de eludir.

Si les gustó, voten para mas!!! 💜

-una recién salida del manicomio

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top