Extra 12
La mirada escéptica que Valentina me enviaba junto con la ceja arqueada, me ponía nerviosa. Nos encontrábamos en la cafetería de la Universidad, disfrutando de tener la penúltima clase libre. Me habría ido al departamento desde que avisaron que el profesor de Agronomía no vendría, pero seguíamos en la mira del director desde la suspensión y recuerdo su cara de advertencia, diciendo que evitáramos otro reporte más ya que de lo contrario,sería expulsión.
Pero eso no me preocupaba en absoluto. Lo único que me interesaba en este momento, era eliminar la sospecha que parecía ser obvia.
―¿Segura que no estás enferma? ―preguntó mi amiga por segunda vez.
Suspiré y le di un sorbo al jugo de durazno que había comprado para calmar el malestar. Había estado bien la mayor parte del tiempo hasta la hora del almuerzo. Pero en clase de Economía, me dieron unas inmensas ganas de vomitar. No tuve la libertad de decírselo a la profesora para cuando ya me encontraba corriendo por los pasillos en dirección a los baños y devolví todo por el retrete.
Aunque el mal sabor de boca se había ido, aún estaba inquieta y no podía dejar de pensar en las posibilidades de estar embarazada. Me estremecí y miré a mis compañeros que estaban en otra mesa, riendo sobre alguna estupidez.
―Veamos, después de los cálculos que hice, ―volví mi atención a Valentina, quien estaba frente a mí―, Deberías haber empezado a menstruar exactamente...hace tres días.
Otro suspiro se escapó de mis labios y sentí como si una gran roca hubiera sido puesta sobre mis hombros.
―Me convertiré en madre a pocos días de cumplir diecinueve ―quería cerrar los ojos y trasladarme a otra dimensión que no fuera esta.
―No te precipites, habías dicho que eras irregular. Esa podría ser la razón por la que tu período se retrasó ―tal vez lo era, pero no lograba tranquilizarme cuando sabía que a veces Agustín no usaba protección por arruinar la lujuria de ambos. Incluso yo había dejado de tomar las pastillas ya que no me acostumbré a ellas.
Y ahora, ¡Estaba recibiendo la lección de mis calenturas! Una eterna lección.
Gemí, desesperada y dejé caer la mejilla contra la fría mesa mientras me daba cuenta de la seriedad del asunto. Las lágrimas amenazaban con surgir y cuando estaba por llorar desconsoladamente, Valentina me golpeó en la cabeza con la botella de agua.
―Tranquila, Carolina ¡Dios! Primero hay que comprobar que estás... ―bajó la voz y miró de reojo a su alrededor, percatándose que los demás siguieran absortos en lo suyo―, Ya sabes, esa palabra que generalmente hace que los hombres desaparezcan.
Sobresaltada, la miré.
―Estás insinuando que Agustín huirá, muchas gracias por el ánimo ―resoplé, molesta.
Rodó los ojos y negó la cabeza.
―Nadie va a huir porque él te ama, además, tienes que asegurarte que estás esperando un miniAgus antes de ponerte histérica.
Sin poder contenerme, reí brevemente al escuchar el diminutivo que utilizó para mi supuesto bebé. Pero luego, comencé a entrar en pánico y mi rostro decayó.
―Ay no, papá me va a matar ―escondí el rostro en mis manos y sollocé. Estaba exagerando con respecto al comentario, pero sabía que el Sr. Ricardo Kopelioff no se tomaría nada bien la noticia. No me preocupaba por mamá, ella estaría más que satisfecha.
Valentina, viendo mi expresión asustada y decepcionada, suspiró.
―Definitivamente iremos a una farmacia después de clases.
Asentí con tristeza. Tenía pensado ir a la enfermería de aquí para saber de una vez la respuesta que dictaría mi futuro, pero recordé que la encargada era una mujer que le encantaba contar cualquier novedad insignificante delos alumnos. Así que despejé esa opción, y con la misma roca imaginaria en la espalda, seguí terminando mi bebida.
―Pero dentro de media hora irás a trabajar ―dijo Agustín, completamente confundido de mi repentina salida.
De ninguna manera iba a decirle que había tenido náuseas y que iría a la farmacia con Valentina. Él, como cualquier persona, descubriría lo que estaba planeando y no se quedaría tranquilo.
Confiaba en Agustín y sabía que tenía el derecho de saber lo que estaba sucediendo, pero mi amiga tenía razón. Por más convencida que estuviera, debía confirmar antes de sabotear o crear ilusiones.
―Iremos a comer y después ella me llevará a la librería ―comenté indiferente, sabiendo que por dentro estaba sufriendo peor que cuando esperaba el estreno de alguna película.
―Está bien ―me quitó la mochila y se la colgó en un hombro, junto a la suya―. Pasaré en la noche por ti, entonces.
Forcé una sonrisa y se despidió, dándome un beso corto en los labios.
―Bueno, vámonos ya porque yo también tengo un empleo que cumplir ―escuché decir a Valentina mientras veía a Agustín dirigirse a la suburban.
Giré sobre mis talones, abrí la puerta del auto y subí al lugar del pasajero. Valentina comenzó conducir y perdí de vista a Agustín cuando salimos del estacionamiento. Suspiré y recargué la nuca contra el respaldo del asiento.
«Que la suerte esté de mi lado» pensé.
Era un tanto ridículo recordar ese lema de uno de los libros que había leído, pero parecía apto en estas circunstancias.
Era un hecho. Valentina sería mi chofer asignado el día que tuviera una emergencia. Manejaba como si estuviera en una carrera de autos. Tuve que hundir las pocas uñas que me quedaban a cada lado del asiento mientras se desplazaba por el tráfico.
Aparcó a un par de cuadras de la farmacia y dejé salir el aire que estaba conteniendo. Quería decirle un sinfín de comentarios acerca de cómo conducía pero eso pasó a segundo plano cuando compramos la prueba de embarazo que parecía estar burlándose de mí.
Con la misma velocidad, llegamos a su casa. Valentina no dejó que su mamá nos hiciera perder el tiempo. Inventó excusas sin sentido y así logramos entrar a su habitación sin que la Sra. Oriana nos siguiera.
El torbellino de emociones se apoderó de mí cuando hice el procedimiento que daría fin a la mayoría de mis metas.
―Cinco minutos más ―Valentina me detuvo al momento en que quise verificar el aparato.
Estaba temblando y sentía los labios secos a pesar de que los remojaba constantemente. Cerré los ojos y esperé, afirmando que era una responsabilidad de la que no creía estar preparada. Las imágenes de mí misma, siendo madre mientras terminaba la Universidad aparecieron en mi mente.
Mis compañeras de la secundaria estarían recordándome las ocasiones en las que nos reuníamos para hablar sobre la inconformidad que teníamos de las chicas que quedaban embarazadas a temprana edad. Decíamos que lo apropiado era traer hijos al mundo cuando estuviéramos listas y tuviéramos una perspectiva de cómo mantenerlo. Pero aquí estaba yo, afrontando una ansiedad que me era imposible no reflejarla mediante exhalaciones y nerviosismos.
Percibí un movimiento por parte de Valentina y abrí los ojos, viéndola caminar directamente al pequeño aparato que descansaba en el tocador. Cautelosamente, lo tomó en sus manos y lo miró.
Me tensé conformé la observaba. Avancé hacia a ella y me detuve en medio de la habitación cuando sus ojos se encontraron con los míos.
Sentí cada parte de mis músculos contraerse y pasé saliva, sintiendo la garganta seca como una lija. Odiaba que Valentina fuera una experta en ocultar emociones porque su rostro permaneció neutro. Pasaron los segundos y seguía en silencio. Arrugué la frente lo más que pude y la miré con frustración.
―¡Di algo! ―exclamé. Estaba retomando mi camino, pero finalmente habló.
―Lo siento, Carolina, pero... ―hizo una mueca.
Abrí la boca y en ese instante, no pude articular alguna palabra. Parpadeé, comenzando a sentir la presión del futuro y retrocedí hasta que volví a sentarme en la cama. Bajé la vista a mi vientre, sin poder creerlo y me congelé.
―...Agustín tendrá que esperar a ser padre ―la voz de Valentina resonó en mis oídos aturdidos.
Al cabo de unos momentos, fruncí el ceño cuando asimilé y procesé el significado de su argumento.
―¿Qué? ―levanté la vista, saliendo del trance.
―Es negativo ―sonrió tranquilizadoramente y me mostró el resultado, que efectivamente, era negativo.
No sabía en qué pensar. Quiero decir, me sentía aliviada pero estaba 99% segura que saldría positivo. Por otro lado, casi asesino a Valentina. Su "Lo siento, Carolina, pero..." fue suficiente para que empezara a atormentarme. Pudo haber dicho que era negativo y punto. Pero olvidaba lo dramática que era.
La mamá de Valentina, nos iluminó con la sabiduría que adquirió antes de jubilarse como enfermera y dijo que mi período se había retrasado debido al estrés y preocupaciones. Al parecer, las nauseas había sido a causa de un condimento de algún alimento. Así que fue coincidencia que se me revolviera el estómago cuando pensaba que era un síntoma alarmante.
Entendía la razón del estrés. Las semanas fueron abrumadoras por los proyectos de la Universidad y todo ese tema de Carolinadeberíaestarembarazada. Aún seguía inquieta por eso. El último sueño me había dejado asustada ya la defensiva. Claro estaba que iba a procrear hijos algún día, pero no en éste momento.
Cuando Valentina me dejó en la biblioteca luego de comer, hizo un ademán de entregarme la prueba de embarazo mientras decía que lo guardara como recuerdo. Puse los ojos en blanco y se quedó riéndose en el auto.
Por la tarde, hice la misma rutina de siempre. Lucia llegó puntualmente como todos los días y le entregué las llaves a la vez que Agustín me esperaba. Durante el trayecto al departamento, intercambiamos palabras usuales y hablamos diferentes temas, sin contarle sobre el malentendido maternal aunque sabía que tarde o temprano sedaría cuenta.
―¿Carolina? ¿Me estás escuchando?
Miré a Agustín y parpadeé, enfocando su rostro.
―Um, lo siento, ¿Qué estabas diciendo? ―me disculpé, mordiéndome el labio.
Su ceño se frunció ligeramente y le dio un trago a su coca-cola.
―Te estaba contando sobre lo que haremos el día de tu cumpleaños.
―Oh, no pensarás hacerme una fiesta sorpresa porque sabes que odio ese tipo de cosas ―desde que mamá organizó una cuando tenía quince, no terminó como esperaba. Al momento en que crucé por la puerta, todos salieron de sus escondites para felicitarme y tanto fue el susto, que tropecé con mis propios pies y me golpeé la sien en la esquina de un mueble. No había sido grave, pero la pequeña cicatriz aún no desaparecía.
―No te preocupes, será mucho mejor que eso ―sonrió y guiñó el ojo para después comer el espagueti que ambos habíamos preparado.
Luego de cenar, estuvimos un rato en el sofá viendo televisión con Bobi acurrucado entre los dos. Parecía querer mantenernos alejados, con el miedo de que empezáramos a tener una escena comprometedora. Pero por la experiencia que atravesé, sería mejor controlar las hormonas antes de que mis sueños no planeados se hicieran realidad.
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¡Hola! Oficialmente las declaro Happinistas. ¡Son l@s mejores!
Hermosa espero que hayas disfrutado este capitulo dedicado a ti.
En el próximo capitulo se viene un tremenda sorpresa, en mi blog les di un pequeñísimo adelanto. Yo quería un miniAgus :(
Falta poco para el final. Exactamente 3 capítulos.
¡L@s quiero!
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