31. De cordura y entereza
Thought I found a way
Thought I found a way out
But you never go away
So I guess I gotta stay now
lovely - Billie Eilish, Khalid
Volver a ver a Martín reanuda un descontrol emocional cansino. Uno podría pensar que después de haberlo cortado arriba del avión y despedido para siempre podría haberme librado de él. Pero cuando en tu vuelo de regreso terminas casi acribillada por razones que desconoces y un amigo del señor Velasco viene al rescate, supongo que las conclusiones antes muy claras se vuelven, como mínimo, difusas.
O eso me obligo a pensar para no volverme loca. A este punto no tener respuestas es desesperante, así que mi mente desbaratada busca en la memoria de cada una de las palabras del hombre de los mil vuelos para darle sentido. Una frase resuena con tanta intensidad que debo darme pequeños golpecitos para mantenerme cuerda. «Las cosas se pondrán muy feas, y tienen nuestros rostros para encontrarnos y torturarnos» repito como carrusel sin fin.
No es para nada fácil tener que pedirle explicaciones y darle otra oportunidad cuando ya estaba negada a volverlo a hacer. El problema es que no me queda otra opción. Si lo que el señor Velasco me ha dicho es verdad, aquellos tipos de pasamontañas venían a por mí porque sabían que podía tener información que les indicara qué demonios sucedió con el ataque. Claro que no la tengo, pero eso ellos no lo saben. Lo único que tienen en mente es que tanto Martín como yo somos los únicos en aparecer en pantalla y, por consecuente, enemigos directos de su organización.
Seguir repitiéndome que solo soy una jodida azafata quebrada parece importarle un comino al mundo entero.
—¿Podemos hablar en privado? —pregunto seca, aparentando firmeza, una vez nos separamos tras el saludo de reencuentro. Veo como Luján aparece por detrás. Martín asiente sin dudar, pero antes le hace un par de consultas a Jere que no tengo idea de qué se tratan. Supongo que es cosa de agentes.
—¿Estás segura que eso es lo que necesitas ahora, Pame? —formula mi mejor amiga aprovechando el cuchicheo de los hombres de la sala. Mi ángel de la guarda tiene el rostro blanquecino y facciones agotadas. Me imagino que yo debo verme cuatro veces peor como para que me esté preguntando esto.
—Supongo que no lo sabré hasta intentarlo. De lo que estoy segura es que ya me cansé de que me oculten cosas para protegerme, o que piensen que no puedo tolerar lo que tienen para decir. Tú has sido la que me ha demostrado que a veces un baldazo de agua fría es lo mejor que uno puede recibir para salir de la burbuja. —Luján traga saliva y se encoge de hombros casi de forma imperceptible—. ¿Qué es lo que ibas a decirme?
—Puede esperar —contesta con una sonrisa que me incita a tranquilizarme—. No te preocupes por ello.
Asiento dubitativa, pero sin mucha más energía de analizar las segundas intenciones de sus dichos. Obligo a mi cuerpo y mente a permanecer lo más despiertos y alertas posibles para reaccionar ante todas las explicaciones que el hombre de los mil vuelos va a tener que darme. Fuerzo a mantenerme derecha, a no caer en la espiral negativa del aeropuerto, porque quiero dejar de ser la débil. A este punto ya saco los impulsos y la resistencia de una desconocida fuente de fortaleza, siendo que en realidad lo más fácil para el escenario en el que me veo envuelta sería dejarme llevar por el cansancio y desplomarme ante la fatiga.
Puedo hacerlo. Tengo que hacerlo. Debo mantenerme entera.
—¿Vamos? —consulta el señor Velasco con sutileza, que me guía hacia una habitación tenue con una cama como único lugar posible para sentarnos.
Cierra la puerta tras de mí y nos quedamos en silencio por unos segundos hasta que logramos acomodarnos.
—Voy a hacerte una serie de preguntas, y quiero que las respondas con la verdad y nada más que la verdad. Después de todo lo que hemos pasado, es lo mínimo que puedes hacer por mí —expongo en el metro de distancia que nos separa. Puedo ver sus ojos cristalinos aún entre la opacidad de la iluminación del cuarto. Las piernas de ambos tintinean contra el suelo, nerviosas.
—De acuerdo.
Inspiro tan hondo que siento como si me estuviera llevando todo el oxígeno de la habitación. Me es casi imposible conservar la firmeza y, sin embargo, hago todos los esfuerzos posibles para evitar que se note que estoy cerca de desmoronarme.
—¿Esos hombres de los que Jere nos salvó eran parte de esos terroristas que hablaste? ¿Querían secuestrarme? —digo casi en un susurro, como si mis palabras fueran pecado.
El hombre de los mil vuelos asiente con una seguridad que asusta.
—Secuestrarte. Torturarte. Matarte. Habrían hecho todo lo posible para sacarte hasta la última gota de información. Y cuando dejaras de ser útil, te habrían eliminado. —La voz de Martín es fría como el hielo, supongo que para remarcar la gravedad del asunto. Todavía me deja estupefacta el hecho de que, si bien he visto muchas de las facetas del señor Velasco, hay tantas que no conozco dando vueltas que resulta un tanto aterrador.
—Sabías el daño que me estabas causando, sabías por todo lo que había pasado, y no te detuviste. Lo más fácil sería hacer lo que te dije arriba del avión y odiarte con lo más profundo de mi ser. Pero luego vuelves a salvarme, y te me sigues apareciendo para aparentemente cumplir con tu promesa de protección. ¿Cómo se supone que me debo sentir? ¿Cómo quieres que te perdone? —Se me despierta un pequeño pinchazo en el pecho de la tensión que me genera admitir tan crudamente lo que siento por Martín.
—No pido que me perdones. No pido que me vuelvas a dar otra chance. Puedes odiarme si quieres, Pame. Yo lo entenderé. —Hace una pausa para mirarse los pies, y luego vuelve a mantener contacto visual como avergonzado de haber tenido que llegar hasta este punto—. Lo único que quiero es que me des la oportunidad de hacer todo lo que está a mi alcance para salvar tu vida y la de aquellos que amas. Tengo toda la culpa de haberte metido en esto. Ahora solo quiero que me dejes intentar sacarte.
—¿Corre peligro mi familia? —interrumpo cuando el hombre de los mil vuelos parece querer extenderse con su explicación.
—Sí. —Agradezco su sinceridad impoluta con una leve mueca—. Mañana a primera hora iré a buscarlos y los traeré aquí. No dejaré que nada les pase. Si a ti te importan, a mí me importan. ¿Tiene sentido lo que estoy diciendo?
Evalúo casi exhausta lo que el hombre de los mil vuelos está proponiendo y llego a la conclusión inmediata de que ya no me siento segura de volver a salir a la calle. Si los peligros son tan temibles como el señor Velasco asegura, mis minutos están contados. Y por más que todavía no estoy del todo segura que mi vida valga tanto como para hacer lo imposible por salvarla, la de Luján y la de mi familia sí que lo valen. No puedo decidir por ellos. No puedo condenarlos a un final desgraciado y morboso a sabiendas de que terminarían así por mi culpa.
Debo seguir luchando por ellos. Debo seguir peleando por mi vida.
—¿Qué es lo que ves en mí que es tan digno de sacrificio, Martin? —replico dejando de lado las preguntas técnicas, porque ahora que estoy aquí quiero cuestionar todo lo que me vengo guardando hace un tiempo.
No puedo evitar un leve temblequeo en mi voz al pronunciar esas palabras. Las reservas de fortaleza quieren agotarse. Solo quiero abalanzarme sobre la tristeza que me consume y soltarlo todo. Únicamente es la resistencia a mostrar debilidad lo que me mantiene entera por unos minutos extra.
—¿Realmente quieres que te lo diga? —Ríe y por un momento me transporto al recuerdo de sus labios—. Te advierto que puede llegar a sonar a cursilería, pero no veo otra manera de decírtelo.
—Como si eso te hubiera detenido antes —bromeo también y, por un instante, compartimos sonrisas como en nuestros disfrutados eventos del pasado.
—Veo en ti lo que ya creía perdido. —Sus palabras se arrastran. Entiendo que esta conversación es igual de dolorosa para él como lo es para mí—. Es difícil de explicar, porque mis pensamientos viven en un nivel semejante de locura que a veces me es imposible llegar a cualquier conclusión estable. Mi cabeza es un lío, mi mundo va en automático y mis penas me consumen porque ya no conozco otra cosa. Pero, cuando empecé a enamorarme de ti, encontré una razón para levantarme todas las mañanas que creía ya no existía. Tú me volviste a dar vida, y creo... creo que estamos tan rotos por dentro que, aun sin saberlo, encontramos en el otro un caparazón de seguridad imposible de desarraigar.
Arrojo una primera lágrima atrevida que se sale sin buscarlo. La segunda lo logra con ya una pequeña intención de mi parte, y el resto simplemente cae por mi mejilla como un torrente desacerbado que no puede controlarse. Escuchar a Martín hablar de esperanza, de niveles de locura, de conclusiones estables y de vulnerabilidad me hacen pensar que todo este tiempo no he estado equivocada.
Siempre hubo algo especial en el hombre de los mil vuelos, pero entre tantas capas de gris y humanidad, su brillo se perdió.
—Amo que el tiempo a tu lado haya sido escaso y que la conexión y el vínculo se sientan eternos. Porque eso somos tú y yo, Pame, dos almas gemelas que estaban destinadas a hallarse. —Martín me abraza y también empieza a llorar. Siento como si mis huesos se estrujaran de tanto amor al nuestros cuerpos volverse a encontrar—. Voy a cuidarte hasta mi último aliento. No voy a dejar que nadie vuelva a mentirte, usarte, manipularte o castigarte. No voy a dejar que nada malo te pase, porque te amo con tanta locura que de haberte conocido antes te habría elegido las veces que fueran necesarias.
—¿Y quién va a cuidarte a ti? —pregunto entre sollozos, con mi rostro pegado a sus hombros como un imán.
—Yo ya he causado demasiado daño. Mis ángeles me han abandonado —responde tan puro que percibo una completa desnudez emocional de su parte. Está dándolo todo de la misma manera que yo lo he hecho antes. Avanzamos a partes iguales entre lo que antes eran los obstáculos y las barreras de nuestras palabras y que ahora se convierten en el arma que nos da la posibilidad de abrirnos en armonía.
—¿Qué te hace pensar que a mí me quedan ángeles a mi alrededor, Martín?
—Si he sido el demonio que te ha traído hasta aquí, ahora puedo ser tu ángel. Yo seré tu ángel.
Me deshago en sus palabras y cierro los ojos inundada en lágrimas. No sé qué es lo que necesito, no sé si el rencor podrá ser dejado a un costado, y tampoco sé cómo interpretar las señales difusas del hombre de los mil vuelos, pero lo que sí sé es que ahora no quiero despegarme de sus brazos.
¡Buenos días, buenas tardes, buenas noches! ¿Cómo se encuentran? ¿Cómo estuvo su última semana de mayo? Acá en Argentina nos volvieron a meter en cuarentena :(
1. ¿Confían en las intenciones de Martín y sus palabras de amor?
2. ¿Creen que tenemos ángeles cuidándonos? ¿O algún tipo de fuerza sobrenatural/divina?
3. ¿Son religiosos? Mentira, ya pregunté esto. ¿Les gustaría tener una tortuga?
Gracias por otra hermosa semanita juntos. Espero que se sigan cuidando porque el COVID sigue fuerte. Los quiero y gracias por el apoyo <3
Santeeh les manda un fuerte abrazo (/◕ヮ◕)/
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