4. ¿Objeto desechable?

Where have you been, all my night

Cause this party isn't started til' you arrive

Where have you been, all my night

I've been watching all the lovers from the outside

Where Have You Been (All My Night) - Hey Violet

Lanzo todos mis sentidos a la búsqueda del hombre de los mil vuelos en cuanto piso el aeropuerto internacional de Miami. Creo sentir su presencia en cada rincón y al mismo tiempo en ninguno. Giro desesperada para poder encontrarlo a cada paso, pero no tengo suerte.

Deseo que toda esta obsesión no desaparezca en cuanto pise Buenos Aires. Deseo que esté en el vuelo y que pueda devolverle aunque sea una pizca de todos los detalles encantadores que ha tenido hasta ahora para conquistarme. Lo deseo con tanta fuerza porque necesito saciar este calor que me consume. No tengo dudas que el destino puso a Martín en mi vida para darme el placer que todos estos meses se vio esquivo. No hace falta que vuelva a abrir la boca, ni que me escriba cartas o me regale magnolias. Con el simple hecho de tenerlo a menos de un metro de distancia y poder hacer de él lo que quiera, estaré más que agradecida.

—Ya va a aparecer, cálmate —afirma Luján al ver que estamos por cerrar puertas con casi todos los pasajeros dentro y todavía no hay señales de Martín.

—Un hombre no te hace todo este espectáculo para nada, ¿verdad? Más todavía cuando aseguró que me vería en el próximo vuelo —replico agotada por la impaciencia, dándole la espalda a la manga por donde están entrando los últimos pasajeros—. Lo necesito ahora. Quiero ver ese rostro de Adonis que tiene y callarlo de un beso para que su voz no pueda seguir calentándome. Ay, Dios. Quiero hacer tantas cosas y apenas conozco su nombre, pero lo está haciendo perfec...

—Permiso, señoritas —interrumpe como caído del cielo Martín, y me espanto de solo pensar que acaba de escuchar una serie de comentarios bastante inoportunos.

Soy especialista en hablar cuando no tengo que hablar.

Luján se burla con una mueca mientras el hombre de los mil vuelos avanza y se acomoda en su asiento de primera clase. Hoy trajo un saco azul oscuro que le sienta perfecto. Sus zapatos lustrados relucen entre la opacidad de la luz que entra por las ventanas. Podría decir que lo hacen destacar entre la multitud, pero no necesita unos zapatos lustrados para eso. Su mera aparición en este avión es suficiente para captar mi atención por completo.

El jefe de cabina, un treintañero llamado Tomás Petzky, aprovecha para indicarme que ya va siendo hora de acercarme a mi puesto de trabajo en la cola del avión para asistir a los pasajeros. Le encanta decirnos que hacer y sentirse en posición ventajosa sobre Luján y yo, que hemos rechazado sus citas una y otra vez porque, bueno, lo único atractivo de él es su dinero. Supongo que, a fin de cuentas, no es más que un machito necesitado de atención que prueba su masculinidad con rencor para no sentirse inferior a nosotras.

No me agrada.

—No vuelvas a chocarte a nadie, Pamela —protesta por el incidente del viaje anterior, lo que me llena de rabia por su prepotencia. Luján aprieta mi brazo para calmarme y me observa extrañada en plan «no lo mires como Chihuahua enojado porque no es para tanto».

En mi paso al fondo del avión, Martín me dedica una media sonrisa dulce. Creo estar percibiendo una complicidad innata entre nosotros que crece minuto a minuto y que me hace aumentar las esperanzas sobre lo que yo creo que será un encuentro muy fogoso. Se ha comprometido con las flores y el vino, y el jueguito con las cartas fue la dosis perfecta de aventura y seducción. Ahora ya estoy lista, es momento de avanzar.

—Bienvenidos a todos al vuelo 5874 de American Airlines con destino a Buenos Aires. La temperatura en la ciudad actualmente es de veinticinco grados centígrados y se espera un trayecto muy tranquilo con el clima despejado. Les deseamos a todos un buen viaje, y gracias por volar con nosotros —anuncia el capitán en español e inglés unos minutos antes del despegue.

Me mantengo casi todo el recorrido como la azafata ilustre entre sonrisas y actos de bondad. Ayudo a una madre soltera a calmar a su hijo y logro normalizar la respiración de una anciana que tras el despegue se había puesto muy nerviosa. Generalmente, suelo atenerme a hacer lo mínimo e indispensable que se espera de mí en términos de respeto porque no me siento con la fuerza necesaria como para dar ese esfuerzo extra. Cada vuelo estoy más cansada y con menos paciencia, porque sé que lo que me espera al final de cada itinerario es la misma rutina que se volverá a repetir como un ciclo sin fin.

Pero, desde la llegada del hombre de los mil vuelos, tengo un aire de esperanza. No solo me ha endulzado con sus mil y un atributos para mejorar mi humor, sino que ha reanudado un ardor incipiente en todo mi cuerpo y mente que parecía que nunca iba a volver. Me siento más viva que nunca, y solo puedo pensar en un tipo de agradecimiento.

Sexo.

Espero paciente a que todos cenen. Después de la comida, la gran mayoría de los pasajeros intenta dormirse en sus aposentos, algunos con más y otros con menos éxito. Sin ninguna duda ese es el mejor momento para pasar desapercibida y llevarme al señor Velasco a lo más oscuro.

Escribo rápido en mis notas cuando se acerca la hora. Luján ya conoce el plan, y sabe que en cuanto le dé la señal, deberá mantener a Tomás amarrado cerca de ella para que no sospeche que estoy haciendo algo indebido y avisarle a Martín que lo estoy esperando en la cola del avión.

El solo hecho de imaginarlo follándome en pleno horario de trabajo me hace regocijarme mentalmente. La tensión de estar en vuelo, con los ojos en todas partes para asegurarme que nadie nos está viendo, sintiendo sus manos recorrer todos los rincones de mi cuerpo y sacándome todas y cada una de las prendas que me vienen atando sexualmente hace un largo rato... es diabólicamente excitante.

Doy la señal a Luján desde el otro extremo. Mi amiga se acerca a Martín, que por lo que veo a la distancia sigue despierto, y le indica que estoy aquí, aguardando su presencia.

El hombre de los mil vuelos no duda en levantarse. Va esquivando a los pasajeros con cuidado para no tumbarse encima de ninguno, y sigo su trayecto con una sonrisa de oreja a oreja. Si todo sale como planeé, habré acabado la noche como una reina entre sus brazos.

—Gracias por aceptar la invitación, señor Velasco —pronuncio lenta y suavemente, apoyando mi espalda contra uno de los estantes llenos de suministros.

—Es difícil negarle algo a una mujer tan atractiva como usted, señorita Arriaga —responde en el mismo tono que hice mi locución con las manos en sus bolsillos y las cejas levantadas. Luego, la sensualidad de su rostro es reemplazada por una facción un tanto más distante—. Aunque, lamento decirle que no podré darle lo que tanto anhela...

—Silencio, Martín. No tienes que fingir más —confieso acercándome con pasos sigilosos. Me muerdo el labio con tanta fuerza que temo habérmelo cortado. ¿En qué me transforma su presencia? ¿Qué estoy haciendo? No estoy en un cliché de romances perfectos. Algo tiene que estar mal.

—No he estado fingiendo, pero tienes que entender que...

—Voy a devolverte el regalo —interrumpo, y cuando lo tengo a menos de un metro de distancia y puedo percibir la fragancia que me inunda de placer, salto hacia su camisa y empiezo a desabotonarla.

Martín arrastra mis manos lejos de su camisa con suavidad. No entiendo qué es lo que está pasando, y lo miro perpleja.

—Para mí no eres un objeto desechable, Pamela —asegura. Recuerdo en su afirmación las palabras de Luján en Miami.

—¿Qué estás diciendo?

—Soy un muchacho de viejas costumbres. Mi familia me ha enseñado a respetar a las mujeres como es debido, algo que últimamente se ve muy diluido en nuestras generaciones. —No puedo ocultar mi rostro decepcionado. Martín acaricia mi pelo y lo ubica detrás de mi oreja—. Quiero regalarte tres ramos más de magnolias, quiero caminar a tu lado al ritmo de la brisa del viento mientras me cuentas cómo ha estado tu día, quiero llevarte a cenar y que tomemos la mejor botella de vino que podamos permitirnos. Y, en ese momento en el que ambos estemos listos, tal vez pueda animarme a darte un beso.

—¿Estás diciendo que no quieres follarme? —cuestiono un poco perdida. Sus palabras hacen eco en mi mente, pero no puedo creer lo que estoy escuchando. Un discurso así es lo que toda mujer anhela en las películas, pero que luego acaba siendo demasiado perfecto para ser verdad.

—No quiero follarte, quiero hacerte el amor. Pero para eso antes quiero conocerte, quiero sentirte, quiero besarte sin tener que sacarte la ropa y quiero hacerte gozar tanto que te habrás olvidado de todo lo malo que te estaba sucediendo. Quiero ver como eres de verdad.

—Yo...

—Vivimos en tiempos donde el sexo ha perdido sentido y se ha transformado en moneda corriente. Dame una oportunidad para demostrarte que todavía existen hombres de verdad.

Debería estar alejándome de Martín ahora mismo porque ha fallado en darme lo único que yo he estado pidiendo, pero en contra de todo pronóstico, me mantengo firme embobada en todo lo que él representa. Me obligo a creer en primera instancia que todo esto solo forma parte de un truco, pero sin importar a qué conclusión llegue, no veo como el hombre de los mil vuelos se beneficia por no querer follarme ahora mismo.

Cuando me doy cuenta de ese detalle, mis ojos brillan con tanta intensidad que se me llenan de lágrimas.

—¿He hecho algo mal?

—Estoy intentando decirte que no puedo darte una oportunidad, pero no encuentro razones para hacerlo.

Martín Velasco está poniéndome en una posición donde me obliga a replantearme si es el sexo con desconocidos lo máximo a lo que puedo aspirar como persona. Me he acostumbrado tanto a complacer a los demás hombres a costa de mi satisfacción que he perdido la brújula de lo que en verdad quiero y necesito en mi vida sexual. No solo eso... he perdido mi identidad como mujer adulta sexualmente activa.

El deseo de comerle la boca y desvestirlo en medio de la cola del avión continúa porque la atracción que siento es demasiado fuerte. Su voz me hace sentir segura y al mismo tiempo candente. Su cuerpo, aún oculto entre numerosas prendas de ropa, denota una musculatura admirable en sus brazos y espalda que solo me hace imaginar en lo bien que se sentiría tocarlo. Su pelo me hace imaginarlo en la cama mientras lo acaricio tras un buen polvo. ¿Y qué decir de todo lo que ha demostrado ser? Caballero, pero no machista. Respetuoso, pero no intenso. Sensual, pero no depravado.

Mis padres siempre me dijeron que mejor arrepentirse que quedarse con las ganas, y Martín Velasco cumple absolutamente todos los requisitos y más para dejarlo conocerme a fondo y demostrarme que, como bien ha dicho, todavía quedan hombres de verdad que nos quieren por lo que somos y no por lo que podemos dar.

—No sé cómo has hecho para humillarme cuando estaba dispuesta a perderlo todo y aún decirte lo que voy a decir. —Hago una pausa marcada, tomando valor— Está bien. Vayamos paso a paso, Martín.

El hombre de los mil vuelos se alegra al escuchar mi respuesta.

—Sabrás de mí muy pronto, Pame. Que tengas buenas noches —contesta dándome un beso en la mejilla y desapareciendo por el largo pasillo del avión, dejándome estupefacta en un sinfín de pensamientos.

Me asusta pensar lo vulnerable que me estoy convirtiendo con sus simples actos de presencia y palabras encantadoras. Pero ahora no puedo permitirme ser tan negativa o desconfiada. Se siente tan genuino y placentero tenerlo cerca que voy a aprovechar cada segundo que nuestros destinos se crucen.

Respiro. Martín Velasco me dejó sin aliento.

¡La dejó sin aliento, señores! Qué picante la Pame tirándose en medio de su turno de trabajo, ¿no?

Espero que hayan tenido muy linda semana, y si no fue así, que mejore muy pronto.

1. ¿Alguna vez se enamoraron? ¿Cómo se dieron cuenta?

2. ¿Por qué creen que Martín no aceptó la invitación sexual de Pamela?

3. Imaginen que están en un vuelo y se acerca Pame a ofrecerles la cena. ¿Eligen pollo o pasta?

Como último comentario antes de irme, solo recordarles que pueden pasarse por la playlist oficial de El hombre de los mil vuelos en Spotify. Tienen el link en la descripción de mi perfil.

Santeeh les manda un fuerte abrazo (/)/

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