42. Recuerdos, aclaraciones y felicidad

A eso de la una de la madrugada, obligué a Agustín para que saliera de mi habitación. Él insistía en querer pasar la noche conmigo pero le borré esa ilusión. Todavía se escuchaba la música desde su cuarto y a esas horas no es muy conveniente tener canciones de su banda favorita. Alguien podía llamarle la atención y ahí se descubriría nuestra desobedencia ante las condiciones de mi papá.

Al día siguiente, me desperté pasadas de las diez de la mañana. Tuve que recuperar las horas que consumí la noche anterior al quedarme platicando con Agustín en mi habitación. Pero a pesar de eso, no me arrepiento de haberme desvelado. Valió la pena ya que recibí muchos besos y caricias tiernas de su parte. 

-Es muy tarde para estar desayunando -levanté la vista y Catalina venía entrando con una sonrisa divertida. 

-Nunca es tarde para alimentarse -le sonreí y continué terminando mi comida. 

Luego de prepararse un café, tomó asiento frente a mí y dejó caer encima de la mesa uno de sus catálogos.

-¿Te desvelaste leyendo un libro? -preguntó, mientras hojeaba la revista. 

La miré y sentí como me congelaba momentáneamente en mi sitio. No me inquietaron exactamente sus palabras, sino en la manera sarcástica en la que formuló la pregunta. 

-Más o menos -logré decir con nerviosismo. 

-Imagino que Agustín estuvo involucrado en eso -añadió, dándole un pequeño sorbo al café caliente.

Me removí incómoda, intentando buscar alguna justificación. Catalina no era estúpida. Detrás de esa persona amable y dócil, había una mujer inteligente y astuta. 

Percatándose de mi silencio, apartó la vista del catálogo y me sonrió dulcemente. 

-No te preocupes Carolina, sabes que no diré nada -me miró con complicidad y se volvió a lo que estaba haciendo. 

Estaba segura que no diría nada. Ella fue la primera en descubrir la conexión amorosa que Agustín y yo estábamos ocultando. Así que sinceramente no me preocupaba por ello. Pero sus acertaciones me sorprendían, a veces me preguntaba si tenía alguna especie de superpoder en donde puede leer la mente o algo por estilo. 

-¿Cómo lo supo? -susurré, sintiendo mis mejillas arder. 

Yo que recuerde, Catalina estaba en la cocina cuando me fui a mi recámara. 

Cerró la revista y alzó la vista, aún con esa sonrisa de tranquilidad. 

-Conozco a Agustín. De pequeño cuando le prohibía salir a jugar por no haber terminado la tarea, se encerraba en su habitación, subía el volumen de la televisión y se escapaba por la ventana para ir con sus amiguitos -se quedó pensativa, recordando el pasado- Al principio no lo sabía pero una vez me di cuenta cuando lo vi entrar por la ventana como un pequeño ladrón. 

Se rió a la vez que negaba con la cabeza. Imaginar a Agustín de pequeño actuando con rebeldía en una edad tan temprana, causó que me uniera a Catalina. Por lo que veo esa costumbre la tiene desde mucho antes. 

Dejamos de reír cuando Agustín entró a la cocina, frunció el ceño preguntándose la causa de nuestras risas mientras se recargaba en la pared. 

El ambiente risueño desapareció en cuanto mi mirada se enfocó en su pecho desnudo. Los músculos de su abdomen se veían cada vez más firmes y notorios. Sigo pensando que hace algún tipo de ejercicio en su habitación para mantenerlos en forma. Me mordí el labio involuntariamente. Me convencí que su cuerpo maduro estaba apto para un chico de veintiún años. 

-Agustín, debes acostumbrarte a usar una camisa cuando te despiertas. Alicia no tardará en llegar -lo regañó Catalina mientras se ponía de pie. 

Oh. La tía Alicia vendría a visitarnos. No lo retuve en mi memoria cuando mi mamá me lo hizo saber, por todo eso de la interrupción de anoche y ya saben. 

Haciendo una mueca, Agustín flexionó sus brazos detrás de su cabeza para luego estirarse. Y dios santo, tanto susbíceps como sus músculos abdominales se tensaron al momento que los puso en movimiento. No pude apartar la vista cuando su pantalón de franela, bajó unas pulgadas dejándome observar como una parte de la línea V quedaba cubierta por el elástico de su pijama. Aquellos golpes y moretones habían desparecido por completo. Ahora su piel se veía tersa y suave. 

Cuando menos pensé, Catalina ya se había ido de la cocina. Tal vez lo hizo a propósito para dejarnos solos. Ella sabe cuando ser oportuna. Agustín dejó salir un suspiro profundo y se incorporó. Sentí su mirada pero yo aún seguía hipnotizada, apreciando su esfuerzo y dedicación de su cuerpo. 

-¿Te gusta lo que ves? -mi vista fue ascendiendo hasta llegar a sus ojos almendrados que me observaban con intensidad, acompañado de una sonrisa arrogante. 

-No mucho que dígamos -mentí descaradamente. No quería subirle el ego más de lo que ya estaba. 

Sus cejas oscuras se levantaron con asombro. 

-¿Ah no? -me levanté de la silla y cogí el plato. 

-No -lavé el traste sucio y lo dejé en su lugar. 

Me giré y me topé con el cuerpo de Agustín. Me observó por unos segundos y luego volvió a sonreír. 

-¿Te acuerdas que un día entraste a mi habitación y yo venía saliendo de la ducha? 

¿Cómo olvidar ese día? Mi cara ardía en llamas y fue un milagro que no explotara por la intensidad del asunto. 

-Si, una toalla blanca rodeaba tu cintura -argumenté al recordar su postura. 

-Y ¿Te acuerdas que te pusiste nerviosa cuando te di permiso de tocar mis abdominales? -su voz ronca fue despertando esas hormonas que siempre me delataban. 

-No estaba nerviosa -repliqué, mirando sobre su hombro desnudo para evitar ver al culpable de mi estremecimiento. 

Sus dedos se instalaron en mi barbilla y la enfocó para que mis ojos se encontraran con los suyos. 

-Si lo estabas, y lo estás en este momento -susurró mientras tomaba mi mano.

No emití ningún sonido. No hasta que sujetó mi muñeca, dirigiéndola a su cuello. Fue descendiendo y con la palma de mi mano, sentí su piel caliente. No soltaba su agarre, en cambio, continuó bajando hasta que me encontré con sus contorneados abdominales. Pasé saliva lentamente. Estaban como lo imaginaba, firmes y duros. Seguí mi camino y me detuve cuando llegué al elástico de su pantalón de franela. 

Su pecho se elevó y lo escuché exhalar desesperación. Lo miré y sus ojos se oscurecieron. Conocía esa mirada, era una llena de lujuria y deseo. 

-Quiero que seas mía -su voz áspera y sus palabras fueron suficientes para que una sensación placentera se instalara en mi estómago.

-Soy tuya -murmuré, manteniendo la unión de nuestras miradas. 

Sonrió con ternura y me acarició la mejilla con suavidad. 

-Lo eres, pero quiero pertenecerte físicamente. 

Fue entonces cuando me di cuenta que yo también quería que fuera mío. Me pertenecía emocionalmente y el siguiente paso seguía en nuestra espera. Pero todo a su tiempo. Las mejoras cosas suceden cuando no están planeadas y será mejor esperar hasta que se presente el momento adecuado. 

-No quiero presionarte, sólo quería que lo supieras -dijo cuando me quedé en silencio. 

Asentí con una sonrisa. Sabía que estaba ansioso para que ese momento llegara y para no negarlo, yo también. Se acercó a mí y sus labios chocaron con los míos con suavidad. El beso no fue hambriento o feroz, el ritmo de nuestras bocas era lenta y con pausas. Estábamos disfrutando y saboreando con delicadeza la textura de nuestras bocas. Es increíble como una persona puede hacerte sentir única y especial con tan sólo un beso.   

Este tipo de demostraciones era lo que quería evitar mi padre pero él y mi mamá se encontraban en el trabajo, así que no podrán saber con exactitud lo que estábamos haciendo. Además Catalina se encargaría de decirles que estuvimos cumpliendo a sus condiciones. 

Agustín permaneció bastante tiempo antes de separarse. Lo abracé y me envolvió en su brazos con fuerza, logrando sentir como los latidos de su corazón palpitaban con rapidez en mi mejilla. En eso, sonó el timbre y no tuve más que alejarme de él. Mi tía Alicia había llegado. 

-Ve a ponerte algo decente -dije, al notar que se encontraba semidesnudo. 

Rió y caminó hacia la puerta. 

-Lo haré, no quiero que se desmayé al ver mis atributos-comentó orgulloso. 

-Presumido -respondí, negando con la cabeza. 

-Recuerda, todo esto es tuyo -se señaló a sí mismo y se fue dejándome con una sonrisa en mi rostro. 

Alicia estaba mejor que nunca. Su rostro no estaba demacrado ni triste. Al momento en que llegó, la recibímos con los brazos abiertos. Incluso Agustín, quien se duchó y se vistió, se presentó ante Alicia como mi novio. Y eso fue suficiente para que mi tía me atacara con preguntas y consejos incómodos. Catalina se encargó de decirle acerca dela pequeña bomba que explotó cuando mi papá se enteró. Obviamente como buena jueza, Alicia se puso de mi lado. Realmente estaba feliz por ella. Mi mamá y Catalina lograron que su depresión desapareciera, tal vez no por completo, pero estoy segura que poco a poco se irá recuperando. 

-Si que le dedicas tiempo a tus brazos ¿puedo? -le dijo Alicia a Agustín.

Él asintió, dándole permiso para que mi tía tocara los músculos de sus bíceps. Negué con la cabeza y me cubrí el rostro. Parecerá absurdo pero me sentí un poco celosa. Lo sé, no debería solo porque una mujer mayor lo está admirando pero que no toque demasiado a mi hombre. 

-Elegiste a un chico fuerte, así podrá defenderte y protegerte -terminó Alicia diciendo cuando se alejó de sus brazos. 

Agustín sonrió satisfecho por su comentario y me miró con diversión. No era necesario que lo halagara. Todos sabemos que tiene un cuerpo escultural pero no hay que decírselo tantas veces o sino terminará con el ego en las nubes. Aunque me encargaría de traerlo de nuevo a la tierra. 

Nos quedamos en la sala y nos platicó sobre su progreso de combatir la soledad. Se fue la mañana hablándonos sobre ello y aprendí que hay que mantener a tu mente ocupada para que esas vocecitas malignas no aparecieran. A mi lado se encontraba Agustín y su mano descansaba en mi rodilla mientras escuchaba con atención los consejos de la tía Alicia. Después de todo, su visita no fue tan abrumadora como esperaba. 

Cuando mis padres llegaron, se quedaron conversando por un rato. Agustín y yo nos quedamos en el sofá viendo televisión. Mi papá se asomaba de vez en cuando para asegurarse que no estábamos siendo afectuosos. Rodeaba los ojos cada vez que aparecía. Se está comportando demasiado dramático y sobreprotector. Pero sé que algún día aceptará por completo los sentimientos que nos tenemos el uno al otro. 

Despedimos a la tía Alicia con palabras alentadoras para que siguiera superándose. Al poco rato, mientras seguíamos viendo televisión, sonó el timbre. Agustín estaba listo para levantarse, pero me adelanté y abrí la puerta. 

Un chico demasiado atractivo, se encontraba al otro lado. La belleza de Agustín era aún mejor pero no soy ciega, el tipo estaba de buen verse. 

-¿Puedo ayudarte? -pregunté, al notar su silencio. 

Parpadeó y sonrió.

-¿Aquí vive el señor Ricardo Kopelioff? 

-Si, es mi padre ¿Qué se te ofrece? -cuestioné confundida. 

En eso, sentí como Agustín llegaba hasta nosotros. Lo miré pero su vista estaba enfocado en el chico de cabello rizado y ojos mieles. 

-¿Quién eres tú? -dijo, frunciendo el ceño. 

Logré ver como el chico se sentía intimidado por la mirada asesina que Agustín le enviaba. Se volvió hacia mí y me mostró una carta. 

-Mi padre es amigo del tuyo y me pidió que le entregara esto -tomé el sobre blanco y asentí. 

-Existen los correos electrónicos ¿sabes? -escuché decir a Agustín con burla.

-Lo sé, es sólo que mi papá se quedó en la época antigua -se defendió el chico con tranquilidad. 

-Deberías enseñarle usar una computadora para que no tengas que venir a dar recados -la voz de Agustín era brusca y profunda. 

-Agustín...-advertí para que se quedara callado. 

Me miró aún con el ceño fruncido y dejó salir un suspiro frustrado. 

-Gracias, yo le entregaré esto -le dije al chico antes de que se despidiera con una amable sonrisa. 

Cerrando la puerta, me volví hacia Agustín. 

-Que cruel eres, asustaste al pobre chico. 

-¿Asustarlo? Sólo le dije la verdad -se encogió de hombros y se sentó en sofá.

Negué con la cabeza y fui a entregarle el sobre a mi papá. Al llegar a la habitación de mis padres, me di cuenta que estaban discutiendo. No iba a entrometerme pero cuando escuché mi nombre, fue allí cuando supe que estaban hablando de mi noviazgo con Agustín. 

-Ricardo, Carolina ya no es una bebé. Ella puede diferenciar lo que está bien y lo que está mal -decía mi mamá. 

-Eso lo sé, no quiero que salga lastimada -la voz de mi padre era tranquila y serena. 

En ese momento, respiré profundo y abrí la puerta. Ambos se giraron hacia mí. 

-Llegó esto para ti -le entregué la carta a mi padre y miré a mi mamá. 

Ella me sonrió y se sentó en la cama. 

-¿Qué es? -cuestionó mi mamá, volviendo su atención a mi papá. 

-Alex organizó una cena el día de mañana...¿Quién vino a entregarlo? -me miró. 

-Un chico, dijo que era su hijo. 

-Oh, ese era Jorge -concordó, dejando la carta en la mesita. 

 Asentí y me giré para salir de la habitación. Pero en eso, escuché como la garganta de mi mamá se aclaraba. 

-Ricardo...-le dijo en tono de advertencia. 

-¿Carolina? -me volví sobre mis talones y me enfoqué en mi papá. 

-¿Si? 

Se quedó mirando el suelo mientras dudaba con seriedad. Luego levantó la vista y por la expresión de su rostro, supe que sería algo bueno. 

-Tienes mi permiso para salir con Agustín -abrí los ojos con sorpresa y me congelé. 

¿Estaba escuchando bien? Miré a mi mamá y ella mantenía una sonrisa de oreja a oreja. No sé cómo le hizo pero logró convencerlo. La sensación de felicidad llegó a mi sistema y dando brinquitos de alegría, me acerqué a el y lo abracé. 

Me correspondió después de unos segundos. 

-Gracias, gracias, gracias -dije sin despegar mi mejilla de su hombro. 

Me dio unas suaves palmaditas en la espalda y se fue alejando lentamente. 

-Sólo no se coman entre ustedes -sonreí y me dirigí a mi mamá. Le agradecí dándole besos en la mejilla. 

No quiero ni imaginarme la reacción de Agustín.   



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Con esto me despido, hasta el domingo y en mi otra historia hasta el sábado. 

Especial Navideño 6/6

Buenas noches. ¡L@s quiero!

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