Capítulo 4

El ajetreo de la mañana le había mantenido distraído y había alejado su mente de esos sucesos recientes que tanto le habían trastocado. Y no, lo que ocupaba su mente no era el asesinato. Aunque debería ser eso. El rato dirigiendo la partida de póker había sido entretenido y se había reído mucho pillando a los tramposillos de siempre escondiendo cartas. También se había acercado a casa de Ricardo y Sonia en busca del afligido marido para darle consuelo. Sin embargo, según le había contado un vecino, se encontraba en el cuartel dando parte, de nuevo, sobre lo ocurrido la fatídica noche.

Marchó de nuevo hacia la iglesia donde pasó la última hora, atendiendo a feligreses que iban buscando sosiego ante la tensa situación que había en el pueblo. Estaban preocupados puesto que nadie sabía nada más que el hecho de que habían matado a Sonia y que interrogaban al marido, aunque todos estaban de acuerdo en que no había sido él. Eso hacía que estuviesen preocupados porque el verdadero asesino seguía suelto y, sin saber el motivo del homicidio, podía volver a matar. En eso estaba de acuerdo con ellos. Por ese motivo, les tranquilizó informándoles de que la inspectora Valeria había sido enviada desde la ciudad para encargarse del asesinato y sería meticulosa.

La llegada de la inspectora tranquilizaba a un gentío algo nervioso porque la investigación dependiese de Daniel. Parecía que no confiaban mucho en él, aunque no podía culparles. Le habían dado ese puesto hacía apenas un año y no era del pueblo, sino que lo habían trasladado desde otra Comunidad Autónoma. No conocía bien a los lugareños y lo demostraba habiendo señalado al marido como primer y único sospechoso del asesinato hasta el momento. Lo cierto era que él tampoco confiaba mucho en él, sobre todo desde que ignoró las cartas amenazadoras que había recibido. No es que hubiese podido evitar el asesinato que hubo horas después, sino porque daba una sensación de dejadez por su parte que le había dejado mal sabor de boca. Hasta que no habían matado a la pobre Sonia, no había dado ninguna importancia a las amenazas.

Cuando llegó a su casa, cansado de aplacar los ánimos generales de su gente, se encontró a Valeria en la casa ya y poniendo la mesa con varios tápers sobre la encimera. En ese caso estaba correctamente vestida con un pantalón largo de tela fina y holgado de color blanco y una blusa igualmente amplia de un bonito tono amarillo pastel. Tenía que reconocer que estaba muy guapa, aunque su vestimenta ayudaba a su autocontrol al no ser ni remotamente parecida a la de la mañana. De hecho, estaba muy tranquilo y se sentía en su zona de confort.

Se sentaron a la mesa y Valeria fue abriendo los tápers de ensalada, pollo a la leña y arroz con leche para el postre. Más que suficiente comida para dos personas.

— Me he tomado la libertad de coger su cafetera italiana, buscar en sus armarios hasta encontrar el café y prepararlo para tomarnos el cafecito después del postre —informó la inspectora sin mostrar ni una pizca de arrepentimiento por haber estado cotilleando en cada cajón. Tampoco era que le importase, era la cocina. Otra cosa habría sido que hubiese revuelto los cajones de su dormitorio, eso supondría una invasión a su privacidad que no aceptaría por mucho que fuese policía.

— Te lo agradezco. Se me olvidó dejarlo preparado esta mañana —se limitó a decir, sin entrar en detalle sobre los obvios motivos por los que había tenido la cabeza en otro sitio y se le había olvidado.

— Bien, mientras comemos me gustaría hablar con usted, como le comenté esta mañana. Creo que es mejor mantener la conversación aquí, es más informal que en la comisaría. No es un interrogatorio, por supuesto. Simplemente, me gustaría hacerle unas preguntas para obtener más información —expuso ella con calma mientras cogía la ensalada, repartiéndola entre ambos platos.

— Por supuesto. Contestaré a todo lo que necesite —le aseguró Mario observando que le servía a él una cantidad mayor de ensalada. Debe ser que le veía con hambre.

— Perfecto. Se lo agradezco —dijo Valeria rascándose una de las cejas, claramente pensando por dónde empezar el no interrogatorio—. Por lo que leí en el informe que me entregaron ayer por la mañana, tras la notificación del asesinato, usted reportó la recepción de dos cartas amenazadoras con un estilo similar a la que apareció junto al cadáver de Sonia. ¿Correcto?

— Correcto. No he tenido ocasión de ver esa carta, pero Daniel me insistió en que era igual que las que había recibido yo. Por eso vino por la mañana a pedírmelas.

— A ver... un momento... Según lo que decía el informe y lo que me ha dicho esta mañana Daniel cuando he hablado con él, fue usted el que llevó las cartas al cuartel al enterarse de que había aparecido una carta junto al cadáver de Sonia que estaba firmada por el mismo señor X que firmaba las suyas —le dijo Valeria, dejando el tenedor sobre el plato y mirándole a la cara frunciendo el ceño.

— No sé lo que pone en esos informes ni lo que le ha podido decir el jefe Daniel, pero yo le llevé las cartas que recibí la noche anterior al asesinato. Él me aseguró que debieron ser enviadas por los chicos del pueblo como broma y no quiso abrir una investigación. Cuando recibí la primera sí pensé que podría ser una broma, pero al recibir la segunda... Conozco a todos los jóvenes que residen aquí y algunos de los que vienen solo en verano y no les creí capaces de amenazar a nadie con la muerte como hicieron en la segunda carta que recibí. Por ese motivo me acerqué hasta el cuartel. Sin embargo, Daniel no se las tomó en serio e insistió en que eran una broma. A la mañana siguiente, ayer, se presentó en mi puerta bien temprano exigiéndome las cartas porque eran iguales a la que había aparecido junto a Sonia —explicó el sacerdote con calma. No sabía por qué motivo el jefe había mentido en el informe y a la inspectora, pero él no lo haría. Aunque intuía que no quería que se supiera que había ignorado las señales, podía suponer una falta grave al no haberlo investigado.

— ¿Y ahora a quién creo? Porque es muy fácil mentir mientras uno se escuda tras una sotana presuponiendo que eso le dará el toque de verdad a su versión. ¿A quién creo, pues? ¿Al policía que tiene presunción de veracidad? ¿O al sacerdote que se supone que no puede mentir? —indagó la mujer no sin dejar claro que estaba sopesando que el cura del pueblo la mentía. Y sin tapujos se lo decía a la cara.

— Yo solo le he dado mi versión. Usted, señorita inspectora, debería saber diferenciar la verdad de la mentira —se limitó a contestar.

— No hay que olvidar que pudo valerse de los comentarios sobre la carta para ir a entregar las suyas a posteriori, como dice que ocurrió el jefe de policía —le recordó la inspectora.

— Espero que sea consciente de que el detalle de que había una carta del asesino junto al cuerpo no es de dominio público. Nadie lo sabe y eso lo puede comprobar simplemente preguntando a los habitantes de este pueblo. Es imposible que yo, sin tener forma de saber de la existencia de la carta ni de quién la firmaba, decidiese ir para presentar allí las que yo había recibido —se limitó a decir Mario, tratándola de usted ya puesto que eso sí parecía un interrogatorio y no una charla amigable.

— Lo confirmaré —se limitó a decir Valeria mientras daba buena cuenta de su parte de la ensalada.

— En su defensa diré que, cuando le informé de las cartas, me pidió que volviese si recibía alguna más para investigarlo pues podía denunciarle por acoso y amenazas —le excusó el cura para evitar que el policía pudiese tener algún problema por dejadez en sus funciones—. No tenía forma de saber que esa misma noche el mismo sujeto cometería un asesinato.

— Comprendo —respondió la mujer comenzando a servir el pollo. Y, como con la ensalada, volvió a servirle a él la tajada más grande—. ¿Qué puede decirme del marido de Sonia?

— Ricardo siempre me ha parecido un buen hombre. Se conocieron en la universidad y se mudó al pueblo con ella tras la boda. Nunca le vi un mal gesto hacia nadie, menos hacia su mujer. Los veía muy enamorados. Llevaban casados tres años y Sonia me dijo no hace mucho que estaban pensando en tener hijos —contestó Mario.

— ¿Alguna vez dejó caer ella algún comentario que pudiera indicar malos tratos físicos o malos modos por parte de Ricardo? —preguntó Valeria pausadamente.

— Nunca.

— ¿Y en confesión? —indagó la mujer, pero sin mirarle a la cara, siendo consciente de que entraba en un tema pantanoso.

— No puedo decirle sobre qué versaban sus confesiones por motivos que usted bien sabe, pero sí puedo asegurarle que tampoco ahí mencionó nunca nada que pudiese indicar violencia machista de ningún tipo —reiteró el sacerdote esperando haber sido suficientemente claro en ese tema—. Si ha sido él, no tengo constancia de precedentes ni motivos.

— Muy bien. Lo tendré en cuenta, aunque lo investigaré de todos modos para constatar con pruebas en los informes de que no es él y así descartarle —explicó la inspectora dejando claro que su obligación era investigarlo, ya fuera para encontrar los motivos del homicidio como para descartarle definitivamente.

— ¿Tiene algún otro sospechoso? —preguntó él.

— De momento, no —respondió Valeria suspirando. Se echó hacia atrás en la silla, como había hecho esa misma mañana. Eso le trajo recuerdos vívidos de esos pezones marcándose en la camiseta rosa, pero descartó esos pensamientos rápidamente para centrarse en el tema— ¿Se te ocurre a ti alguien?

— ¿A mí? —se sorprendió él ante esa pregunta. No esperaba que le fuese a incluir.

— Ahora mismo estoy en un impasse. No hay ninguna prueba, ninguna huella. Nadie parece haber visto nada y el único sospechoso, el marido, da la sensación de que le voy a descartar en breve por lo que me cuentas —suspiró ella mientras Mario se levantaba para retirar los platos vacíos y servir el postre que estaba en la nevera.

— Como te he dicho antes, no ha trascendido ninguna información sobre el asesinato. Yo sé lo de la carta del señor X porque el propio Daniel me lo dijo cuando vino a pedirme mis cartas. Pero me parece curioso que no haya ni una sola huella. ¿Habéis analizado las que recibí yo para ver si ahí hay alguna huella? —preguntó el sacerdote sentándose de nuevo en la mesa y comenzar con el arroz con leche.

— No debería comentar contigo los datos del caso —dijo pensativa, aunque, de pronto, comenzó a sonreír—. Pero sí podría hablar sobre lo que me preocupa en una confesión.

— Bueno, eso sería raro puesto que no me estarías confesando tus pecados, que es la finalidad de ese sacramento. Aunque cada uno confiesa lo que quiere —respondió riéndose ante la ocurrencia.

— Me basta con que no comparta la información con nadie. De igual forma sabré si lo ha hecho puesto que, como dice, nadie sabe nada. Si de pronto todo el mundo conoce los detalles, sabré que ha sido de su boca —amenazó sonriendo Valeria. Parecía que iba a confiar en él sin necesidad de que hubiese confesión de por medio.

— Le aseguro que no compartiré con nadie lo que hable conmigo.

— En ese caso... —comenzó ella, rascándose de nuevo una ceja, pensativa—. No hay ninguna huella. Según los análisis, ni sus cartas, ni la carta de ella, ni el cuerpo, ni la vivienda, tienen huellas ajenas. En tus cartas están tus huellas y las de Daniel, que entiendo que son de cuando las estuvisteis leyendo. En la carta de Sonia solo están las huellas del marido puesto que el equipo que procesó el escenario llevaba guantes. En la casa solo había huellas de Sonia y de Ricardo. Tampoco habían forzado ninguna puerta ni ventana, lo que indica que la mujer dejó entrar al asesino.

— Eso quiere decir que debía conocerle —dijo él sorprendido.

— No necesariamente. Puede que llamasen a la puerta, ella abrió, confiada, quizá pensando que era algún vendedor, y así le dejó entrar —expuso Valeria volviendo a suspirar—. No tengo nada realmente.

— ¿Y el arma con que la mataron? Debe haber alguna bala que de pie a saber qué arma fue. Hay cazadores por aquí —continuó indagando el cura.

— No la mataron de un disparo. Eso habría estado bien pues, como dices, las balas dan mucha información sobre el arma y podríamos hacer una lista de sospechosos en base a eso. Sin embargo, la estrangularon con una cuerda que dejaron tirada al lado de ella y que es propiedad del marido. Al parecer, le gusta la escalada y tenía el equipo preparado en el salón para ir hoy.

— Cogió lo primero que encontró que pudiese usar como arma —susurró el párroco, pensando en esa nueva posibilidad— ¿Tampoco había nada en la cuerda?

— Nada. Células epiteliales del marido que pueden ser de usarla con anterioridad cuando ha ido a escalar. Todo apunta a él, salvo que no ha podido ser él. He comprobado su coartada y es cierta. Estuvo jugando un partido de futbol con unos amigos contra el pueblo de al lado. Llegó tarde y la hora de la muerte es de un par de horas antes —explicó ella.

— Si ya sabías que no era Ricardo, ¿por qué me has preguntado por él?

— Por asegurarme. Si había algún indicio podría ser un crimen por encargo. Si quitamos al marido de la ecuación, la escena indica que lo ha hecho un profesional. No ha dejado nada que pueda identificarle —dijo la inspectora con tono frustrado.

— Lo resolverás —le aseguró el sacerdote.

— ¿Cómo estás tan seguro? —preguntó ella, mirándole de reojo.

— Porque me interesa que así sea. No puedo dejar de lado que mi vida puede depender de ello —se limitó a responder, dejándola, de pronto, sin palabras.

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