19. Contrarreloj

Si me dijeras pide un deseo

Yo pediría quedarme con vos

Si me doy cuenta que esto va en serio

Ya me quiero quedar

Si me dijeras - Vozenoff


Olvidando que estamos en la intemperie, nos hemos quedado dormidos semidesnudos en el capó del auto. La noche estrellada, acompañada de una temperatura más que agradable para la falta de ropas y no sentir frío, permiten que con solo la unión de nuestras almas consumadas por el acto sexual caigamos en un sueño profundo. Tan profundo que las horas pasan a su lado y soy tan incapaz de despegarme o pensar en algo más que me doy cuenta que no llegaré a tiempo para el próximo vuelo.

Me sobresalto al ver que amanece y yo estoy muy pero muy lejos de Miami.

—¡Martín, levántate! ¡Tenemos que irnos o estaremos perdidos! —grito echándole unos golpazos a su pecho para que no tarde ni un segundo más en ser el hombre impenetrable que conocí desde el segundo uno.

Acaricio mi espalda para intentar aliviar el dolor de una noche durmiendo sobre el capó de un auto.

Me hubiera encantado poder acabar el día de ensueño con unas palabras finales, una reflexión de lo mucho que significa para mí haber podido abalanzarme sobre su cuerpo sin tapujos, sin miedos. Pero, una vez más, noto que no estoy en una película de ensueño. Todo siempre parece perfecto, pero nunca termina siendo así. Por mi ineptitud, ahora puede que pierda mi trabajo.

El señor Velasco se viste a la velocidad de la luz mientras yo hago lo mismo. Nos arreglamos lo mejor que podemos sin mediar palabra, lo que me encanta. No hace falta que le aclare lo importante que es que llegue a tiempo al vuelo, porque él ya lo sabe. Es como si nuestras intenciones se mimetizaran en un acuerdo tácito de miradas, seducciones, roces y caricias.

—¿Podemos lograrlo? —esbozo cuando saco mi atuendo de azafata del bolso y me subo al auto de un salto. El motor del Mercedes ruge en su mejor versión.

—Déjamelo a mí.

Miro la hora. Son las 7:14. Más de trescientos kilómetros se separan entre Cabo Cañaveral y el aeropuerto internacional de Miami. Tengo que estar ahí para las 10:00 o puedo considerar mi trabajo como perdido.

Martín tendrá que convertirse en el pelado de Rápidos y Furiosos si quiere hacerme llegar a tiempo.

Arrancamos a toda velocidad para embarcarnos en una misión que para mí es de vida o muerte. ¡Quiero el combo completo! No puede ser que para poder estar con Martín tenga que perder mi trabajo. Me niego a creer que esa pueda llegar a ser una posibilidad. No puedo tolerar otra decepción más sobre mis hombros porque sé que el resto de las personas están comprobando que cada uno de mis movimientos sean propios a los de una mujer adulta y no una adolescente intrépida.

La mayor del tiempo sé cuál de esas dos soy. Luego, cuando las inseguridades vuelven a atacar, es difícil reconocer una identidad perdida.

Aprovecho el tiempo dentro del coche para maquillarme y quedar lo más presentable posible. Le he pasado mis nervios a Martín, que tampoco habla en el trayecto. Lejos de como compartimos en la ida, ahora es el silencio y las caras largas las que nos representan. Extraño las sonrisas y Disney, el sexo y las caricias. Por un segundo pienso si no sería mejor mandar todo a la mierda y quedarme a su lado, que parece ser lo único que me importa.

No. Tengo que controlarme. Tengo que controlar... los deseos, la avaricia de ser amada, el temor a quedarme sola.

—Deja que te ayude —le digo al hombre de los mil vuelos mientras le abotono los huecos de la camisa. Acaricio su pelo y vuelvo a ponerlo en el orden imperioso tan propio de él. Por primera vez, estoy viendo una versión descuidada del señor Velasco.

No sé cuál de los dos es más sexy. Tiene sueño y bosteza, además de suspirar con desencanto. Empiezo a pensar que su malestar no se debe únicamente a que nos quedamos dormidos a la intemperie y ahora debemos correr al aeropuerto.

—Oye, ¿qué era eso que querías pedirme?

Ni siquiera se inmuta. Yo esbozo una mueca de preocupación.

—Nada.

Duplico la mueca, pero la misma no parece conseguir efecto alguno en el hombre que tengo a mi lado.

—¿Te sucede algo?

Martín no quita la mirada de la autopista.

Frustrada, vuelvo a insistir:

—Te estoy hablando.

—No podré acompañarte en el vuelo. Las cosas se han complicado —responde a un tono desconocido.

—¿Complicado para quién?

—Para mi trabajo.

Martín me dedica una expresión que me es muy clara de entender «ni pienses en preguntarme, porque no te voy a contar que está pasando».

Transitamos el resto del trayecto con un silencio aún más sepulcral que el anterior, porque ahora de además tener el intrínseco nervio de perder mi trabajo, sé que algo pasa con Martín y que no está dispuesto a relatarlo. Evalúo mis posibilidades sabiendo que toda conclusión llega al mismo puerto. Claro que podría enfrentar al hombre de los mil vuelos con toda mi destreza para decirle basta a sus respuestas sospechosas y su denodado misterio cuando se trata de su trabajo. Claro que podría decirle cuan cansada estoy, e incluso darle un ultimátum.

Sin embargo, poder no es querer.

Después de haber estallado en una desorbitante jornada de alegría y disfrute completada por el mejor sexo de mi vida, no veo cómo puedo declararle la guerra al hombre que me ha proporcionado todo este manjar de positivismo y felicidad que mi vida, mi pasado y mis tóxicas relaciones anteriores habían alejado.

El poder de todo lo bueno que Martín me otorga es más fuerte que el miedo a perderlo. Las preguntas sin responder pueden seguir esperando, y yo seguir sintiéndome segura a su lado. Eso es lo que puedo hacer en mi posición comprometida, sabiendo que los bruces del pasado solo funcionan como recordatorio de que Martín no se asemeja en absoluto al Matías golpeador, abusador y dañino.

—Creo que vamos a lograrlo —me dice cuando marcan las 9:55 y ya estamos a escasos kilómetros del aeropuerto. Ahora tiene los ojos como un cachorrito, al parecer apenado por lo que sea que se ha enterado y que no puede decirme—. En cuánto te deje en la entrada, por favor toma tus cosas y vete. Yo también debo irme.

Asiento desconcertada. No lo entiendo. ¿Qué está haciendo? Descarto la idea —o al menos de eso me convenzo— de que me está usando cuando recapitulo en las mil y una oportunidades que tuvo para aprovecharse de mí. Pienso también en todas las molestias que se ha tomado para hacerme sentir bien.

No, claro que no. Martín no quiere usarme, Martín me quiere. Pero también debe tener sus demonios, ¿verdad? Yo tengo los míos, él tiene los suyos. ¿Tardaremos en descubrirlos todos? Es posible, y por eso debo darle su tiempo.

De todas formas, no puedo evitar hacer una ínfima pregunta cuando los neumáticos rechinan y literalmente Martín se lanza sobre uno de los accesos del aeropuerto. Tomo mis valijas del baúl y me acerco a la ventanilla antes de irme, porque no quiero que el último recuerdo sea ese silencio abrumador con tantas preguntas inconclusas:

—Si me tienes algún tipo de cariño, por favor cuéntame qué te pasa.

Martín bufa.

—¿Qué parte te gustaría que te cuente, Pame? Si no me voy ahora, no serás la única que estará a punto de perder su trabajo. —El hombre de los mil vuelos ubica la palanca de cambios como para salir despedido—. No está bien que seas mi droga. No podemos hacernos esto.

El señor Velasco sale despedido del acceso al aeropuerto. Me deja ahí parada, con bolso en mano y un millón de preguntas.

¿Qué le he hecho? ¿Soy yo la culpable otra vez? 

¡ÓRALES! Esta semana tenemos capítulo doble, así que nos vemos al final del próximo con las preguntas de siempre y el buen momento en familia.

PD: Pame empieza a ser preocupante, ¿no?

Santeeh les manda un fuerte abrazo (/)/

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top