Capítulo 25
Todos se quedaron en silencio ante esta nueva amenaza. Ignacio había sabido de alguna manera que estaban tras su pista y, aun así, había tenido tiempo de enviar una nueva nota mientras huía. Mario estaba tan temeroso como aliviado con esta misiva. No era bueno que el asesino estuviese desaparecido, sin duda, pero, al menos, ya sabían a quién buscaban. Por otro lado, el que no hubiese incluido ninguna declaración sobre su relación con Valeria ni más fotos, le tranquilizaba. Había dejado claro que iría contra su reputación si no se dejaba matar, sin embargo, no lo había hecho. De momento, al menos.
— ¿Cuándo ha sido entregada esta carta? ¿Dónde estaba? —preguntó Valeria de pronto.
— He salido a la entrada a despejarme y estaba en el parabrisas de uno de los coches de la policía. Pensé que sería propaganda, pero, al ir a quitarla, he visto que era otra amenaza —explicó Jaime, nervioso.
— ¿Tenemos cámaras en esa zona? —preguntó la inspectora.
— Ahí no. En la puerta de entrada hay una que graba a quienes entran por la puerta, pero no cubre la zona de estacionamiento de vehículos —respondió en este caso Daniel, pensativo.
— ¡Joder! Está claro que Ignacio se conoce bien el cuartel y la ubicación de las cámaras. Sabe evitarlas —exclamó pensativa Valeria.
— ¿Qué hacemos ahora, inspectora? —preguntó Daniel, expectante.
— Padre Mario, ¿está dispuesto a servir de cebo? —le preguntó la inspectora mirándole directamente a él.
— Sabe que sí —aseguró el sacerdote, sabiendo que no podía ayudar en nada más que en eso. Tenía que ponerse a tiro para atraer al asesino.
— Bien. Ignacio es listo y sabe cómo trabajamos por lo que tenemos que hacerlo bien. De momento, Sara, estás fuera de este operativo. Si se pone en contacto contigo quiero que puedas decirle, sin que detecte dudas en tu voz, que no sabes nada. Te quedarás en el cuartel, atendiendo a los locales mientras nosotros organizamos todo desde casa —ordenó Valeria. Sara no puso objeción, obedeció sabiendo que tenía órdenes y debía cumplirlas, por mucho que quedarse al margen le incomodase.
Recogieron todo lo necesario para el operativo y se dirigieron a casa de Mario para prepararlo todo desde ahí. El sacerdote estaba terriblemente nervioso ahora que había accedido a ser el cebo, consciente de los riesgos de que Ignacio pudiese matarle antes de que tuviesen ocasión de detenerle. Para mantenerse ocupado, se dedicó a servir refrescos a todos los policías reunidos en su salón y que miraban concienzudamente un mapa del terreno.
— Vamos a organizarlo todo lo antes posible. No irá por el sacerdote si sabe que está protegido por todos nosotros por lo que tenemos que hacerle creer que, mientras le buscamos, el Padre Mario se ha quedado relativamente desprotegido —comenzó la inspectora.
— ¿Cómo pretende lograr eso? —preguntó Daniel.
— Necesitamos hacerle creer que sigue aquí, en casa, solo. Y que el grueso del Cuerpo está barriendo la zona para encontrarle —explicó Valeria.
— ¿Voy a quedarme solo? —peguntó Mario, nervioso.
— No. No estarás aquí. Te esconderemos en algún sitio cercano y yo misma estaré contigo para protegerte. He pedido refuerzos a la ciudad y me mandarán varias unidades que destinaré a la búsqueda de Ignacio, casa por casa. Y controles en las carreteras cercanas por si intenta robar un coche y salir de las inmediaciones. Salvo Daniel y Jaime, los demás estaréis ayudando a la policía en los controles y en los registros de viviendas. Mientras, vosotros dos, os quedareis aquí, dando la sensación de que estáis protegiendo al cura. Quiero que deis una imagen de dejadez, de que estáis más pendientes de la operación de rastreo que de protegerle. Salid a fumar o dar un paseo de reconocimiento a la zona de forma individual y manteneos en contacto constante entre vosotros. Si le ve desprotegido espero que vaya por él. Empezaremos el registro de viviendas por el lado opuesto del pueblo, de tal forma que tenga acceso a la casa por tiempo limitado, así le metemos prisa —expuso Valeria con fría calma y explicando sobre el mapa dónde estarían los controles policiales y por qué casas se comenzaría el registro.
— ¿Y en qué casa estaré yo realmente? —preguntó Mario, confuso. Todo parecía bien claro y atado, menos dónde se escondería él.
— Vosotros conocéis mejor el terreno que yo. Dadme ideas de algún sitio que esté cerca del pueblo y que se proteja fácilmente por una persona —pidió Valeria.
— Yo tengo una casita junto al río —ofreció Jaime—. Es pequeña, solo una habitación y baño. Es de mi familia, pero no va nadie. Tengo las llaves ya que suelo ir allí a pescar algunos fines de semana. El único problema es que no hay cobertura allí. Por ese motivo no se ha reformado y solo se usa para pasar el día.
— Nos viene perfecto. Estaremos allí aislados, eso evitará que Ignacio pueda geolocalizarnos. Confío en vosotros y sé que podéis atraparle cuando entre aquí—dijo ella directamente a Daniel y a Jaime—. Tras esta última carta, está claro que no se marchará sin matarle. No creo que haya riesgo de fuga previa al intento de asesinato del Padre Mario.
— Eso es muy tranquilizador... —susurró el sacerdote.
— Tranquilo, Padre. Nosotros le cogeremos mientras la inspectora le protege —le aseguro Daniel, demostrando a Mario que había estado en lo cierto con él. No era el asesino, como había barajado Valeria el día anterior.
— Bien. El apoyo llega en una hora así que tenemos ese tiempo para repasar todos los parámetros y dejar la casa preparada para ponérselo relativamente fácil para entrar. En cuanto sepáis que está aquí, dad la voz de alarma para que vengan los demás y evitar enfrentaros solos a él —aconsejó la inspectora, con las manos apoyadas sobre la mesa.
Daniel y Jaime asintieron ante las indicaciones. Esperaron un buen rato hasta que todos se dirigieron de nuevo hacia el cuartel, dejando a los dos policías solos en la vivienda. A Mario le hicieron quitarse la sotana y vestirse con ropa de calle para que no fuese tan evidente que salía. En el cuartel, mientras el sacerdote esperaba escondido en uno de los coches, Valeria explicó el operativo a la ayuda recibida de la ciudad. Sin embargo, se dio cuenta de que se lo explicó todo en la puerta de entrada, sin llegar a entrar, y que cada poco tiempo, dirigía la mirada hacia el coche donde estaba él escondido. Estaba seguro de que verificaba que estuviese bien y a salvo.
Cuando hubo terminado, regresó al coche y se fueron a la cabaña mientras el sacerdote seguía agazapado en los sillones traseros del coche para que, a ojos de todos, Valeria fuese aparentemente sola. Hasta que no llegaron y ella le abrió la puerta, Mario no se atrevió a incorporarse.
La pequeña casita era muy espartana. Tenía una única habitación con un sofá que había conocido días mejores, una encimera con un hornillo que hacía la función de cocina, una gran chimenea para paliar el frío invernal y un pequeño baño con humedades. Jaime tenía razón: la edificación necesitaba grandes reparaciones para ser habitable, sin embargo, estaba bien para un día de pesca.
Se dejó caer en el sofá, levantando una pequeña nube de polvo que le hizo toser. Valeria sacó un par de refrescos de la bolsa que había llevado de provisiones para las largas horas de espera. Se sentó junto a él con más cuidado para evitar que los dos terminasen llenos de polvo y tosiendo, como le había pasado a Mario.
Sin embargo, notó cuan nerviosa estaba ella al verla levantarse de nuevo a los pocos minutos de haberse sentado. Por no hablar de que no parecía tener ganas de conversar con él. Revisó varias veces la cobertura desde distintos puntos de la pequeña vivienda, confirmando lo que les había dicho Jaime. No había cobertura ni conexión a internet desde ningún punto.
— Siéntate otra vez. Me estás mareando, Valeria —pidió Mario puesto que la actitud de la inspectora estaba acrecentando su nerviosismo.
— No puedo —respondió Valeria dando otra vuelta a la pequeña habitación—. Me enerva estar aquí escondida, lejos de la acción y sin poder dirigir a mi equipo.
— ¿Y porque no has enviado a otro para protegerme en lugar de venir tú? De esa manera podrías haber estado dirigiendo el operativo y no aquí como un gato enjaulado —sugirió Mario, cansado y ofendido por su actitud.
— Porque tampoco habría estado concentrada si tenía que pensar en tu seguridad. No podría saber si estabas bien o no. Digamos que no me sentía cómoda cediendo tu custodia a ningún otro miembro del Cuerpo —explicó ella dejándose caer en el sofá y levantando una nueva nube de polvo que les hizo toser a ambos.
— Son competentes, te lo aseguro. Y ya has podido comprobar que todos son fiables —le recordó Mario, haciendo hincapié en las dudas que había guardado hacia ellos.
— Lo sé. Tienes razón. Sin embargo, mis dudas han ayudado a descubrir antes a Ignacio. Y ahora solo tenemos que esperar pacientemente a que Daniel venga a avisarnos de que todo ha salido bien. Entonces podremos regresar a casa tranquilos —dijo Valeria con confianza.
— Debo decir que oír lo de regresar a casa de tus labios me resulta muy agradable. Me hace pensar en un hogar —le dijo Mario sonriendo y cogiéndole la mano para entrelazar sus dedos con los de ella.
— Suena bien, sí. Pero quiero que tengas en cuenta que, una vez detenido Ignacio, debo regresar a la ciudad —le recordó la inspectora sin soltar su mano y con voz dulce.
— ¿Quieres decir que hoy se acaba todo? ¿Qué te marchas para no volver? —preguntó con un hilo voz y un gran nudo en la garganta.
— Quiero decir que me tendré que marchar, aunque no quiera. Además, yo tengo mi casa, mi familia y mi vida en la ciudad —agregó Valeria.
— Ya veo —dijo Mario tragando saliva con dificultad.
— No te entristezcas. Solo será hasta que dejes el sacerdocio y te vengas conmigo a vivir. Obviamente no puedes pensar que continuaremos en el pueblo, nuestra relación sería un total escándalo que no nos dejaría vivir. Por no hablar de que me pilla muy lejos de todo. En cuanto hayas hablado con el Obispo Aguirre o con quien tengas que hablar de la diócesis, te vendrás conmigo —respondió Valeria contenta y segura.
— Claro —susurró Mario sintiendo como crecía el nudo de su garganta. Lo cierto era que, ahora que veía tan cercano el momento de decidir y el cambio tan radical de vida que le esperaba, comenzaba a tener cierto miedo.
— Mario —comenzó Valeria girándose hacia él para cogerle ambas manos entre las suyas y mirarle a la cara—. Sé que es una decisión muy difícil de tomar. Tómate el tiempo que necesites. Y, como te dije ayer, decidas lo que decidas, yo te apoyaré. Comprenderé que no dejes el sacerdocio. Es tu vida. También me alegrará que he sido un magnífico segundo plato para ti.
— El amor hacia Dios es distinto del amor por los seres humanos. No es comparable. No eres un segundo plato, Valeria, porque no competís en lo mismo —respondió Mario sin saber cómo hacerle comprender la diferencia.
— Da igual cómo lo mires. O le escoges a Él y a su Iglesia, o me escoges a mí. Por tus dudas, creo que, aunque tus sentimientos por mí son fuertes, lo son aún mayores por el sacerdocio. Lo comprendo, en serio —le aseguró la inspectora con semblante triste.
— Sí te quiero —le aseguró Mario, aunque tenía razón. Las dudas eran muchas y se lo había notado.
— Eso ya lo sé. Pero le quieres más a Él —insistió Valeria suspirando—. Será mejor que no continuemos más con este tema, por favor. Yo me iré a casa cuando todo esto termine. Entregaré mis informes y continuaré con mi vida. Tú debes tomarte el tiempo que consideres para tomar una decisión. No te metas prisa a ti mismo. Cuando tengas una decisión tomada, házmelo saber. Yo esperaré el tiempo que sea necesario, Mario. Creo que merece la pena, que tú mereces la pena.
Y dicho esto, no aceptó réplica. Valeria salió al exterior, cerrando la puerta tras de sí. Dejó a Mario con mal cuerpo y aún más nervioso que antes. Pero ya no era por el asesino, sino porque tenía que tomar una decisión muy importante e informar a las dos personas más relevantes de su vida: el obispo y la inspectora. Ambos expectantes por saber su elección y jurando comprender y aceptar la decisión que tomase.
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