11. ¡Carolina, míralo a los ojos!

Volví a mi habitación e intenté seguir leyendo, pero comencé a bostezar. Mis ojos se cerraban, con la intención de descansar. Era irónico porque aún era tarde, pero supuse que el cansancio se debía al desvelo de anoche. Dejé el libro a un lado y me recosté en la cama. Me fui quedando dormida, conforme escuchaba el canto de los pájaros en el exterior. 

Al despertar de la siesta, miré el reloj de la cómoda. Éste marcaba las ocho de la noche, había recuperado las horas perdidas. Cuando tomé el celular, me di cuenta que tenía cinco llamadas pérdidas y un mensaje. Tres llamadas eran de Lionel, dos de Valentina y un mensaje de Agustín. 

"Te traje comida china, estabas dormida cuando entré a tu habitación, así que la guardé en la alacena" 

Con una sonrisa en el rostro, me dirigí a la cocina. La cajita de comida china se encontraba intacto en la alacena. Lo calenté en el microondas y esperé impaciente. Luego de terminar de comer, o más bien de cenar, fui a la habitación de mis padres. Mamá y Catalina estaban empacando la maleta de papá, lo que me hizo recordar, que mañana saldría de viaje. 

―Por fin despiertas, bella durmiente ―mamá sonrió y continuó doblando camisas. 

―¿Y mi papá? ―pregunté, al no verlo en la habitación. 

―Fue a jugar billar con Gustavo ―él y su amigo eran los máster en el juego. Siempre me preguntaba cómo se jugaba, pero no sentía la necesidad de aprender. Sólo sabía que el propósito del billar, era meter las bolitas en los hoyos. Sin alterar a la mente pervertida con respecto a eso. 

―¿Dormiste bien? ―preguntó Catalina. 

―Sí, gracias ―evité decir que la mejor parte fue cuando desperté y leí el mensaje de Agustín. 

―Iremos a comprar algunas cosas para Ricardo ―avisó mamá, cerrando la maleta y colocándola a un lado de la cama. Asentí y las acompañé a la puerta. Una vez que se fueron, conversé con Valentina por teléfono y me dijo que ha estado saliendo con Michael, el chico que conoció en la fiesta. Lo que me pareció sorprendente, ya que ella no se relacionaba con chicos con mucha frecuencia. Evitaba los noviazgos a toda costa. 

Al finalizar la llamada, pensé en hablar con Lionel pero luego me retracté. No quería confundirme cuando dijera lo mucho que me extrañaba y mi mente estaba comenzando a despejarse como para llenarla de dudas con sus halagos y comentarios sobre Agustín. Hablando de él, tenía que agredecerle por haberse tomado el tiempo de traerme comida. Un simple gracias no le haría daño a nadie. 

Una vez que estuve frente su habitación, toqué la puerta un par de veces. Al no obtener respuesta, giré la perilla y la puerta se abrió, un ligero chirrido se escuchó al hacerlo. Estaba por segunda vez aquí, la primera había sido por obligación y ésta, bueno, era por voluntad propia. Asomé la cabeza, esperando verlo durmiendo o jugando al XBox, pero ni una, ni otra. La cama estaba ordenada con las sábanas en su lugar y la consola sin usar. 

Entré sigilosamente y cerré la puerta detrás de mí. Mi mirada inspeccionó el lugar con detenimiento y se detuvo en la comoda, en donde había una fotografía en la parte de arriba. Me acerqué y agudicé la vista, observando el retrato. Era una pareja y un niño de cabello castaño claro, en medio de ellos mientras sonreían felizmente a la cámara. Era triste darte cuenta que las fotografías eran recuerdos que jamás volverían. Sentí el nudo en la garganta al imaginar el rostro del pequeño Agustín cuando se enteró de la pérdida de sus padres. 

―¿Qué estás haciendo? ―contuve la respiración y me giré, sobresaltada. 

―Lo siento ―dije, sintiendo los labios secos. 

Cuando lo vi saliendo del cuarto de baño, me quedé estática y pasé saliva. Por un momento olvidé a lo que venía. Lo único que llevaba era una toalla blanca rodeando su cintura, que cubría su enorme... bueno, no sabía si era enorme, no es que estuviera pensando en ello ¡Dios! El punto es que estaba cubriendo su miembro.   

¿Qué pasaría si la toalla se caía? O peor aún, ¿Cómo reaccionaría si se la quitaba a propósito? Sacudí la cabeza, despejando las posibles posibilidades de desmayo y me concentré en articular alguna oración. 

―Yo vine...vine a... ―tartamudeé, terriblemente. ¡Maldición! ¿Por qué me sentía tan nerviosa? ¡Era sólo un cuerpo! Tal vez se debía a que era la primera vez que veía un cuerpo masculino a mi merced. 

―¿A qué? ―preguntó, frunciendo el ceño. Me percaté de su pecho desnudo y no pude evitar observar los músculos contorneados de su abdomen, al igual que los de sus pectorales, brazos y hombros. 

―A darte las gracias ―logré decir, mirando su pecho bronceado. 

―¿Por qué? ―ya que estaba siendo agradecida, gracias por la perfecta vista que me estás dando, gracias por el esfuerzo que le estás dedicando a tus abdominales y gracias por ser tan malditamente sexy. 

―Por la comida ―contesté nerviosa y me mordí el labio. Asintió, buscando una loción y comenzó a aplicarla, empezando por el cuello luego por los brazos y finalizó en su pecho. 

―De nada ―me quedé como estúpida, observando su espalda cuando se dio la vuelta. Era un Dios griego, romano y egipcio en persona. Estaba siendo descarada pero no podía dejar de hacerlo, era como si mi mirada se hubiera clavado en su cuerpo. Además, no siempre veía los atributos de un chico a diario, así que tenía que aprovechar. De repente, me encontré con la mirada de Agustín desde el espejo y se giró, mirándome extrañado―.¿Tienes algo más qué decirme? 

Tenía muchas cosas qué decirle, pero no diría ninguna de ellas. No quería aumentar su ego, diciendo lo violable que se veía. Sería catalogada como una pervertida sin remedio. 

―No, um, me voy para que puedas vestirte ―balbuceé, señalando aquél cuerpo que no podía tocar. Cerré los ojos por un instante, haciendo un intento de guardar su imagen en mi memoria y caminé aturdida hacia la puerta. 

―Espera ―giré sobre mis talones y lo miré, sintiendo la necesidad de salir corriendo.

―¿Sí? 

―¿Por qué estás tan nerviosa? ―preguntó, entrecerrando los ojos. 

―Estoy bien ―respondí, alternando la mirada de su rostro a su abdomen. ¡Diablos, míralo a los ojos! 

―Carolina, estoy aquí no abajo ―lo miré y estaba arqueando las cejas, expresando que le pusiera atención a él y no a los músculos de su abdomen. Un calor infernal se apoderó en cada una de mis mejillas y deseé tener algún súper poder para desaparecer en ese instante. 

―Lo siento ―me justifiqué, colocando la palma de la mano en los ojos. Claro, como si eso impidiera a seguir observando. 

―¿Quieres tocarlos? ―su propuesta me tomó por desapercibida y me tambaleé en mi lugar, asimilando sus palabras. Abrí los ojos como dos grandes lunas llenas y mis labios se entre abrieron. 

―¿Estás loco? ―mi voz salió aguda y pretendí estar molesta. 

Juez, lléveme presa con sentencia de cadena perpetua. Quiero tocar sus bíceps y abdominales, lo admito. Carolina"desesperada" Kopelioff, se le considera culpable por pervertida y no tener la fuerza de contenerse, se cierra la sesión *pum*. 

Lo sé, me salí del contexto, pero en mi mente era más fácil enfrentarme a situaciones embarazosas, que hacerlo en la vida real. 

―Sé que quieres ―guiñó el ojo y fue acortando la distancia. 

―Aléjate, Agustín―intenté salir, pero él cerró la puerta y se interpuso en mi camino. 

―No te quedes con la duda ―sonrió de tal modo que logré ver unos ligeros hoyuelos. Bajé la mirada a su abdomen y observé la V en su cadera, ¿Cómo contenerme ante eso? Levanté el brazo,  dispuesta a tocar su abdomen y sentí la mano temblar mientras me acercaba a su piel expuesta.

Contrólate, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir después. 

La curiosidad mató al orgasmeado gato. No hagas para mañana lo que puedes hacer hoy. 

No mueras en el intento. 

¡Hazlo! 

Dignidad...no te olvides de la dignidad, Carolina. 

¡Bingo! Esa palabra fue clave para tener autocontrol. Mis dedos estaban a punto de tocar su abdomen, pero dejé caer el brazo. Frunció el ceño, preguntándose por qué me detuve. Lo empujé, abrí la puerta y salí, dirigiéndome ami habitación con el rostro hirviendo. ¡Diablos! Mi cerebro iba a explotar por la intensidad del momento. Tomé varias respiraciones, controlando los latidos de mi corazón que palpitaban frenéticamente. Me caí de espaldas en la cama y suspiré. Estúpido Agustín. Pensó que accedería a su petición pero no contó que tenía voluntad de negarme. Y aún con la imagen de su cuerpo estructural, me quedé dormida.   



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Maratón 5/5

Espero hayan disfrutado estos capítulos. 

¡Buenas noches!

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