El hombre del espejo


—911, ¿cuál es su emergencia?

—Ayuda —musitó ahogado—, por favor...

. . .

Estacionamos los tres patrulleros sobre la vereda cerca de las once de la noche. Los oficiales se apresuraron a rodear la casa blanca de dos aguas, mientras yo me dirigía corriendo a la entrada principal. Giré el pestillo y empujé la puerta; hice el primer chequeo con el arma encima de la linterna e hice un gesto con mi mano para habilitar el paso a mis compañeros. Las luces estaban apagadas y la sala principal serena e íntegra, sin señales de violencia. Nos detuvimos en medio de la inspección cuando escuchamos un ruido proveniente del segundo piso. Subí aprisa por las escaleras y el oficial Travis corrió detrás de mí, mientras que los otros dos inspeccionaban el baño y la cocina. Nos topamos con el primer cadáver sobre la alfombra del pasillo, un hombre caucásico de no menos de cincuenta años. Yacía en ropa interior, con heridas visibles sobre el abdomen y signos claros de lucha, evidente por los fragmentos de un espejo de pared esparcidos cerca del cuerpo. La tercer puerta al final al corredor estaba semiabierta; de pronto oímos un llanto débil en medio del silencio. Nos apuramos para ponernos en posición y mi compañero empujó la puerta tras recibir mi consentimiento, sólo para encontrarme con uno de los peores escenarios: sobre un charco de sangre yacía el cuerpo de una mujer de unos cuarenta y tantos, con el estómago abierto y varias heridas repartidas por todo su cuerpo, incluyendo su rostro. Junto a ella, una niña de no más de diez años con las mismas heridas, que parecía haber sido puesta a propósito junto a la mujer, con la cabeza apoyada sobre su hombro. Las expresiones de ambas fue lo que se grabó en mi memoria hasta el día de hoy. El terror había quedado plasmado en sus rostros inertes. Me acerqué, alumbrando a mi alrededor con la linterna sin bajar el arma, cuando el llanto volvió a escucharse. Fue entonces que lo ví. Unos ojos verdes asomaron entre la oscuridad, tan brillantes como dos luciérnagas. Me acerqué lentamente sin bajar la guardia; el muchacho se encontraba sentado en posición fetal detrás de la cómoda, sobre una esquina, con la ropa y las manos cubiertas de sangre. Me apresuré a buscar el handy para informarle a los demás, cuando la voz quebrada del joven rompió el silencio.

—Ayúdeme...

—¿Estás herido?

—No lo sé.

Carter, el primer piso está despejado.

La voz de mi compañero a través del handy hizo eco en la habitación. El muchacho se cubrió los oídos con ambas manos, fijando la vista en los dos cadáveres frente a él. Me incliné, rodeando su cuerpo con un brazo para sacarlo de allí. Aquella expresión perturbada no se borraba de su rostro pálido, lo que me inquietaba casi tanto como lo que acababa de ver.

—Tengo un asunto complicado aquí arriba, necesito que subas.

Mis compañeros terminaron de registrar la vivienda mientras la ambulancia llegaba junto a los técnicos forenses. El muchacho no había dicho una sola palabra y yo tampoco quise insistir demasiado. No solo era el testigo principal, sino que también era otra víctima que estaba visiblemente afectada por la terrible situación que estaba viviendo.

Los paramédicos se llevaron al muchacho que parecía haberse trasladado a otro sitio. Me subí al patrullero, siguiendo el camino hacia el hospital y de ahí, al departamento de policía.

. . .

—¿Podrías describir qué fue lo que viste? Cualquier cosa que recuerdes, incluso la pista más pequeña podría ser de ayuda.

—Sucedió demasiado rápido y... Estaba oscuro —respondió temblando—. Solo vi su reflejo, ya sabe, por el espejo que hay en el cuarto.

El muchacho se había identificado como Jonas Kahler. Acababa de cumplir los diecisiete años de edad. Ojos verdes, pelo castaño oscuro, tez morena con algunas pecas sobre su nariz. No presentaba ningún tipo de herida; la sangre que había en su ropa pertenecía a la mujer y a la niña que habían sido encontradas en la habitación. Había algo particular en este caso que no terminaba de cerrarme; en ese tipo de barrios tranquilos muy pocos pasaban llave a la puerta; no era esperable ser atacado por un asesino en medio de la noche, a menos que quisiera llevarse algo de mucho valor, o se tratara de un ajuste de cuentas. No faltaba nada de la casa de los Kahler, por tanto opté por la segunda opción. El muchacho estaba notoriamente afectado, sus pupilas temblaban y su cuerpo estaba curvado hacia adelante, como si fuera a esconderse debajo del escritorio. Me miraba fijamente a los ojos cada vez que le hablaba y en su mirada había algo que me inquietaba; terror y angustia, como si me temiera. Se frotaba el dorso de las manos de manera nerviosa. Su voz temblaba, denotaba inseguridad. Era como si se cuidara de decir algo que lo pusiera en peligro.

—Jonas... —Me senté frente a él, sosteniendo una carpeta oscura que contenía toda la evidencia recaudada junto a los datos del muchacho—. Trata de recordar algo más, ¿viste algo que nos ayude a describir a esa persona? ¿Esa persona... Te vió? —Recosté la espalda en el respaldo de la silla sin quitar la vista del muchacho.

—Recuerdo sus ojos, porque eran como los míos, del mismo color. Él también me vio, dos veces. Él sabía que yo estaba ahí, tenía un cuchillo.

—¿Te dijo algo?, ¿puedes describirlo?

—Susurraba cosas —respondió—. Yo... no sé exactamente qué...—vaciló, observando con atención a su alrededor; inspeccionando la sala con nerviosismo, como si buscara algo—. Tenía que irse, cuando cerré los ojos ya no estaba, luego tomé el celular de mi madre e hice la llamada.

—Cierra los ojos, tratemos de volver al momento antes de que fueran atacados.

Noté cómo entrelazaba sus dedos sobre el escritorio, con los ojos fuertemente apretados. Frunció el ceño como si oyera un sonido perturbador y su cabeza hizo un movimiento corto hacia un lado; entonces sus dedos arañaron con sutileza la madera de mi escritorio y supe que las imágenes que se sucedían en su mente eran terribles. Se mantuvo en esa posición durante unos momentos, quise interrumpir sus pensamientos pero lo consideré contraproducente. Entonces abrió la boca; contuve el aliento porque en un gesto de miedo me dio la esperanza de escuchar algo revelador.

Ella tenía un vestido color salmón, tenía esa imagen clara en la cabeza; la de su hermana Amélie corriendo por la escalera de recibidor, riendo con alegría en tanto lo conducía hacia la habitación de sus padres. Oía su risa, oía otra cosa; le decía que tenían que divertirse esa noche, verían alguna película juntos; ella decía: «¿tienes que ir a ese lugar mañana?», y él contestaba: «solo será por un tiempo» . No hablaba de eso, porque le provocaba mucha angustia tener que dejar a su familia. Jonas apoyó la palma de la mano sobre el escritorio, otra vez su cabeza hizo un movimiento corto hacia otro lado; porque las imágenes comenzaban a tornarse turbias. Cuando subieron las escaleras, ella volteó a verlo; en ese momento la voz de Amélie se convirtió en un chillido ahogado y las luces de la casa se apagaron. Un ruido fuerte lo alteró, una puerta que se golpeó con fuerza, supuso que alguien había entrado. Su madre salió de su cuarto corriendo, ella también miró sobre su hombro, con una expresión de horror que jamás le había visto; pudo deducir que el hombre estaba detrás de él. Seguido a ello se recordaba huyendo, pero el hombre lo sujetaba del hombro y trataba de tumbarlo. Oía gritos y un zumbido que era insoportable, en medio de la oscuridad sólo podía ver los ojos apagados de su agresor y sentía sus propias manos empapadas, temblando. Lo empujó con toda su fuerza, aunque pareció que apenas le dejaba caer, porque le había resultado demasiado fácil deshacerse de él. Corrió al cuarto de su hermana, siguiendo a su madre a prisa, para refugiarse con ellas; entonces la puerta se abrió, el asesino entró y en la oscuridad no fue capaz de distinguir nada; nada más se ocultó y lloró escuchando los terribles gritos de pánico y agonía pidiendo que pare, que se detenga.

—Solo recuerdo la voz de mi hermana, estaba entusiasmada porque pasaríamos un momento en familia, veríamos una película, y en ese momento... —Parpadeó, como si tratara de recordar lo que sucedió después de eso—. Solo escuché la puerta cerrándose y mi hermana comenzó a gritar.

—¿Entonces? —Pude notar como sus ojos seguían atentamente la punta del bolígrafo mientras yo escribía su testimonio—. Continúa, Jonas, ¿recuerdas algo más?

—Recuerdo la expresión de mi madre, estaba aterrada... Pude ver como tomaba a mi hermana antes de que se fuera la luz. Yo corrí detrás de ellas y en ese momento sentí que el hombre comenzaba a forcejear conmigo, era un poco más alto que yo. No me hizo daño, solo parecía querer apartarme del camino para ir por mi hermana y mi madre.

—¿Y tu padre?, encontramos su cuerpo en el pasillo, ¿recuerdas algo de eso?

—Pude oír su voz, pero estaba muy lejos. Lo escuché nombrarme y luego..., no lo sé, yo solo quería ir con mi madre. —Se quebró en llanto, cubriéndose la cara.

—Jonas... —Le acerqué un vaso con un poco de agua antes de continuar con el cuestionario—, ¿ese hombre te recuerda a alguien cercano?, ¿quizá algún conocido de la familia, o vecino?—Hice una pausa para aclararme la garganta mientras el muchacho bebía un sorbo de agua—. ¿Tu padre se llevaba mal con alguien?, ¿sabes si había problemas financieros en tu familia, si debían dinero?

—No estoy seguro... —Se limpió las lágrimas con el dorso de la manga, inhalando—. Mi familia nunca tuvo problemas con el dinero, mi padre era un buen hombre, nunca escuché que haya tenido problemas con nadie. Todos en el barrio conocían a mi familia. Mi hermana y yo nos criamos en esa casa. No entiendo como alguien fue capaz de hacer algo como esto... —Tomó otra bocanada de aire, dejando salir un quejido lastimero que pareció raspar en su garganta—. ¿Qué voy a hacer ahora, oficial?, estoy solo... No quiero volver, no podría quedarme allí.

—Tranquilo, vamos a hacer todo lo posible para encontrar al responsable de esto. En cuanto a ti, no estarás solo; tendrás a un equipo médico a tu disposición que te ayudará a superar esta situación, y yo también estaré ahí si me necesitas.

En ese momento sentí mi teléfono vibrando en el bolsillo de mi chaqueta. La doctora Williams, a cargo del caso, se encargaría de derivar a Jonas a un centro hasta que estuviera mentalmente estable, una idea que me pareció excelente, puesto que no podría regresar a su casa ya que no habíamos conseguido dar con algún otro familiar que decidiera hacerse cargo de él hasta que cumpliera la mayoría de edad.

—Oficial... —escuché la voz del chico susurrando detrás de mí cuando terminé la llamada. Guardé el aparato nuevamente en mi bolsillo, girándome para enfrentarlo—, no quiero ir a ningún centro psiquiátrico. Mi mente está bien, estoy bien.

—No es que algo esté mal contigo, Jonas... —Apoyé una de mis manos en el borde de la mesa, mientras la otra se recargaba en mi cintura—; a veces, cuando pasamos por situaciones difíciles, necesitamos la ayuda de un profesional para que nos oriente y nos diga cómo debemos continuar. Después de esto nada será igual en tu vida, quiero asegurarme de que todo termine de la mejor manera posible. Verás que la doctora Williams es una excelente persona. Ella te echará una mano para que puedas continuar con tu vida.

. . .

La taza de café humeaba sobre mi escritorio repleto de papeles arrugados, que me tomé el trabajo de revisar cuidadosamente. Algunos dibujos de la hermana menor de Jonas, donde parecía haber plasmado a su familia compartiendo un momento ameno. Unas cuantas notas de la madre sobre unos pequeños papeles amarillos, recordatorios de las compras que había que hacer o las fiestas familiares a las que debían asistir. Tomé un sorbo de café antes de agarrar una caja de zapatos forrada con papel de regalo. Parecía haber estado guardada durante bastante tiempo, puesto que tenía polvo en la tapa y algunas manchas de humedad sobre el papel gastado de color azul. Habían unas cuantas fotos sueltas, algunas de viajes familiares, navidades, las típicas fotos donde aparecen los padres cargando a sus hijos.También había una pequeña libreta con algunas fotos de los niños y debajo de ellas una descripción: «El cumpleaños de Jonas», «La primer fiesta de Amélie», «Primer día de clases». Pasé cada página cuidadosamente, deteniéndome en las expresiones de cada uno de los integrantes. Todos parecían estar genuinamente felices. Entonces, sobre las últimas páginas, había una foto que estaba cuidadosamente guardada. La habían recortado para que ocupara el ancho de la hoja; en ella estaban los padres de Jonas, la pequeña Amélie al lado de su hermano, y junto a su madre una pareja mayor. La mujer sonreía sosteniendo los hombros de la niña con cariño, y el hombre estaba en cuclillas junto al muchacho, que en ese momento aparentaba unos doce o trece años de edad. Bebí el último sorbo de café mientras observaba detenidamente a ese sujeto: pelo castaño con algunas canas, tez morena y los mismos ojos verdes que compartían los Kahler.

«Recuerdo sus ojos, porque eran como los míos, del mismo color».

Dormí con aquellas palabras retumbando en mis oídos toda la noche. 

A la mañana siguiente tenía la dirección de la casa del menor de los Kahler, y el corazón palpitando ansioso en mi pecho. ¿Por qué no tenía nada de ese hombre después de tanto tiempo? Siquiera registros familiares.

—¿Amelia Harmstrong?

Una mujer delgada de cabello castaño claro me recibió con la puerta a medio abrir, tras varios minutos de golpear insistente.

—Sí, ¿quién es usted? —preguntó con voz suave, apagada.

Me despreció con la mirada, sentí desde el inicio que mi visita no era grata; ella me estaba esperando.

—Agente Ryan Carter, señora, tengo entendido que está viviendo en pareja con el señor... -Traté de recordar su nombre, con pocas horas de sueño la lectura al archivo familiar de los Kahler había sido demasiado fugaz—Mike Kahler, ¿puede ser ese su nombre?

—¿Qué necesita de mi marido? —soltó ella observándome de arriba a abajo.

—Solo quiero hacerle unas preguntas, nada más —Me rendí ante la resistencia de la mujer, estaba cansado y presentía que seguía una pista clave en el caso; ella ocultaba algo—. ¿Está al tanto de la situación?

—Lo vimos en las noticias —La mujer se angustió tanto que sus ojos se llenaron de lágrimas—, mi esposo... Se puso tan violento cuando supo que ese niño seguía con vida; dijo que iría a buscarlo, que tendría que haber terminado con el asunto en ese entonces; es una locura... Esto es una locura.

—Quédese en su casa, y no trate de abandonar la ciudad —Advertí mientras tomaba mi celular para marcar el número del departamento de policía—. Robert, tengo al sujeto, parece que quiere terminar lo que empezó. Un metro setenta y seis, castaño, ojos verdes, de unos cincuenta y tantos. Se dirige hacia la clínica —La llamada en espera comenzó a insistir en segundo plano mientras mi compañero pedía detalles—; espera un momento, tengo una llamada entrante.

Ryan, tengo un problema aquí. El chico no está. Estábamos hablando, me dijo que tenía sed y fui a buscarle un vaso con agua, pero cuando regresé ya no estaba. Hablé con las enfermeras y los médicos que estaban en los pasillos pero nadie lo vio salir.

—Carajo, más soluciones para mis problemas. ¿De qué hablaron?

No habló mucho, pero en un momento dijo que ya estaba cansado y que quería volver a casa. Fue todo lo que dijo.

—Bien — Me subí rápidamente al auto, encendiendo el motor—, si sabes algo de él, llámame, voy a buscarlo a su casa.

Arranqué el vehículo en dirección a la casa del menor. Tomé el handy para pedir refuerzos cuando estuve estacionado en el lugar, sabía que sería demasiado peligroso enfrentarme yo solo al asesino, sin dudas era un hombre que estaba completamente fuera de sus cabales, y su víctima principal podía estar justo donde él había ido a buscarlo. Bajé del auto, cruzando la calle. Las cintas que bloqueaban la entrada habían sido removidas y la puerta se encontraba semi abierta. Entré con suavidad, con el arma apuntando hacia el frente. La escasa luz que se filtraba por las ventanas cubiertas me fue suficiente para ver el cuerpo del hombre al que estaba buscando, tendido en el suelo del comedor, con varias puñaladas en la espalda. Bajé el arma sin terminar de comprender la situación. Estaba más confundido que nunca. Tenía un nuevo homicidio y ninguna pista que me llevara a la realidad de los hechos. Escuché unos pasos en el segundo piso, y el teléfono sonó nuevamente en el bolsillo de mi chaqueta.

Ryan, no me lo vas a creer; encontré una orden emitida por un psiquiatra, se suponía que Jonas debía ingresar hoy en la mañana a otro centro ubicado en las afueras de la ciudad, y bastante lejos de dónde vivía. Se le diagnosticó un trastorno de doble personalidad.

Se escuchó el sonido de las maderas crujiendo antes de que pudiera contestar

—Gracias linda, tengo que dejarte, luego te llamo.

Guardé el aparato dentro del bolsillo, subiendo las escaleras, nuevamente con el arma al frente. Volví a recorrer la zona donde la figura del padre de Jonas todavía se dibujaba en la alfombra teñida en sangre, junto a los pequeños fragmentos de un espejo cuyo marco estaba apoyado cuidadosamente contra la pared. Nada más parecía haber sido tocado. Las puertas de las habitaciones estaban cerradas, a excepción de la última; la de Amélie. Mientras avanzaba hacia la habitación, mi mente no dejaba de pensar en el cadáver del hombre en el comedor, mi único sospechoso, y entonces, la imágen de los cuerpos sin vida de la madre y la hermana pequeña del chico volveron a aparecer en mi cabeza. Temía encontrarlo también a él y regresar otra vez al principio. Otra vida, otro asesinato y ninguna pista que me llevara a algo concreto. Deslicé la mano sobre la madera y empujé con suavidad la puerta, siguiendo con la mirada lo que la luz me iba revelando dentro de la habitación. Fue entonces cuando la figura del chico me sorprendió. Se encontraba parado frente al espejo, de espaldas a la puerta, con la vista perdida en su imagen.

—Jonas... -dí un paso al frente sin bajar el arma—. ¿Estás bien?... —Revisé rápidamente la habitación, mirando detrás de la puerta para cerciorarme que no había nadie más y luego volví a mirar el pasillo para no descubrir mi espalda, siempre con mi revólver en alto.

—Ése es... —Su voz se quebró en cuanto sus ojos se apartaron del espejo —¡Ahí está!, ¡es él otra vez! —Se alejó, señalando su propio reflejo, y fue entonces cuando comencé a comprender.

—Jonas... —Me acerqué lentamente—, es un espejo...

—Ése no soy yo... —Volvió a mirarse al espejo y luego me observó suplicante—, por favor, oficial, no soy yo; tiene que creerme.

—Jonas, necesito que me escuches, tienes que ponerte de rodillas y poner las manos sobre la cabeza, solo así voy a poder ayudarte.

El muchacho volteó lentamente, pero algo extraño detrás de él me hizo levantar la mirada sobre su hombro; su reflejo seguía de frente, mirándome con aquel brillo malicioso que había visto la primera vez, cuando nos encontramos en aquel cuarto. Me quedé sin aliento al no entender lo que sucedía, y de pronto dio un paso hacia adelante que me hizo retroceder de un brinco. El espejo se hizo añicos tras el sonido sordo de dos disparos que retumbaron en la habitación; todo lo que ví después fue la expresión confusa de Jonas mientras caía de rodillas frente a mí, con dos heridas de bala en el pecho.

. . .

—Sí, recuerdo este cumpleaños —Levantó la última foto que se habían tomado todos juntos, en familia; una de las tantas sobre mi escritorio—. Estábamos adentro, a punto de cortar el pastel. Teníamos que llamar a los niños para las fotos, pero se nos habían perdido, supuse que estaban en el jardín. Había unos columpios y una casa de muñecas, pasaban mucho tiempo allí. Entonces... —Se llevó un pañuelo pequeño de color blanco, como si tratara de contener las palabras que parecían agolparse en su garganta. Se limpió las lágrimas, pasándose la mano por el pelo antes de continuar—, escuchamos a Amélie gritar y todos corrimos a ver qué era lo que estaba sucediendo, porque ella era una niña muy tranquila, ¿sabe? En ese momento mi esposo y yo supimos que había algo mal con ese... Chico. Él estaba... —Tomó una bocanada de aire, negando con la cabeza—, había abierto al cachorro que le habíamos regalado a Am, con un cuchillo de cocina, desde el estómago a la cabeza. Los niños lloraban, sus padres se pusieron como locos. Recuerdo a su madre gritándole, estaba muy nerviosa, le dijo "¡Jonas!, ¿qué hiciste?", ¿y sabe qué respondió, oficial?, "¡Mamá yo no lo hice, fue ese chico, el de ojos verdes!", ella lo entró del brazo intentando callarlo y repetía "¡para con eso!, ese niño no existe, Jonas". Era peligroso, se lo dijimos. Sabíamos que se pondría cada vez peor, pero decidieron jugar a ser la maldita familia feliz —Rompió a llorar—, nosotros preferimos alejarnos, creo que hicimos mal; ahora ya no hay vuelta atrás, y de nada sirvió la distancia, mi esposo también está muerto.

. . .

El testimonio Amelia Harmstrog fue el último registro que hice sobre el caso. La muerte de Jonas aún me llenaba de culpa y me impedía dormir por las noches; dentro de mí había algo que me decía que no era más que un buen muchacho, un chico inocente víctima de la locura.
Unas semanas después de llevar a cabo un registro a fondo en busca del arma homicida, lograron encontrarlo oculto debajo de la alfombra de la habitación de Amélie, la sangre estaba seca y los tornillos del mango herrumbrados; el reporte estuvo en mis manos unos días después, cuando levanté la hoja quedé perplejo; el laboratorio no pudo extraer huellas.

. . . 

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