29. La muerte y sus facetas
Laying in the silence
Waiting for the sirens
Signs, any signs I'm alive still
Train Wreck - James Arthur
—¿De qué estás hablando, amiga? —digo concentrada ahora solo en lo que tiene para decir mientras avanzamos por la pista de aterrizaje para seguramente en minutos poder bajar del avión. Recalculo sobre ese comentario final que me dedicó cuando parecía que nuestra relación ya no tenía ningún tipo de esperanzas. No termino de percibir hacia donde puede ir esto, y la incertidumbre junto a la tensión generan un combo en la ecuación bastante desesperante.
El avión privado llega a su posición final antes de que Luján pueda emitir respuesta. Está tensa y juega con sus manos como nunca en un intento por tomar coraje para vaya uno a saber qué.
—¿Prometes no juzgarme? Tienes que hacerlo, Pame —reclama echándole una pequeña miradita al resto de la tripulación que ya comienza a levantarse de sus asientos para bajar de la aeronave.
—Te lo prometo —digo sin hesitar y con total franqueza. A este punto, tal vez esta promesa sea lo único que me ate a ella y, por consecuente, a las posibilidades de que nuestra amistad continúe y mi ángel de la guarda no desaparezca en el aire.
—Yo...
Luján no puede seguir. Una serie de estruendos espeluznantes retumban en el exterior, lo que hace que ambas terminemos retorciéndonos para chequear por la ventanilla qué demonios acaba de suceder. Entonces me doy cuenta de que el calvario no ha terminado, y que el terror parece siempre haber estado a la vuelta de la esquina.
Un grupo de tres individuos con pasamontañas negros descargan los cargadores de sus fusiles sobre quienes hasta hace un momento eran los traumados miembros de la tripulación. Vemos con Luján como caen al suelo ante las múltiples heridas de bala que generan un efecto demoledor sobre sus sueños y objetivos, y acaban en la ineludible pérdida de su vida.
Es increíble cómo, en segundos, vuelvo a estar al borde del abismo. La diferencia es que este no lo invento yo en mi cabeza, tampoco las espirales negativas que podrían llevarme a pensar que poner a Pamela Arriaga en off podría ser la mejor opción. Aquí han venido a arrebatarme lo que no tienen derecho, porque si de algo estoy segura, es que no quiero morir acribillada por las razones equivocadas, en una batalla que seguro no es la mía.
El día que me toque partir, solo espero que sea bajo mis condiciones. Mientras tanto, debo aferrarme como sea.
—¡Escóndanse! —grita Tomás que alcanza a dar un paso en reversa dentro de la aeronave tan pronto ve lo que se avecina si sigue descendiendo.
Luján y yo vemos horrorizadas como esas son las últimas palabras de nuestro jefe, que no alcanza a resguardarse con la estructura del avión y cae de rodillas por una serie de disparos ensordecedores y temibles. Agrego esa imagen a mi mente y siento como si me abrumara el simple hecho de saber que no podré borrarlas en toda mi existencia.
Comenzamos a correr con mi ángel de la guarda, aparentemente la única persona que me queda antes de terminar sola, y con la que me sentiría al menos un poquitín conforme de abandonar este mundo si Dios y el destino así lo quieren. El trajín de estos breves segundos en los que veo que Tomás desfallece como una simple hoja marchita y que el resto de mis colegas ya calientan la acera con sus cuerpos ensangrentados son retrato suficiente para eliminar la esperanza de que seré capaz de elegir cómo voy a morir.
Encerrarnos en el baño es solo cuestión de atrasar lo inevitable, y aún así ambas nos vemos completamente decididas a hacerlo. Supongo que, a fin de cuentas, cuando la adrenalina de una muerte segura te carcome hasta el último aliento de alma, hasta el soldado más experimentado y la persona más temeraria caerán en el propósito de querer salvar su vida a toda costa, sin importar la estupidez del intento.
—¡Vamos, amiga, entra ya! ¡Dios mío! —vocifera Luján con tanto miedo que puedo decir que la desconozco. Tan pronto me meto dentro, se apura a poner el pestillo.
No puedo decir que no la comprendo. Su mente ahora mismo debe ser un torbellino al que no está acostumbrada y que debe estar consumiéndola del miedo. Me encantaría que ahora mismo estuviera en mis pantalones para poder percibir todo este terror como la moneda corriente que es para mí y hacerla entender por qué soy la mierda que soy, y por qué es tan complicado levantarse por las mañanas para ser Pamela Arriaga un día más.
Siento la respiración agitada de mi mejor amiga. Ninguna se atreve a pronunciar palabra porque el silencio sepulcral que se oye afuera es mucho más espantoso que el sonar de los disparos de hace un par de minutos. La imaginación puede verdaderamente jugarte una mala pasada cuando la carencia de uno de tus sentidos se vuelve tan incesante que debes aferrarte a los demás para saber qué es lo que está sucediendo a tu alrededor.
Si no puedes ver qué está pasando con los asesinos que están ahí afuera para destrozarte, lo mínimo que uno quiere es intentar apelar a la audición. Cuando todo el desorden y la adrenalina se convierten en inacción y silencio, sabes que, si tus enemigos no acaban contigo pronto, tu mente se encargará de hacer el trabajo sucio.
—¡Por favor, no lo haga! —oímos gritar al piloto del avión privado, seguido de otros breves destellos que equivalen a más vidas perdidas.
Comenzamos a sentir los pasos cautelosos de los tipos con pasamontañas. Es increíble como han tardado prácticamente un minuto en dar vuelta por completo lo que era el simple aterrizaje de unos empleados de American Airlines asustados para transformarlo en una carnicería. Me percato de lo mucho que odiaría tener que ver a Tomás y al resto de mis colegas inertes porque sé que sería otro retrato mental de los que no se olvidan.
Luján empieza a temblar y nos tomamos de las manos con tanta fuerza que me remonto a las veces que con Martín hicimos lo mismo de lo fuerte que creíamos que era nuestro amor. Intento calmarla indicándole como debemos respirar para no terminar hiperventilándonos y me sorprendo de la cantidad de cosas que pasan en este trajín de pocos segundos.
De alguna forma retorcida, el mundo se ha detenido para mí y puedo tener la claridad que hace mucho parecía haber perdido. Soy capaz de afirmar o negar aquello que antes me resultaba una duda eterna y parezco tener el poder de decisión de una mujer de verdad.
La distancia que nos separa de los asesinos se hace cada vez menor cuando empiezo a sentir sus pasos más cerca. Cierro los ojos en señal de despedida, porque lo coherente sería que acaben con lo que han venido a hacer y nos acribillen sin ni siquiera tener que forzar la puerta del baño.
En contra de todo pronóstico, oímos un disparo preciso que rompe con el pestillo y nos deja completamente desnudas ante lo que estos individuos quieran hacernos.
Luján pega un alarido. Agradezco estar regocijándome en la oscuridad de mis ojos para no tener que seguir percatándome de lo que sucede a mi alrededor. Entiendo que ese es nuestro final, y que la seguidilla de disparos que hace segundos acabó con nuestros colegas ahora nos toca a nosotras.
Ahora sí abro mis ojos y con mi ángel de la guarda nos pegamos contra la pared intercambiando rostros de completa confusión y horror. Oigo a los enemigos armados hablar en otro idioma en una especie de discusión. Dos de ellos se encuentran en el pasillo a algunos pasos mientras un tercero se posa justo delante de nuestras narices.
—¡Déjenos ir señores, por favor! ¡No sé qué creen que hemos hecho, nosotros no somos culpables! —implora Luján con todo el pánico que se le puede atribuir a una persona en un escenario así.
Quien parece ser su líder, aquel que está justo en frente del baño, apunta su fusil contra Luján y me preparo lo peor. No quiero ver, no quiero sentir, ¡no quiero nada de nada! Devuélvanme al psiquiátrico, devuélvanme con Matías y sus golpes o sus abusos. Al menos así mis seres queridos no morirán en el camino.
Una ráfaga de disparos. Dos ráfagas. Tres ráfagas.
—¡Vámonos, chicas! ¡Es momento de irnos! —grita una voz desconocida desde la otra punta del avión, pero que al ver que apenas nos atrevemos a pispear por fuera del baño sabe que le hará falta más esfuerzo para convencernos—. ¡Martín me ha enviado a rescatarlas! Jere, a su servicio.
No sé por qué lo hace, pero nos rodea en sus brazos en una especie de abrazo conciliador. Esquivamos los cuerpos difuntos de los tipos con pasamontañas para sumirnos en su protección.
Parece que todavía tengo chance de elegir como voy a morir. Y no sé como lo ha hecho, pero el hombre de los mil vuelos me ha salvado otra vez.
¡JEREEEEEEEEEEEEEE!
1. El héroe Dios griego de Jere salvó el día. ¿Esperaban este giro en la novela? De Disney pasamos a terroristas y masacres.
2. ¿Cuál es su verdura favorita?
3. ¿Con qué palabra describirían a la novela ahora mismo?
Muchísimas gracias por leer otro capítulo de mi novela. Ojalá que tengan hermosa semana y que sigan tomando mucha agua <3 Los quiero.
Santeeh les manda un fuerte abrazo (/◕ヮ◕)/
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