2.

Jueves, 23 de agosto.

El Detective Méndez, había decidido no revisar el informe que le facilitó su asistente el día anterior, se limitó a hojearlo, sin prestarle atención. Ni siquiera leyó una página del cuaderno negro de la chica, simplemente se quedó en su oficina sacando conclusiones e inventándose historias absurdas sobre lo que pudo haber ocurrido, incluso llegó a pensar en fantasmas, lo que le causó gracia por ser un motivo tan estúpido, y le hizo saber que debía irse a descansar.

Ese día, llegó muy temprano, y la estación estaba en paz, había, quizá, cinco oficiales de policía que estaban de turno durante la noche, pero estos se encontraban recostados sobre sus escritorios, cansados por haber pasado la noche en vela.

La serenidad en el establecimiento era reconfortante, le daba la tranquilidad suficiente para concentrarse en el caso, y llevarlo más a fondo.

Miró fijamente su escritorio, donde se hallaban el cuaderno y el informe sobre Andrés Rodríguez. No sabía por cuál comenzar, aunque pensaba que era mejor saber la versión de la chica antes de saber con exactitud, quién era el padre de Susana. Así que tomó, sin pensarlo de nuevo, el cuaderno negro de hojas amarillentas.

Leyó las primeras páginas, y todo lo que decían eran las típicas cosas que cualquier chica anotaría en su diario, no había mucho que recalcar... a excepción de una cosa.

***

La alarma lo despertó y casi como un robot, se dirigió al baño para ducharse y cepillar sus dientes, luego -antes de vestirse- encendió la cafetera para prepararse un café que le ayudara a terminar de estar despierto.

La solitaria vida que llevaba era monótona y extremadamente deprimente. Nunca fue un hombre de muchos amigos, él prefería estar solo con la compañía de un libro, o ver películas, y de vez en cuando, una buena botella de ron, le hacía sentirse un poco menos solo. Y a pesar de lo aburrido que suena, Luís Sánchez disfrutaba de la soledad aunque a veces, ésta, lo torturaba rotundamente. Su trabajo como oficial de policía le gustaba, pero realmente él siempre prefirió hacer otras actividades, su sueño de niño era ser director de cine, pero esa ilusión desapareció a penas se la contó a sus padres. Típico de los adultos, siempre destruyendo los sueños de los niños.

A excepción de los días anteriores, hoy sí tendría una razón, a parte de ordenar papeles y sellar documentos, para ir al trabajo con algo de motivación. Estaba convencido de que encontraría otras evidencias en la habitación de Susana Rodríguez, y esa confianza en sí mismo, le serviría de consuelo por si no encontraba nada.

Terminó de vestirse, tomó su café, y se dirigió al auto negro que siempre lo llevaba hasta la estación. Amaba ese auto, a pesar de que no fuera un modelo lujoso, él lo había comprado con su propio dinero y tardó casi un año entero ahorrándose el dinero que gastaba en licor y libros, para poder comprar ese vehículo.

De camino a la estación, se perdió varias veces en sus pensamientos. Era extraño que no hubiese sospechosos, que simplemente la asesinaron, sin más. Le causaba bastante intriga saber qué había ocurrido realmente, pero su trabajo no era averiguarlo del todo.

Antes de llegar a la Estación, el Oficial Sánchez se desvió en una esquina de la calle, y cambió su rumbo en dirección a la escena del crimen. Pensaba que si actuaba con mayor rapidez, sería mejor compensado al llegar con las piezas que completarían y armarían el rompecabezas de una vez por todas.

Al llegar, estacionó el vehículo en el aparcamiento que había en la calle de enfrente y caminó hasta el conjunto residencial, concretamente, hacia la habitación de Susana.

Entró a la habitación; suspiró.

«Ojalá haya algo», dijo a la nada.

Registró de esquina a esquina la pequeña pero espaciosa habitación, y no encontró huellas o algún objeto del que puedan extraer muestras de ADN, el Oficial comenzaba a perder el entusiasmo con el que había iniciado el día. Pero antes de irse, vio un trozo de papel debajo de la mesita de noche, casi asomándose a la claridad del día, caminó hasta allí, se inclinó para recogerlo, y lo leyó.

Atónito por lo que decía, se lo guardó en el bolsillo de su chaqueta, y corrió hasta su automóvil para dirigirse hasta la Estación de Policías y mostrarle su hallazgo al Detective Méndez.

***

«Ya viene por mí, tengo miedo, quiere hacerme daño... quiero llamar a la policía, pero ellos no comprenderían, nadie puede ayudarme... Ya está cerca, estoy perdida...»

Esa última página había confirmado que la chica sabía que estaba en peligro, lo más extraño, sabía quién la acosaba, pero, ¿por qué no llamó a la policía?

Suspiró, algo tranquilo; al menos ya había encontrado algo similar a una pista, las demás vendrían solas, como siempre sucedía... o bueno, casi siempre.

Sintió resequedad en la garganta, no tenía sed, al menos no de tomar agua. Intentó recordar si había olvidado tomar algo de café, y sí, esa mañana salió tan absorto en el caso, que hasta se olvidó de tomar su bebida de rutina, la bebida favorita de todos los policías en la Estación. De inmediato, llamó a Luci para que le trajera un espresso, ésta asintió y no tardó en llevárselo, puesto que había una máquina de café en la sala central de la Estación.

Al momento que la asistente salía de la oficina de Méndez, entró un agitado Luís Sánchez, que casi arrolla a Luci, haciendo que ésta quedara estampillada contra la puerta de la oficina. El Oficial, sin hacerle mucho caso a la señorita, dirigió toda su atención a su superior que lo observaba con una cara de confusión total.

-Encontré algo, señor -dijo sin aliento.

-Bien -contestó secamente-, pero antes discúlpese con la señorita Geek.

-Lo siento -dijo mirando a la asistente-. Es que... es importante que usted vea esto -se volteó hacia el Detective.

-Prosiga.

Sánchez sacó el papel de su bolsillo, y extendió el brazo para alcanzárselo a Méndez. Acto seguido éste leyó el papel, su cara cambió de ipso facto, y no pudo disimular la extrañeza que reflejaba su rostro.

-¿Qué cree usted que quiso decir con eso? -preguntó dirigiéndose al Oficial.

-Pues... no lo sé, por eso decidí traérselo en cuanto antes, señor.

-Déjeme descifrarlo en unos minutos, mientras, necesito que haga algo por mí.

-A sus órdenes, señor -el entusiasmo no se había desvanecido del todo, y menos ahora que comenzaban a tomarlo en cuenta para un caso tan complicado.

-Necesito que vaya hasta el conjunto residencial, y le ordene a los dueños que le entreguen una copia las grabaciones de la noche del 21 de agosto, pídale la orden por escrita a Luci para que no tenga problemas con eso.

-Entendido, Detective -dijo casi corriendo hacia la puerta.

-Por cierto, Sánchez -el oficial se volteó-, buen trabajo, siga ayudándonos así y conseguirá un ascenso.

El oficial asintió, luego sonrió, y finalmente, salió de la oficina.

El papel les había dado el indicio de una pista, pero no decía nada en concreto, no decía nada que pudiera revelar algo importante. Pero a juzgar por la prisa con que fue escrito, y la letra temblorosa, el Detective sabía que en la nota, Susana, se refería a su asesino.

"También escribe, sólo debo encontrar sus notas... ya me queda poco tiempo". El Detective se repetía una y otra vez la frase, y tal vez así darle un sentido, a ésta. Pero era casi imposible encontrar «las notas» de un asesino que ahora mismo pudiese estar al otro lado del país, o del continente.

«A no ser que...», pensó Méndez, mientras tomaba el informe que su asistente le había facilitado, sobre Andrés Rodríguez.

***

-De nuevo yendo a la escena del crimen -se dijo a sí mismo, el Oficial, en tono de felicitación. Después de todo, éste había sido el mejor día en su trabajo hasta ahora, lejos de los papeles y los sellos que tanto le aburrían.

Al llegar, hizo lo que le había dicho el Detective al pie de la letra. No tuvo problemas con los propietarios para obtener la copia de las grabaciones, así que todo sucedió rápida y tranquilamente. Regresó a la Estación, y caminó a paso apresurado hasta la oficina de Méndez, quien sostenía una carpeta con una mano, y con la otra se frotaba el rostro, a modo de frustración.

-Aquí le traje la copia de las grabaciones, como me lo ordenó -habló en tono triunfal, alcanzándole el disco con la información al Detective.

El Detective, sin mediar palabras, tomó el disco, y le hizo una seña con la cabeza a Sánchez, para que se retirara.

«Qué bipolar», pensó el Oficial, para volver a su puesto de trabajo... a su realidad.

***

Juraría que ya había encontrado al asesino, o por lo menos a un sospechoso. Pero todo parecía tan bien planeado, que sólo lograban confundir más al Detective.

«Andrés Rodríguez: cargos por violencia doméstica, dos años en la cárcel de San Sabino por golpear hasta dejar inconsciente a su mujer, salió bajo fianza», pensaba Méndez buscándole alguna relación al informe con respecto al asesinato.

Todo apuntaba a que él era un sospechoso, pero algo no concordaba, murió cuando Susana tenía doce años.

Cuando parecía esclarecer un poco, el caso se oscurecía aún más, volviéndose mucho más confuso y complicado. El Detective estaba siendo atacado por la ansiedad y la desesperación, y tan sólo llevaba dos días investigando el caso; aún sin pruebas relevantes o que indicaran quién pudo haber sido el asesino.

Decidió dejar de lado el informe de Andrés Rodríguez, y fijó su mirada en el CD que le había entregado el Oficial. Lo tomó, y pensó que sería descortés ver las grabaciones sin el Oficial Sánchez, pues él había sido quién lo había conseguido, antes de introducirlo en el reproductor, llamó a Sánchez, y éste se apareció de inmediato a la oficina.

«Siempre tan servicial, es un buen muchacho», pensó Méndez sobre el muchacho.

-¿Se le ofrece algo, señor?

-Ven, quiero que veas esto conmigo -señaló el televisor que ya tenía la imagen del conjunto residencial-. Toma asiento.

Los ojos del Oficial irradiaron euforia. Tomó asiento, y el Detective presionó el botón de reproducir. El video comenzó a correr, y acto seguido, presionó el botón para acelerar el video y así tardasen menos en verlo.

-¿Qué buscamos exactamente?

-Pues... al asesino -contestó el Detective.

Al cabo de unos diez minutos, observaron todo el video, pero éste, no reveló nada. Nadie entró, ni salió de la habitación de Susana. La poca esperanza que el Detective tenía, se desvaneció por completo.

«Avanzamos medio paso, y ahora retrocedimos dos», se dijo Méndez.

Ante tal decepción, el Detective pensó en dejar el caso a un lado, y concentrarse en otras cosas, ignorar por completo lo sucedido y simplemente olvidarlo. Pero algo se lo impedía, había algo en su ser que no le permitía abandonar ningún caso, su orgullo no le dejaba retirarse del caso, no le permitía rendirse sin siquiera tener pistas o teorías al respecto. Su convicción para este trabajo era lo que le había hecho lograr tantas cosas, resolver tantos crímenes.

«No, no lo dejaré así, voy a resolver este caso», pensó.

-Sánchez -suspiró-, necesito que me consiga una copia de las grabaciones de seguridad de los días 20 y 21 de agosto, quien haya asesinado a esa chica, debió haber estado encerrado con ella un largo tiempo.

-En seguida, señor -dijo mientras salía casi corriendo de la oficina.

Méndez se frotó la cara y suspiró. A veces su trabajo era más difícil de lo que creía, y este caso era prueba de ello.

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