Capítulo 10
Valeria pasó la tarde en el cuartel, sacando el listado de sospechosos con la primera criba: varones entre veinte y setenta años. Ella le había acompañado a ver primero a Ricardo, para ver cómo estaba y, tras tomarse un café con él, le había dejado en la iglesia antes de irse al cuartel. Le había dejado claro que, en cuanto terminase el tiempo que debía estar en el confesionario, se marchase directamente al cuartel. No quería que estuviese solo más tiempo del necesario.
Tenía que reconocer que el tiempo se le había pasado demasiado despacio. Solo un par de mujeres habían ido a confesarse en las dos horas que estuvo dentro del confesionario y estar solo tanto tiempo le hizo sentirse inseguro. Jamás esperó sentirse así en la iglesia, pero estar ahí dentro, sin nadie más, le hizo darse cuenta de que cualquiera podría entrar, matarle y marchase sin que nadie se enterase. De hecho, le parecía extraño que, si el asesino quería matarle, no estuviese aprovechando las largas horas que pasaba sin compañía allí dentro. Si conocía a sus víctimas tanto como para saber sus rutinas, las suyas eran de conocimiento público por lo que tenía todas las ocasiones que quisiera, como ese mismo momento, para hacerlo. Eso le hizo pensar en algo importante: el asesino también debía estar libre para matar justo en el momento en que la víctima estaba sola. Por eso Valeria quería saber las coartadas. Esto le llevaba a un punto importante, sin duda. El asesino no le estaba atacando en ese momento porque no podía. Debía estar trabajando. Aunque eso incluía a la inmensa mayoría de la población que la inspectora tenía en la lista, por no decir que a todos.
De todas formas, el saberle ocupado, le dio una sensación de seguridad que le reconfortó. Notó cómo iba mitigando el temor que sentía de estar solo en la iglesia, en su santuario. Recogió las cosas con más ánimo que antes y fue hasta el cuartel para ver cómo iba y si se marchaban a casa. Tardó en llegar más de lo esperado pues diversos vecinos se acercaron a él para preguntarle sobre el curso de la investigación y saber si la inspectora ya estaba cerca de detener al asesino. Tuvo que contestar con calma, sin dar información clasificada, se lo había prometido a Valeria. Se limitó a tranquilizarles, asegurándoles que la inspectora trabajaba sin descanso para encontrar al culpable. Lo cierto era que ellos no sabían cómo de cerca le tocaba el caso a él mismo. Algunos supieron de la primera carta que recibió, pero la mayoría ignoraba ese hecho. Y los que lo sabían, no habían relacionado los acontecimientos con aquel suceso que para ellos fue una mera chiquillada. Valeria y Daniel habían decidido que no debían saber sobre las amenazas que estaba recibiendo para no preocupar más a la gente, ni convertirle en el foco del interés general al saberle el objetivo principal.
Cuando estaba llegando, se cruzó con ambos que iban a buscarle al ver que no había llegado al cuartel. A Daniel se le notaba enfadado por tener que estar trabajando más horas de lo habitual esos días. Estaba llevando muy mal lo de echar horas extras y más bajo las órdenes de Valeria, siendo él el jefe de policía. El día anterior se había cogido la tarde libre y había tenido que volver ante el nuevo asesinato. Por todo ello, no paraba de quejarse. Para Mario, que se quejase de tener que trabajar cuando había dos víctimas mortales de por medio, le parecía una actitud totalmente pueril e indecente.
Valeria y él se miraron de reojo viendo cómo Daniel se empeñaba en acompañarlos a casa. La inspectora se llevaba los informes que necesitaba para quedarse trabajando en el salón hasta altas horas de la noche en la mayoría de las ocasiones, así que el jefe de policía se había empeñado en ayudarla a llevarlo todo. Pasaron al salón donde colocaron todos los papeles sobre la mesa de madera que había en un lado de la habitación y se sentaron.
— ¿Tienes ya todo lo que te hacía falta? —preguntó Mario a Valeria.
— Sí. Ya tengo el listado del que partir. He estado comentando con Daniel mi teoría y me ha sacado todo el listado ya filtrado por los rangos de sexo y de edad —contestó la inspectora.
— Así es. Su teoría me parece sostenible. Al menos podemos asegurar que la muerte de Juan no ha sido en vano. Ha aportado importantes pistas para la investigación. Estoy seguro de que, eliminando sospechosos de la lista, lograremos encontrar al responsable y volver a nuestra apacible vida —agregó Daniel con tono de superioridad, como si fuese él quien realmente llevase la investigación y Valeria fuese su mera comparsa. También daba a entender con su actitud que le importaba poco quién muriese, solo que le dejasen volver a hacer el vago. Estaba claro que le gustaba su trabajo solo porque, en un pueblo tan pequeño y tranquilo, nunca pasaba nada y no tenía que moverse en exceso.
— Bueno, yo voy a la cocina a por algo de beber. ¿Os apetece algo? —preguntó Mario, queriendo escapar de allí antes de darle una mala contestación.
— Yo no quiero nada, gracias. Tengo que irme —respondió Daniel, a lo que él dio las gracias mentalmente. Se iba, eso era bueno. Había temido que pidiese algo y se quedase en su casa durante más tiempo y soltando frases como las anteriores.
— Espera, te acompaño —dijo Valeria, levantándose de la silla para seguirle a la cocina.
— No necesito ayuda, puedo llevarte lo que te apetezca —le ofreció el sacerdote.
— Ya lo sé. Solo quería salir de ahí un segundo. Me tiene la cabeza loca con tanta tontería. No sé cómo ha llegado a ser jefe de policía con lo vago que es. Si por él fuera, aún estaríamos entrevistando al marido de la primera víctima —se quejó ella, apesadumbrada.
— Por eso doy gracias a Dios de que te hayan mandado a ti. Eres, con diferencia, mucho más diligente e inteligente que él —le dijo chocando un vaso vacío que acaba de coger con el que ella ya tenía en la mano, como queriendo brindar por su buena suerte.
— A ver si me le quito rápido de encima y puedo sentarme un rato a revisarlo todo y empezar a reducir esa interminable lista —continuó quejándose Valeria, más por Daniel que por tener que trabajar.
— Ha dicho que ya se iba. Espero que sea así. De momento, será mejor que regresemos al salón antes de que venga a buscarnos y nos vea aquí, escondiéndonos de él —bromeó Mario para hacerla sonreír y aliviar su pesar.
— Sería una lástima que supiera que no le soportamos... —dijo irónica, pero dándose la vuelta y marchando hacia el salón donde permanecía Daniel, sentado muy tieso sobre su silla y sin haber sacado de la caja ni un solo papel. Estaba claro que era cierto que no había ido para continuar trabajando, solo para llevar los papeles.
— Bueno, yo me marcho a casa —se despidió, de pronto con prisa por marcharse.
— ¿Seguro que no quieres tomar algo? —reiteró su oferta el sacerdote, rezando porque la rechazase de nuevo.
— Sí, vamos a comenzar a revisar la lista. Podrías quedarte y echarnos una mano —pidió Valeria, aunque Mario volvió a pedir al cielo una ayudita para que dijese que no a ambas cosas y se marchase.
— Os lo agradezco. Me vendría bien la compañía, pero en otra ocasión. Con tanto jaleo necesito descansar —rechazó la oferta para alivio de Mario y le acompañó a la puerta para despedirle con suma educación.
— ¡Madre mía! Pensé que no iba a irse nunca. Se ha pensado por un momento lo de quedarse y casi me desmayo —bromeó la inspectora, riendo cuando él regresó al salón ya solo.
— Yo también me he dado cuenta de que se lo estaba pensando —aseguró él riendo con ella mientras se sentaba en otra de las sillas alrededor de la mesa del saloncito.
— Por eso le he recordado que íbamos a estar revisando la lista. Después de todo el tiempo que malgasta quejándose, estaba segura de que saldría corriendo solo ante la posibilidad de tener que trabajar un rato más —sentenció Valeria, demostrando de nuevo lo inteligente que era y lo rápido que funcionaba su mente.
— Bueno, al menos te ha dado el listado. Espero que esté correcto —dijo Mario, con dudas de que así fuera.
— No te preocupes, la ha sacado Sara, la policía recién salida de la formación. Él solo la ha revisado antes de dármela. Y dudo mucho que haya hecho nada más que hacer con que la leía antes —le aseguró ella, aun sonriendo.
— Bien, ¿por dónde empezamos? —se ofreció Mario, con ganas de ayudarla en todo lo que pudiera.
— Por ti. Necesito que revises esta lista, nombre a nombre, y señales aquellos que reconoces. Como dijimos, el asesino te tiene un odio que solo puede derivar de tener trato contigo por lo que le tienes que conocer —le recordó Valeria.
— De acuerdo —respondió cogiendo las hojas que le tendía.
— Es una lista más corta de lo que esperaba. Apenas son poco más de mil nombres en una población de unos cinco mil censados —dijo frunciendo el ceño la inspectora.
— Que no te sorprenda. La mayoría es gente que está por encima de los setenta años. Ten en cuenta que los jóvenes tienden a irse a la ciudad a buscarse la vida y solo quedan aquí unos pocos para mantener el pueblo. Esto hace que la mayoría de los que habitan aquí estén por encima de la criba inicial que has hecho de los setenta años y que la población activa, solo masculina, sea más bien escasa —explicó el sacerdote, dejando claro que el listado era correcto. Había pocos en la lista porque realmente eran pocos.
— Bien, ve revisando la primera hoja. A ver qué nombres conoces —le pidió ella con expresión de pena en la cara. Al final, no dejaba de significar el ocaso de una población, un pueblo que se moriría de viejo, abandonado por los jóvenes que dejarían de ir cuando sus mayores ya no estuviesen entre los vivos. Como había pasado en tantas otras regiones del país.
Durante la siguiente hora se dedicó a señalar los nombres de la gente que conocía de la lista mientras Valeria le observaba, sentada a su lado. Se mantuvo en silencio, dejando que se concentrase en lo que estaba haciendo para no distraerle. Sin embargo, no pudo evitar quedarse en blanco en un par de ocasiones al escucharla respirar demasiado cerca de él o al sentir su aroma a fresas. Pero su férreo control sobre sí mismo había vuelto para quedarse y se sobrepuso a esas situaciones, recuperando la concentración y continuando sin hacer ningún comentario.
Cuando hubo terminado estaba muy contento consigo mismo, no solo porque había evitado caer en pensamientos maliciosos, sino porque había reducido la lista de los mil ciento veintisiete hombres a solo trescientos catorce. Esos eran los vecinos con los que tenía una relación de varios años, no solo de hola o adiós, o que conocía su nombre por boca de otros. Como había dicho Valeria, el asesino tenía que conocerle bien para odiarle tanto, no podía ser alguien que no tuviese mucha relación diaria o habitual.
Se levantó y dejó a la inspectora revisando la lista mientras él se dirigía a la cocina para ir preparando la cena. Sabía que le necesitaba para continuar pues, para aplicar la siguiente criba, había que conocer la complexión y estatura de esos hombres que quedaban ya. Sin embargo, necesitaban comer algo tras una jornada en la que habían debatido demasiado y comido más bien poco.
Preparó un par de sándwiches de jamón cocido, queso y tortilla y lo llevó al salón, obligándola esta vez a hacer un alto para cenar. Sabía que estarían hasta tarde revisando y acortando esa lista hasta que no pudiesen seguir y tuviesen que esperar al siguiente día. Por ese motivo le quitó los papeles de las manos, los apartó y dispuso los platos con la sencilla cena.
Como había predicho, estuvieron hasta bien entrada la noche con la criba y se fueron a descansar exhaustos, pero contestos con haber reducido aún más esa lista. Ya habían filtrado por sexo, por edad, por cercanía con el sacerdote y por físico. A partir de ese punto habría que comprobar las coartadas de cada uno de los ciento cincuenta y tres que componían la lista. Eran aún muchos, sí, pero ya no era todo el pueblo más los veraneantes. Estaba seguro y confiado en que lograrían encontrarle.
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