Extra 5

―¿Puedes quedarte quieta un momento, Carolina? ―dijo Agustín, mientras me colocaba el cinturón de seguridad. 

Pensé que lograría terminar de bailar la canción desconocida que sonaba en el club al momento en el que pude zafarme del agarre de Agustín, pero luego de unos segundos, sentí sus fuertes brazos alrededor de mi cuerpo para después sacarme del lugar y esta vez no me resistí. 

Mi cabeza daba vueltas de una manera tranquilizante y adormecedora. Sentía la energías al límite del cronómetro, dando la entrada a otra yo que era aún más rebelde y despreocupada.

Hacía tiempo que no me excedía con respecto al alcohol. La última vez fue en el cumpleaños de Valentina pero no me sentía tan fuera de mí, como me sentía en este momento. Tal vez se debió a que el vodka era más intenso, no lo sé. 

Durante el trayecto que supuse que era al departamento, me quedé observando el perfil de Agustín mientras el conducía a una velocidad moderada. Su mandíbula que se contraía de vez en cuando me indicó que estaba molesto, pero no me importó. Tenía derecho a divertirme. No había nada de malo tomar unas cuantos tragos que te hacían sentir en la cima, literalmente. 

Luego de unos minutos de silencio y con mi vista un poco desenfocada, vi que bajó de la suburban, la rodeó y cuando llegó a mi puerta, yo ya me había adelantado. No necesitaba su ayuda. 

―Puedo sola ―lo golpeé en el brazo cuando intentó sujetar mi cintura. 

Lo escuché suspirar mientras tomaba mi bolso y los tacones. No los había soportado, así que me los quité cuando estuve dentro de la camioneta. No eran muy cómodos en las condiciones en las que estaba. 

Di unos cuantos pasos y parpadeé al sentir como el piso se movía, o al menos eso parecía. Me tambaleé a unos cuantos metros del departamento y me quejé cuando caí al césped. 

―Diablos ―escuché la voz de Agustín. 

Me recosté boca arriba y estar sobre el suelo no se sentía tan mal, después de todo. Estaba viendo el cielo oscuro bañado de estrellas, preguntándome cuántas había hasta que el rostro de Agustín apareció en mi visión. Y no se veía para nada contento. 

―¿Piensas quedarte allí toda la noche? ―esa opción era tentadora. Dormir al aire libre ayudaría a disminuir el calor que sentía correr por mis venas. 

―Tal vez ―frunció el ceño y comencé a reír. 

En su frente aparecieron unas sexys arrugas que me daban ganas de lamerlas... ¿Acababa de pensar eso? Sí, lo hice. Reí con ganas sin vergüenza alguna. No podía verme a mí misma pero sabía que me veía como una loca desquiciada.

 Cuando logré calmarme, me senté por un momento y luego me levanté. Las manos de Agustín pasaron por mi espalda, equilibrando mi postura. Con su brazo en mi cintura y con mi bolso y tacones en mano, abrió la puerta del departamento con la mano libre y entramos. El lugar era tan siniestro que quería llorar hasta que Agustín encendió la luz. 

Aventó las cosas que tenía en su mano en la mesita de centro y me llevó al sofá. Al momento en que me senté, dejé caer la cabeza hacia atrás. Quería dormir por toda una eternidad. Era extraño porque hace unos momentos quería correr por toda la acera. 

―Estás hecha un desastre ―me volví y fruncí el ceño ante el comentario ofensivo de Agustín. 

Sí, era probable que mi cabello estuviera peor que antes y que mi aspecto no estaba muy atractivo que digamos. Diría lo mismo de él, pero sinceramente, se veía como un rico bocadillo listo para ser devorado. 

―Idiota ―murmuré molesta, escuchando una pequeña risa de su parte mientras se dirigía al baño. 

Ahora me dejaba sola en medio de la sala. Qué gentil. Bostecé libremente y me incliné adelante, tomando mi bolso ¿Qué hora era? En la pantalla del celular marcaban las 3:45 a.m. De nada servía que supiera la hora, pero por lo menos tenía la capacidad de descifrar el tiempo. 

Me tensé cuando sentí algo peludo pasar por mis tobillos. Soltando un grito, levanté las piernas y las subí al sofá con desesperación. El maullido que escuché me tranquilizó. No recordaba con exactitud el nombre del gato pero era algo así como dagi, doli, debi, daki...¡Oh! Bobi, así se llamaba. No estaba tan desorientada. 

Volví a reírme a la vez que Bobi caminaba hacia la cocina. Aparté la vista cuando desapareció y me volví hacia a Agustín, quien se había desnudado. Bueno, no exactamente. Solo lo acompañaban unos boxers negros pero para mí imaginación era como si lo estuviera.

No me di cuenta de la toalla húmeda que sujetaba hasta que se arrodilló frente a mí y comenzó a limpiar mi rostro y el maquillaje corrido que se encontraba en mis ojos. Me estaba tratando como una niña pequeña y no estaba de acuerdo con eso. 

―Agustín, déjame en paz ―lo alejé bruscamente y me levanté para luego entrar a la habitación. Estaba quitándome el vestido cuando lo vi en la puerta, mirándome fijamente. 

―No entiendo por qué estás molesta conmigo ―unió las cejas y me observó mientras quedaba en ropa interior. 

¿Estaba molesta con él? Para nada. Menos aún cuando estaba de pie, mostrando ese cuerpo escultural que despertaba a mis hormonas pervertidas. 

Fue entonces cuando me acerqué a él con un intento de parecer provocativa aunque sabía que estando ebria, me veía rídicula. 

―¿Por qué mejor no hacemos algo divertido? ―propuse, pasando mi dedo índice por su pecho. 

Rió por un instante para luego inspeccionar mi cuerpo con deseo. Cuando me miró, suspiró y jugueteó con su barbilla. 

―Por más que quiera tomarte en este momento, no lo haré ―hice un puchero y me crucé de brazos. 

―¿Por qué? Necesito que me hagas tuya de nuevo ―dije, descaradamente. Un brillo intenso pasó por sus ojos antes de responder. Tal vez lo estaba considerando. 

―Y yo necesito que estés en tus cinco sentidos para que puedas disfrutarlo ―sonrió y acarició mi mejilla cuando fruncí el ceño. 

No era justo. Mis sentidos estaban bien. Tal vez no funcionaban con claridad pero podía asimilarlo. Intenté utilizarlas tácticas sexys para convencerlo pero fue interrumpido por un bostezo.

―Es tarde, tienes que descansar ―me sujetó suavemente del brazo pero me detuve en medio camino cuando sentí como mi estómago se revolvía. 

―¿Qué pasa? ―dijo, preocupado. 

Sin responder, me llevé la mano a la boca. Iba a devolver lo que había cenado en el club. Captó mi advertencia y me llevó al baño. En cuanto me incliné al inodoro, comencé a vomitar mientras sentía como Agustín tomaba mi cabello por detrás de mi espalda. Eso no era para nada sensual, pensé. 

Luego de unos minutos, jalé la palanca y me incorporé. Mi garganta estaba seca y adolorida. Y apostaba a que mi aliento era asqueroso. 

―Dame eso ―dijo, quitándome la pasta y el cepillo de dientes para luego ayudarme a lavarme la boca. 

Una vez en la habitación, Agustín me colocó una de sus camisetas por encima de mi cabeza. Me quité el sujetador y lo tiré al suelo. Estaba agotada. Tomando las sábanas, me recosté sobre mi costado y esperé hasta que sentí la cama hundirse a mi lado. Abrí los ojos y me miraba un poco divertido. 

―Te arrepentirás por haber bebido cuando mañana despiertes con una resaca horrible ―dijo, dejando caer su mano en mi muslo. 

Ignorando su comentario, sonreí levemente y cerré los ojos. Sentí sus labios en mi mejilla, seguido de un susurro de buenas noches y me quedé dormida. 

Un sonido espantoso amenazaba a mis tímpanos cada vez que sonaba. Al momento en que abrí los ojos, sentí un dolor insoportable en la cabeza. Mis sienes iban a explotar si seguía escuchando ese ruido que provenía de mi celular. Supuse que Agustín lo había dejado allí anoche. 

Anoche ¿Qué sucedió, exactamente? Lo último que recordaba era que estaba bailando y bebiendo con Valentina y luego... ¿Qué? Sí, tal vez me había pasado de copas al juzgar el dolor de cabeza que sentía como si varios camiones de carga hubiera pasado sobre ella, una y otra vez.

Atendí la llamada sin ver el identificador y me caí de nuevo en la cama con los ojos cerrados, con mi brazo libre recargado en mi frente. 

―¿Hola? ―dije, con voz adormilada. 

―Carolina, sólo quería decirte que nos retrasaremos unos minutos en llegar porque pasaremos por Catalina y luego iremos a comprar algunas cosas para hacer el desayuno ―abrí los ojos de golpe al escuchar la voz de mi madre. 

Era domingo, el día en que vendrían al departamento a visitarnos. Mierda. Lo había olvidado. Eran cerca de las diez y media de la mañana y tenía que verlos con esta resaca que me estaba matando. No iba a ser fácil unirme alas conversaciones de mis padres si seguía con esta jaqueca. 

―¿Estás ahí? ―me senté y me aclaré la garganta. 

―Me parece bien, mamá ―respondí mirando a Agustín, quien comenzaba a frotarse los ojos. 

―Nos vemos, entonces ―colgué y me levanté, dirigiéndome a la cómoda. 

Necesitaba una ducha para aminorar mi aspecto zombie. Si mi papá se diera cuenta que estuve borracha el día anterior, empezaría con sus sermones y no estaba lista para escucharlos. 

―Buenos días ―escuché la voz ronca de Agustín. Me quedé en silencio, buscando desesperadamente las prendas adecuadas para usar.― Por lo que veo, alguien está de mal humor. ―me volví hacia a él y lo fulminé con la mirada. 

―Mis padres y Catalina vendrán en unos minutos ―avisé, cerrando el cajón de la comoda. 

―Bueno, ya que vas a bañarte, lo haré contigo para ahorrar tiempo ―dijo sonriente, mientras se levantaba de la cama. 

Tener a Agustín completamente desnudo en la ducha no era una buena idea. Era una idea tentadora y conociéndolo, terminaríamos en otra situación que no era apta para menores. 

―Nos bañaremos juntos cuando no tengamos un límite de tiempo ―dije, saliendo de la habitación.

Bajo la regadera, me enjaboné y depilé mis piernas junto con las zonas estratégicas. Estaba lavándome el cabello cuando sentí la espuma del producto en mi ojo derecho. Comenzó a arder y maldije mientras restregaba el parpado con agua. Odiaba cuando pasaba eso. El ardor seguía allí pero era tan molesto que el dolor en mi cabeza. 

Al terminar, regresé a la habitación y me cambié. Agustín estaba hablando por teléfono con Michael, lo supe porque lo escuché decir su nombre y también logré saber que Valentina sufría de la misma manera que yo, con respecto a la resaca. 

Cuando finalizó la llamada, se acercó a mí y frunció el ceño al mirarme. 

―¿Qué te pasó en el ojo? ―preguntó un poco desconcertado. 

Fue mi turno de fruncir el ceño pero dejé de hacerlo al recordar el incidente con el fijador de cabello. 

―¿Está muy rojo? ―dije, luego de contarle mi torpeza. 

―Sólo está un poco irritado ―asentí y besó el párpado de mi ojo dañado. 

―Eso no hará que la irritación desaparezca ―dije, seguido de una risita. 

―Oh vamos, los labios de Agustín lo curan todo ―comentó con tono de comercial mientras se dirigía al baño.

Volví a reír y negué con la cabeza. Caminé al tocador y peiné mi cabello para después maquillarme. Mientras me ponía rímel, pude recordar algunas cosas que hice ayer. Una de ellas era cuando estaba tirada en el césped y haberle pedido a Agustín que tuviéramos relaciones. Genial. Debí parecer desesperada en ese momento. 

Cuando regresó recién duchado y vestido, sonó el timbre. Ambos recibimos abrazos cuando abrimos la puerta. Catalina estaba feliz por ver a su hijastro de nuevo. Sonreí cuando ella le apretó las mejillas a Agustín como si fuera un niño, él rodó los ojos y se alejó, avergonzado. Mis padres me envolvieron en sus brazos mientras que mi mamá me decía lo que había traído del centro comercial.

En la cocina, preparé el almuerzo con la ayuda de Catalina y mi mamá a la vez que les platicaba brevemente sobre mi estadía en el departamento, mi nuevo empleo y la universidad. Agustín y mi papá estaban conversando pacíficamente en la sala mientras que Alex y Carlos se mantenían entretenidos, persiguiendo y jugando con Bobi. 

Mamá no le agradó cuando lo vio. Sabía que recordaba sobre mi pasado con Kitty pero no discutimos sobre eso. El dolor que acechaba en mi cabeza parecía haber disminuido gracias a los analgésicos que me había tomado antes de entrar a la cocina. 

Al mediodía, después de almorzar como una familia, se despidieron y agradecí que mi padre no hiciera comentarios fuera del contexto. Sólo se limitó a decir unas cuantas advertencias acerca de utilizar protección. Eso era suficiente para que Catalina y mi mamá continuaran con el tema, sin que Alex y Carlos escucharan. 

―No fue tan mal ―dije, cerrando la puerta principal. 

―¿Qué pensaste que pasaría? ―preguntó Agustín. 

―Que mi papá sospechara sobre lo ebria que estuve anoche. 

―Hablando de anoche , creo que tengo algo que hacer ―comentó, con una sonrisa. 

―¿Ah sí? ¿Acaso tiene que ver con algo que dije? ―asintió y dio unos pasos hasta estar frente a mí. 

―Puedo hacerte mía de nuevo, ahora que tus sentidos están conscientes ―dijo, mirándome con intensidad y sentí mis mejillas sonrojarse. 

Cuando quise responder, fue demasiado tarde. Me levantó y rodeé mis piernas alrededor de sus caderas, con mis brazos en su cuello. Reí cuando me mordió el lóbulo de la oreja. Caminó a la habitación y luego de cerrar la puerta detrás de él, me dejó caer en la cama sobre mi espalda. 

―Es hora de complacer a mi chica ―dijo, quitándose la camiseta.   



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Capitulo dedicado a mi compañera de sensibilidad y aficionada al romance. 

Pueden seguir dejando sus preguntas. 


Mini maratón 2/3

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