7. Perdonado por ahora

Desperté bruscamente al escuchar golpes, llamando detrás de la puerta. Frotando los ojos, miré el reloj de la cómoda y gemí al darme cuenta que eran las siete y media de la mañana. Estar levantada en domingo a esta hora lo consideraba innecesario. Con pereza, me levanté y con la fuerza suficiente, giré la perilla. Me encontré con Agustín, vistiendo solamente un pantalón de pijama. Luego de haberlo observado discretamente, fruncí el ceño y me crucéde brazos. Tenía que recordar que no llevaba sujetador.

―¿Qué es lo que quieres? ―no quería volver a verlo después de lo que me había hecho.

―Tú mamá está esperándote en la cocina ―se mantuvo serio, mientras me observaba. Pensé que se disculparía por haberme traicionado, pero en vez de eso, se fue.

Suspirando, me dirigí al cuarto de baño y lavé mi rostro, alejando cualquier residuo del sueño. Al llegar a la cocina,mamá estaba sentada con sus brazos recargados en la barra, mientras leía una revista de recetas.

―Buenos días ―dije cohibidamente, sentándome frente a ella. Levantó la vista, cerró la revista y se cruzó de brazos. Seguía molesta.

―Debido a que no terminamos el conflicto de ayer, debes imaginarte el castigo que tendrás ―sí, me lo imaginé.

―Todo es culpa de Agustín ―susurré, frunciendo los labios.

―Carolina, ya estás muy grandecita como para culpar a otras personas por tus decisiones ―me miró como si hubiera cometido un asesinato, tampoco era para tanto.

―Pero mamá...

―No he terminado ―me interrumpió, levantando la mano y rodeé los ojos―. Tú padre me dijo que ésta vez, yo decidiré el castigo ―la miré, sintiéndome aliviada por no escuchar los sermones de conducta de papá.

―¿Cuál será el castigo? ―pregunté, nerviosamente.

―Harás los quehaceres de la casa, y no me refiero superficialmente ―empezó a decir―. Comenzarás por la cocina, la sala, el baño, las recámaras y terminarás en el jardín, que por cierto, le hace falta una buena limpieza.

―¿Hablas en serio? ―obviamente esto era mucho mejor que tener prohibidas las salidas por meses, pero sinceramente, odiaba tomar el rol de ama de casa.

―Ah, también harás las compras cuando termines ―se levantó de su lugar, abrió uno de los cajones de la cocineta y colocó una hoja de papel en la mesa. Lo tomé sigilosamente y leí el contenido, suspiré por la cantidad de alimentos que estaban escritos.

―¿Eso es todo? ―pregunté, confundida. Imaginaba que iba a decir algo peor, como cuidar a los niños de la vecina o acudir a servicios comunitarios.

―¿No crees que sea suficiente? ―arrugó la frente, dispuesta a agregar otro castigo.

―Sí, es suficiente ―afirmé, antes de que cambiara de opinión.

―Bien, y por favor que no se vuelva a repetir, ¿de acuerdo? ―asentí, mordiéndome el labio. Un castigo como éste era fácil en cierto punto, aunque no me parecía justo que tuviera que responder por la mentira de Agustín. Pero decidí no insistir en acusarlo, terminaría limpiando la casa por todo un año.

―¿Papá aún duerme? ―pregunté, cambiando el tema.

―Sí, por la desvelada de anoche es comprensible ¿no crees? ―me miró de reojo, mientras se preparaba un café. Pensaba que era la culpable, y bueno, lo era pero Agustín también debía ser sentenciado. Me levanté y saqué de la despensa, el último cereal que quedaba―. En una hora iremos a casa de un amigo de tu padre a desayunar ―dio un sorbo a su bebida caliente y tomó asiento, abriendo la revista de recetas.

―¿Catalina y Agustín irán con ustedes? ―pregunté, esperanzada a escuchar un "Sí".

―Catalina nos acompañará ―respondió, y dejé de agregar las hojuelas de maíz que caían en el plato.

―¿Y Agustín? ―cuestioné indiferente, y la miré.

―No quiso ir ―se encogió los hombros. Sentí mi estómago revolverse. Eso significaba que lo habían invitado y se negó a ir. Diablos.

―¿A qué horas estarán de vuelta? ―pregunté, pretendiendo estar tranquila.

―Sabes lo largas que pueden volverse las conversaciones de tu padre ―comentó, con fastidio―. Luego iremos a recoger unos catálogos que Catalina tiene pendientes, y haremos una visita rápida a Alicia.

Suspiré, levantando el flequillo de la frente. Nunca entables una conversación con papá, a menos que tengas libres las próximas tres horas de tu día. Lo que era peor, jamás visites a mi tía Alicia. En vez de "Visita rápida", debería llamarse "Prepárate para ser interrogada, mimada, aconsejada y criticada por el resto del día". No es que la odie, de hecho, es buena dando consejos, pero las preguntas extremadamente personales que hacía, provocaba que me estresara.

―Si tenemos suerte, regresaremos antes de la cena ―dijo, notando mi frustración. Le lancé una mirada escéptica que expresaba "Sabes que la tía Alicia no permitirá que se vayan sin cenar"―. Bien, tal vez después de las diez.

Asentí, resignada y abrí el regrigerador. Cogí la leche y la agregué al plato de cereal. En ese instante, Agustín apareció en la cocina, usando un atuendo deportivo. Evitando que la baba corriera por mi boca, tomé asiento y lo observé por el rabillo del ojo. Se desplazó hacia la despensa y comenzó a sacudir la caja de cereal que dejé vacía.

―Lo siento, me serví lo último ―sonreí, colocando el plato en la mesa. Entrecerró los ojos y sonrió de lado para luego tirar la caja a la basura. Volví mi atención al cereal, sintiéndome satisfecha por haber ganado lo que era su desayuno.

―No te preocupes, Agustín. Más tarde irán por las compras ―escuché a mamá y me detuve con la cuchara en medio camino. Iba a ir sola, no necesitaba que él me acompañara.

―¿Qué?

―Agustín te ayudará con la despensa ―aclaró con normalidad.

―Puedo hacerlo sola ―me quejé. No quería ni siquiera respirar el mismo aire que Agustín.

―No pensarás ir caminando hasta el centro comercial ―me volví hacia a él y me contuve a mostrarle el dedo ofensivo.

―Puedes ir sola si quieres, Carolina ―dijo mamá―. Pero cuando termines de hacer la limpieza en toda la casa, lo último que querrás hacer será caminar.

―Puedo hacer las compras antes ―repliqué, al instante.

―No. ―sacudió la cabeza―. En las mañanas no hay descuentos ―olvidaba que era aficionada a ahorrar mientrasse pudiera.

―Como sea ―respondí, con disgusto.

―Entonces, yo te llevaré ―concluyó alegremente y mostró su perfecta dentadura, mientras se preparaba un sándwich. Benditos sean los cereales y sándwiches que hacían nuestro almuerzo más fácil y rápido.

Agustín se sentó a lado de mamá, quedando frente a mí. Empecé a percibir un cosquilleo, sintiéndome acosada por un par de ojos castaños. Levanté la vista del cereal y lo encontré mirándome con detenimiento. Miré a mamá por un momento, asegurándome que no se diera cuenta del juego de miradas, pero ella estaba tan concentrada en su revista que no se percató lo que ocurría a su alrededor. Volví mi vista hacia Agustín y seguía observándome, mientras masticaba lentamente su alimento. Mi pulso se aceleró cuando sus ojos se posaron en mis labios y se quedaron ahí por un tiempo.

Desvíe la vista, deseando que mis mejillas no se sintieran calientes. Como la cobarde que soy, me levanté de mi lugar y salí a paso veloz de la cocina, sintiendo la mirada de Agustín clavada en mi espalda o tal vez en mi trasero. Una vez en la habitación, me miré al espejo. Mi cara estaba completamente roja como un tomate. No había duda que lo había notado, estúpidas hormonas.

Después de leer, bajé a la sala cuando me di cuenta que mis padres y Catalina ya estaban por irse. Me encontré a papá, se detuvo al verme y me regañé mentalmente por haber salido de la habitación.

―Ya me dijo tu mamá lo que tienes qué hacer ―dijo. Sabía que no estaba de acuerdo, él hubiera elegido algo que me haría aprender la lección.

―En un rato más comenzaré a limpiar ―me miró por un momento y luego negó con la cabeza, arrepintiéndose por no estar a cargo.

―Será la última vez que le pido a Ana que te castigue ―dicho esto, cogió las llaves y salió por la puerta principal. Luego de que se fueran, me topé con Agustín, quien venía bajando de las escaleras.

―¿Lista para comenzar a hacer la limpieza? ―preguntó, sínicamente al pasar por mi lado. Puse los ojos en blanco y choqué su hombro con el mío, mientras subía―. Iré a correr, no me extrañes ―lo miré sobre mi hombro y me guiñó el ojo para después marcharse.

Llevaba dos horas limpiando y ya comenzaba a cansarme. Me faltaba poco para acabar, había terminado con la cocina, la sala y las recámaras de mis padres y Catalina. Gruñí y limpié el sudor de mi frente con el dorso de la mano. Salí de mi habitación y coloqué los productos de limpieza en el suelo. Suspiré y me senté, recargando la espalda en la pared. Escuché el sonido de la puerta principal abrirse y cerrarse. Diablos. Tenía que evitar que Agustín me viera de ésta manera. No dudaría en burlarse. Me levanté y recogí nuevamente lo que había dejado en el suelo. Maldije internamente cuando vi a Agustín, subiendo las escaleras. Se veía agotado al juzgar por su aspecto. Una vez que estuvo completamente en la segunda planta, se detuvo tomando bocanadas de aire. Me miró de arriba a abajo y sonrió. Me miré a misma y bueno, estaba transpirada, el trenzado desordenado, unos cuantos cabellos pegados en mi rostro por el sudor y tenía los productos de limpieza en ambas manos. No era un atuendo presentable.

―Linda blusa ―dijo, señalando el estampado que decía fuck you.

―Es una dedicatoria para ti ―sonreí, orgullosa.

―Gracias por el detalle ―entró a la habitación y mi sonrisa desvaneció al momento en que cerró la puerta. Siempre cuando intentaba hacerlo sentir mal, sacaba provecho de ello para usarlo en mi contra.

Con maldiciones y quejas, logré terminar de limpiar el baño. Luego de tomar un descanso de cinco minutos y refrescar mi garganta con agua fría, salí al jardín. Era lo último que me faltaba para concluir parte del castigo. Cuando crucé por la puerta corrediza, me asusté al ver el panorama. Había millones de hojas secas y ramas espinosas esparcidas por el césped. No entendía cómo un simple árbol podía causar tanto desorden.

Cerré los ojos por un momento y suspiré, buscando la paciencia para limpiar todo esto. Me lo merecía por confiar en las palabras de Agustín. Ojalá y algún día, le cayera un rayo en la cabeza por haberme traicionado. Me coloqué los enormes guantes de jardínero y con una bolsa negra en una mano, comencé a recoger las hojas.

Mis esfuerzos parecían no tener éxito, ya llevaba tres bolsas llenas de hojas y aún me faltaba más de la mitad. Mi espalda comenzaba a punzar y mis piernas hormigueaban con ardor. Me dediqué a tomar un respiro y levanté la vista hacia las ventanas del segundo piso. Por alguna razón, mis ojos se posaron en la habitación del intruso y ahí estaba Agustín, mirándome por la ventana con una sonrisa.

Ignorando el dolor que circulaba por mi cuerpo, me levanté y alcé el brazo, mostrándole el dedo medio con toda la intención. Sin dejar de sonreír, negó ligeramente la cabeza y cerró la cortina.

―Estúpido ―murmuré, mientras volvía con mi labor.

Minutos después, cerré la quinta bolsa y la coloqué junto a las demás. Escuché la puerta corrediza y vi a Agustín. Estaba recién duchado, mientras yo estaba sudando y sufriendo. Fruncí el ceño cuando observé detenidamente el estampado de su camiseta. Era una chica anime en traje de baño y a lado decía: "You are so sexy". Si estaba refiriéndose a él, tenía que darle la razón. Aparté la vista y continué recogiendo las hojas que faltaban.

―No has limpiado mi habitación ―lo escuché decir, sintiendo que caminaba hacia a mí.

―Puedes hacerlo tú mismo ―respondí, concentrada en lo que estaba haciendo.

―Dámelos ―dijo bruscamente. Lo miré, confundida. Esperaba que no estuviera proponiendo algo pervertido porque lo golpearía.

―¿Qué? ―suspiró y pasó los dedos por su cabello que relucía.

―Dámelos ―repitió, pero ésta vez señaló los guantes que llevaba puestos.

―Los estoy usando ―escondí las manos por detrás de la espalda. Pretendía que recogiera las espinas sin protección y no lo iba a permitir.

―Bueno, si quieres que te ayude tengo que proteger éstas manos ―dijo, mostrándolas.

¿Iba a ayudarme?

Como sea que fuera, tenía que aprovechar su cortesía. Me quité los guantes y se los entregué. Se los colocó y éstos quedaron justo a la medida. Tomó la bolsa negra y comenzó a levantar las ramas espinosas en silencio.

―Gracias ―susurré, sentándome en el césped. No debía agradecer, pero la palabra salió involuntariamente de mi boca.

―No es nada ―contestó, sin mirarme―. Después de todo, también soy responsable ―podía tomar ese comentario como una disculpa.

La siguiente hora y media me deleité, observando a Agustín y admiré la manera en la que sus bíceps se contraían cada vez que ponía sus brazos en movimiento. Tampoco pude perder de vista los músculos de sus hombros y su espalda, se tensaban al agacharse y se relajaban al levantarse. Era todo una escultura para mi visión.

Los rayos del sol caían sobre su cabello castaño claro, dándole una apariencia dorada. Por un instante, me pregunté qué se sentiría enterrar los dedos a tráves de su cabellera. La tentación de ir a comprobarlo y explorar cada centímetro de su cuerpo se hacían cada vez más insistente. ¿Qué me pasaba? Sacudí la cabeza, despejando los pensamientos depravados que comenzaban a invadir mi mente.

―Deja de mirarme ―murmuró, aún de espaldas hacia mí e inmediatamente me sonrojé y desvié la mirada al vacío. Decían que las personas eran capaz de sentir las miradas intensas de otras, así que supongo que él era una de ellas.

Luego de tirar las bolsas a la basura, entramos a la casa y nos dirigimos a la cocina. Tenía mi cabeza sobre la mesa y los brazos estirados a los lados. Estaba agotada y transpirada. Necesitaba una ducha urgente, pero tenía que esperar a que el calor del cuerpo disminuyera.

―Voy a morir del cansancio ―me quejé, dejando salir largo suspiro.

―No seas dramática, no fue para tanto ―contestó sin verse afectado. Se acercó a la mesa y colocó una jarra de agua, junto con un par de vasos.

―¿No fue para tanto? ―levanté mi cabeza y lo miré, arqueando las cejas―. Te recuerdo que desde las nueve de la mañana estuve limpiando la casa.

Su sonrisa desvaneció y me miró por unos segundos. Estaba segura que quería decir algo,¿Disculparse correctamente, tal vez? Tenía esa esperanza, pero todo se fue por la borda cuando bajó la mirada y agregó agua a los vasos de vidrio. Era orgulloso o simplemente no quería decir que había tenido la culpa. Me ofreció el vaso y sin dudar, tomé su contenido. Mi garganta agradeció la sensación de la agua refrescante. En cuestión de segundos, volví a llenar el vaso y bebí nuevamente, sintiendo una sed incontrolable.

Después de unos minutos de silencio, miradas correspondidas y sonrisas delatadoras, me levanté y puse la jarra de agua dentro del refrigerador casi vacío. Lo que me recordó que tenía que ir por las compras.

―Tenemos que traer provisiones para la despensa ―dije, cerrando el refrigerador.

―Tenemos que ducharnos primero ―comentó e imaginé algo que no era apto para mi mente. Se percató de mi expresión y sonrió, maliciosamente―. Podemos hacerlo por separado, pero si quieres que nos duchemos juntos, te puedo asegurar que...

―Cállate ―lo interrumpí, rodando los ojos y salí de la cocina

―Estaba bromeando ―lo escuché decir con diversión. Sacudí la cabeza y reí, mientras subía las escaleras.Comenzaba a agradarme ese lado de Agustín.

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Ya que estoy muy alegre, les regalo esté capítulo e inicio de maratón 5 capítulos.

Elijan entre éstas opciones:
1. ¿Quieren el maratón entre hoy y mañana?
2. ¿todos hoy?
3. ¿Quieren que cada capítulo tenga meta para actualizar?

Por último los días fijos para actualizar son los domingos, martes y jueves.

Puede que algunos viernes, como regalo.

Maratón 1/5

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