33. Tentación interrumpida

Era sábado por la tarde. Desde la mañana estuve como loca buscando un vestido apropiado para la noche de hoy. Me había levantado temprano con la esperanza de encontrar uno en mi closet. 

Lo único que tenía eran dos vestidos que parecían atuendos para algún funeral. Luego de entrar en una mini depresión por no tener que ponerme, llamé a Valentina. 

No pasó ni la hora cuando ya se encontraba frente a mi puerta. Le pedí que me acompañara a ir de compras. No soy experta en todo eso de la moda y para elegir un vestido necesito una segunda voz. Y que mejor que la de mi mejor amiga. 

Mucho antes de irme, había ido a la habitación de Agustín para ver cómo seguía de sus heridas. Pero para mi sorpresa, estaba dormido. 

Al verlo recostado sobre la cama con las sábanas enredadas en sus pies y con su pecho desnudo, me dieron ganas de olvidar todo y quedarme sentada como idiota para admirarlo mientras dormía. 

Pero luego pensé en que parecería una psicópata si Agustín se despierta y me encontrara observándolo como una novia en celo.

Fue por eso que no decidí hacerlo, solo me limité a darle un pequeño beso en la mejilla. 

Cuando llegamos a la tienda de ropa, me estresé. Valentina comenzó a buscar varias opciones. En su mayoría no eran de mi gusto. Me mostró diferentes vestidos, de diferentes colores y medidas. 

Utilicé el vestidor varias veces que ya comenzaba a odiarlo. Ninguno me era suficiente. Buscaba algo sencillo pero a la vez elegante y atractivo sin la necesidad de mostrar demasiada piel. 

Pero al parecer, en este lugar solo tenían vestidos idénticos al que Angela usó aquella vez, que por cierto, no le duró mucho ya que tuve la dicha de destrozárselo con las manos.

Y lo menos que quería era parecerme a ella con respecto a su forma de vestir. 

―Carolina, ya te mostré la mitad de los vestidos que venden en este lugar y no te decides por alguno ―dijo eufórica lanzando sus brazos al aire. 

―Éste está horrible ―señalé el horrible vestido azul chillante que llevaba puesto. 

―Se te ve bien ―expresó rodando los ojos.

―¡Claro que no! No me cubre nada ―argumenté haciendo una mueca. 

Valentina soltó un suspiro llevándose las manos a la cara para calmar su ansiedad. Después se levantó del pequeño sofá de piel y se dirigió a la última sección de vestidos que faltaban. 

Me sentía estresada, enojada y patética. ¡Es sólo un vestido Carolina! No actúes como si fuera el fin del mundo. 

Esa estúpida vocecita me ponía de mal humor cada vez que se cruzaba por mi mente. Yo nunca fui ese tipo de chicas que se preocupan por su aspecto, si estuviera en otra situación elegiría uno sin siquiera medírmelo. 

Y aunque no quería admitirlo, quería impresionar a Agustín. Es por él por lo que estoy así tan frustrada por no encontrar algo adecuado para la ocasión. 

Ahora entiendo a las chicas que están a punto de casarse cuando no encuentran su vestido de novia ideal. 

Escomo tener una crisis cerebral al triple.Ya ni sé porqué me estoy comparando con una novia a punto de contraer matrimonio. 

Gruñendo de desesperación, entré de nuevo al estúpido vestidor. 

¡Sólo a ti se te ocurre comprar un vestido el mismo día del festejo! 

Me quité el asqueroso vestido (si es que se le puede llamar así a una prenda que solo cubre un 20% de tu cuerpo) y lo dejé en la silla que se encontraba en el rincón. 

―Estos tres son los últimos, si no te gusta ninguno tendremos que ir a otra tienda ―escuché la voz de Valentina mientras me lanzaba los vestidos por encima de la puerta. 

Los tomé y fui examinándolos uno por uno. El primero era gris con lentejuelas, descartado. El segundo era color amarillo mata pupilas, descartado. El tercero era un color turquesa, lo sujeté bien y lo puse frente a mí para observarlo con detenimiento. 

El color era hermoso, en la parte del escote tenía forma de corazón. El vestido terminaba unos seis dedos por arriba de la rodilla, la medida perfecta. A simple vista me encantó. 

Con la esperanza en mis venas me puse el vestido rápidamente. Me miré al espejo y perfecto. Más que perfecto. Me sentía cómoda y la apariencia que tenía era elegante y a la vez sexy. 

Me giré para ver la parte de atrás y más feliz no pude estar. La espalda estaba al descubierto de una manera sencilla y provocativa. No queda duda que el último es el mejor. 

Cuando se le dije a Valentina que me había decidido por uno, alzó sus manos al techo y dijo "¡Por fin!".

Luego de hablar unas cuantas cosas, me llevó de vuelta a casa y como siempre, me pidió que le diera detalles una vez que terminara el evento. 

Y ahora me encontraba en mi habitación colocando el vestido como si estuviera hecho de cristal y lo guardé en el armario.

Mi estómago comenzó a rugir, lo único que había calmado mi apetito fueron unos cocteles de fruta que Valentina y yo compramos antes de que me trajera.

Me quité los jeans ajustados que comenzaban a matarme y me puse un short negro. Salí de la habitación y con mis pies descalzos comencé a caminar por el pasillo para bajar las escaleras. 

En eso, Agustín aparece cuando abrió su puerta. Estaba duchado e informal. Un short largo de mezclilla y una camiseta con un logo extraño en el centro. 

―Hey, ¿Dónde estuviste toda la mañana? ―preguntó con cierta preocupación a la vez que cerraba la puerta detrás de él. 

―Salí con Valentina ―dije tranquila.

Si le cuento que fui a comprarme un vestido para esta noche, no dudará en entrar a mi habitación y buscarlo solo para hacerme enojar. 

Asintiendo, caminó hacia a mí y bajamos juntos hasta la cocina. Se sentó sobre la silla y comenzó a teclear su celular. 

Me dirigí a la nevera y saqué el pastel de chocolate que Catalina había comprado ayer.

Más vale que no te excedas en calorías, no ayudará a la hora de ponerte el vestido. 

Ignorando mi vanidad corporal, corté un buen pedazo y me tomé asiento frente a él. 

―¿Lionel no te ha molestado? ―preguntó dejando a un lado el celular.

―No ―contesté llevándome a la boca un trozo del exquisito pastel. 

Al diablo las calorías, tengo hambre y esto está condenadamente delicioso. 

Agustín levantó la mirada y se me quedó viendo mientras yo continuaba comiendo. Comencé a sentirme nerviosa y lo miré con fastidio.

―¿Tengo monos en la cara? ―dije sin humor. 

Esperaba a que se enojara y se fuera a su habitación pero en vez de eso, me sonrió. Lo que aumentó mi deseo. Sus ojos se llenaron de un brillo irresistible y sin decir nada fue levantándose de su lugar y rodeó la mesa hasta estar a mi lado.

Girando mi cabeza, lo miré confundida. Sin dejar de quitar esa maldita y sensual sonrisa de su cara se inclinó hacia a mí.

Su pulgar hizo contacto con la textura de mi labio inferior y retiró una pequeña porción de chocolate. En silencio y sin apartar su mirada de la mía, se llevó el dedo a su boca lamiendo el chocolate que hace unos segundos se encontraba en mis labios. Pasé saliva con dificultad tratando de calmarme. 

¡Eso ha sido lo más sexy que he visto hasta ahora! No puedo contenerme. Lo quiero a él de todas las maneras posibles. Lo sé, soy una desesperada pero eso es lo que Agustín me causa cuando hace cosas como esas. 

―Así está mejor ―dijo una vez que retiró su pulgar de su boca. 

Sentía como un calor insaciable recorría mi rostro estancándose en mis mejillas.

―Deja de hacer eso ―susurré volviendo mi vista al plato.

Tenía hambre, pero no exactamente de pastel.

―¿Hacer qué? ―cuestionó divertido.

―Mis padres o Catalina pueden llegar en cualquier momento ―advertí en voz baja.

―Mi madrina no se sorprendería.

―Pero mis padres sí ―dije levantándome de la silla.

―¿A qué horas es el evento de tu padre? ―cambió el tema. 

―A las nueve ¿Ya tienes que ponerte? ―pregunté con indiferencia.

Aunque por dentro me moría de ganas de verlo vestido de traje.

―No exactamente. Ruggero me habló sobre un lugar donde rentan esmoquins, más tarde iré a buscar uno ―contestó a la vez que tomaba mi mano y la entrelazaba con la suya.

―Espero que encuentres uno que te guste.

―¿Y tú? ¿Ya sabes qué ponerte? ―preguntó con intriga.

―Sí ―sonreí satisfecha al recordar el vestido.

―Realmente no importa lo que te pongas. Para mi seguirás siendo hermosa ¿lo sabes verdad? ―su mano libre llegó a mi rostro y con su pulgar acarició mi mejilla con suavidad.

Sonreí ante su cumplido. Me devolvió la sonrisa y sin resistirse me acercó a él. En cuanto nuestros labios rozaron entre sí, se pusieron en acción. 

Entre movimientos y choques de nuestras bocas, su lengua se fue adentrando hasta encontrar la mía. Una sensación de descarga fue invadiendo mi cuerpo causando que el beso se fuera profundizando con rapidez. 

Sin duda, esta cocina tiene algo especial. Siempre terminamos juntando nuestras bocas en este lugar. 

Sus manos bajaron a mi cintura manteniéndome sujeta a su cuerpo. Las mías rodearon su cuello a la vez que jugaba con los cabellos que caían de su nuca. 

Comenzaba a sentir calor cuando escuché a alguien aclarar su garganta. En ese instante, Catalina apareció en mi mente. 

Con la respiración acelerada alejé mis labios. Sentí el cuerpo de Agustín tensarse a medida que parpadeaba. Recibiendo su sospecha, miré sobre mi hombro.

Mi mamá se encontraba en el umbral de la puerta de la cocina mirándonos sin ninguna expresión en su rostro. 

Mierda.   



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Lo único que dire hoy es ¡Buenas noches!


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