5. Perfectamente imperfecto
I'm hooked on all these feelings
I know exactly what I'm feelin'
This love asylum, like an island, just me and you
Spent the night, you got me high
Oh, what did you do?
Hayley Kiyoko - Feelings
Me levanto tras una larga siesta y repaso en mi cabeza todo lo que pasó en mi vuelta de Miami. Guío mis recuerdos hacia las palabras de Martín, intentando encontrar un indicio de que está jugando conmigo, pero no soy capaz de hallarlo. El no estar cerca de él me da claridad. Y por más que me estoy esforzando duro por creer que todo lo que me está pasando no es cierto y que él no puede ser real, cada minuto que pasa esa teoría pierde fuerza.
El hombre de los mil vuelos viene a salvarme de tanta infelicidad.
Cuando le conté a Luján todo lo que había sucedido en la cola del avión, se mostró bastante escéptica. Ella no es capaz de ver con los mismos ojos con los que yo veo a Martín porque no siente esta atracción tan profunda. Quiso advertirme de lo extraño de su comportamiento, pero no me dijo nada que yo no hubiera pensado antes. Sí, Martín por momentos es demasiado. Pero no atreverse a probar una rebanada del mejor pastel que encontré en mi vida sería la decisión más estúpida que podría tomar.
La tranquilidad de mis pensamientos sobre la única persona que últimamente anda rondando mis deseos se ve interrumpida por la aparición de mi madre, que entra desaforada:
—¡¿Cuántas veces te dije que golpees la puerta antes de entrar?! —berreo histérica. Esta mujer me sacará canas verdes.
—Te llegó un paquete —contesta inexpresiva. Por momentos ambas estamos demasiado cansadas como para entablar una nueva discusión.
Una razón más para usar a Martín como distracción y salir de este calvario cuanto antes.
Me levanto de la cama sin agradecerle porque el orgullo es más grande. Paso por la cocina y la sala de estar hasta alcanzar la entrada con desgano. Un hombre con un paquete perfectamente envuelto espera sereno. ¿Qué es esto?
—Señorita Arriaga, por favor firme aquí —me dice el cartero sosteniendo una planilla—. Se lo envía el señor... Martín Velasco.
—¿Cómo lo supo? —digo en voz alta ante el shock. Las palabras se aglomeran en mi boca y las pronuncio sin siquiera intentarlo.
Mis ojos brillan y al mismo tiempo mi corazón se paraliza. El hombre de los mil vuelos me está haciendo otro regalo... pero ¿cómo sabe dónde vivo? Las circunstancias son igual de emocionantes como aterradoras. Evalúo mis recuerdos en búsqueda de algo que haya dicho o hecho que pudiera dar un indicio de mi lugar de residencia, pero no encuentro ninguno.
—Muchas gracias —digo tras firmar y recibir el paquete. El cartero se da media vuelta y camina hacia su próxima entrega.
Saco el envoltorio de un tirón y me encuentro con una caja de bombones Ferrero Rocher, mis preferidos. Nuevamente, ¿cómo lo supo? Sobre ellos, otra pequeña carta fiel al estilo que me tiene acostumbrado Martín Velasco:
Te veo poco, pero te pienso mucho. Te estaré esperando en el bar de la esquina. M.V.
—¿Qué está pasando, Pamela? ¿Quién te trajo eso? —cuestiona mi madre en su tono tan inquisitivo. Me arranca la nota de mis manos y se pone a leerla.
—No te metas en mis asuntos.
—Escuché lo que dijiste, Pamela. ¿Cómo sabe el galán que te mandó esto donde vivís? Si fuera tú, me acercaría a comisaría y lo denunciaría por acoso. No sé qué tipo de declaraciones de amor hacen los hombres de hoy, pero asustarte así seguro que no es una de ellas.
Las palabras de mi madre tienen un efecto contraproducente. Me da rabia que crea tener la respuesta a todo y que piense que todavía puede manejar mi vida. No quiero escucharla más.
Olvido el temor inicial y me concentro en el segundo fantástico detalle de Martín. Ya tendré la oportunidad de preguntarle cómo se enteró donde vivo en cuanto lo vea.
—Lo que a ti te asusta es ver que tu hija tiene personas que se preocupan mucho más que tu mismísimo marido. Voy a salir, nos vemos luego.
Dejo a mi madre colgada tras la frase hiriente que acabo de pronunciar y me acerco al vestidor para ponerme la mejor vestimenta que pueda encontrar. Debo estar a la altura de lo que Martín espera de mí. No puedo decepcionarlo.
No puedo decepcionarme.
Un vestido acompañado de unos tacones y un labial rojo a combinación son las prendas elegidas para la ocasión. Perfumo mi cuerpo con la fragancia más exquisita que tengo y dejo mi cabello suelto, contrario a como lo tengo en los vuelos y que refleja una seriedad que ahora no necesito establecer.
Martín tiene que ser capaz de ver una Pamela mucho más auténtica y profunda que la versión superflua y excitada que vio en el avión. Soy una persona que vale la pena conocer, solo que la mayoría de gente que anda ahí dando vueltas no es lo suficientemente capaz de interesarse.
En un mundo donde el egoísmo reina y el prójimo siempre queda en segundo plano, todos terminamos convirtiéndonos en seres incapaces de compadecerse, incapaces de amar.
Es triste, porque día a día perdemos una partecita más de lo que nos define para convertirnos en eso que la gente quiere que nosotros seamos. Tal vez sea la esperanza de encontrar mi otra mitad lo que me lleva a intentar tan desesperadamente algo más que un simple polvo con el hombre de los mil vuelos.
Salgo de mi casa de un portazo. Hago oídos sordos a lo que dice mi madre, que lo único que hace es gritar. De tener el dinero suficiente, tomaría todas mis cosas y saldría de ahí cuanto antes. Pero no puedo, y cada día es desgastante.
Camino media cuadra por una de las calles de Belgrano sintiendo el viento caluroso chocar con desgano. Es una brisa suave, que lejos de aliviar las altas temperaturas un poco inusuales del octubre en Buenos Aires, solo sirven para agobiar a los transeúntes que no quieren aflojar el paso. Veo a unos cuantos metros el tradicional bar de la esquina que se mantiene firme desde antes que yo naciera. Es un lugar acogedor, de aquellos que a pesar de tener su antigüedad siempre tendrán un lugar en el corazón de sus clientes.
Cuando me acerco al bar segura de mí misma y lista para enfrentar con entereza la vulnerabilidad que Martín me genera, su voz penetrante y esa sonrisa de dientes tan blancos me sorprenden por detrás. Desato un pequeño gemido por el susto, pero al oír las palabras que salen de su boca todo se vuelve calma:
—Una flor para otra flor —pronuncia entregándome una rosa y haciendo una reverencia, como si yo fuera la reina que a él tanto le ha costado acercarse—. Espero que te hayan gustado los bombones, Pame. Los elegí especialmente para ti.
—Son perfectos. Tú eres perfecto. —No puedo evitar sonrojarme—. Vamos, entremos. Tenemos muchas cosas de que hablar.
Ingresamos al bar entre sonrisas y miradas que lo dicen todo: nos espera una larga cita para aprovechar.
Cuando me acomodo en uno de los butacones del bar de Belgrano, cruzo las piernas y oigo a Martín hablar, vuelo como si estuviera en una sinfonía de Beethoven. Su presencia empieza a reconfortarme de formas que van más allá de lo excitante.
—¿Me permites hacer la pregunta que seguro muchas no se habrán atrevido a hacer? —lanzo sin más interrumpiéndolo.
—Adelante —esboza casi inaudible, como si quisiera atraerme con el timbre de sus palabras.
—¿Cuántos años tienes?
Martín se regocija en su butacón y me analiza con esos mismos ojos cristalinos que lanzan fuego, pero que ahora sé que lo que buscan no es adueñarse de mi cuerpo si no de mi mente y sentimientos.
—¿Cuántos crees que tengo?
Me retengo internamente para no sexualizar la conversación. No es lo que él ha venido a buscar, y al final yo tampoco. Debo controlar mis sucias fantasías.
—Me parece que no tienes más de treinta —contesto un tanto insegura, porque, a decir verdad, jamás me lo había preguntado hasta ahora. En una persona como Martín Velasco, la edad es lo último que te importa.
El hombre de los mil vuelos ríe por primera vez desde que nos conocemos. Es una risa suave que acompaña la masculinidad que caracteriza cada uno de los detalles de su personalidad, pero algo en toda esa escena me resulta extremadamente tierno. Tal cuál como me pasó en el vuelo de Buenos Aires a Miami cuando denoté una expresión tan infantil como transparente.
Me agrada que no haya barreras entre nosotros.
—Tengo treinta y seis.
Casi escupo el café de la sorpresa. ¡¿Treinta y seis años?! Quien pudiera llegar así a esa edad, madre mía. Este tipo es de no creer.
—Te mantienes muy bien para tener tantos años, Martín Velasco —preciso en un tono formal, porque después de lo del vuelo no quiero volver a parecer una guarra irrespetuosa.
—De lo que puedes estar segura es que si te ven conmigo nadie creerá que estas con un sugar daddy. Beneficios de aparentar edades —replica en lo que podría parecer un mensaje arrogante en otras circunstancias. Sin embargo, hay un no sé qué en su intención que solo lo hace parecer un conversador locuaz.
—¿Sugar daddy? Vamos, solo nos llevamos diez años. Puedo presentarte unas amigas que se tomaron la tarea mucho más en serio.
No sé a qué amigas me estoy refiriendo, así que espero que el señor Velasco no quiera inmiscuirse en mi miserable vida. Para mi suerte respira satisfecho, como indicando que está listo para continuar con el juego en que nos hemos metido.
—Ya sabes cómo es la gente. Les encanta meter el dedo en la llaga. ¿No es así? Por eso nos esforzamos tanto en encajar. Tememos ser los que dejen a un costado, los marginados de la sociedad.
Casi escupo mi bebida en cuanto termina de hablar. ¿De dónde salió ese nivel de profundidad inaudito? Solo atino a observarlo con una mezcla de perplejidad y admiración, porque no puedo estar más de acuerdo con él.
—¿Qué hay de ti? ¿Temes oír lo que la gente piensa? —arremeto en contraataque.
—¿Te habría dicho todo lo que te dije en la cola del avión si temiera de esa manera? Cualquier otro se habría conformado con hacer lo que un hombre promedio acostumbra en mi situación. —Velasco se detiene, como evaluando seriamente sus próximas palabras—. Mis miedos recaen en algo mucho más personal que lo que la sociedad espera de mí.
—Cuéntame —manifiesto intrigada. Un sentido de respeto e incertidumbre se rescatan por entre toda la lujuria y el calor de tenerlo cerca.
—¿Acaso no son esos demonios que tenemos bajo llave los que nos obligan a mantenernos de pie? Cada día que pasa y no podemos soltar todo aquello que nos va triturando minuto a minuto, notamos que hemos perdido otra vez ante el miedo. Somos capaces de seguir luchando al día siguiente porque no queremos que el demonio nos derrote. Queremos ser capaces de vencerlo, pero la misma fuerza irracional e inexistente que nos mantiene de pie es la que nos echa para atrás y nos dice que, con los demonios guardados, todo estará mejor.
Si la respuesta anterior me había dejado en shock, esta ni siquiera puedo empezar a describirla. Tartamudeo en un vago intento de contestar rápido, pero no puedo evitar ponerme a analizar la parva de información tan filosófica como emotiva que Martín acaba de largar. La forma en la que sus frases se arrastraron por su boca con profunda preocupación solo me hacen descubrir otra de las tantas facetas que ha mostrado en los breves momentos que compartimos juntos y que no tiene miedo de compartir.
Empiezo a dejar de pensar que Martín es un sueño. Empiezo a pensar que es la persona que llegó a mi vida para complementar lo que nunca tuve.
—Perdóname, Pame. No quise espantarte...
Tomo las manos de Martín, que en el trajín de su discurso se puso tan sensible como yo. En cuanto mi piel roza la suya y aprieto con fuerza, me doy cuenta que las tiene heladas. Acaricio su palma con la misma suavidad y delicadeza de sus regalos o de su caballerosidad siempre implacable. Él agradece el gesto y entiende que, a pesar de que no haya sido capaz de responder algo coherente, yo comprendo absolutamente todo lo que ha dicho.
Como dice el refrán, una mirada vale más que mil palabras.
—¡Muy bien! Por aquí tenemos una ensalada caesar para la señorita y una ensalada del chef para el señor —dice Raúl tras dejar los platos en la mesa y guiñarme un ojo, lo que nos obliga a separar nuestras manos y la tierna conexión que habíamos compartido—. Que lo disfruten.
Ventajas y desventajas de haber venido a este bar toda mi vida.
Aprovecho el silencio incómodo para romper el hielo y cortar con la tensión emotiva de sus reflexiones sorprendentes.
—Dime entonces, Martín. ¿Por qué viajas tanto? —consulto cambiando el timbre de mi voz para acallar la sensibilidad del asunto anterior y aquellos demonios que Martín no es capaz de soltar.
No es el único con demonios bajo llave.
—Por trabajo —murmura cortante y se apura a cambiar el tópico—. ¡Qué pinta esta ensalada, eh! Sabía que el lugar no me decepcionaría.
Decido ignorar el pequeño traspié de Martín. No quiere hablar de trabajo, no quiere hablar de sus viajes y está bien, lo respeto. Puedo lidiar con ese matiz de suspenso sin que deje de encantarme. Si hay algo que nos gusta a los seres humanos es ese grado de misterio constante que algunas personas dejan picando en todo momento. ¿O por qué siempre nos interesamos y enamoramos del que menos quiere ser visto, del que menos se sabe, del que quiere pasar desapercibido? La curiosidad nos carcome. Está en nuestra sangre.
—Vengo a este bar desde que tengo memoria. De hecho, trabajo aquí cuando no estoy volando —revelo, y Martín revolea los ojos en señal de sorpresa. Sus celestes ojos viajan por todo el lugar recorriendo las esquinas, como si de alguna manera pudiera descubrir lo que he hecho toda mi vida en cada uno de los rincones.
La conversación con Martín fluye hacia lugares más superfluos, compartimos risas y momentos de complicidad alucinantes que sin dudas lo convierten en la mejor primera cita que tuve en mi vida. Acabamos de almorzar más rápido de lo que creíamos y cuando llega la hora de la cuenta, él se ofrece a pagar como esperaba que hiciera.
—Mitad y mitad, como corresponde —insisto, y Martín no opone resistencia. Cualquier otro habría intentado a toda costa pagar porque cree que es lo que las mujeres esperamos de ellos en la primera cita, pero en realidad, no es más que un acto de superioridad masculina.
Cualquier otro habría hecho eso. Pero el hombre de los mil vuelos no es cualquier otro.
Salimos del bar y no me puedo sacar la sonrisa de la cara. Parece que llega la hora de la despedida, porque Martín mira su reloj con impaciencia.
—¿Tienes que irte?
—Lamentablemente.
Pienso seriamente en mi próximo accionar. Evalúo como si fuera el hombre de la relación —lo que en realidad está muy mal, pero es el estereotipo el que habla por mí— si debo lanzarme a darle el primer beso, si es lo que él quiere y desea que haga.
—Quiero besarte.
El hombre de los mil vuelos encoge sus hombros mientras yo lo miro hacia arriba, porque mi cabeza solo llega hasta su pecho. Apoyo mi rostro sobre sus pectorales y observo el correr de los autos por la calle lateral al mismo tiempo que lo oigo exhalar.
—Pronto, Pame. Pronto. Quiero que signifique algo para ti —reconoce y me abraza por detrás, acariciando mi espalda con la sensatez que solo él puede darle.
Nuestros cuerpos se separan. Martín me echa un beso con las manos, y empieza a caminar lejos de mí con su saco y maletín.
—¿Cuándo volveré a verte? —grito, y los transeúntes cercanos se giran a observarme.
—Hasta el próximo vuelo, señorita.
Cuando el aura de Martín Velasco desaparece en la distancia, me siento tan llena como vacía. Vacía, porque él ya no está a mi lado. Llena, porque la cita ha sido tan especial que he descubierto que, si bien es el hombre que he buscado toda mi vida, también tiene secretos que ocultar, traumas que destrabar.
Me regocijo con el último descubrimiento. Martín no es el sueño de una película de ciencia ficción que aparenta ser romance cliché. Martín comete errores. Martín no es perfecto. Martín también sufre. En el fondo, Martín es tan mundano y desgraciado como todos los seres que convivimos en este mundo.
Es perfectamente imperfecto.
Primera cita ya en nuestros corazones shippeadores. ¿Sabían que este capítulo antes estaba partido en dos? Bueno, cuéntenlo como una actualización doble o un ataque de buen humor xD
¿Qué tal su semana? ¿Todo en orden? Decirles que por más que no siempre conteste, los mensajes los leo todos así que no se guarden de comentar gustosos.
1. ¿Cuál es su chocolate favorito? A mí me encanta el Toblerone de chocolate blanco. Una cosa del bien.
2. ¿Qué tanto les gusta la pareja de Pamela y Martín en una escala de dinosaurio a naves espaciales siendo el futuro la máxima puntuación?
3. ¿Qué le dice un bosque a otro? Y vos, ¿qué? (escribo durante el día y cuento chistes malos por las noches, gracias y saludos).
¡NO OLVIDEN TOMAR AGUA! Y coman mucha fruta.
Santeeh les manda un fuerte abrazo (/◕ヮ◕)/
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