6. Encuentro desafortunado

I'm my own biggest enemy

Yeah, all my empathy's a disaster

Feeling something like a scaly thing

Wrapped too tightly 'round my own master

I Hate Everybody - Halsey

Camino esperanzada por las calles de Buenos Aires con el objetivo de tomarme el próximo bus que me lleve al aeropuerto. Voy feliz y despejada, sabiendo que el tiempo para ver nuevamente a Martín está a punto de acabar. Para hacer más dinámico el trayecto, presiono el contacto de Luján para contarle resumidamente antes de ponernos a trabajar todo lo que sucedió con el hombre de los mil vuelos el fin de semana.

Tras hacer un recuento de todos los hechos como si de nota periodística informativa se tratara, mi amiga está indignada:

—¿Ese maleducado ni siquiera te dio un beso? Hay algo que se llama hacer la del microondas. Si vas a calentar la comida, luego te la tienes que comer —recita Luján como sacada de película, lo que me hace estallar en sonrisas. Los transeúntes me miran extrañados por toda mi elocuencia.

—Silencio —siseo para callarla—. Ya te dije que ahora no me interesa follármelo. O sea, vamos, ¿quién no querría sentirse bien caliente con ese rostro y cuerpecito que tiene Martin? Pero a lo que voy es que no solo lo deseo de esa forma. Te sorprendería lo bien que se siente conectar emocionalmente con alguien.

Luján suspira, y oigo su voz alejada del micrófono. Probablemente esté atrasada con su salida al aeropuerto y me tiene en altavoz mientras se viste. Típico.

—Capaz te ganaste la lotería, amiga. Capaz es el hombre de tu vida, que te va a resolver todos tus problemas y te va a regalar una mansión con piscina para que te quedes ahí disfrutando el calorcito del sol. ¿Cómo te ves siendo una mantenida? —contesta con su también super habitual ironía.

Giro en una de las calles que me acerca a la parada del bus. Solo unas cuadras más de caminata y ya podré sentarme a conversar tranquila.

—Ya de mantenida tengo suficiente con mis padres. Además...

Algo me golpea en la nuca con firmeza, causándome un dolor de cabeza bastante intenso. Sostengo mi celular y veo que un muchachito de no más de veinte años se me tira encima, echándome contra la pared.

—Dame el teléfono o te mato, perra —berrea poniéndome una navaja sobre mi cuello. Tiemblo del miedo y tardo unos segundos en reaccionar ante el ataque que me golpea de repente.

—Yo...

—Perra de mierda.

El miserable muchacho me golpea con una fuerza descomunal en el rostro, lo que hace que el teléfono caiga contra el suelo y caiga de rodillas por el dolor. Puedo escuchar los gritos desesperados de Luján al otro lado de la llamada. El puñetazo me hace sangrar el labio, y una gota de sangre cae como resultado sobre el pavimento.

El chico observa que debe irse de ahí cuanto antes y empieza a correr a máxima velocidad con mi teléfono, porque hay un par de transeúntes en camino a mi rescate. Agradezco que no se haya llevado el resto de mis cosas.

Respiro. Me molesta haber sido tan estúpida como para caminar por las calles de Buenos Aires así de despreocupada. La inseguridad es una realidad que golpea en demasía a nuestra pobre Argentina y yo lo sabía muy bien. Perdí el teléfono por andar con la cabeza en otro lado, y eso es enteramente mi culpa.

Siempre es mi culpa.

—¿Te encuentras bien? —me dice una voz grave, lo que me hace ilusionarme.

Levanto la cabeza avergonzada, con el sueño de que sea Martín quien llega a mi rescate.

La decepción es grandísima. Un pobre anciano con buen caudal de voz me ayuda a levantarme, lo que me hace sentir una ingenua una vez más. ¿Por qué sigo pensando que me encuentro en la típica historia del príncipe azul? No hay feminismo suficiente que quepa para eliminar incluso en mi cabeza los rastros que tenemos internalizados de que siempre es el hombre perfecto el que debe sacarnos del peligro.

—Sí, gracias —notifico limpiándome la suciedad de mi ropa tras la caída.

Los minutos pasan y la espera del bus se hace interminable al quedarme sola con mis pensamientos. No soporto haber sido tan ingenua, no soporto haber cometido un error de porteña principiante. Reconozco que mi autoexigencia a no fallar es demasiado grande, pero aun así no soy capaz de controlar el malestar interno que emana por mis poros.

Viajo entre sollozos y pequeñas lágrimas hasta legar al aeropuerto internacional de Ezeiza. Luján me espera ansiosa en nuestro punto de reunión:

—¡¿Qué te pasó, Pamela?! ¡Pensé que te habían secuestrado! —vocifera mi amiga dándome un abrazo muy fuerte que no deja de ser reconfortante. Por mi cabeza pasa el recuerdo de ese sutil acercamiento con Martín y algo se reaviva dentro de mí—. Mira lo que te hizo ese animal...

—Estoy bien. Solo me robaron el teléfono. Soy tan estúpida. —Corro mi cara cuando Luján atina a querer tocar el sector de mi labio cortado—. Ah, y que no se te ocurra decirle una palabra de esto a Tomás. No quiero oír una palabra de ese idiota hoy.

—Es tu jefe, así que tendrás que hacerlo quieras o no —destaca con una sonrisa ladeada, lo que origina un efecto dominó complaciente—. Y no digas eso de que eres una estúpida, Pame. La culpa la tiene el ladronzuelo que te atacó. Nunca pierdas la brújula con estas cosas porque si no acabarán devorándote. Ya sabes qué pasa cuando te metes en esa espiral...

Agradezco las palabras de aliento de Luján, que sabe cuando comportarse como una amiga sensata.

—Vamos a cambiarnos, amiga. Quiero olvidarme de este episodio tan cutre —recalco mientras empezamos a caminar por el aeropuerto con la fuerza doblegada de dos amigas que creen que todo lo pueden.

—Te ayudaré a quedar hermosa, que el galán estará a la espera.

Nos preparamos a ritmo acelerado porque ya estamos atrasadas, y corremos al encuentro del resto de la tripulación. Con la ayuda de Luján, me siento esperanzada de que nadie note el pequeño corte en el labio y pueda olvidar todo el asunto hasta volver de Miami.

Cuando veo caminar a Martín Velasco por la manga, me hace dejar de lado el hecho que mi día había sido una completa mierda. Si él está cerca, todo se transforma. Las mariposas en el estómago son fruto de que soy una niña otra vez, y que la sensibilidad de su cercanía se debe nada más ni nada menos a que estoy completamente interesada en lo que el hombre de los mil vuelos tiene para darme.

Hoy está más guapo que nunca. Ya no trae moño y tiene uno de los botones de su camisa desabotonada, que si bien le quita una partecita del orden perfecto que siempre trae, le dan una cuota de sexy desamparado. Obligo a mi mente a que se quede en la realidad y no en lo placentero que sería tocar su pecho, esos musculosos pectorales y... ¡Ah, ya estoy volando del calor que tengo!

—Bienvenido a bordo, señor Velasco —indico con mi mejor sonrisa de dientes blanquecinos.

El hombre de los mil vuelos me entrega su pasaje por más que ambos sabemos que no necesita asistencia. Lo acompaño hasta la fila indicada con cierto disimulo. No quiero ni necesito otra advertencia de Tomás. Ese hombre es todo lo que el sexo masculino representa y no debería.

Martín se tira en su butaca de primera clase con cierta violencia. Parece ofendido y todavía no me ha dirigido la palabra. Espero algún tipo de comentario de su parte aun cuando tengo pasajeros detrás que están esperando que me mueva para poder avanzar.

El hombre de los mil vuelos no decepciona y me indica con las manos que me acerque.

—Nadie le pega a una dama. El que te hizo eso va a pagar las consecuencias —susurra con una profunda ira interior canalizada.

Suspiro. Puede no ser perfecto, pero vaya que sí sabe lo que tiene que decir para enamorarme.

Hola, calabazas. ¿Qué comieron de rico hoy? Yo una milanesa de soja con ensalada. Muy rico todo.

1. ¿Les robaron alguna vez?

2. ¿La impresión que tienen de Pame es la misma que tenían en el primer capítulo?

3. Con sinceridad, ¿escuchan las canciones que les dejo en multimedia? Si la respuesta es afirmativa, ¿les gustan?

Martín y Pame se siguen acercando. No saben todo lo que les queda por explorar de esta pareja explosiva. ¡Hasta pronto!

Santeeh les manda un fuerte abrazo (/)/

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