24. Ataque inminente

The time will come, when you will have to rise

Above the best, and prove yourself, your spirit never dies

Farewell, i've gone, to take my throne above, don't weep for me

'Cause this will be the labor of my love

Warriors - League of Legends ft. 2WEI and Edda Hayes

El momento que tanto temía se vuelve realidad tras un suspiro interminable. Al escuchar el disparo y los subsiguientes gritos de furia del terrorista que está a bordo del vuelo, sé que ya no habrá vuelta atrás. La información crítica que recibí de la base de mando unos días atrás parecía ser demasiado cruenta como para ser verdad, pero ahora que estoy aquí, en carne propia y a punto de arriesgar mi vida, solo agradezco el hecho de estar advertido.

Pamela desata una expresión de puro terror. Siento una profunda sensación de desagrado hacia mi persona por haberla puesto en peligro. Todavía peor me siento por hacer la única cosa que no podía hacer: enamorarme de quien solo tenía que ser un recurso útil para la compañía.

Quiero decirle tantísimas cosas que sé que acabarán por desgarrarla pero que son necesarias. Estoy cansado, muy cansado de vivir en las sombras. Salvar la vida de la gente alrededor de todo el globo sin dudas es una cuestión reconfortante, pero hasta el soldado o agente más solitario y desalmado necesita aferrarse al cariño que solo te aportan las relaciones interpersonales.

No sé qué es lo que tiene Pamela Arriaga, o tal vez sí lo sé, pero no estoy listo para admitirlo. De una forma u otra, tengo las prioridades dadas vuelta y en lo único que puedo pensar es en ponerla a salvo y sacarla de aquí con vida. Tiene un prontuario tan entristecedor que se me llena el pecho de una tensión palpable al imaginar que yo puedo llegar a ser el causante de un final tan trágico.

Merece mucho más de lo que tuvo y lo que tiene.

—No salgas de aquí, por favor. ¿Puedes prometerme eso, linda? —esbozo acariciando sus suaves pómulos enrojecidos. Pame asiente sin entender exactamente qué es lo que le estoy pidiendo.

Inspiro hondo sabiendo que de mí depende salvar la vida de todas las personas arriba de este avión.

Cuando doy un paso fuera del baño que se encuentra en la cola del avión, veo un centenar de pasajeros aterrorizados que se esconden entre las butacas con la cabeza gacha. Los niños lloran, los bebés gritan a todo pulmón mientras los padres intentan consolarlos en vano con palabras vacías. Pensar en quitarle el futuro a todos los jóvenes arriba de la aeronave me genera un escalofrío espeluznante. Los ancianos se toman de la mano con fuerza y comparten miradas cómplices, las que interpreto en parte como una dolida despedida.

Doy pasos silenciosos como los de un ninja. No tengo dudas de que mi entrenamiento es ampliamente superior al del terrorista que hoy planea volar el avión en pedazos, pero debo ser cauto o la distancia que nos separa se convertirá en un hoyo en mi cabeza. Necesito acercarme lo suficiente como para pelearle cuerpo a cuerpo, porque todavía no adquiero la capacidad de esquivar balas.

Algunos pasajeros atinan a inclinar levemente la cabeza cuando me ven pasar a un ritmo lento, agazapado para evitar el peligro. Les hago una señal para que se mantengan en silencio. Sé que el extremista se dirige a la cabina del piloto para tomar el control y así poder estrellar las esperanzas de todos a bordo, por lo que, si nadie le da razones para hacerlo, el demente debería seguir mirando hacia delante y no notar mi presencia en su retaguardia.

Cuando paso la primera mitad de las butacas de turista me encuentro con el cuerpo ensangrentado del agente de seguridad que fue sorprendido por el terrorista. Se supone que están encubiertos para proteger a los pasajeros de situaciones como estas, pero con la organización que está detrás de este ataque, no me extrañaría que hayan conseguido la información como para descubrir la única pistola a bordo del avión. El pobre agente debe haber muerto en una fracción de segundo tras el repentino e inesperado asalto.

Prosigo y me topo con Tomás, el jefe de Pamela, que esconde su miedoso rostro tras sus piernas. Su cobardía no me genera emoción alguna, puesto que él no es ningún héroe. No lo culpo por ello. La vida no es como en las películas, y no se supone que ciudadanos comunes y corrientes reaccionen como los salvadores del día en episodios límite que atenten contra su seguridad. Es más, hasta diría que le tengo respeto por atenerse al lugar que debe ocupar en este embrollo: sentadito y sollozando, sin arruinar las cosas.

—Este es solo el primer paso de algo muchísimo más grande, Estados Unidos de América. No será el último avión en caer, y volverán a escuchar de nosotros. —Oigo al terrorista hablar a unos metros de mí.

Por primera vez puedo verlo en detalle. Es un hombre en sus treinta, con una barba bastante descuidada y vestimenta que no destaca en absoluto. Lleva la pistola en su mano derecha mientras apunta a Luján para que mantenga abierta la cabina del piloto y no puedan encerrarse en ella. Sé del aprecio que tiene Pame por su colega y me preocupo un segundo por su situación. Sin embargo, al instante elimino el análisis de mi mente porque necesito concentrarme en quien tengo delante, en hacer un movimiento preciso para arrebatarle el arma y salvarles la vida a todos los pasajeros.

Continúo percatándome de todos los detalles del agresor. Cuando se gira ligeramente hacia un costado, veo que en su mano izquierda sostiene algún tipo de dispositivo. Ya entiendo. No es que el tipo esté esquizofrénico, sino que debe estar transmitiendo en vivo con algún tipo de conexión que escapa mi conocimiento. Quiere hacer público el derribo del avión, quiere causar pánico mundial.

Esa sí que es una verdadera complicación. Si mi rostro llega a verse en la transmisión, estamos perdidos. Mi equipo infiltrado correrá un peligro grandísimo y habremos estropeado el trabajo de años.

Debo focalizarme en frustrar el atentado, sin importar el costo ni las consecuencias. Ese es el objetivo primordial.

Me agazapo por última vez entre mi asiento de primera clase para alcanzar mi maletín sin perder de vista al terrorista que sigue gritándole a Luján y se acerca a la cabina a pequeños pasos. Consigo abrirlo en silencio y tomo una de mis lapiceras especiales, que a simple vista parece común y corriente pero que con el procedimiento adecuado desbloquea una punta filosa que me servirá para atacarlo con precisión.

No puedo permitirme acercarme a ningún lugar sin una protección digna. Esta lapicera con apariencia de cuchillo será vital para defenderme con éxito.

—Tú, muévete. Tienes tres segundos —esboza el hombre armado ya dentro de la cabina y me propongo acelerar la marcha en los pasos que me quedan. Luján se percata por primera vez de mi presencia y solo es capaz de abrir los ojos muy grandes mientras se aleja del peligro—. Tres, dos, uno. —Dispara y los pasajeros chillan del terror—. Me aburriste. Muy lento.

Me asomo antes de esconderme en el último resguardo que me separa entre la pistola y yo. Veo un chorro de sangre caer por el tablero de mando y al copiloto caer inerte, sin vida. No he sido lo suficientemente rápido como para moverme y salvarlo. Es mi culpa. Agrego otro peso más bajo mis hombros que funciona como efecto multiplicador de mi presión general.

Inhalo despacio para serenar mi respiración antes de darme vuelta y abalanzarme sobre el terrorista, que balbucea cosas ininteligibles mientras discute con el piloto que se rehúsa a moverse de su lugar. Sé que no le queda mucho más tiempo antes que corra el mismo destino que el colega que hasta hace unos segundos estaba vivo a su lado.

Me pasan muchas imágenes en una fracción de segundo. Remonto mis recuerdos a cuando mi papá me obligó a enlistarme en la Marina, o a los minutos previos antes de perder a todo mi pelotón en Irak. Luego esa oscuridad se transforma en memorias de Pamela y su sonrisa, lo que me lleva a sonreír a mí también. Quiero aferrarme a ese recuerdo para siempre, sabiendo que puede que lo que estoy a punto de hacer sea el final de mi vida y la de ella como la conocemos.

Cambio mi chip mental. Me abalanzo sobre el terrorista para salvar la vida de todos los pasajeros a bordo, de mis compañeros de la misión encubierta y, sobre todo, de Pamela Arriaga.

Si voy a morir, que al menos sea peleando.

Here we are. Don't turn away now. No dejen de escuchar la canción que les dejé en multimedia porque a mí por lo menos me pone la piel de gallina.

1. ¡Narró Martín! ¿Primeras impresiones?

2. ¿Ustedes creen que en una situación límite intentarían ser los héroes o se quedarían al margen, consumidos por el miedo?

3. ¿Piensan que alguno de los personajes se va a morir?

4. ¿Están bien?

Mil disculpas que no les pude traer el capítulo ayer sábado. Se me hizo interminable el día. Que tengan hermosa semana y nos vemos muy pronto con un nuevo capítulo. 

Santeeh les manda un fuerte abrazo (/)/

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