5. Sentimientos confusos
Los días fueron pasando lentamente y para ser honesta, fueron los más relajantes. No volví a cruzar ninguna palabra con Agustín desde que acepté su misterioso trato. De hecho, no lo veía como era de costumbre. No es que me gustara estar viéndolo todo el día, pero su ausencia me tomó a la deriva.
Su rutina era salir a correr por las mañanas, y por las tardes se iba con alguno de sus amigos. Regresaba a horas inapropiadas, algunas veces llegaba al amanecer y nadie se veía consternado por eso. Me pregunté cuántos años tendría para que tuviera esa libertad de volver a casa a la hora que se le antojara. Debía tener veinte a lo mínimo,pero aún así, debía tener un poco de respeto y consideración hacia nosotros. Pero parecía que yo era la única que se mortificaba con respecto a eso ya que ni mis padres, ni Catalina ―que aparentemente era la responsable de Agustín― se daban la molestia de llamarle la atención.
Sabía con certeza que si fuera yo la que actuara así, papá ya estaría inscribiéndome en una escuela de monjas con la finalidad de tener un comportamiento adecuado. Me parecía totalmente injusto que tuvieran preferencias con Agustín sólo por el hecho de que era hombre.
El sábado por la mañana, inicié el día con una deliciosa ducha. Luego de terminar, bajé feliz mente por las escaleras y me dirigí a la cocina. Mi alegría se debía a la armonía de no ser molestada por el intruso. Era como si se hubiera rendido de fastidiarme, pero a pesar de la inmensa felicidad, se escondía una inseguridad detrás de ello. Sabía que tenía que seguir alerta a cualquier comentario o movimiento, a Agustín lo consideraba como un felino que en cualquier momento podría atacar, tomando a su víctima desprevenida.
El desayuno, que estaba compuesto por huevos fritos, tocino, fruta y té fueron suficientes para que estuviera satisfecha. Después de todo no era una mala cocinera. Aunque debería aprender un poco más sobre cocinar, no sobreviviría a base de cereales y comidas rápidas todo el tiempo. Había que compararse con ese adictivo juego llamado "Los Sims", los tentempiés y pizzas no era suficiente para cubrir sus necesidades. Lo mismo pasaba en la vida real, a menos que llevaras una dieta estricta.
En ese instante, Agustín llegó a la cocina y traté de no atragantarme. Diablos, sí que era atractivo a pesar de que estaba vestido de manera informal. Llevaba una camiseta de tirantes blanca, shorts negros que le llegaban por debajo de la rodilla y tenis deportivos dignos de soportar carreras olímpicas. Su aspecto era lo que me ponía nerviosa. Tenía que admitir que se veía sexy sin importar que su rostro estuviera asoleado y transpirado. Me parecía una locura pensar que las gotas de sudor que caían por su frente, formaran parte de su atractivo.
Me miró de reojo, mientras tomaba un vaso de agua. Sabía que lo estaba admirando. Sonrió por encima del vaso,descubriendo la debilidad que sentía. Lo ignoré lo más que pude, pero mi mirada parecía estar de mi contra porque viajaba hacia a él, observando sus bíceps. Afortunadamente, salió de la cocina, permitiéndome respirar con normalidad. Tenía que acostumbrarme a verlo todos los días y esperaba poder lograrlo porque las hormonas se despertaban cuando estaba cerca.
Por la tarde, estaba descansando luego de haber limpiado mi cuarto. Creo que me sentí un poco avergonzada por saber que la habitación de Agustín estaba más ordenada que la mía, pero ya di mis razones para no volverme una adicta a la limpieza. Anormalidad era una de ellas. Mientras estaba leyendo, me acordé que no había pedido permiso acerca de la fiesta de ésta noche. Me golpeé la frente y cerré el libro. Nada más faltaba que no me dejaran ir por no haber avisado antes.
Mis padres no se encontraban en ninguna parte, por lo que me pareció un tanto desconcertante. Generalmente, se quedaban los sábados en casa. No había señales de ellos e incluso de Catalina. La habitación de la planta baja,estaba vacía. Busqué en el jardín y en la cocina, pero no tuve éxito. Fui a la sala y me dirigí directamente a la ventana. La camioneta de mis padres no estaba así que tenía que esperar a que regresaran. Eran la seis de la tarde y si por alguna razón no llegaban antes de las nueve, tenía que despedirme de las cuatro ventajas que había contemplado. Suspiré y dejé caer mi frente contra el vidrio. Quería ir a esa fiesta.
―¿Buscabas a alguien? ―me giré sobresaltada, encontrándome con Agustín sentado en el sofá.
―¿Sabes a dónde fueron mis padres? ―pregunté llevando una mano a mi pecho, tranquilizando el susto.Comenzaba a pensar que lo había hecho a propósito, pero debió haber estado en la sala antes de que yo apareciera. Estaba tan concentrada en llegar a la ventana, que no volteé a mi alrededor.
―Llevaron a Catalina a entregar unos catálogos pendientes ―contestó, pacíficamente.
―Oh ―esperaba que volvieran a tiempo.
―¿Para qué los buscabas? ―preguntó, poniéndose de pie.
―Ese no es tu asunto ―dije, comenzando a caminar hacia las escaleras.
―No les has pedido permiso, ¿verdad? ―me detuve y me giré hacia él, preguntándome cómo diablos lo sabía.
―No, aún no.
―Tuviste dos largos días para hacerlo ―arqueó las cejas.
―Olvidé decírselos ―me encogí de hombros y aparenté indiferencia, sabiendo que por dentro estaba ansiosa.
―Oh claro, tal vez fue porque me mirabas todo el tiempo ―sonrió, apreciando mi reacción atónita.
―No te miro todo el tiempo ―repliqué, intentando convencerme de ello.
―¿Ah no? ¿Y qué me dices de ayer? Me estabas observando desde la ventana de tu habitación mientras hacía abdominales en el jardín ―frunció el ceño, confundido.
¿Qué podía decir? Mentir no era una salida convincente. Sí, estuve mirándolo como una obsesionada hasta que terminó. Pero fue una coincidencia. Cuando abrí las cortinas, ahí estaba recostado en el césped haciendo sus ejercicios con su torso desnudo. No iba a perderme algo como eso, pero tampoco se lo iba a decir.
No quedó más que seguir subiendo las escaleras. Escuchaba su risa y mis mejillas ardieron. Él sabía que lo estaba mirando y aún así, continuó. Entré a la habitación y cerré la puerta bruscamente. Idiota, retrasado, estúpido,demente. Las palabras aparecieron en mi mente cuando pensé en él.
Lo que lograba escuchar desde mi habitación era los autos que transitaban en el exterior. Tal vez de tanto reírse le dio un paro cardíaco o se ahogó en su propia saliva y ahora estaba tirado en medio de la sala, agonizando. Bien, no tenía por qué ser tan extremista. Al cabo de unos segundos de silencio, hubo unos golpes detrás de la puerta. La abrí y lo encontré en perfectas condiciones, recargado en el marco de la puerta.
―Sólo para avisarte que ayer les dije a tus padres que te invitaría a salir ésta noche y aceptaron ―me quedé mirándolo, procesando su comentario. Era géntil de su parte haber pedido permiso porque parecía que no volverían dentro de unas horas, pero luego reflexioné.
―El que me invitó a salir fue Lionel ―aclaré.
―Imagino que así se llama el tipo que estaba esperándote en su auto aquella noche ¿no? ―dijo, amargamente― Como sea, nos vamos a las nueve.
Eran las ocho y media de la noche, mis padres todavía no daban señales de regresar. Me calmé cuando recordé que tenía el permiso de salir. Le hubiera agradecido a Agustín sino fuera por su actitud despectiva. Debido a que no era un evento formal, decidí ponerme un vestido azul cielo de tirantes que llegaba de largo un poco arriba de las rodillas. Me ondulé el cabello, dejándolo suelto y lo combiné con maquillaje moderado, unas cuantas capas de rímel, un gloss rojizo y listo. Cogí el bolso de mano y fui a la sala en donde Agustín estaba esperándome.
Llevaba un pantalón de mezclilla azul fuerte y vans negros, su camisa roja se ajustaba en sus brazos y hombros.Tenía el cabello castaño y lo llevaba despeinado salvajemente. Nuestras miradas se conectaron y me encogí. Se tomó su tiempo para inspeccionarme de arriba a abajo.
―Te ves muy bien, Carolina ―entendía su asombro; desde que ha estado aquí, sólo me ha visto en pijama, jeans y blusas normales. Para no extender los halagos y evitar decir en respuesta "Tú te ves extremadamente sexy", salimos de la casa.
Cuando entramos al club, ignoré su presencia al instante en que vi a Lionel y Valentina. Él lucía impecablemente masculino. El cabello rubio y sus ojos verdes me hipnotizaban más de lo usual. Valentina, por otro lado, llevaba unvestido corto en color rojo que se ajustaba a su cuerpo. Ella tenía una personalidad atrevida y extrovertida, admiraba su valentía en usar algo tan provocativo.
―Por Dios, ¿Él es la persona que está quedándose en tu casa? ―cuestionó Valentina, señalando a Agustín quien observaba a su alrededor despreocupadamente.
―Sí, es un arrogante ―respondí, arrugando la nariz.
―Es un arrogante muy sexy ―comentó asintiendo hacia a él. Sacudí la cabeza y cambié el tema. No quería pasar la noche convenciendo a mi amiga que era un idiota andante.
Conseguimos una mesa, y Lionel se sentó a mi lado. Valentina no perdió el tiempo y se fue con un chico que la invitó a bailar. Lionel me comentaba que estaba ansioso en que iniciaran las clases para poder vernos como antes. Lo malo de esto era que odiaba la universidad, ¿Y quién no iba a detestarla cuando te encargaban kilos de proyectos, sumado con tediosos exámenes? Al fin de cuentas, todo ese sacrificio era para obtener un título y no quedar desamparada el resto de mi vida.
Cuando Valentina volvió, comenzó a hacer preguntas sobre Agustín. Fastidiada, le conté un resumen sobre las últimas dos semanas de su estancia. Y como la típica amiga, decía que era mi oportunidad de tratar algo amoroso con él, pero me negué a pensar en eso. Mi objetivo era totalmente lo contrario.
La noche se fue prolongando. Bailé como nunca. Extrañaba la sensación de estar riendo y gritando cuando sonaba alguna canción del momento. Una vez que la música pasó a un ritmo lento, regresamos a nuestras respectivas mesas a descansar. El mismo chico que había bailado con Valentina, quien se presentó con el nombre de Michael, se sentó a su lado y comenzaron a conversar.
Miraba a mi alrededor, esperando a que Lionel volviera con las bebidas, cuando localicé a Agustín en una de las mesas que se encontraban en el rincón del lugar. Un ligero enojo se apoderó de mí al notar que estaba acompañado. Una chica rubia estaba apegada a él, con sus brazos en su cuello.
¿Qué diablos me sucedía? ¿Por qué de repente sentía cómo la sangre comenzaba a hervir? No podía estar celosa de un egocéntrico como él. No tenía que tener envidia por ver cómo le sonreía y le susurraba a la chica. No y no. Debía ser un estúpido truco de mis hormonas para que me confundiera. Sí, debía ser eso.
Por lo menos tenía buen gusto; la chica era bonita, pero la exageración de maquillaje decepcionaba. Y sobre su atuendo, bueno, estaba cerca de estar desnuda. Su diminuto vestido era aún más corto que el de Valentina, así que ya se imaginarán. Se veía tan empalagosa. Reía falsamente como una réplica de barbie, mientras jugueteaba con la camisa de Agustín. En ese instante, su mirada se encontró con la mía y nos quedamos viendo por unos momentos, apesar de las personas que cruzaban.
Una sombra apareció frente a mí, interrumpiendo el contacto visual. Visualicé a Lionel, dejando las bebidas en nuestra mesa y por un momento, quise hacerlo a un lado.
―¿Quieres bailar conmigo? ―dijo él, regalándome una de sus mejores sonrisas. Asentí y tomé su mano, sin protestar. Llegamos a la pista, parejas estaban moviéndose de un lado a otro, siguiendo el ritmo lento y suave dela música.
Mis brazos rodearon su cuello, mientras que Lionel colocaba sus manos en los costados de mis caderas ya cortó la distancia, atrayéndome a él. Seguímos el compás de la canción, imitando los movimientos de los demás.Miré sobre su hombro y accidentalmente, la vista se fue hacia donde estaba Agustín. Fruncí ligeramente el ceño cuando me di cuenta que la rubia estaba sola. Supuse que se había aburrido de ella y ahora estaba con otra.
El pensamiento fue descartado cuando lo encontré en otra mesa, conversando con varios chicos. Reconocí a uno de ellos, era el que aveces venía por Agustín cuando Catalina usaba su camioneta. Recordé que ella mencionó su nombre, y ese era Ruggero. Sin perder el ritmo de la melodía, noté que Ruggero se inclinó hacia a él, diciéndole algo que mi percepción no logró comprender pero que fue fácil descifrarlo. Agustín volteó a mi dirección y aquella sonrisa que tenía plasmada en su rostro, fue desapareciendo mientras nos miraba.
―¿Ése es Agustín? ―aparté la vista y miré a Lionel.
―Sí ―me limité a decir, y pude observar la frialdad en sus ojos.
Alterné la vista entre ellos y me percaté que se estaban fulminando con la mirada. Conocía a Lionel y en cualquier momento se acercaría a Agustín, preguntándole si tenía algún problema y eso no daría una buena impresión. La canción terminó y tomé esa excusa para llevarlo de vuelta a la mesa, rompiendo las dagas asesinas que se enviaban el uno al otro.
―No sabía que se llamaba Agustín ―murmuró a sí mismo, tomando asiento a mi lado.
―¿Lo conoces? ―me miró, dudando y luego sonrió sin mostrar los dientes.
―Lo he visto un par de veces, eso es todo ―finalizó, encogiéndose de hombros.
Las preguntas curiosas comenzaron a invadir mi mente ¿En que lugares lo había visto? ¿Qué sabía de Agustín? ¿Porqué su voz se tornó amargo al hablar de él? ¿Por qué ambos se miraban con tanto odio como si hubiera algo personal entre ellos? No tenía respuestas, pero por alguna razón, quería averiguarlo.
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