2. Sexting antiguo

Con tu figura que me atrapa, atrapa

Con esas curvas que me matan, matan

Una mirada que me ataca, ataca

Y unas ganas que me delatan, oh

Báilame - Nacho

¡Atención!  He decidido publicar capítulos todos los sábados en vez de los domingos, ya que ese es el día que publicamos Éticamente hablando, te quiero, con CreativeToTheCore

—Amiga, creo que casi se me caen las bragas de solo escucharlo pronunciar mi nombre —expongo en un susurro mientras preparamos la cabina para el despegue.

—Tienes mucha suerte —agrega Luján mientras observa al hombre de los mil vuelos disimuladamente—. Ahora que lo dices... Sí, puede que lo haya visto antes. Con lo bueno que está es difícil que pase desapercibido. —Imito el entrecerrado de ojos que suele dedicarme mi amiga para intentar decirle con la mirada que espero no se le haya ocurrido robármelo—. Pero todo tuyo, nena. Acaba con él y saca a relucir ese buen par de tetas que tienes.

Echo un resoplido al oír la soltura con la que Luján puede decirme las cosas. Aun con varios años de amistad encima, yo jamás me animaría a hablarle con tanta frontalidad. Es curioso, porque hemos pasado demasiadas cosas juntas, algunas que preferiría no recordar. Supongo que a veces no importa el tiempo ni la cantidad de momentos compartidos, porque todo se remite a que no puedo aparentar ser algo que no soy y actuar reacciones que en realidad no me salen de los ovarios.

El piloto comienza a dar su tan característico speech por los altavoces del avión y nos acercamos a la pista designada para el despegue. Aprovecho mis últimos segundos con Luján para hacer el chequeo de filas y asegurarme que todos tengan sus cinturones puestos y el respaldo en posición vertical. Cuando me acerco al asiento del inescrutable Martín Velasco, vuelvo a percibir un frío helado recorrer todo mi cuerpo y entiendo que es el momento perfecto para hacer un sutil primer acercamiento.

No sé por qué lo hago. ¿Quizás se trate de un poco de adrenalina? ¿De volver a sentir? ¿O solo estoy desesperada por una buena dosis de sexo?

—Señor, deje que le ayude a poner el respaldo como corresponde. Estamos por despegar —indico inclinándome hacia delante y dándole al hombre de los mil vuelos un ángulo perfecto para ver mi escote. El frío repentino desaparece al rozar nuestros cuerpos y se transforma en un calor agobiante, como si mi sangre estuviera hirviendo de tanta tensión sexual palpable.

—Muchísimas gracias —replica con una sonrisa pícara que me deja ver que ha entendido el juego. Siento que ha dejado algo en uno de mis bolsillos, pero no seré tan obvia como para chequearlo en frente de todos los pasajeros.

Camino hasta el fondo del avión observando cada una de las filas. El piloto anuncia que estamos listos para el despegue y me ubico en mi pequeño asiento para poder ver qué demonios tengo en el bolsillo.

Leo un mensaje escrito en servilleta con lapicera negra. No puedo evitar pensar que acabamos de entrar en un juego de niños inmaduros y cachondos que lo único que quieren es darle una pizca de ardor y misterio a toda su inexperiencia.

¿Por qué te tardaste tanto? Empezaba a pensar que nunca te atreverías.

Sonrío y me ruborizo al ver su pequeño detalle. Algo en el hombre de los mil vuelos me está llamando a gritos. ¿Será su voz penetrante? ¿Será ese peinado perfectamente acomodado? ¿O tal vez ese saco y camisa en excelente estado, que no tienen una mísera huella de suciedad? Sea por la razón que sea, estoy entrando en su palabrerío como una embobada.

Tomo un pequeño bloc de notas que siempre llevo encima y me propongo a dar una respuesta que esté a la altura de las circunstancias:

Creía que en nuestro mundo siempre eran los hombres los que daban el primer paso.

Llevo la pequeña nota a mi pecho y me agarro fuerte justo antes del despegue. Cierro los ojos y me proyecto en cualquier parte del mundo junto al formidable Martín Velasco. Recuerdo como de adolescente siempre tuve la tendencia a visualizarme en situaciones perfectas y utópicas porque la realidad parecía demasiado lejana. ¿Para qué necesitaba preocuparme si le gustaba al chico lindo de la escuela cuando en mi mente podía imaginarme cien escenarios mejores y pretender el mismo placer? Bueno, esa técnica siempre fue viable hasta que las creaciones de mi cabeza no fueron suficientes para satisfacer el poderoso calor que me generaban algunas personas.

La pregunta es si quería un poquito de acción porque era lo que deseaba o porque eso era lo que el resto esperaba de mí.

Uno de los primeros fines de semana que me fue permitido salir con mis amigas me metí a una fiesta y me emborraché. Lo único que quería era dejar de pensar en la presión social que me atormentaba. «Vamos, Pame. Ya tienes diecisiete. Con el cuerpazo y la personalidad que tienes, ¿cómo es posible que todavía no te hayan follado?». Tomé al primer chico con el que me crucé y lo arrastré a una de las habitaciones donde se llevaba a cabo la fiesta. Tengo la suerte de poder recordar, aun con la borrachera, que me entregué con tanta fuerza que el pobre joven no le quedó otra opción que desflorarme. Los detalles ya son esquivos a mi memoria, pero sé que de haber sido una experiencia traumática hoy la recordaría.

Abro los ojos otra vez y me transporto a la realidad. Ya estamos volando y ni siquiera lo he notado. El copiloto anuncia que la señal de abrochar cinturones ha sido desactivada.

Vuelvo a caminar por sobre las filas cercanas al hombre de los mil vuelos sabiendo que en realidad esta no es mi área de trabajo. Finjo que debo asistir a un pasajero y dejo caer mi nota sobre el pantalón de Martín con delicadeza, pero sin mirarlo, en plan «Oh, no lo puedo creer. Se me cayó en tus piernas. Qué maravillosa coincidencia. Ya que somos dos adultos jugando como niños, déjame tomarme el atrevimiento de no hacer contacto visual contigo para aumentar el drama y la vergüenza de que el mundo se entere la pasión que ocultamos».

Sigo caminando y de reojo percibo como el señor Velasco ya está trabajando en su respuesta. Objetivo cumplido.

—¿Reservaste lugar ya? —pregunta Luján cuando me ve acercarme con una sonrisa maliciosa. Al escuchar su pregunta, frunzo el ceño. No sé de qué está hablando.

—¿Eh?

—Si reservaste lugar debajo de alguno de los puentes de Buenos Aires. A este ritmo, para el final de este vuelo no tendremos más trabajo, amiga. ¿Qué pasa? ¿Es esto una versión de sexting pero del siglo pasado? En vez de teléfonos, ustedes usan papelitos. —Luján ríe sola, como una maniática—. Nunca cambies, Pame.

—Si los papelitos sirven para que meta su... matafuego en mi agujero, pues lo espero con las piernas abiertas —susurro con el propósito de hablar como lo hace mi amiga, aunque la frase me suena de lo más forzada saliendo de mi boca.

—Vete de aquí y no vuelvas, calentona.

¿Qué haría sin Luján? No tengo idea.

Le dedico una última mueca a mi amiga y salgo disparada a mi puesto de trabajo. Puedo notar en la mirada de Martín que espera mi llegada con ansias. Las facciones de su rostro lo muestran en este instante como un muchacho infantil a punto de recibir su premio, y me muero de ternura al ver que no intenta ocultar ninguna de sus facetas. Si hay algo que detesto es que un hombre no quiera mostrarse como es en realidad.

Miro la nota sin pensarlo en medio del pasillo:

En mi mundo a eso lo llamamos un comentario muy machista.

Sus ocurrencias son de lo más originales. Usa un toque seductor y caballeroso indicando al mismo tiempo que no se siente superior a nuestro sexo. Como estrategia para conquistarme, le está saliendo excelente. La pregunta es qué tanto podemos confiar en sus intenciones.

—¡¿Qué haces?! —me grita un pasajero cuando lo choco accidentalmente. Todo el avión, que antes estaba sumido en silencio, se gira a ver la escena.

—Disculpe —musito avergonzada, escapando de la situación con una rápida caminata hacia el final del avión.

Quiero obligarme a dejar de poner en riesgo mi trabajo con jugueteos estúpidos, pero se siente demasiado bien como para abandonarlo. Supongo que cuando uno está tan cansado de la rutina y lo mundano, cualquier excusa es válida para darle un poco de sabor a la vida.

Y vaya que hay sabor en Martín Velasco.

Quisiera que me cuentes un poco más sobre el machismo... y también otras cosas. Te dejo mi número para que puedas hacer con él lo que tú quieras.

Espero a que se haga la hora de la cena para llevar la nota. Me prometo que esta será la última del vuelo, puesto que después de la comida apagarán las luces y no podré andar recorriendo el pasillo sin llamar la atención. Por más sexo y riesgo que crea necesitar, no perderé mi trabajo el primer día en intentarlo.

Finjo que el señor Velasco ha llamado a una azafata con el botón de su asiento. Excusa perfecta para acercarme y hacer el último movimiento de la noche. El resto dependerá de él.

—Aquí le dejo las hojas que me pidió, señor —arremeto.

Martín observa la nota con detenimiento y se pone a escribir en el momento sin darme respuesta. Me siento una estúpida aquí parada, pero los segundos de vergüenza valdrán la pena si mis sospechas se confirman y del otro lado recibo luz verde para atacar.

—Muchísimas gracias. Que tenga una fantástica noche —replica con su caudal de voz tan firme y penetrante.

Por un segundo, olvido lo que estoy haciendo ahí y me pierdo en sus ojos como si me llevaran a lo más profundo de su corazón. Jamás había experimentado algo así, y se siente tan bien que solo quiero repetirlo una y otra vez. Perderme en ese par de iris celestes cristalinos puede ser todo lo que necesito para caer a sus pies.

Cuando estira su mano y me devuelve la nota, mi frustración es instantánea:

No lo voy a necesitar por ahora. Hasta el próximo vuelo, señorita.

Su respuesta me deja anonadada. Si todo lo que ha hecho hasta ahora no ha sido una estrategia para follarme salvajemente, ¿de qué se trata entonces? No sé cómo lo hace, pero el rechazo del hombre de los mil vuelos en pleno viaje a Miami solo me sirve como fuerza multiplicadora para querer tirarme encima de él con tanta pasión que nunca más pueda levantarse.

Le voy a hacer el amor tan rico que me va a pedir la receta. Rogará que pare, pero seré insaciable. Lo dije una vez, y lo diré otra más: soy todo el fuego que Martín Velasco estuvo buscando en su vida, y con su juego de galán de película, solo acaba de avivar la llama.

¡Le va a hacer el amor tan rico que le va a tener que pedir la receta! ¡Diablos, señorita!

1. ¿Alguna vez se mandaron cartitas con su enamorado/a?

2. ¿A qué piensan que está jugando el misterioso Martín Velasco?

3. ¿Tienen un amigo/a que les recuerde a la relación de Pame y Luján? Cuéntense alguna anécdota.

Gracias por leer este segundo capítulo y nos vemos el próximo sábado con mucho más de este romance particular.

Santeeh les manda un fuerte abrazo (/)/

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