Extra 6

Habían pasado dos semanas. Dos estresantes semanas de proyectos, actividades extracurriculares y exámenes en la universidad. No me daba tiempo suficiente para estudiar en el trabajo y con suerte lograba terminar las tareas por las tardes. Las pocas horas que nos quedaba libres, la utilizábamos para ducharnos, comer o dormir. 

Se podría decir que Agustín y yo éramos un desastre en esos días que parecían no tener fin. Nos desvelábamos intercambiando apuntes y puntos de vista según las asignaturas en las que teníamos que ponernos al corriente. La cafeína fue un elemento importante para permanecer despiertos por la madrugada. 

Hasta el gato se aburría cada vez que entraba a la habitación y nos veía metidos en los libros. Gracias a los recordatorios que tenía en mi celular, Bobi no murió de hambre. Y para rematar, pasé por ese temperamento hormonal de cada mes. Tuve la mala suerte de menstruar precisamente cuando tenía la presión escolar encima.

Gracias al cielo, ya pasé por toda esa tensión que me hacía perder la cabeza. Era viernes por la tarde. Lucia, la encargada de la biblioteca, me dio el día libre así que aproveché para lavar mi ropa que comenzaba a hacerse escasa. 

Luego de colocar la ropa limpia en la cómoda, fui a la cocina. Me serví un vaso de té y disfruté del líquido fresco que pasaba por mi garganta. Dejé el vaso en el fregador y suspiré al ver una montaña de platos sucios. 

Después de las clases, Agustín invitó a Jorge, Ruggero y otro par de desconocidos. Le di su espacio para distraerse ya que no había ido a trabajar, pero jamás pensé que dejarían un desastre. No tenía ni idea qué fue lo que comieron pero la prueba estaba ahí, en los platos y vasos sucios. 

Negando con la cabeza, me dirigí a la sala. Agustín estaba jugando videojuegos, parecía demasiado concentrado en la pantalla que no se dio cuenta cuando me puse a un lado de la televisión, cruzada de brazos. Me recordaré a mí misma no dejarlo solo con el Xbox. Se olvidaba de lo que estaba a su alrededor. Si el departamento se incendiara, él no se daría cuenta hasta que tuviera el fuego quemando sus pies. 

No iba a estar como estúpida esperando a que me pusiera atención. Tomando la iniciativa, desconecté el Xbox y la pantalla se oscureció al instante. Parpadeó lentamente y luego frunció el ceño, preguntándose qué había pasado. Fue entonces cuando su mirada se deslizó hacia a mí. 

―¿Qué hiciste? ―cuestionó, asimilando lo que había hecho. 

―Estaba hablándote ―dije a la defensiva. 

―Y yo estaba jugando en línea ―replicó, como si esa fuera algo importante. Rodeé los ojos y me pedí mentalmente ser paciente. 

―La cocina está hecha un desastre ―se quedó pensativo. 

―¿Ah sí? ―era el colmo, ó estaba haciéndose estúpido o solo lo hacía para hacerme enojar. 

―Agustín, no voy a limpiar lo que tus amigos causaron. No soy la sirvienta de nadie ―comenté, molesta. 

Soltó el control, dejándolo a un lado del sofá y sonrió. No lo encontraba gracioso pero amaba esa sonrisa. 

―Guarda las garras, leona ―levantó los brazos, aparentando tener miedo y se puso de pie. 

―Y no se te olvide sacar la basura ―le recordé. 

―Oye, tampoco abuses. Tiene que haber una igualdad con la limpieza ―se justificó. 

Sintiéndome ofendida, empecé a enumerar con los dedos lo que había hecho desde que llegué de la universidad mientras que él estaba en la cocina con sus amigos, alimentándose como caníbales. 

―Cambié la arena de Bobi y lo alimenté. Lavé el baño, tu ropa y las sábanas. Recogí tus calcetines que estaban debajo de la cama, limpié la habitación y quité la mancha de chocolate de la alfombra. Soy muy floja ¿no crees?―expliqué, sarcásticamente. 

Asintió, dándose por vencido pero luego entrecerró los ojos y me señaló. 

―Lo de la mancha en la alfombra fue gracias a ti ―reí levemente. 

―Agustín, yo no tengo la culpa que la tarta de chocolate se te haya caído. 

―No, pero fue tu idea que la sostuviera en mi cabeza ―volví a reír y me encogí de hombros.

Sí, le había dicho eso porque dijo que podía caminar de la cocina hasta la sala con la tarta en la cabeza así que sólo quise comprobarlo y obviamente no lo logró. Nos quedamos sin probar lo que había preparado y con una enorme mancha de glaseado chocolatoso en la alfombra. 

 ―No cambies el tema y ve a recoger el desorden de la cocina ―lo giré y lo empujé por la espalda. 

―Yo no arrojé esas palomitas al suelo ―se quejó cuando llegamos al umbral. 

―Tal vez fue uno de tus amigos. 

―Carolina, jamás terminaré de limpiar este lugar ―hizo una mueca, mirando a su alrededor. 

―Ese no es mi problema y te recomiendo que para la próxima le digas a tus invitados que sean más educados a la hora de comer ―suspiró y comenzó a retirar las envolturas de papas fritas de la mesa. 

Sintiéndome satisfecha, volví a la habitación y comencé a leer un libro nuevo que había llegado a la biblioteca. Cuando Bobi subió a la cama, no me molesté. Se recostó en mi regazo y se quedó dormido mientras leía. 

―Estoy agotado, voy a morir ―Agustín entró a la habitación y se dejó caer sobre la cama. 

Miré el reloj, eran las ocho de la noche con nueve minutos. Le llevó casi tres horas en terminar. Sentía un poco de compasión pero era lo justo. Colocando el libro en la mesita de a lado, me senté y Bobi rápidamente salió disparado al suelo. Hizo un maullido y se fue. 

―Eres un exagerado ―dije, jugueteando con su cabello. Levantó la cabeza y me miró con cansancio. 

―Necesito un poco de amor para sentirme mejor ―propuso, en tono provocativo. 

―Interesante... ―ignoré su comentario y me levanté de la cama. 

―Estás evadiendo mi propuesta ―dijo, dolido. 

―Estás "agotado" ―le recordé, haciendo comillas en el aire. 

―No lo estoy cuando se trata de ti. 

―Además, estás sudado ―arrugué la nariz. 

―¿Y? ¿No te gusto así? ―se puso de pie y cuando menos pensé se quitó la camiseta. 

Cerré los ojos por un instante y sacudí la cabeza. Tal vez estaba perdiendo la cordura pero su pecho transpirado era una de las cosas más sexys que había visto. Sí, algo estaba mal conmigo. 

―Ve a ducharte primero ―logré decir después de echar un vistazo a los músculos contorneados de sus pectorales y de su abdomen. 

―Acompáñame ―murmuró, acercándose sigilosamente. 

Quería negarme, pero no pude. Tomé de su mano y me llevó al baño. Una vez dentro, cerró la puerta y fue deshaciéndose de los vaqueros. No sabía por qué me sentía nerviosa. Lo había visto desnudo pero no en está situación. 

―¿Piensas bañarte con la ropa puesta? ―preguntó con burla, al quedarse en boxers. 

 Apartando mi lado tímido, quité la liga del cabello y éste se esparció por mi espalda. Retiré la blusa y continué con el short de licra hasta quedar en ropa interior.

―Color negro, me gusta ―dijo, bajándose el boxer gris lentamente. 

Me cubrí el rostro con las manos. El calor se encrespó en mis mejillas. Quería verlo y a la vez no. Era una tentación para mi mente pervertida. Escuché su risa y percibí sus pasos hacia a mí. Sentí su respiración y separé mis dedos para ver a través de ellos. Me miraba divertido y con una sonrisa egocéntrica en sus labios. 

Sin decir nada, me dio la vuelta y fue entonces que pude retirar mis manos de la cara. Me estremecí cuando sentí sus dedos en mi espalda. Aspiré profundamente cuando desabrochó el sujetador y sus manos subieron por mis hombros, tirando de los tirantes causando que cayera al suelo.

Cogió mi cabello y lo colocó a un lado de mi hombro. Besó mi nuca y me encogí por el tacto. Sus manos siguieron descendiendo hasta llegar al borde de mis bragas. Las bajó por mis piernas e hice un movimiento con mis pies para retirarlas por completo. Estaba totalmente desnuda, dándole la espalda ¿Cómo no estar nerviosa?

―Me encantas ―susurró por detrás de mi oído. 

Sonreí y me giré hacia a él sin temor alguno. Me inspeccionó detenidamente de abajo a arriba. Cuando sus ojos llegaron a los míos me congelé. Amaba la manera en la que me miraba, me hacía sentir delicada y especial al mismo tiempo. 

Nos metimos a la regadera y juntos disfrutamos de una ducha relajante, conversando de temas que no tenían, en su mayoría, sentido. 

Tuve la dicha de enjabonar su musculosa espalda con la esponja. Me mordía el labio mientras lo hacía. Era mío y me sentía afortunada por tenerlo a mi lado. Pensé que la rutina había concluído cuando ambos terminamos de enjabonarnos pero me percaté que solo era el comienzo. 

―¿Ahora sí me darás un poco de amor? ―preguntó Agustín, pasando sus dedos por su cabello mojado. 

―¿Sólo quieres un poco? ―alcé las cejas, inquisitivamente. 

―Quiero todo de tí ―murmuró, llevando mi espalda contra los azulejos fríos. 

Sus labios entraron en contacto con los míos y su lengua comenzó a hacer lo suyo. Mi pulso se aceleró a millones de latidos por segundo mientras me aferraba a él. 

Capturó mi labio inferior entre sus dientes y sentí un hormigueo en mi vientre. Gemí y pasé mis dedos por sus anchos hombros para luego rodear su cuello. 

Su lengua se adentró con fiereza en mi boca, sus manos acariciaron mi cintura para después sujetar mis caderas y tiró mi cuerpo hacia a el suyo, sintiendo la dureza que quemaba contra mi piel sensible. 

Sus manos se alejaron, posicionándose a mis muslos y levantó mis piernas alrededor de su cintura. Su lengua seguía explorando, sin ninguna oportunidad de hablar o pensar. 

Lo necesitaba a él y nadie más. No estaba preocupada en absoluto. Agustín no tenía que usar protección, había estado tomando la píldora desde la semana pasada así que ahora podía disfrutar libremente. 

La punta de su miembro amenazaba mi entrada. Mi cuerpo se tensó por un momento mientras escuchaba unos gemidos de su parte. Se acomodó entre mis muslos y llevó su erección directamente dentro de mí. 

Mi gemido agudo se perdió entre el sonido del agua que caía de la regadera. Jadeó, besando mi cuello y siguió hasta mis pechos. Su boca succionó uno de mis pezones y arqueé la espalda, apretando los dedos en sus hombros que estaban contraídos. 

Salió de mí y volvió a entrar con precisión, más profundo. Comenzó a moverse con intensidad y seguí su ritmo, diciendo su nombre entre gemidos. Sus manos sujetaron mi trasero desnudo y me llevó a él mientras empujaba con fuerza. 

―Carolina ―gruñó en mi pecho―. Córrete para mí. 

Estaba cerca, muy cerca para llegar a ese punto. Levantó la cabeza y me miró con atención. No aparté la vista mientras se movía dentro de mí con rápidez. Me estremecí al sentir la opresión que se aproximaba. 

―Dios... ―las palabras se quedaron atascadas en mi garganta al sentir la descarga de placer que se desbordó en mi interior. 

Gimió, llevando su cabeza hacia atrás y colapsamos juntos sin sentirme avergonzada del grito ahogado que finalizó la deliciosa fricción. 

Nos quedamos escuchando nuestras respiraciones entrecortadas y el ruido relajante de las gotas de agua que chocaban en el suelo.

―Me encanta hacer el amor contigo ―susurró para luego besarme dulcemente.   



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Así como te dije mas pronto de lo que esperabas, te dedico este capitulo.

Tengo muchas ganas de contestar sus preguntas, comenten todas las que quieran. Las espero.

Buenas noches, días o tardes dependiendo de la hora en que lo están leyendo.  ¡L@s quiero!

Mini maratón 3/3

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