15. Reconciliación

Dame la mano y vayamos a algún lugar

Que no existe en la Tierra

Cierra los ojos y sueña con un amor

Que entierre ya tus tristezas

Dame la mano - Los Bonnitos

Decidimos con la señora que no le haremos una denuncia al xenofóbico. Tras la toma de Martín, pidió disculpas tantas veces que creo que le ha quedado bastante clara la lección. Además, no tengo ni un tantito de ganas de tener que acercarme a comisaría y perder el tiempo con papeleos burocráticos que bien sabemos no cambiarán en absoluto el pensamiento del idiota ese. Una cosa es que haya pedido disculpas y que de ahora en más no haga exhibicionismo de sus creencias retrógradas, y otra muy distinta es que seamos capaces de modificar su perspectiva sobre el asunto.

Muchos de estos miserables que vagan por la vida juzgando y criticando ya tienen toda esperanza perdida.

Arrimamos al agresor fuera del avión y lo reportamos con la seguridad del aeropuerto de Ezeiza para que se encargue. El vuelo inevitablemente se retrasa y los pasajeros están de por sí bastante irritables con la situación, porque son igual de egoístas que la gran mayoría de los seres que habitan este hermosísimo planeta.

Por esta misma razón, un repentino bajón anímico me golpea con destreza. ¿Por qué siempre tenemos que ser el foco de atención? ¿Por qué siempre vemos las cosas desde nuestro lugar y no del de los demás, que al final es lo único que puede convertirnos en personas de verdad? ¿Qué nos separa si no de animales salvajes que pelean por la subsistencia y consideran al resto como enemigos? La falta total de empatía es un arma tan peligrosa que debería ser castigada con pena de muerte. Estas mismas tendencias tan arraigadas que tenemos de proteger lo nuestro a toda costa y dejar al que tenemos al lado que se hunda acabarán por volvernos despreciables.

Soy una idealista sin reparo que se entristece por cosas que sabe que no puede cambiar.

—¿Estás bien? —pregunta Luján al ver mis manos acariciando el cuello contracturado cuando ya nos preparamos por segunda vez para el despegue. Espero que esta vez no tengamos más escenas desafortunadas.

—Sí, todo bien.

Despegamos con normalidad y no se me puede sacar de encima la tristeza de ver un mundo tan egoísta. ¿Será por eso que Martín también toca mi fibra sensible? Ha demostrado ya en reiteradas oportunidades que se preocupa por mí como el más genuino de todos. Ni hablar con el accionar de hoy, que si bien violento, replantea el cuestionamiento de si todo mi ideal está perdido.

Vuelvo a observar al hombre de los mil vuelos en mi posición de acosadora silenciosa. Sigue con ese perfil impasible, como si no acabara de hacerle una llave a un tipo adulto y fuerte para dejarlo inutilizado. Supongo que el ciudadano común estaría mínimamente transpirando por lo sucedido, o arrepintiéndose por su accionar. Martín, en cambio, lee una revista tan tranquilo que parece ni haberse percatado de que acabamos de bajar a un xenófobo del avión.

No puedo esperar a hablar con él. Una parte de mí necesita la reconciliación, y la otra quiere recordar que mis ideales de justeza y armonía pueden existir.

Transito el vuelo en la misma impaciencia de siempre cuando él está ahí. Tenerlo tan cerca y no poder hacer ni decir nada de lo que quiero es desesperante, pero sé que cada minuto que pasa el deseo se torna mayor. Cuando por fin lo tenga a mi alcance, disfrutaré su compañía al nivel de todo ese período en el que lo anhelé.

Espero como siempre a que concluya el servicio de comida y que la mayoría de los pasajeros se pongan encima los audífonos para ver una película, escuchar música o simplemente dormir. Agradezco que no haya habido más encontronazos con pasajeros desbordados, porque no hay chances de que podría haberlo manejado como corresponde. Tengo todavía el cuello endurecido y mi cabeza volando entre un mix de emociones que incluyen el entristecimiento por la crueldad de la gente, la discusión no tan discusión con Luján y el accionar tan particular de Martín para resolver problemas. Ya es la segunda vez que muestra que, ante cualquier tipo de agresión hacia mi persona, él se vuelve James Bond. Sus celestes ojos del cielo se transforman en el fuego del infierno, como si no tolerara que me hagan daño.

Quiera o no, eso apoya su explicación de los hechos con el programa espía por más que lo convierta en un tóxico y posesivo.

—Disculpe, señor. Si me acompaña a la cola del avión le daré lo que me ha pedido —digo acercándome a primera clase y tomando un riesgo enorme. Estoy segura que Tomás ya ha percibido cierta conexión entre Martín y yo. Para peor, no es que Luján esté precisamente a mi favor en estos momentos.

El hombre de los mil vuelos chequea sus alrededores antes de levantarse como en busca de cualquier peligro inminente. ¿Por qué tiene que ser tan tierno?

Siento sus pasos a mi espalda y nos dirigimos a nuestra tan conocida cola del avión para platicar como nos debemos. Es increíble que ya tengamos nuestro lugar designado.

—Solo quiero disculparme una y otra vez, quiero retroceder el tiempo, quiero que todo esté bien entre nosotros...

—Cállate. —Martín no entiende por qué lo interrumpo—. Me he esforzado seriamente por encontrar una señal que me indicara que lo que me has hecho no tiene perdón. Pero la señal nunca apareció y lo único que me queda es darte una segunda oportunidad.

El señor Velasco sonríe. Me derrito por dentro, pero a partir de ahora no seré tan obvia como para mostrárselo. Ya es hora de que vaya viendo la Pamela dura, que no caerá al primer jugueteo.

—Entonces, ¿estamos bien? —dice ubicando sus manos en mi cadera y acercándose, pero yo se las retiro.

—Si vamos a intentar que esto funcione, ahora seré yo la que mande. No volverás a decirme cuando debo o no debo besarte, no volverás a controlarme con la excusa de que quieres protegerme, y por sobre todas las cosas, me dirás la verdad cada vez que te lo pida. Dejemos el secretismo de lado. Podemos seguir jugando a que tenemos quince años y somos los más calientes de todo el condado, pero por favor deja de ocultarme las cosas más básicas. Yo... yo te he contado sobre uno de mis traumas y tú ni siquiera eres capaz de decirme en qué trabajas. Necesito más.

Largo una bocanada de aire y vuelvo a inspirar rápidamente porque siento que me quedo sin oxígeno. No puedo creer como he tenido el valor para decirle todo eso sin sucumbir ante la lujuria de su hombría perfecta. Me complace saber que, por más que internamente todavía no tengo nada claro, supe mantenerme firme como la mujer empoderada que soy.

—¿Puedo pedirte solo una cosa?

—¿Te ves en posición de usar esa carta?

—No tengo alternativa, Pame.

Resoplo.

—Dime.

—No es que no quiera, pero no puedo hablarte de mi trabajo. No puedo. ¿Puedes tolerar eso? —consulta con sutileza, sabiendo que si se equivoca puede perderme para siempre.

—¿Por qué no puedes?

—Si te lo digo ambos correremos un peligro muy grande.

Analizo sus palabras en busca de algún tic que delate su mentira, o alguna facción fuera de lugar que me indique que nuevamente está jugando conmigo. No encuentro ninguna. Me molesta que, tras haber sido clara con lo que quiero, lo primero que haga es darme una condición. Supongo que es cierto lo que dice, y que al final no tiene alternativa.

Prefiero pensar lo mejor que pensar lo peor.

Entonces procedo a demostrar que ahora soy yo la que tiene el control.

—Bésame.

—¿Ahora? Pero...

—He dicho que me beses.

Ahora sí arrastro las manos de Martín hacia mis caderas. El hombre de los mil vuelos duda el primer instante, pero luego se deja llevar por el mismo fulgor que nos acarrea con frecuencia. Se siente bien volver a rozar nuestros labios, juguetear con su lengua y las caricias de sus manos subiendo por mi cadera acalorada para perderse entre las líneas de mi espalda.

—¿Qué estás haciendo, Pamela?

No podía ser otro que Tomás para evitar que la reconciliación con final feliz pudiera completarse.

—¿Se puede saber que estás haciendo? —pregunta Tomás. Martín y yo nos separamos abruptamente.

—Discúlpame, Tomás. No volverá a pasar.

Mi jefe mira con sus ojos desconfiados al hombre de los mil vuelos, que lo observa fijamente como perro guardián. Noto en el rostro de Tomás un respeto a considerar. Temo por la reacción de Martín, que luego de verlo desarmar a un hombre como si fuera una cucaracha me lleva a pensar que sabe mucho más que tan solo defenderse.

—Si vuelve a pasar, te aseguro que ya no estarás aquí para contarlo. ¡Trabaja, que para eso te pagamos! No podré dejar pasar esta falta.

Tomás escolta a Martín de vuelta a su asiento como el aguafiestas que es. Estoy convencida que el hijo de puta está haciendo mucho más que solo su trabajo. Quiere arruinarme la vida, quiere conspirar para que las cosas no me salgan bien. Ya no le alcanza con ser solo mi jefe, y que tenga el control y poder para hacer lo que se le antoje.

Pero aun con toda esa creencia en mente, Tomás tiene razón. Soy una adulta y lo que acabo de hacer es digno de una niña. Quiero creerme que empiezo a hacer mejor las cosas, pero siempre que logro resolver una parte termino arruinando otra. Fui capaz de mostrar fortaleza ante Martín para indicarle quien manda, sabiendo que el resultado era impredecible, y luego me encargué de hundirme yo sola pidiéndome que me bese en pleno horario laboral. ¿Qué pasó por mi cabeza? ¿Cómo es que no puedo notar la diferencia entre lo que debo y lo que puedo hacer?

Solo una razón más para convencerme de que soy débil y estúpida.

El hombre de los mil vuelos desaparece una vez más por entre los largos pasillos vacíos del avión. Cada beso que me da es único a su manera. Algunos son tan dulces y tiernos que pienso que me dará diabetes, otros son tan apasionados que me hacen pensar que va a desnudarme en pleno parque o avión sin evaluarlo dos veces, y hay otros que son la combinación perfecta entre calidad, suavidad y dominio que me envuelven en su capa de seducción imposible de eludir.

Obligo a mi mente todas las veces que sean necesarias a que no se concentre únicamente en los placeres del señor Velasco. Quiero saber que hay detrás de esos ataques de violencia y esas miradas desconocidas que por momentos no me permiten reconocerlo como la persona que es. Me he prometido resistir la tentación y no caer tan fácil, y eso es exactamente lo que voy a hacer. De lo contrario, no solo me habré fallado a mí si no a las personas que se preocupan por mí. Tendré que darles la razón y caer en la decepción latente de que la esperanza en el sexo masculino es imposible de recuperar. Perder mi orgullo y con las advertencias de Luján y mi madre presentes desde el momento cero pueden resultar en una conclusión estrepitosa para mi confianza y entereza.

¿Cómo es que a veces puedo ver todo tan claro y luego darle la vuelta como una mujer sin escrúpulos? Siento que la hipocresía y la contradicción son dos elementos que me acompañan todos los días de mi vida, y que vagar sin rumbo fingiendo una seguridad palpable al exterior es lo mejor que puedo hacer para no demostrar que las heridas del pasado todavía no sanan, y que necesito quien me oriente para dejar de ser una Pamela tan volátil.

Por eso todo se remonta a Martín. Él es lo que necesito para volverme a dar una identidad. Con el hombre de los mil vuelos nunca me reconozco, y tal vez sea justamente eso lo que me hace falta para dar el paso hacia adelante que mi superación personal busca. ¡Tiene que tratarse de eso, o si no estoy totalmente perdida!

Además, Velasco no es perfecto. También se equivoca, comete errores. También se sale de su molde y tiene debilidades. Es humano, y yo no soy quién para dictaminar que la perfección es un requerimiento para estar a mi lado.

—¿Qué es esto? —susurro para mí misma al palpar que un papel cae por mi atuendo.

Martín por fin me ha dejado su número de teléfono con una nota digna de ser premiada:

"Siempre que me necesites, yo estaré para ti. MV"

Transito el vuelo entre miradas de picardía con Martín y los ojos juzgadores de Tomás por el otro. Ambos están atentos a cada uno de mis movimientos. Por un lado, siento que el hombre de los mil vuelos sigue sin querer dejar ningún estímulo de mi seguridad a la suerte. Es difícil no creerse que se está tomando el trabajo de protegerme, porque aun cuando sé que no me está observando, de alguna forma también me cuida.

Hasta ahora no parece en absoluto que ha sido una justificación que sacó de la galera, sino que lo siente de verdad.

Por el otro lado, Tomás supongo está esperando para tener otra carta a su favor cuando mi rol como azafata penda de un hilo. Es un clásico machito. Le encanta tener el poder y hará todo lo posible para seguir manteniéndolo. Es cierto que yo no paro de cagarla, pero también es innegable que él disfruta castigándome.

Espero a que la tensión pase, a que aterricemos en Miami y a que deje de tener a mi jefe encima para poder llamar al señor Velasco. Como pasajero de primera clase ha sido el primero en salir y yo como parte de la tripulación soy de las últimas, así que como en todos los vuelos tendré que conformarme con otro tipo de contacto.

Me complace sentir que ya no tengo la desesperación del inicio. ¿Sigo enloquecida por él? Claro que sí, pero ahora puedo controlarlo mucho mejor.

Agrego el número a mis contactos y presiono para llamarlo una vez que con Luján ya estamos en rumbo a nuestro clásico hotel y su habitación doble tan cómoda. Mi amiga todavía no atinó a hacer comentario sobre nada de lo que sucedió en esta jornada tan ajetreada.

Martín atiende al primer tono. No esperaba menos de él.

—Sabía que no tardarías tanto como la vez que nos conocimos —dice con ese tan fiel estilo que siempre repito y del que nunca me acostumbraré. No puede ser tan perfecto para manejar sus palabras. No puede ser que con cada idiotez que diga se me revuelva de mariposas del estómago o me caiga baba de la boca. No puede ser que me encante tanto esa parte de él.

—Nuestra conversación no había terminado, Martín. Casi me despiden por tu culpa, ¿sabes? —respondo autoritaria, marcando el ritmo de la conversación.

El hombre de los mil vuelos larga una risita nerviosa.

—Me encanta cuando te vuelves mandona y arrogante.

—A mí lo que no me encanta es que se te transforme la mirada. Creía que ibas a ahorcar al hombre sin siquiera inmutarte.

—¿Por qué has llamado, Pame? —responde sabiendo que no tiene como contradecirme. Lo he visto todo, y está bien que se sienta incapaz de negarlo. Prefiero que siga con esa transparencia y que nos lleve a buen puerto.

—Como dije, nuestra conversación no había terminado. Quiero que me cuentes de ti. No me importa si no puedes hablar de tu trabajo. Sé que eventualmente podrás confiar en mí de la misma manera que yo lo haré cuando pruebes que vales la pena y ahí habremos eliminado cualquier barrera que nos detenga.

El hombre de los mil vuelos se piensa su contestación por un par de segundos interminables. ¿Ansiosa yo? Para nada.

—¿Quién es Martín Velasco?

—¿Eh?

—¿Quieres saber quién es Martín Velasco?

—De las cosas que más quiero ahora mismo.

—Entonces vámonos un día a Disney.

—¿Qué? ¿Cómo que nos vamos a Disney?

Luján se horroriza al escucharme pronunciar esas palabras.

—Lo que escuchaste. Si salimos mañana temprano deberíamos llegar a tiempo al próximo vuelo.

Se me ilumina una pregunta clave.

—¿Cómo es que sabes cuándo volveré a volar?

—Me extraña que lo preguntes, Pame. ¿Crees que es coincidencia que siempre esté en tu mismo vuelo, y no en otro horario u otra aerolínea?

El nivel de aleatoriedad de la propuesta de Martín me es un tanto preocupante. No tengo claro si es otra de sus estrategias para llevarme a su terreno de la seducción o si verdaderamente planea abrirse conmigo de la forma que quiero. La incertidumbre de no conocer sus intenciones es, como mínimo, inquietante en el buen sentido.

—No, no lo creo. —Resoplo. Si ha evadido la pregunta, es porque obviamente no tiene intenciones de responderla—. Me parece bastante arriesgado después de lo de hoy. Además, ¿por qué Disney?

Las dudas y la intriga vuelven a levantarse por mis poros. La mejor versión del Martín Velasco misterioso aflora como en primavera reinante.

—Quieres saber quién es Martín Velasco y yo te ayudaré a que lo descubras.

Pienso en mi respuesta. Tengo muchísimas ganas de decirle que sí, pero sé que en ese caso habré actuado por impulso y vulnerabilidad. Estoy intentando no volver a caer en ese hoyo, así que debo contenerme al menos para que sepa que no tiene el control total de la situación.

—No lo sé. Tengo que pensarlo.

—Tómate tu tiempo. Si decides venir, mañana te estaré esperando a las ocho para embarcarnos en la ruta a una jornada estupenda a tu lado.

El carácter de su propuesta indecente es verdaderamente admirador, y él le da el toque perfecto. Jugueteo con un siseo inentendible antes de atreverme a contestar:

—Estás completamente loco, Martín.

Su respuesta llega inmediatamente. No dejamos de jugar como si estuviéramos en película de Hollywood.

—Y eso te encanta, Pame.

Suspiro, suspiro y vuelvo a suspirar. No puedo negarlo. Me encanta de verdad.

¡NO SUSPIRES, PAME! ¡TE ESTÁ DICIENDO QUE SABE HASTA LOS VUELOS QUE VAS A TOMAR, TE ESTÁ DICIENDO QUE SI TE HABLA DE SU TRABAJO LOS DOS CORREN PELIGRO!

Me agradecen después por dejarles el comentario que seguramente todos ustedes tienen en la cabeza ahora mismo xD

1. ¿Fueron a Disney? Si no fueron, ¿les gustaría? Si fueron, ¿cuál es su atracción favorita?

2. ¿De qué peligros estará hablando Martín?

3. ¿Qué le dirían a Pamela ahora mismo?

Muchas gracias por seguir apoyando esta novela que a veces me cuesta digerir. Todavía no estamos ni cerca de lo mejor. Los quiero muchísimo, y sigan bien arriba esta semana <3

Santeeh les manda un fuerte abrazo (/)/

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