9. Furia controlada

Le conté a Lionel sobre las posibles sospechas de que Agustín fuera el responsable del falso encuentro. No tuve más que disculparme, avergonzadamente.

―No te preocupes ―dijo, podía asegurar que estaba haciendo una mueca―. ¿Está él contigo?

―Se quedó en la cocina.

―¿Qué hay de tus padres?

―No tardan en llegar ―comenté, mirando el reloj de reojo.

―¿Te dejaron sola con él? ―preguntó, alarmado.

―Algo así, tuve que quedarme en casa a hacer deberes y bueno, él no quiso irse con ellos ―expliqué, rodando los ojos.

―¿Te molestaría si voy unos minutos a tu casa? ―propuso. No me molestaría en absoluto, pero con Agustín presente volveríamos al principio, me amenazaría con acusarme y no quería arriesgarme ahora que papá tomaría cartas en el asunto si volvía a desobedecer. Con total confianza, le expliqué a Lionel las consecuencias que habría sí llegaría a aparecer―. Diablos.

―Es un idiota, lo sé ―me quejé, soltando un suspiro frustrado.

―Entonces, ¿No hay manera de verte esta noche? ―la desilusión en su voz era notorio.

Suspiré y comencé a pensar en las posibles maneras, del cual, sólo había una. Esa era que entrara por el jardín para luego escabullirse en mi habitación. Era arriesgado, pero tenía ganas de verlo y platicar sobre lo nuestro.Sentía sentimientos por él, pero no estaba muy convencida como para regresar de nuevo y ese tipo de complicaciones no las podía hablar por teléfono. Podía esperarme a otro día, pero creo que era el momento.

Raras y confusas emociones han estado habitando en mi mente desde que conocí a Agustín. No quiero decir que esté enamorada de él o algo por el estilo. A pesar de que a veces se comportaba como un imbécil, tenía su lado simpático y aunque tratara de negarlo, me sentía atraída por él. Tal vez sólo era algo pasajero, pero mientras tanto, tenía que dejar las cosas claras con Lionel. No quería ilusionarlo, diciéndole que lo seguía queriendo como antes.

―¿Estás segura? ―cuestionó con cierto miedo y emoción, cuando le dije el plan rebelde de entrar a mi habitación.

―Sí, te esperaré a la una. La puerta del jardín se quedará abierta al igual que la de mi habitación ―dije, antes de que pudiera retractarme.

―¿Qué pasará con Agustín? Es posible que se dé cuenta.

―No te preocupes, me las arreglaré para que no sospeche nada ―comenté, sin tener una idea de cómo haría eso.

Luego de colgar y dejar todo aparentemente planeado, fui a la cocina. Agustín me miró sonriente, mientras le daba un mordisco a la manzana que tenía en su mano. Me crucé de brazos, recargándome en el umbral de la puerta.

―¿Por qué tan molesta? ―cuestionó, sinícamente.

―¿Por qué lo hiciste? ―pregunté, tratando de mantener mi voz neutra.

―¿Hacer qué? ―frunció el ceño, fingiendo no entender lo que decía.

―¡Sabes bien a qué me refiero! ―levanté la voz, irritada.

―No me grites ―advirtió, arqueando las cejas. Se levantó de la silla y tiró la media manzana a la basura. Caminó hasta estar frente a mí y me observó por un momento―. Hablaremos cuando estés más tranquila.

Antes de que saliera de la cocina, tomé su brazo, que sentía tonificado debajo de mi palma, y lo detuve.

―Quiero hablar ahora ―exclamé, tratando de ocultar el nerviosismo por sentir su cálida piel. Su mirada pasó demi mano deteniendo su brazo, y lentamente fue subiendo hasta que nuestros ojos se encontraron.

Su rostro estaba tan cerca del mío que pude apreciar su belleza con detenimiento. La estructura de su cara era perfecta. Sus cejas tupidas le daban a sus ojos, un aspecto más masculino. Su nariz perfilada estaba hecha amedida correcta y sus labios rellenos con forma de corazón, dificultaba las intenciones de apartar la vista. Con la voluntad suficiente, me alejé. Si seguía observándolo así de cerca, perdería el control.

―¿Me dirás? ―dije, una vez que recuperé el aliento.

―Lo hice para molestarlo a él, no a ti ―comentó, sin hacer contacto visual.

―¿Por qué? Él no te hizo nada ―lo defendí y su cuerpo giró hacia a mí, con expresión molesta.

―Intentó besarte ―contestó, con remordimiento.

―¿Y?

―¿Es tú novio? ―preguntó, directamente.

―Salimos por unos meses ―murmuré, en voz baja.

―Esa respuesta no contesta mi pregunta ―decía, mientras se acercaba.

―No, no es mi novio ―contesté, retrocediendo unos pasos.

―Entonces no tenía por qué haber intentado besarte, es una falta de respeto ―dijo, ásperamente. Evité decir que él era el menos indicado en hablar de respeto, fue por eso que cambié el tema.

―¿Por qué me mentiste cuando dijiste que mis padres me habían dado permiso para salir? ―insistí, queriendo una respuesta razonable.

―Fue sólo un arranque ―se encogió de hombros.

―Pues gracias a tu estúpido arranque, tuve que hacer limpieza general en la casa.

―Por cierto, tienes pendiente pasar por mi habitación ―guiñó el ojo, dándome a entender otras intenciones.

―Como sea ―no quería continuar con ésta incómoda conversación. Le di la espalda, dirigiéndome al refrigerador y tomé una barra de chocolate. Giré, con el propósito de ir a mi habitación, pero en el intento, me topé con su cuerpo. Mi respiración se alteró y solté un pequeño grito, dejando caer el chocolate.

Me tenía acorralada entre el refrigerador, su cuerpo y sus manos sujetando mi cintura. Levanté la mirada y me encontré con sus ojos enfocados en mis labios. El calor que me proporcionaba su cercanía, me aprisionaba y debilitaba. Su rostro se fue acercando al mío y pasé saliva, al sentir sus dedos en mi barbilla.

―Estás faltándome al respeto ―dije con cierto humor, recordando sus palabras.

―Si quieres que me detenga, dilo ―susurró, con voz grave. No quería detenerlo. Cerré los ojos, y sentí sus labios rozando con los míos. Mi pulso se aceleró y me preparé para corresponderle cuando un movimiento de llave, hizo que el momento desapareciera en cuestión de segundos. Agustín se separó de mí inmediatamente, mientras escuchábamos voces familiares en la sala. Mis padres y Catalina cruzaron por la sala y se detuvieron cuando notaron nuestra presencia. Mi padre sólo nos observó por un momento y sin decir nada, siguió su camino.

―¿Aún están despiertos? ―escuché a mamá, adentrándose a la cocina. Ninguno de los dos articuló una palabra en los siguientes segundos, hasta que me aclaré la garganta y rompí el silencio.
―Hace rato que llegamos de hacer las compras ―respondí, dejando salir el aire que estaba conteniendo y recogí la barra de chocolate. En eso, Catalina entró muy sonriente. Nos miró a ambos y luego frunció el ceño levemente.Mierda. Tal vez comenzaba a sospechar algo.

―Se me olvidaba... ―dijo mamá, buscando en su enorme bolso―. Alicia les mandó esto ―me entregó un paquete de panqués y las tomé, sin tener mucho apetito.

―Qué bien ―logré decir.

―Bueno, me voy a recostar; estoy agotada. Buenas noches ―se despidió, dejándonos a Agustín, Catalina y a mí, enun silencio casi absoluto. Catalina se sentó sigilosamente frente a Agustín, quien seguía evitando mirarme.

―¿Está todo bien? ―preguntó, alternando la mirada entre los dos.

―Sí ―dije, forzando una sonrisa. Dejé la barra de chocolate en su lugar, el antojo había desaparecido. Coloqué los panqués en un plato ancho y lo puse en medio de la mesa, para luego sentarme a lado de él. Segundos después de que tomara asiento, Agustín se levantó de su lugar y salió disparado de la cocina.

―¿Segura? ―insistió Catalina, volviéndose hacia a mí.

―Sí ―repetí, nerviosamente.

―Trata de comprenderlo ―comenzó a decir. La miré, frunciendo el ceño con confusión ¿A qué se refería?―. Sólo dale tiempo para que se dé cuenta de lo que realmente siente ―asentí sin entender y me despedí, volviendo a mi habitación.

Estaba en la cama, tratando de asimilar lo que hubiera pasado si mis padres no habrían llegado. Agustín estaba dispuesto a besarme y no se lo iba a impedir a pesar de los enfados que me ha provocado. Dejé de cuestionarme y comencé a leer, mientras que Lionel llegaba.

Faltaban un par de minutos para que Lionel apareciera. Caminé a la ventana, corrí las cortinas y segundos después, observé una sombra introducirse en el jardín. Era la una de la madrugada, no era una hora adecuada.Cualquiera malinterpretaría las cosas, pero ya no había manera de enmendar la situación. Esperé, jugueteando con los dedos y caminé de un lado otro.

Cuando escuché unos ligeros golpes en mi puerta, suspiré tranquilamente y la abrí. Los ojos verdes de Lionel se encontraron con los míos e inspeccioné su atuendo. Llevaba una camisa gris, vaqueros, calzado usual y el cabello rubio peinado hacia atrás.

―Hola ―susurró, mostrándo una pequeña sonrisa.

―Pasa ―dije, mientras lo invitaba a entrar. Cuando cruzó a mi lado, percibí un aroma a perfume y alcohol.Definitivamente había estado en otro lugar antes de llegar.

―Gracias por venir ―dije en voz baja y cerré la puerta. Cuando menos pensé, ya tenía sus brazos rodeando mi cintura, mientras depositaba besos en mi cuello. Oh no, esto no era parte de la conversación.

―Lionel, detente ―lo alejé, recuperando mi espacio personal.

―¿Qué pasa? ―frunció el ceño.

―No quería verte para eso ―seguía siendo virgen y no tenía planes de perderla todavía. Asintió y se sentó desganadamente en el borde de la cama.

―¿Entonces? ―preguntó, pasando una mano por su cabello.

―Quería hablar sobre nosotros.

―Eso podemos arreglarlo ―se levantó, caminando hacia a mí.

―No de esa forma ―levanté las manos, evitando que se acercara demasiado.

―No entiendo, ¿Qué hay de malo en nosotros? ―dijo, confundido.

―Lionel, no estoy segura de seguir con esto. Necesito tiempo para pensar si quiero volver contigo ―entre cerró los ojos y luego negó la cabeza, mientras giraba su cuerpo hacia la ventana, dándome la espalda.

―¿Es por Agustín? ―lo escuché decir, decepcionado. No podía mentirle, tenía que ser honesta. Inventar excusas sería engañarlo a él y a mí misma.

―Sí ―murmuré, mordiéndome el labio. Se volvió hacia a mí y pude notar que estaba molesto.
―¿Cómo te puede gustar alguien que conociste hace semanas? ―reclamó, con suavidad. Sonaba absurdo, pero había sucedido tantas cosas éstas últimas dos semanas, que no había tenido tiempo de ordenar mi mente.

―No estoy diciendo que me gusta, es sólo que me siento confundida ―expliqué. La bola de emociones seguía acechándome.

―¿Confundida sobre qué? ―me encogí de hombros al no tener respuesta―. Carolina, ese chico está jugando contigo. Él es el responsable de que te sientas así, está intentando confundirte.

Tal vez tenía razón, tal vez todo esto lo estaba tomando muy en serio. Podría hacer el esfuerzo de continuar mi vida, viendo a Agustín como un simple huésped. Estaba por decirle que le daría una oportunidad, cuando la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Ambos volteamos al instante y en menos de un segundo me di cuenta que era Agustín, con su rostro completamente furioso.

―Más vale que te largues en éste momento, si no quieres que te parta la cara ―advirtió, mirando fríamente a Lionel.


_____________
Maratón 3/5

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top