Extra 9

La semana de suspensión fue abrumadora, tal y como lo había imaginado. Nos dedicamos a sobornar a los estudiantes para que nos prestaran sus apuntes. Valentina hasta tuvo que poner en práctica sus movimientos de coqueteo con un nerd para conseguir todo el proyecto gratis. Intenté hacer lo mismo, pero obviamente Agustín no me lo permitió. Tuvimos una pequeña discusión sobre eso, luego dijo que podía hacerlo pero que después no me quejara si lo veía a él coquetear con una chica. Al final, logramos conseguir los apuntes requeridos de toda la semana de ausencia sin hacerlo un problema grande.

Los primeros días estuvimos en la casa de Jorge. Michael había tenido razón cuando dijo que su departamento era un desastre. Revistas, residuos de comida, ropa y una que otra prenda femenina vagaba por el suelo. Valentina y yo no quisimos pasar los demás días en este desastre, fue por eso que ayudamos a hacer un poco de limpieza, aunque no ayudó de mucho porque al día siguiente estaba igual o peor.

Era sábado, las reuniones de estudio habían terminado y por fin podíamos respirar con libertad sin necesidad de ir a correr por los libros y apuntes que parecían ser una tortura cada vez que recordaba la suspensión. Mis padres habían llamado anoche e hice todo lo posible para no mencionar nada del castigo, papá hubiera tenido a Agustín frente a un estrado y luego lo sermonearía por el resto de su vida.

―Lo siento, Carolina. Tengo más propiedades que tú y por lo tanto, soy el ganador ―miré a Agustín, quien estaba frente a mí. Sonrió, mostrando las cartas del monopoly.

Verlo recién levantado me encantaba. Todavía recordaba la manera en que cumplió su promesa cuando volvimos a casa aquél día de la sanción. Quisiera volver a repetirlo. Al momento en que entramos al departamento, me quitó la ropa al igual que la suya y en cuestión de segundos ya estábamos devorándonos el uno al otro. Y aún no llegábamos a la ducha. Esa tarde fue exclusiva para mimarnos y limpiar cada resto de alimento que había en nuestros cuerpos.

―Bien, de todas maneras ya estaba aburrida ―dije, acariciando el pelaje de Bobi. Había superado un poco el trauma de estar cerca de los gatos. Permanecía alerta todo el tiempo que la mascota estaba cerca, pero ahora estaba en mi regazo y no daba señales de querer atacarme.

―Sería demasiado fácil volverse millonario si el juego fuera real ―comentó, guardando las piezas del monopoly en la caja.

―Por eso es un juego, Agustín ―rodeé los ojos y bajé a Bobi, quien salió disparado al recipiente de comida.

―Sí, y es por eso es que tengo que trabajar en un estúpido taller mecánico ―reí y suspiró, frustrado―. Pero cuando termine la carrera, me volveré un gran empresario y tendré mi propio negocio ―se quedó mirando al techo, imaginando sus ideas.

―¿Seguirás los pasos de Christian Grey? ―pregunté, animada. Me miró y frunció el ceño. Claro, olvidaba que él no sabía absolutamente nada sobre mi obsesión con ese hombre.

―¿Quién? ―confirmado.

―Nada, olvídalo ―hice un ademán y nos levantamos de la cama.

―Oh, espera. Se trata del tipo que sacrifica a las mujeres ¿no? ―me giré hacia a él y abrí la mandíbula.

―¿Qué? ¡Claro que no!

―Sí, las golpea ―aseguró, asintiendo.

―No lo hace ―expresé, sorprendida por su ignorancia.

―Las azota, es casi lo mismo ―se encogió de hombros, con indiferencia.

―Se le llama sadomasoquismo ―suspiré y me recogí el cabello en una coleta.

―Bueno, si algún día quieres practicar algo como eso, sólo dímelo ―guiñó el ojo y pretendió golpear mi trasero. Sacudí la cabeza y arrugué la nariz. Sería algo extremo si lo hacíamos de esa manera. Me gustaba la manera mutua en la que participábamos en nuestros encuentros.

―Estás loco ―dije, sonriendo.

―Serás mi sumisa y obedecerás a tu amo. Así que, empieza con prepararme algo para el desayuno ―comentó divertido y lo golpeé en el hombro.

―Eres un idiota ¿lo sabías? ―rió y me tomó de la cintura.

―Sí, ya me lo has dicho muchas veces ―hizo puchero, pretendiendo estar dolido.

―Pero aún así te amo ―dije, colocando los brazos alrededor de su cuello.

―Menos mal ―sonrió y me dio un beso rápido―. Bien, dado que no me harás de desayunar, iremos a comer fuera.

―Vaya, eres muy eficiente solucionando problemas ―palmeé su hombro y luego fui a la comoda. Saqué las prendas necesarias que usaría después de la ducha. Me giré, dispuesta a salir de la habitación pero Agustín se atravesó, bloqueando mi paso.

―¿Puedo ducharme contigo? ―preguntó, mirándome con picardía.

―¿No te cansas de hacerlo prácticamente todos los días? ―arqueé las cejas.

―Nunca me cansaré de ti ―besó mi frente y con una sonrisa, salimos de la habitación, dirigiéndonos al cuarto de baño. Tampoco me cansaría de él.

No sé cuál era el nombre del lugar en donde fuimos a desayunar, pero la Lasaña estaba deliciosa. Tuve que contenerme en no devorar el plato, sería maleducado de mi parte. Gemía disimuladamente mientras comía y Agustín advirtió que dejara de hacerlo, a menos que hiciera una escena porno enfrente de todos. Estaba satisfecha por la acción que tuvimos en la ducha, pero al parecer, él no.

Regresamos al departamento por la tarde, luego de haber visitado a Jorge, quien estaba con una resaca. No nos quedamos mucho tiempo. Estaba a punto de vomitar en nuestros pies si seguíamos ahí. Así de mal estaba. Mientras estábamos viendo televisión, llamé a Valentina. Agustín aprovechó que estaba conversando con ella y cambió el canal a un partido de fútbol. Rodeé los ojos, odiando tener que escuchar la voz de los locutores, pero  permanecí acurrucada a su lado hasta que terminé la llamada. Sin pensar, me quedé dormida en su pecho por lo que me pareció una eternidad.

Cuando desperté, la televisión estaba apagada y Agustín seguía en el sofá, sujetando mi cintura mientras dormía. Había oscurecido, los faroles del exterior estaban encendidas y la luz iluminaba a través de la ventana. Bostezando, me levanté y me estiré. Prendí la lámpara de la sala y luego tomé el celular de la mesita de centro. Eran cerca de las nueve de la noche.

Fui a la cocina y bebí un vaso de jugo. Bobi maulló, mientras ronroneaba por mis piernas y sonreí ante el cosquilleo. Me siguió cuando tomé un libro de la habitación y dejó de hacerlo cuando volví a la sala. Se recostó en un rincón y allí se quedó. Me senté en el pequeño sofá que estaba frente a Agustín y me dispuse a leer.

No había tenido planes para ésta noche, lo cual era sorprendente. Valentina aún no terminaba los apuntes de suspensión, por lo que tuvo que declinar cualquier invitación social el fin de semana. Hubiera estado protestando por no salir hoy, pero estaba agotada tanto física como mentalmente y permanecer en el departamento, descansando, era una buena alternativa para recuperar fuerzas.

Aparté la vista del libro cuando Agustín comenzó removerse en el sofá. Movió los brazos, como si estuviera buscando algo, o más bien a alguien, y luego abrió los ojos de golpe. Me miró y suspiró aliviado.

―¿Qué pasa? ―pregunté, al notarlo preocupado.

―Nada, sólo una pesadilla ―se limitó a decir, mientras tallaba sus ojos. Dejé el libro en la mesita y me puse frente a él.

―¿Estás bien? ―asintió, dudoso. Tomó mi mano y me acercó a él, hasta estar en su regazo.

―Sí, eso creo ―suspiró, y cerró los ojos por un momento, como si estuviera borrando el mal sueño―. Soñé con la muerte de mis padres, era exactamente como lo recordaba pero ésta vez tu estabas ahí y sentí que te perdía.

Sentí un nudo en mi pecho, mientras acariciaba su mejilla. Hacía tiempo que no mencionaba a sus padres y yo tampoco lo había hecho. El tema no era agradable de hablar, sabiendo que ellos ya no estaban a su lado desde que era pequeño. Recordé la manera en que me contó sobre el accidente cuando estábamos en el jardín de mi casa. Todavía no lo conocía como lo hacía ahora y aún así, no encontraba las palabras para hacerlo sentir mejor.

Acuné su rostro en mis manos, captando totalmente su atención y luego lo besé. Traté de ser cuidadosa, mientras mis labios se abrían a los suyos. El ritmo permaneció lento y tierno. Quería transmitir cada parte de mí que lo adoraba con el alma. Me dolía profundamente saber que los extrañaba, a pesar de tener a Catalina. Comprendía que ese vacío nadie lo cubriría completamente, ni siquiera yo que lo amaba demasiado. Lo único que podía hacer era escucharlo y estar junto a él, aunque aparentara que no lo necesitaba.

―Te amo ―susurré, entre sus labios. Sujetó mis caderas con fuerza y me apretó a su cuerpo, sintiendo la dureza por debajo.

―Eres todo lo que necesito ―respondió ásperamente, deteniéndose por un momento para después torturar mi lengua sin piedad.

Eso basto para que el beso se profundizara. Deslizó sus manos por debajo de mi blusa, tocando la piel desnuda que se estremeció por su toque, mientras yo jugueteaba con su cabello. Bajé las manos por su cuello, moviendo los dedos en su camiseta. La necesitaba fuera, era insignificante para esta ocasión. Recibió mi petición y se alejó un poco, separando nuestros labios por unos instantes. Retiró la camiseta y sin prestar atención, la arrojó al suelo.

Me miró intensamente, desafiándome a imitarlo. Sonreí brevemente y me quité la blusa, agradeciendo que llevar el sujetador que lo volvía loco. Las copas eran ajustadas y provocaba que mis pechos sobresalieran aunque no fueran voluminosos. Los ojos de Agustín rápidamente se enfocaron en mis pechos y tragó saliva, mirándome con deseo.

Cerró la distancia que se había formado entre nosotros y me besó con entusiasmo. Sus manos viajaron a la parte superior de mi espalda, llegó al sujetador y lo desabrochó para luego quitármelo. Su boca dejó mis labios para comenzar a trabajar en cada uno de mis pechos. Succionó con avidez y mordió con delicadeza. Gemí, llevando la cabeza hacia atrás, dándole más espacio. Aspiré oxígeno cuando sentí los músculos de mi vientre apretarse.

Su virilidad sobresaltaba por debajo de sus vaqueros y lo sentía duro cuando me frotaba contra él. Gruñó, besando mi clavícula hasta llegar al cuello. Se levantó aún sosteniéndome y me dejó caer de espaldas al sofá. Se colocó entre mis piernas y sentí sus labios presionando en los míos. Sabía lo que pasaría después, estaba lista para desbordarme cuando acercó su dureza oculta en mi piel sensible.

El timbre del departamento llegó a mis oídos, pero ambos lo ignoramos. Quien sea que fuera, se cansaría y nos dejaría en paz. Pensaba que eso pasaría, pero no. El timbre siguió sonando. El maullido de Bobi se unió a la decepción y Agustín maldijo mientras continuaba besándome. Quería que me tomara aquí y ahora, pero luego me tensé cuando escuché una voz familiar.

―¿Carolina? ―reconocí la voz de mamá, seguido de un golpe en la puerta. Contuve la respiración y miré a Agustín.

―Maldición ―dijo, poniéndose de pie. Estaba aturdida, mientras el timbre seguía sonando. Estaba con los pechos al aire y húmeda, lo que me preguntaba era ¿Por qué diablos no avisaron que vendrían?

No había tiempo para cuestionarme. Me levanté del sofa, respirando con dificultad y cogí mi sujetador. Temblaba mientras lo abrochaba, tomé la blusa y me la puse apurada.

―Carolina, se darán cuenta de lo que estábamos haciendo ―dijo Agustín, colocándose nuevamente la camiseta. Sí,era lo más probable. ¡Dios! Cualquiera notaría que el miembro de Agustín parecía salir en cualquier momento, sin contar que yo estaba excitada y con el rostro hirviendo. Pero no podía simplemente dejarlos afuera, complicaría las cosas de todas maneras.

Arreglé mi cabello torpemente y tomando una respiración profunda, abrí la puerta, mostrando una sonrisa inocente. Encontré a mis padres frente a mí y quise esconder mi rostro dentro de una bolsa de plástico. Estaba totalmente segura que estaba sonrojada, mis malditas mejillas eran demasiado frágiles que siempre se tornaban coloradas cuando estaba en una situación ya sea vergonzosa o perversa.

―¿Tenían problemas para abrir la puerta? ―cuestionó papá, frunciendo el ceño.

Vamos,Carolina ¡Improvisa! 

―Uh, no...um ―reí estúpidamente, tratando de aminorar mi idiotez. No era buena improvisando. Agustín apareció a mi lado y lo miré de reojo, percatándome que estaba ocultando su erección con su mano "disimuladamente".

―Estábamos buscando a Bobi ―dijo, un poco más seguro.

―¿El gato se perdió en el departamento? ―preguntó mamá, intentando parecer confundida. No tenía por qué confirmarlo, ella sospechaba lo que estábamos haciendo y agradecía que no lo hiciera saber. Papá también debía imaginárselo pero tal vez pretendía no hacerlo.

―Sí, lo encontramos debajo de la cama ―Agustín habló en forma de pregunta. Se dio cuenta de lo tonto que sonaba y me miró, pidiendo ayuda.

―Bueno, ¿Por qué no entran? ―los invité a pasar y cerré la puerta detrás de mí. Cuando no estaban mirándonos, le di un codazo a Agustín. Frunció el ceño y señalé su mano, que seguía cubriendo su dureza.

―Tú tienes la culpa ―me susurró, mirando de reojo a mis padres, quienes se dirigían a la cocina. Negué con la cabeza y los seguimos.

―Estábamos cenando cerca de aquí y tomamos la oportunidad para visitarlos ―mamá dejó su bolso en la mesa y tomó asiento. Me contuve a decir que para la próxima avisaran con tiempo, pero eso los alertaría en venir más seguido.

―¿Cómo han estado? ―preguntó Agustín, mientras se sentaba a mi lado. Por lo menos de esa manera, distraía la atención en su entrepierna.

―Muy bien, gracias. Trabajando todos los días de la semana como es de esperarse ―dijo mamá, dejando salir un suspiro.

―¿Y tú, muchacho? ¿Sigues trabajando en el taller? ―preguntó papá, colocando los codos en la mesa. Papá seguía sin aceptar a un cien por ciento el hecho de que estaba con Agustín y que vivía con él, pero mamá tomaba un rol importante para calmar su nervios de sobreprotección.

―Sí, después de clases estoy ahí excepto los fines de semana ―contestó, poniendo su mano en mi rodilla. Y agradecí que mis padres estaban al otro lado de la mesa sin darse cuenta de nada.

―¿Y cómo va la universidad? ―intercambié miradas con Agustín y me mordí la mejilla interior. Si supieran que hace una semana no ponemos un pie en la universidad por crear una guerra de comida, estaría sentenciada por una eternidad.

―Bien ―logré decir, incapaz de agregar algo más.

―Agustín, espero que estés cuidando bien de mi hija ―comentó mamá, divertida.

―Claro que sí, señora. Está en buenas manos ―me miró de reojo y sonrió de lado, especificando silenciosamente lo que sus manos han explorado.

Mamá observó mi blusa y me pregunté que había de malo en ella. Era como si estuviera pensando que Agustín mela había quitado minutos antes de que ellos aparecieran.

―Tienes la blusa al revés ―dijo, señalando la etiqueta que se suponía iba del otro lado. D i a b l o s. Miré la blusa, pretendiendo no estar sorprendida y me encogí de hombros.

―Es la nueva moda ―sonreí, haciendo un intento de convencerla. Arqueó las cejas y asintió lentamente, sabía perfectamente que no era verdad.

―Supongo que también es la nueva moda para los chicos ―se dirigió a Agustín y él frunció el ceño. Lo miré y quise hundirme en mi sitio. Llevaba la camiseta con el logo de los Rolling Stones al reverso. Agustín se rascó la nuca, mientras desviaba la mirada. Mamá rió brevemente y papá sacudió la cabeza. No había manera de ser más obvios.

―No quiero entrar en detalles, sólo espero que estén siendo precavídos ―dijo papá, amargamente.

―A menos que quieran hacernos abuelos pronto ―mamá sonrió y miró a papá, quien negó la cabeza al instante.

Miré a Agustín y estaba pensativo, parecía estar considerándolo. Se volvió hacia a mí y sonrió dulcemente, y podía jurar que miró mi vientre por un segundo antes de que mis padres cambiaran el tema.



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Tanto tiempo sin publicar un capitulo de El Huésped los viernes, disfruten babys porque solo sera por hoy. Hahaha

Hermosa espero disfrutes este capitulo dedicado a ti.

Recuerden: la nueva moda es usar las camisas al revés. Oficializada por Aguslina. 

¡Tengo un aviso muy avisador!

Hoy publique dos nuevas historias. Una es Aguslina, se llama Instagram pero sera narrada y ellos no son actores, son simples estudiantes. La otra se llama Mariposa, es una historia tierna y romántica, con Peter Lanzani como protagonista.

Espero recibir su apoyo en ambas historias. Si no, las borrare... 



Nah es broma, jajaja

¡L@s quiero!

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