Capítulo 20


Curiosamente, Valeria parecía más nerviosa en presencia del Obispo Aguirre que si se hubiese tratado del asesino. Había seguido a Raúl hasta el interior de la cocina, donde había abrazado a su querido sacerdote, pero permanecía a cierta distancia. Mario se fijó que mantenía el entrecejo fruncido y le costó varios minutos volver a guardar el arma. Estaba seguro de que no temía por su vida puesto que era imposible que Raúl tuviese nada que ver con los asesinatos. Se inclinaba a pensar en lo que habían estado hablando poco antes sobre un posible traslado a la otra punta del mundo si su relación llegaba a oídos de la diócesis. Estaba convencido que sus temores radicaban en ese punto, pero no había nada que temer mientras no fuese de dominio público. Sin embargo, no sabía cómo tranquilizarla en ese aspecto de momento. Habría que esperar a que se marchase el obispo.

Le ofreció un café a su amigo y se sentaron en la mesa de la cocina. Momento que su superior aprovechó para interrogarles.

— Bien, querida inspectora. Me han dicho que el Padre Mario se encuentra muy nervioso por las amenazas, ¿cree que tiene motivos para estar tan nervioso como para dejar de lado sus funciones hasta que encuentre al culpable? ¿Hasta qué punto corre peligro? Quiero decir, usted le protege en persona por lo que no debería estar tan preocupado —dijo en obispo sin ningún tipo de tacto. Por sus palabras daba la sensación de que él estaba nervioso porque no se sentía a salvo con ella, que debía ser una inepta.

— El Padre Mario ha estado y seguirá estando totalmente seguro a mi lado. Sí es cierto que la escalada de las amenazas, junto con los asesinatos, le mantienen en un estado de alerta constante que no le permiten descansar ni comer correctamente. Y eso también es perjudicial para la salud, sin duda —explicó Valeria sin entrar en la poco velada insinuación de que él se sentía inseguro a su lado—. Es cierto que, si debo moverme e investigar, él debe estar a mi lado o en un lugar donde el asesino no tenga acceso a él. Por ese motivo, le recomendé que limitase sus obligaciones como sacerdote.

— ¿Entonces fue recomendación suya que pidiese la ayuda de otro párroco o fue de él? —preguntó el obispo mirándola fijamente. Mario estaba seguro de que su amigo buscaba algo en ella, más allá de ofenderla o poner en tela de juicio sus capacidades, la estaba midiendo y analizando.

— Mía. Hablamos y le dije que si debía investigar me iba a resultar muy complicado hacer de guardaespaldas, yendo con él a todos lados. Además, es cierto que está afectado por la situación y no descansa bien. Psicológicamente, le está afectando por lo que consideré que podría ser beneficioso para el Padre Mario que se tomase un breve descanso. Hasta que detenga al asesino —respondió la inspectora con mucha calma, sin titubear siquiera ante las mentiras que acababa de decir.

— ¿Y cuánto falta para que eso ocurra? —continuó su amigo sin dejar ver ninguna emoción. No estaba seguro de si la estaba creyendo o no y eso ponía nervioso al sacerdote.

— Poco. He ido descartando posibilidades. Espero que en pocos días todo vuelva a la normalidad —aseguró Valeria.

— Me alegra oír eso —respondió Raúl sonriendo por primera vez desde que comenzase el interrogatorio a la inspectora. Cogió su taza de café, se apoyó sobre el respaldo de su silla y bebió lentamente, dejándoles expectantes—. Seguro que tiene muchas pesquisas que realizar y no pretendo entretenerla. Ha sido un placer conocerla, inspectora Valeria.

— Claro. Igualmente —respondió ella algo descolocada porque le estuviese sugiriendo, de forma poco sutil, que se marchase—. Es cierto que tengo cosas que hacer. Me marcho, entonces.

— Espero que mantenga a salvo a Mario, inspectora —recalcó el obispo cuando Valeria ya se encontraba caminando hacia la puerta.

— Soy buena en mi trabajo, Obispo Aguirre. Le aseguro que no permitiré que le ocurra nada —respondió ella sin darse la vuelta y continuó su camino.

Durante un par de minutos, quedaron en un silencio incómodo. Mario habría querido decirle que se contuviese en sus comentarios, pero no lo hizo, temiendo dejar ver demasiado sobre la relación que mantenían. El obispo no dejaba de ser un hombre muy accesible, aunque recto. Su actitud siempre despertaba más respeto que su vestimenta tan característica y que recalcaban el alto rango dentro de la Iglesia. Mario le conocía desde que entró en el semanario, siendo uno de sus profesores, y habiendo estado bajo su mando desde que se ordenara sacerdote. Alto, enjuto y con mirada severa, tendía a dar algo de miedo a quien no le conocía en el ámbito privado.

— Bien, ahora que estamos solos, cuéntame la verdad —pidió con una fugaz sonrisa el obispo, dejando sobre la mesa la taza de café vacía.

— La inspectora no te ha mentido, Raúl. Está cercando al asesino y no tardará en cogerlo —se limitó a contestar sin saber exactamente sobre qué creía que le había mentido Valeria.

— No me refiero a eso. Ella piensa que sabe mentir, pero lo cierto es que no es así. Sabes de sobra que estudié psicología, por no hablar de la cantidad de años que llevo confesando a feligreses y sacerdotes, y el lenguaje corporal me da mucha información. Me ha dicho la verdad en lo referente a que está cerca de coger al asesino y en que te va a proteger. Sin embargo, ha mentido en lo que a ti se refiere. No te dijo que te tomaras un descanso. ¿Qué ocurre, Mario? ¿Cuál es la verdad? —insistió su superior mirándole a la cara, alzando las cejas.

— ¿Por qué será que tengo la sensación de que me haces una pregunta para la que ya sabes la respuesta? —masculló Mario por lo bajo—. Es cierto que no duermo bien, que estoy cansado y algo asustado porque veo al asesino demasiado pendiente de mí. Le noto cerca y al acecho. Se lo hice saber a Manuel y veo que él te lo ha hecho saber.

— Algo así me dijo, sí —le confirmó.

— De igual forma, no parece importarle mucho los detalles del caso porque apenas le ha hecho un par de preguntas a la inspectora —recalcó Mario intentando desviar la conversación.

— No me hacía falta. Tengo relación de amistad con gran parte de los jefes de la inspectora Valeria, me hablaron bien de ella, y me mantienen informado de los avances y sucesos. Solo la estaba conociendo —contestó Raúl dejando aflorar a sus labios una leve y enigmática sonrisa.

— Ya veo —susurró el sacerdote, extrañado por su actitud.

— Vamos al salón, estaremos más cómodos —dijo de pronto, cambiando de tema, sin añadir nada más. Se levantó de la silla y caminó hasta el salón.

— ¡Un segundo! —exclamó alarmado Mario cuando vio desde la puerta la última carta del asesino sobre la mesita baja del salón. Aceleró el paso, adelantando a su superior y cogió el sobre para guardarlo.

— ¿Es una de las cartas que te manda el asesino? —indagó Raúl caminando indolente hasta dejarse caer pesadamente sobre el sofá. A sus sesenta y tres años, las rodillas le comenzaban a dar problemas.

— Sí. La inspectora se la ha debido de olvidar. La guardaré para que después la lleve a analizar —dijo Mario atropelladamente con toda la intención de guardar la carta para evitar un mal mayor.

— Déjame verla —pidió alzando la mano, exigente.

— No es buena idea. No es agradable de ver y hay que evitar dejar huellas en el interior antes de que lo analice la científica —se excusó el sacerdote dándose la vuelta para ponerla fuera de su alcance.

— Mario. No era una petición, sino una orden. No soy un niño impresionable y dudo mucho que una científica como la de la policía no pueda descartar mis huellas sin problemas y centrarse en el resto. Dámela —exigió ahora sin bajar la mano.

Mario se limitó a soltar un bufido, resignado a lo que podía ser su ruina. Le dio la carta y se sentó, sumamente tenso, en el otro extremo del sofá mientras observaba cómo abría el sobre y sacaba la nueva amenaza y las dos fotos. Vio cómo fruncía el ceño al desdoblar la hoja y leer el contenido. Sin ver las fotos, las palabras debían carecer de sentido para él. Y les llegó el turno a las fotos. No dedicó más de un segundo a cada una e, inexpresivo, las dejó sobre la mesa. Agradeció que las dejase bocabajo, así evitaba la vergüenza de tenerlas delante mientras le reprendía.

— Puedo explicarlo —dijo Mario con la voz entrecortada y las manos temblorosas.

— Creo que no es necesario que me expliques lo que he visto. Eras tú teniendo relaciones sexuales con la inspectora Valeria —le interrumpió Raúl con una voz tranquila, sin alterarse. Daba la sensación de que estaba hablando del tiempo.

— ¿Por qué no estás enfadado? —preguntó el sacerdote sin comprender que no estuviera gritándole y llevándose las manos a la cabeza por lo que acababa de ver.

— Estoy decepcionado, no enfadado. Siempre has sido uno de los mejores sacerdotes a los que he tenido el privilegio de formar y tener a mi cargo. Jamás he recibido una queja sobre ti y tu fe y devoción siempre han sido férreas. Me apena saber que tus debilidades humanas han podido contigo —adujo el obispo, continuando con su actitud calmada.

— Lo siento —dijo cabizbajo Mario. Estaba desolado al saber que había decepcionado a un buen amigo y maestro.

— Debes sentirlo, deberías estar arrepentido. Vine lo antes posible cuando Manuel me llamó para decirme que estabas mal por las amenazas. Estaba preocupado porque, aunque nunca he estado en una situación similar, entiendo que debe ser muy complicado de sobrellevar con entereza. Y he venido para darte mi apoyo y consuelo. Sin embargo, debo decir que, tras conocer a la inspectora, lo que acabo de ver en esas fotos era un pecado que ya sabía que habías cometido —confesó su amigo con una sonrisa triste.

— ¿Cómo es posible? —preguntó Mario, confuso.

— Ya te lo dije antes: lenguaje corporal. Mientras hablaba con ella me fijé en cómo te miraba de reojo y cómo mentía por ti. Tapaba algo, claramente, echándose las culpas a sí misma. Entonces me fijé en ti. A pesar de no decir una palabra, tu cuerpo me estaba gritando la verdad. Tu forma inconsciente de mirarla, alguna sonrisa bobalicona que te vi, cómo la colocación de tu cuerpo apuntaba hacia ella sin volverte ni una vez hacia mí. También me fijé en cómo te tensaste cuando puse en tela de juicio su capacidad para esclarecer el caso y mantenerte a salvo. Te costó muchísimo no defenderla, creyendo que así evitarías darme pistas sobre vuestra relación. Para mí, estas fotos solo ratifican lo que ya intuía —declaró Raúl haciendo una mueca.

— Comprendo. No sabía que había sido tan obvio —dijo en voz baja Mario.

— Ahora dime, ¿es tu relación con ella la razón por la que has pedido ser relevado de tus funciones en la parroquia? —preguntó el obispo sin dejar de mirarle fijamente.

— Sí. Admito que la situación con el asesino es estresante, pero la sobrellevo. Sin embargo, el cambio en nuestra relación me hace sentirme un pecador, no tengo el corazón puro como para impartir los sacramentos. Hasta que no tenga claros mis sentimientos necesito tiempo. Sé que esto es una locura, pero me siento entre la espada y la pared —declaró Mario, hablando ya sin tapujos.

— No eres el primero ni serás el último sacerdote que tiene un desliz o que siente que una mujer hace temblar los pilares de su fe. Esto no te exime de tu culpa, pero sí me hace comprenderte. Aclárate lo antes posible. Cuando se detenga al asesino quiero que me digas qué vas a hacer —concluyó su superior con voz firme. Debería decirle en pocos días si dejaba o no el sacerdocio, eso le había quedado bien claro.

— Eso haré —le aseguró Mario imprimiendo en su voz un convencimiento que no sentía por dentro.

— Bien. Mientras enviaré a Manuel a hacerse cargo de tu parroquia. Vive a pocos kilómetros de aquí y puede hacerlo. No voy a traer a otro sacerdote aquí y ponerle en peligro viviendo contigo. Por no hablar de que, con tu situación sentimental, no lo veo nada recomendable. Solo espero que seas consciente de que tus actos, si continuas como sacerdote, tendrán sus consecuencias —le recordó el obispo.

— Soy consciente de ello y, de seguir en el sacerdocio, las aceptaré como corresponde pues serán merecidas —estuvo de acuerdo Mario, sabiendo que, de continuar, acababa de sellar un futuro de lo más incierto. Raúl era su amigo, pero, antes de eso, era obispo y haría lo que debía hacer, aunque fuese en perjuicio Mario.

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