36. El poder que tiene el amor
All my nightmares escaped my head
Bar the door, please don't let them in
Welcome Home - Radical Face
—Chicas, esto se va a poner feo. Necesito que hagan exactamente lo que les diga. No dejaré que les hagan daño, ¿sí? —nos dice Jere a mí y a Luján como si fuéramos dos niñas pequeñas. Tras avisarle a Martín que si quería sacarnos a todos de aquí debía apurarse, el mejor amigo no hizo más que atrincherarse, tomar todo el arsenal que estuviera a su alcance y darnos palabras de aliento.
Mi larga noche de sueño sin dudas fue recuperadora, pero no lo suficiente como para afrontar otro escape, otra serie de estruendos, otro vertedero de sangre y otro abismal recuento de que... ¡caminamos por la cuerda floja! Agradezco al menos hoy poder tener la entereza necesaria para razonar con cierta coherencia y estar consciente del espeluznante destino al que nos someteremos si las cosas no salen como esperamos.
Jere me lleva a mí y a Luján a una especie de salida trasera. Estamos cagadas de miedo. Veo en el rostro de mi mejor amiga uno bastante parecido al que noté cuando casi nos fusilan en el avión privado de vuelta a Buenos Aires. Yo, en tanto, ya no estoy en esa posición soberbia en la que me encontraba cuando los terroristas nos hallaron por primera vez. Esta oportunidad soy tan humana como lo es cualquiera, y ya no estoy pensando ni en cómo, ni en dónde, ni en por qué debo morir, solo sé que no quiero hacerlo.
Me entristece que tenga que llegar a este extremo para darme cuenta que mis tendencias suicidas fueron solo falsas palabras vacías. Aún así, me alegra saber que una pizca de cordura sigue intacta en mí, y que la lucha interna ya no solo se trata de vivir por los demás. Ahora quiero seguir con vida por mis propias motivaciones, porque quiera o no tengo mucho camino que recorrer, obstáculos que vencer y años de salud para aprovechar.
Supongo que debo agradecerle a Martín por ese empujoncito.
—Las encerraré en la habitación. Estaré justo afuera listo para repeler cualquier ataque. Cuando Martín esté en posición, las sacaremos de aquí.
Tan pronto Jere termina de darnos sus órdenes, me empiezo a sentir como en una película de terror. Llego a oír las voces, los pasos, e incluso podría decir que la respiración de quienes vienen a capturarnos y que ahora se encuentran en las afueras del búnker que hasta ahora nos ha protegido con todas las letras.
—¿Qué están haciendo, Jere? ¿Por qué no entran y ya? —pregunta Luján justo antes de que nuestro protector cerrara la puerta.
—Están analizando el terreno, viendo si realmente estamos aquí. No tardarán en desatar su poder de fuego. Será cuestión de tiempo para que envíen refuerzos cuando vean que el objetivo que han venido a buscar se encuentra aquí oculto. Y por como las defenderé, tengan por seguro que los terroristas tendrán bien claro que están en el lugar indicado.
—No mueras —susurra Luján.
Veo como Jere se ha atrincherado literalmente a unos metros de nuestra habitación, con los muebles como defensa y el arsenal listo para echarles toda su furia. Si Martín llega a tiempo por esa salida trasera que nos han prometido que absolutamente nadie puede llegar a visualizar, tendremos vía libre para escapar con la furgoneta. Aunque, si debo ser sincera, quiero hacerme la estratega pero no tengo la más remota idea de lo que puede estar pasando por la cabeza de los dos soldados experimentados que nos defenderán a muerte.
Todo está en sus manos.
Con Luján estamos otra vez metidas en el ojo de la tormenta. Antes, en un baño de avión privado con las esperanzas maltrechas, sin saber cómo ni por qué de pronto todos estaban muertos a nuestro alrededor. La imagen de Tomás queriendo advertirnos justo antes de recibir una serie de disparos en su espalda se arremolinan en mi mente. Esta vez tenemos quién nos proteja, con las que yo creo son las intenciones más puras que cualquiera podría tener en un escenario tan terrible como este. Me pongo a pensar cuántos de estos segundos recordaremos con mi mejor amiga si es que logramos salir con vida. ¿Será que cada minúsculo instante quedará grabando con su pesadez como una oscuridad que acecha constante, o nuestra mente lo borrará como una especie de desmayo para no tener que sufrir las consecuencias de rememorar la tensión y el sudor, los nervios y las lágrimas?
No tengo idea. Lo único que sé es que después de la claridad que he sentido con Luján y de todo lo que estamos por vivir, no hay forma de que me imagine una vida sin ella a mi lado. Porque el vínculo es tan fuerte, el lazo tan armonioso, y las vivencias tan traumáticas, que continuar por caminos separados sería como dejar abandonada a la otra partecita que te queda de corazón.
No decimos nada. El búnker se somete al silencio. Intento oír hasta lo más imperceptible entre las cuatro paredes, pero lo único que resalta son los movimientos de Jere a unos metros de nosotras, que seguro debe estar corroborando que todo está en su lugar antes de enfrentarse a los terroristas.
—Discúlpame por soltarte una declaración tan fuerte, Pame. No merecías recibir una noticia así en un momento como este. Pero... si vamos a morir al menos quiero estar segura de que no lo habremos hecho peleadas. ¿Podrías perdonarme? —susurra Luján entre balbuceos, tomando mi mano con más fuerza mientras nos sentamos en el piso, lejos de la puerta del dormitorio.
—No tienes que disculparte por nada, amiga. Ni tú, ni yo, ni nadie podemos controlar nuestros sentimientos. El corazón quiere lo que quiere. La que debería disculparse soy yo, por más que eso contradiga lo que acabo de afirmar. Siento no poder amarte de la misma forma en la que tú lo haces —respondo cuando las náuseas me dejan pronunciar palabra.
Luján asiente y me dedica una sonrisa honesta. Todo está bien. Nosotras estamos bien. Sobreviviremos, saldremos de aquí. Por ella, por mi familia, por Martín.
Sorprendida ante mi propia espiral positiva, contraria a lo que estoy acostumbrada, sonrío para mis adentros.
Escucho un estruendo bastante potente, lo que hace que Luján y yo nos estremezcamos. A continuación, entiendo que los terroristas ya están aquí, porque oigo como Jere empieza a disparar con todo lo que tiene mientras grita como un animal feroz, pues entiendo que él tampoco planea morir en estas circunstancias.
—¡No podré retenerlos mucho más tiempo, Martín! ¡¿Dónde estás?! —vocifera seguramente a su comunicación directa con el hombre de los mil vuelos.
Quiero esa segunda oportunidad. Necesito esa segunda oportunidad. No sé si ya es cuestión de merecimiento o si simplemente quiero la puta chance de vivir como corresponde, pero de lo que estoy convencida es que Martín y yo todavía tenemos un sinfín de capas de profundidad y relacionamiento que todavía no hemos descubierto.
Y quiero esas capas. Quiero cada detalle y cada textura. Quiero poder rebobinar o adelantar el tiempo para ubicarme en un punto donde ya no haya más preocupaciones externas ni bloqueos entre nosotros. Él a mi lado dice ser mejor, dice percibir una luz y esperanza que creía agotada. Yo a su lado puedo asegurar que recupero vitalidad, llenándome de la seguridad de tenerlo presente y con el recordatorio de que sonreír ya no es un pesar forzado en absoluto.
Puede que estemos rotos, puede que no seamos las mejores personas o que nos hayamos mentido descaradamente, puede que incluso lo sigamos haciendo sin siquiera habernos percatado, pero hemos construido un amor honesto entre un nido de mentiras, si es que esa contradicción tiene algún tipo de sentido.
Y eso es mucho más de lo que cualquiera de los dos podría haber pedido.
—¡Mierda, mierda, mierda! —oímos a Jere gritar. No puedo ni empezar a imaginar el desastre que hay allí fuera, a solo unos metros de nosotras.
Tras los insultos de nuestro defensor, escucho la inconfundible voz del hombre de los mil vuelos al otro lado de la puerta. Un ataque incoherente casi me hace levantar para ir a su rescate, pero las fuertes manos de Luján me frenan para que podamos seguir cumpliendo las simples órdenes que nos han dado si queremos salir ilesas.
Jere y Martín discuten. No sé qué dicen, porque en medio se siguen escuchando disparos, gritos, explosiones y ruidos extraños.
Después de un tiempo incalculable a un costado del tiroteo, pasan otro par de minutos hasta que la puerta del dormitorio se abre. Luján y yo, escondidas en el piso detrás de la cama, pispeamos desorientadas.
La frente de Jere chorrea sangre, y no veo a Martín a su lado. Está todo sudoroso y con el rostro desencajado. Nos observa por un microsegundo antes de volver a levantar el tono de voz para seguirle sus pasos:
—¡Ha llegado la hora! Nos vamos chicas, ¡nos vamos!
Jere nos saca de la habitación a toda velocidad. No hay tiempo que perder, pues el ataque de los terroristas sigue en pie, y no parece que vayan a ceder en el futuro cercano.
Al salir del dormitorio, veo a Martín. Está de espaldas a mí, por lo que no podemos establecer contacto visual. Descarga su fusil con toda su experiencia sobre los que ahora puedo notar son hombres encapuchados de muy parecida vestimenta a aquellos que casi nos secuestran en el avión privado. Quiero correr a sus brazos, decirle que no soportaré su intento de despedida. Quiero decirle que coincido con él, y que a este punto no me importa si estoy aquí por su culpa, pues gracias a él he vuelto a encontrar una razón por la que sentirme emocionada todas las mañanas. Gracias a él, por las buenas o por las malas, he descubierto un centenar de circunstancias sobre mí y mi vida que jamás habría interpretado en la inmundicia que era mi rutina habitual. Hay tantas razones por las que ahora podría darle las gracias que me es casi imposible seguir corriendo hacia la salida trasera.
Pero igual lo hago. Me aferro a ese segundo en medio del tiroteo para intentar estirar el tiempo. Convencerme de que pronto lo volveré a ver quizás es una utopía sabiendo que se está proponiendo salvar nuestra vida a costa de la suya, pero la espiral positiva de esperanza y superación juega en este caso un rol fundamental para hacer que mi fe no decaiga.
«Estúpido que eres, Martín Velasco. No se suponía que intentaras convertirte en héroe, ni tampoco que tuvieras que enfrentar todo esto solo. Podría haber estado para ti. Podría haber hecho y dicho muchas cosas diferentes si sabía que íbamos a terminar aquí, pero por desgracia no he podido adelantarme a los hechos».
Abandonamos el búnker y la furgoneta nos espera con el motor encendido. Comprendo entonces que lo que mi amado ha intentado es concentrar toda la fuerza de los terroristas en el interior del hogar para que no terminaran descubriendo nuestra escapatoria por la retaguardia. Es un sacrificio. Es un bonus de tiempo el que nos está dando. Y por como he escuchado a Jere refutarlo a diestra y siniestra, nuestro soldado protector piensa que se trata de un plan suicida.
Mantente positiva, Pame. Mantente positiva.
Subo a la furgoneta de un salto y Luján me sigue detrás. Jere se ubica en el asiento del conductor todo agitado. Cuando me giro en el interior del automóvil, veo a mi familia sentada aterrorizada.
—¡Pamela, hija! ¡Dios mío! ¡¿En dónde nos hemos metido?! —dice mi madre abrazándome. Mi papá y mis hermanas la siguen mudos detrás, lo que convierte el escenario en uno de los más afectuosos que ha tenido la familia Arriaga en toda su existencia.
Quizás después de todo me quieran un poco más de lo que pensaba. Han venido hasta aquí, confiando en mi palabra. Ahora seguro no podrán ver que estoy intentando salvarnos de un final tenebroso, pues acaban de oír como dentro del búnker se cernía la maldita Tercera Guerra Mundial. Me obligo a creer que algún día entenderán.
Sigo pensando en positivo. Sigo de cerca este estado idealista en el que me encuentro y que no quiero que se acabe.
Jere acelera a toda velocidad y veo a través de una de las ventanas laterales como dejamos el búnker atrás y nos adentramos en las calles de Buenos Aires, lejos del peligro inminente que supone quedarnos aquí unos segundos más.
—Luján, Pame y su familia a salvo. ¡Sal de ahí ahora, Martín! ¡No hagas lo que sé que estás pensando! —grita Jere por el intercomunicador a todo pulmón mientras hace maniobras peligrosas. Detrás, todos nosotros seguimos temblando y agarrándonos las manos para sentir que no estamos solos en esto.
Cuando quiero empezar a razonar qué ha querido decir Jere con esa última exclamación determinante, sucede lo que no tenía que suceder.
Miro por la ventana lateral. La espiral positiva se difumina, y vuelve la oscuridad. Oigo, veo y siento a través de los metros que nos separan como el búnker explota en pedazos. El fuego se asoma como la muestra más clara de que no hay conclusión esperanzadora para sacar.
Martín ha volado en pedazos también. Jere grita por el intercomunicador mientras sigue manejando, pero no recibe respuesta. Luján y mi familia se giran por encontrar un lugar en la ventana lateral completamente atónitos. Yo, en tanto, ya he visto suficiente. Pego dos alaridos y golpeo las paredes de la furgoneta con fuerza, porque entiendo que el hombre de los mil vuelos ya no me volverá a sonreír ni a hacer el amor, no va a volver a escucharme gritar o a decirme cuánto siente haberse equivocado.
La espiral positiva se acaba como hechizo de Cenicienta. Me encojo de hombros, cierro los ojos y empiezo a sollozar tan en silencio como puedo. A mi alrededor el shock es genuino, pero no recalca ni de cerca lo que está pasando dentro mío ahora mismo.
Estoy a salvo. Estamos a salvo. Voy a empezar de cero. Sin embargo, siento que me he quedado sin nada. Martín ha muerto, y con él una partecita de mí se fue también.
Nuestro hombre de los mil vuelos se sacrificó por la Pame :(
1. ¿Cómo creen que la muerte de Martín va a afectar a Pamela en la recta final de la novela?
2. ¿Cuál creen que es la muerte más dolorosa?
3. ¿Lloran seguido leyendo/escribiendo? En el próximo capítulo a mí se me escapan varias lágrimas... ya verán.
Aish. Cada vez queda menos para encontrarnos con el final de la novela. Ojalá la estén disfrutando un montón. Sé que no es mi mejor producción pero estoy contento de haberme atrevido a escribir romance con estos plot twists.
Cuídense mucho. Los quiero.
Santeeh les manda un fuerte abrazo (/◕ヮ◕)/
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top