Extra 3

Los siguientes días fueron transcurriendo con normalidad. Después de la universidad, Agustín se iba a su trabajo y regresaba antes del anochecer. Valentina me mencionó varios lugares en dónde había empleos de medio turno y con el fin de semana libre. 

Dejé mis solicitudes en dos locales; en un restaurante como mesera auxiliar y en una biblioteca como encargada de mostrador. Al cabo de dos días, recibí ambas llamadas. No sabía exactamente cuál elegir dado que era nueva en todo eso de empezar a trabajar. Así que elegí el que me había gustado más, es decir, encargada de la biblioteca. 

El jueves fue mi primer día y me sentí cómoda cuando aprendí el contexto de lo que debía hacer. Al principio estaba nerviosa pero me concentré en seguir las indicaciones de Lucia, la señora que me había contratado. 

Era sábado por la mañana, Agustín y yo estábamos en la cama sin ganas de levantarnos. La semana fue bastante tediosa y ocupada. Cada día nos levantábamos temprano, desayunábamos, íbamos a la universidad, regresábamos a comer y luego nos dirigíamos a nuestros respectivos empleos para luego volver al departamento y conversar por las noches con la compañía de Bobi. 

También intentábamos llegar más allá de las caricias, pero como siempre, Bobi aparecía para interrumpir. Podía pensar que lo estaba haciendo a propósito o lo hacía solo por su instinto.

―¿Qué quieres hacer hoy? ―preguntó Agustín, acostándose de lado de frente hacia a mí. 

―Algo divertido ―propuse mientras estiraba mis brazos y piernas. 

―¿A qué te refieres con divertido? ―preguntó, alzando las cejas mientras jalaba el borde de mi blusa. 

―Depende de lo que estés pensando ―le seguí el juego, acercándome a él. 

Con una sonrisa, inclinó su rostro y comenzó a depositar suaves besos por mi cuello, bajando por mis pechos. Me estremecí cuando dio un pequeño mordisco a través de la blusa. Continuó descendiendo hasta que alzó la blusa, dejando al descubierto mi estómago. Cuando sentí sus labios sobre mi piel desnuda, me reí. Levantó la vista y una ligera arruga apareció entre sus cejas. 

―No me digas que tienes cosquillas ―mostró una sonrisa maliciosa. 

―No ―dije rápidamente al ver sus intenciones. 

Fue demasiado tarde. Sus dedos se instalaron en mi estómago y empezó a moverlos, causando que me retorciera de la risa. Le exigía que parara, pero las palabras eran sustituidas por carcajadas. Sentí unas cuantas lágrimas caer de mis ojos e intenté quitar sus dedos de mi toráx pero se sentó en mis rodillas, continuando con su divertida tortura. 

Suspiré y jadeé cuando finalmente se detuvo. 

―Creo que me gusta más tu risa que tus gemidos ―comentó, aún encima de mí. Lo golpeé en el hombro y sonrió.

―Quítate, tengo que ir al baño ―dije, al sentir mi vejiga a punto de explotar. 

Luego de hacer mis necesidades, me lavé la cara. Salí del baño, ahogando un bostezo y volví a la habitación. Justo cuando lo hice, sonó el timbre. 

―¿Esperas a alguien? ―preguntó Agustín, levantándose de la cama. 

Negué con la cabeza. Pensaría que eran mis padres dado que aún no venían pero recordé que anoche mi mamá mandó un mensaje, diciendo que mañana nos visitarían. Solamente que hubieran cambiado de opinión pero lo dudaba. Crucé por la sala y abrí la puerta. Jorge y Ruggero estaban al otro lado, con cervezas en sus manos. 

―¿Qué hacen aquí tan temprano? ―cuestioné, frunciendo el ceño. 

―¿Temprano? Son las once de la mañana ―bufó Jorge.

Para mí, en un día sábado era temprano. 

―Además, necesitamos con quién tomarnos esto ―añadió Ruggero, moviendo las bebidas. 

Luego de rodar los ojos, vi como sus miradas se posaban inconscientemente por mi pecho. Bajé la vista y sentí  como mis mejillas comenzaba a arder. No llevaba sujetador debajo de la blusa, dejando poco a la imaginación. 

Aclaré mi garganta y me crucé de brazos, intentado disimular mi vergüenza. 

―Iré a decirle a Agustín que están aquí ―me giré y en eso él apareció, con los pantalones de franela y una camisa de tirantes color blanca. 

No le fue díficil adivinar por qué cubría mi pecho con mis brazos, con la cara roja como un tomate. Hizo una seña para que Jorge y Ruggero entraran y luego me sujetó de la cintura, apartándome unos metros de ellos. 

―Me harías un favor si te cambiaras. No dudaré en golpear a mis amigos por estar observándote de reojo―susurró antes caminar hasta ellos, saludándolos. 

No lo obedecería sólo para molestarlo pero realmente me sentía un poco incómoda con el diminuto short que llevaba puesto y la blusa de tirantes que se apegaba a mi piel. Así que para aprovechar, me duché y me cambié, mientras que Bobi vagaba por la habitación a la vez que arreglaba mi cabello en una trenza desordenada.

Luego de estar apropiadamente vestida, fui a la cocina y me preparé unos huevos con tocino. Casi me atraganté cuando sentí a Bobi, ronroneando por mis pies. Me perseguía a todas partes, que molesto. 

Bufando, continué terminando mi desayuno. Minutos después, lavé el plato sucio y fui a la sala. Tenía pensado volver a la habitación, no quería interrumpir su plática de "hombres". Pero Jorge me habló y no tuve más que unirme a ellos.

―¿Qué harán hoy? ―preguntó Ruggero, dejando su bebida en la mesita de centro. 

―No hemos planeado nada, todavía ―respondió Agustín, mirándome por un instante. 

―De hecho, tenía pensado ir a NuvoClub, me enteré que remodelaron el antro la semana pasada ―dije, al recordar el comentario de Valentina acerca de ir a ese lugar. 

―Oh sí, el papá de mi primo es uno de los dueños. Podríamos estar en las mejores mesas ―concordó Jorge con orgullo. 

―No se diga más, entonces. En la noche vamos ahí y no te olvides de llevar a esa chica que se llama Lisa ―dijo Ruggero, dirigiéndose a mí. Asentí con una sonrisa y miré a Agustín.

―¿Estás de acuerdo con los planes que tenemos está noche? ―cuestioné, llamando su atención. 

―Mientras tú estés presente, me parece perfecto ―contestó, besando mi frente. 

Cuando comenzaron a hablar acerca de futból y ese tipo de temas, regresé a la habitación y le mandé un mensaje a Lisa y a Valentina sobre lo que haríamos hoy. Lisa respondió, escribiendo que estaba ansiosa por ver a Ruggero. Me reí al ver los emoticonos enamorados y nerviosos. No recibí una respuesta inmediata por parte de Valentina, pero dejé de cuestionarme cuando en la pantalla, salió una llamada entrante de ella. 

―¿A qué horas estarán allá? ―preguntó, con preocupación. 

―A eso de las diez y media de la noche ¿Por qué? ―dije, sin sorprenderme al ver a Bobi entrar a la habitación. 

―Lo que pasa es que tengo que ir a dejar unas cosas a la casa de mi abuela ―se quejó. 

―¿Y? No creo que te lleve toda la noche ir a dejarlas ―comenté, burlonamente. 

―Claro que no, pero vive a las afueras de la ciudad. 

―Entonces... ¿Por qué no se las llevas ahorita que es de día? ―propuse lo obvio. 

―Es lo que iba a hacer pero quiero que me acompañes. 

―¿En este momento? ―cuestioné, haciendo un ademán para que Bobi bajara de la cama. 

―Noooo, hasta el próximo año ―rodeé los ojos ante su tono sarcástico―. Claro que en este momento, paso por ti en quince minutos ¿Está bien?

Luego de estar de acuerdo, colgué para escuchar los maullidos de Bobi. Fruncí el ceño y la miré. 

―¿Tienes hambre? ―pregunté, a pesar de que sabía que no me respondería. 

Suspiré y cogí la bolsa que tenía un gatito como portada de la cocina y le serví la comida en su plato de dos compartimentos. Inmediatamente, me siguió y comenzó a comer. Después de lavarme los dientes, percibí un olor un poco desagradable. Negando con la cabeza, fui a la sala. 

―Agustín, te toca cambiar la caja de arena de Bobi ―dije, al momento en que sentí mi celular sonar desde mis bolsillos. 

Aún no pasaban los quince minutos y Valentina ya estaba esperándome afuera. Debió haber llegado a una velocidad de locos. 

―¿A dónde vas? ―preguntó frunciendo el ceño, cuando me dirigí a la puerta. 

―Voy con Valentina, regreso en una o dos horas ―respondí, bloqueando la llamada perdida. 

Se levantó del sofá, dejando que Jorge y Ruggero continuaran con la conversación y se acercó a mí. 

―Exactamente ¿A dónde? ―insistió, curioso.

―A casa de su abuela ―asintió y me dio un beso rápido. 

―No tardes ―dijo, antes de separar sus labios de los míos. 

―Y no se te olvide limpiar la arena del gato ―le recordé para obtener como respuesta una mueca de su parte. 

Luego de despedirme de Jorge y Ruggero, salí del departamento en donde divisé el auto inconfundible de Valentina. 

―¿Cómo le hiciste para llegar tan rápido? ―dije, cerrando la puerta del pasajero. 

―¿Por qué crees que nunca llego tarde a la universidad? Soy buena conduciendo ―se encogió de hombros y aceleró. 

Pensé que Valentina estaba siendo dramática cuando me comentó que su abuela era demasiado persistente con respecto a las visitas. Pero me di cuenta que no estaba exagerando cuando después de una hora de estar en su  casa, seguía sentada en su viejo sofá, escuchando sus anécdotas de cuando era joven.

Fue muy amable al instante que llegamos, pero conforme avanzaron los minutos, comenzó a platicar por lo queme pareció una eternidad. Valentina me lanzó una mirada de "te lo dije" cuando me vio mi cara de fastidio. Maria, así se llamaba su abuela, me pareció cariñosa y simpática pero fui perdiendo la paciencia de estar escuchando sus historias pasadas y estar bebiendo té amargo. 

Tuve que decir que tenía una consulta con el doctor en unos minutos para que pudiera dejarnos ir. Fue entonces, cuando me sentí libre al despedirme de ella para luego volver al auto. Agustín me había enviado un mensaje, en donde me decía que estaba en el bar con Jorge y Ruggero y que después nos iríamos a comer. 

Mientras regresábamos de la ciudad, Valentina encendió su ipod y fuimos cantando en unísono la canción Maps de Maroon 5. Bailábamos desde nuestros asientos alegremente, a la vez que Valentina mantenía precaución al volante.

Lo desesperante sucedió cuando en medio de la larga carretera, el auto comenzó a fallar hasta que se detuvo repentinamente. 

―¿Qué pasa? ―dije, cuando Valentina giró la llave pero el motor no se escuchó.

―No tengo idea ―volvió intentar pero el resultado fue el mismo. 

―Tal vez se quedó sin combustible ―negó con la cabeza. 

―No lo creo ―bajó del auto y la imité. Abrió el capo y pensativamente, empezó a mover algunos cables. 

―Creo que es la transmisión, mi papá me había advertido que lo llevara a un taller pero pensé que no sería necesario ―bufó, dejando caer el capo en su lugar. 

―Llamaré a Agustín para que venga por nosotras ―asintió y saqué mi celular―. Ay no. 

―¿Qué? ―miré a Valentina e hice una mueca. 

―No hay señal ―gimió, frustrada. 

―Genial ―dijo, sobando sus sienes. 

El auto tuvo que quedarse inservible precisamente en medio de la nada. Y por si fuera poco, sin señal. Y para rematar, ningún otro vehículo pasaba por la carretera. Que curioso. Eran casi las tres de la tarde y a nadie se le ocurría tomar esta ruta. Tal vez era mala suerte o simplemente era muy negativa.

―Caminaré un poco hacia el otro el extremo de la carretera, probablemente consiga algo de señal ―propuse, alejándome de ella. 

―O simplemente esperamos a que algún auto pase por aquí para pedir ayuda ―se recargó, en la puerta del vehículo y se cruzó los brazos. 

Eso sería lo más factible dado que no había muchas esperanzas para que el estúpido celular funcionara. 

Narra Agustín 

La palabra enfurecido era poco para como me sentía. Era la décima vez que marcaba al número de Carolina y me daban ganas de golpear la pared cada vez que se escuchaba la operadora. Me estaba preocupando y eso no me gustaba para nada. Necesitaba encontrarla y asegurarme que estuviera bien. 

Los pensamientos que invadían mi mente no eran muy agradables y en este momento me sentía impotente de no saber a dónde ir. Dijo que iría a la casa de la abuela de su amiga Valentina pero desgraciadamente no sabía en qué lugar se encontraba. 

Diablos. Odiaba sentirme así, tan desesperado e impaciente. 

―Calmáte, Agustín. Te devolverá la llamada cuando las vea ―escuché decir a Jorge desde el otro lado de la barra. 

Estábamos en el bar que solía visitar. No dudé en venir cuando Ruggero invitó diciendo que pagaría los tragos, no sin antes limpiar y cambiar la arena de Bobi. Había estado disfrutando la conversación con ellos hasta que se me ocurrió llamar a Carolina. Cuando hice las primeras llamadas, estaba tranquilo y buscando alguna razón lógica por la cuál no me atendía. 

Tampoco iba a actuar como un novio posesivo, pero me preocupé cuando en la quinta y en la sexta seguía sin contestar. Fue entonces cuando comencé a ponerme como loco. 

―¿Tienes el número de Valentina? ―Jorge asintió y me lo dijo sin protestar. 

Suspirando, llevé mi celular a mi oreja luego de teclear su número. Se escucharon los primeros tonos y luego escuché su voz. 

―Hola, soy Valentina y por ahora no puedo atenderte pero puedes dejar un mensaje... ―colgué con un gruñido y me restregué la cara.

―Joder, no puedo esperar a que llame ―le di un último trago al whisky que había pedido y caminé hacia la salida. 

―¿A dónde irás, Agustín? ―preguntó Ruggero. 

―A buscarla ―respondí molesto. 

De ninguna manera me iba a quedar aquí. No tenía ni una puta idea de a dónde iría, pero era mejor que quedarme como estúpido sin hacer nada. Al momento en que iba a salir por la puerta metálica del bar, me topé con una persona. 

―Fíjate por dónde vas, idiota ―espeté sin mirar al individuo. 

―Tranquilo, amigo ―no estaba de humor para este tipo de tonterías. Iba a escupirle en la cara que no era su amigo, hasta que me percaté que era Michael. Me sentiría avergonzado por hablarle de esa manera pero no era el momento para disculpas. 

Estaba por seguir su camino, cuando lo detuve bruscamente al recordar que era el novio de Valentina. 

―¿Qué pasa, Agustín? ―preguntó, atemorizado. 

―¿Sabes en dónde vive la abuela de Valentina? ―cuestioné, frunciendo el ceño. Dudó por un momento y luego asintió. 

―Sé más o menos por dónde ¿Por qué? ―respondió, confundido. 

―Necesito que me acompañes, ahora ―comenté sin darle la oportunidad de negarse. 

―Está bien ―antes de salir me volví hacia Jorge y Ruggero, quienes se habían ofrecido a acompañarme pero les respondí que no era necesario. 

―Los veré en la noche en el antro ―ambos asintieron y salí del bar junto con Michael. 

En el trayecto le dije el por qué necesitaba saber la dirección. El muy estúpido apenas se había dado cuenta que Valentina no contestaba su teléfono. Idiota. No perdí tiempo durante el camino, aceleré a toda velocidad mientras la suburban se desplazaba por la carretera como si fuera alguna pista de hielo. No dejé de llamar a Carolina a la vez que conducía pero la ira de saber que algo malo le podría haber sucedido, se encendía cuando no obtenía respuesta. 

Michael intentaba distraerme, hablando sobre cosas que para mí no tenían sentido. Asentía pero realmente no dejaba de pensar en ella y en su bienestar. Intentaba ser optimista y convencerme que nada extremadamente grave había sucedido pero no lo lograba. 

Me di cuenta que estábamos a las afueras de la ciudad cuando no había nada más que vegetación a nuestro alrededor. La carretera era lineal y parecía no tener fin. Aceleraba y aceleraba y aún seguía viendo el mismo panorama. 

Luego de conducir unos kilómetros, sentí el alivio recorrer mi cuerpo cuando localicé el auto de Valentina estacionado en el segundo carril de la carretera. Conforme me acercaba, logré ver con claridad hasta que divisé a Carolina y Valentina. 

Iba a dejar salir un suspiro de tranquilidad, pero se quedó atascado en mis pulmones cuando vi otro auto detrás y tres hombres, de unos treinta años aproximadamente estaban fuera de su vehículo. 

Cuando frené a unos metros, Carolina se giró y sonrió inocentemente. Le devolvería el gesto pero mi vista estaba enfocada sobre su hombro, donde uno de los tipos observaba su trasero "disimuladamente". Eso fue suficiente para que la sangre comenzara a hervirme por dentro. Estaba seguro que lo había estado haciendo antes de que llegara. Cerrando mis puños, bajé de la camioneta y me dirigí hacia a él.  




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Capitulo dedicado al primer comentario del capitulo anterior. Todos los extras serán dedicados, que los disfruten y esperen la notificación de la dedicación. 

Besos gigantescos. 

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