14. Él es mi vulnerabilidad

You look as good as the day I met you

I forget just why I left you, I was insane

Closer - The Chainsmokers

—Tengo que pedirte disculpas —digo mientras acelero el ritmo para ir a la par de Luján por el aeropuerto de Ezeiza. Tras la discusión previa a mi encuentro con Martín, no volvimos a hablarnos. Quería tenerla cara a cara para decirle cuanto siento no haber confiado en ella y traicionado tan bruscamente nuestra amistad.

—Ya está, Pame. Esto es lo que gano por ser una entrometida. No me meteré más en tu vida y ambas podremos continuar como adultas que quieren tener una amistad muy superficial y mundana —responde. No creo que quiera parecer condescendiente, pero eso es lo que termina demostrando—. Escuchar la decepción de tu voz justo antes de enviarme el audio fue todo lo que necesitaba para regocijarme.

Ignoro la crueldad del último comentario.

—No se trata de eso. Estabas queriendo ayudarme, y puedo asegurarte que lo has hecho. Ahora mira, ¡he abierto los ojos! Ya sé que no puedo confiar ciegamente en Martín, y estaré con las antenas paradas ante el más mínimo estímulo abusivo que pueda mostrar.

Pasamos por el control de aduanas y dejamos nuestras cosas en una caja para que pasen por el detector. Por suerte, ni Tomás ni el resto de la tripulación se percata de nuestra conversación.

—¿Me estás diciendo que te instaló un programa espía en el teléfono y tú irás de rositas a darle una segunda oportunidad? ¿Qué pasa contigo?

—No estabas ahí cuando me explicó todo lo que pasó. Estaba lista para mandarlo a la mierda, ¡pero fue imposible hacerlo! Consiguió recuperar mi teléfono y hacer que el ladrón pidiera disculpas en cámara. Fue épico.

—¡¿Épico?! ¡Yo me estaría cagando del miedo, Pamela! ¿No te das cuenta que además de controlador es violento? ¿Piensas que el muchachito que te robó el teléfono se disculpó por lo arrepentido que estaba? ¡Claro que no! Mira, te lo digo yo que te estás metiendo donde nadie te llama.

Luján pasa primera por el detector. La sigo detrás. Respondo cuando tomamos nuestras cosas y seguimos nuestro camino hacia la puerta de embarque que lleva a nuestro vuelo.

—Sé lo que hago. Dame por favor una oportunidad para mostrarte que a pesar del aviso fluorescente de machito opresor detrás hay un hombre con todas las letras.

—A mí no tienes que mostrarme nada —contesta cortante. Parece que el tema ya la tiene harta—. Vamos con lo mundano, amiga. Será mejor para ambas.

Me atengo al silencio en los minutos subsiguientes. Considero en ahondar aún más en la conversación porque no tolero que se quede con la última palabra. Peor todavía es que piense que no estoy al tanto de que le estoy dando una segunda oportunidad a un hombre que puede ser peligroso. Me da pena que Luján, quien sabe los destrozos de mi pasado, no confíe en mi criterio. Mal o bien, mi madre lo ha hecho. No me ha dado su bendición, pero ha entendido desde el lugar en donde le hablé de mis sentimientos.

Pero intentar hacer entrar en razón a Luján es tarea imposible. En una batalla de terquedad, lo nuestro sería un combate a muerte.

Entramos al avión de nuestro vuelo a esperar a los pasajeros. El imbécil de Tomás esta vez no me designa para recibirlos en puerta y debo irme a la cola, donde quedo lejísimos de Martín y la conversación que nos debemos.

Ya lo tengo todo pensado. Si el hombre de los mil vuelos quiere que me vuelva a entregar como lo he hecho en un principio, deberá volver a conquistarme. Me he abierto con demasiada confianza y esa tal vez haya sido la razón por la que Martín creyó que podía manejarme a gusto. Le daré una segunda oportunidad porque el calor de su presencia no me abandona, y porque creo fervientemente que detrás de toda esa fachada de tipo duro hay un buen corazón, y no el de un sociópata que quiere aprovecharse de mí.

Por eso necesito volver al paso a paso.

Nos preparamos a partir con rumbo a Miami sin siquiera tener la posibilidad de cruzar miradas. No sé qué estará pasando por su cabeza. No sé si creerá que sigue teniendo chances conmigo, o si se habrá rendido ante las elecciones del destino. Lo veo a veinte filas de distancia como una acosadora silenciosa, y solo alcanzo a captar su perfil elegante.

Unos gritos me sacan de la estupidez de mi vigilancia. El avión ya se encuentra en marcha hacia la pista de despegue, a la espera de autorización.

—¿Puedes callar a ese bebé de mierda que tienes? —pronuncia un calvo de seguro más de cuarenta, entre las filas turistas del medio. Se ha dado vuelta para gritarle a una mamá que carga su niño en brazos.

—¿Qué le sucede, señor? Apenas ha chillado. No vuelva a insultarnos —contesta con gran porte y sin ceder ante la presión del estúpido que quiere agredirla.

Me acerco casi al trote cuando veo que la cosa podría escalar a mayores.

—¿Usted, boliviana de mierda, me va a decir lo que tengo que hacer? ¿Por qué no se vuelve a sus tierras indígenas con esa cucharada de moco? —vocifera con violencia, rencor y odio.

Intervengo con total determinación para frenar el diálogo descontrolado.

—Señor, le recomiendo que mida sus palabras.

—¡Cállese la boca usted también! Debería estar ayudándome a silenciar a ese bebé.

No tolero ni un segundo más la actitud del hombre. La pobre señora ya no sabe que decirle, y su niño se ha puesto a llorar con más fuerza. Me acerco al hombre y pongo la mano sobre su hombro, pero él en todo su arrebato larga un manotazo que me pega justo en la pera y que causa que de un cabezazo hacia atrás me deje contracturada.

Justo antes del golpe, había visto por el rabillo del ojo como Tomás se acercaba a pasos agigantados para serenar la situación. Lo que no había visto es que a mis espaldas tenía la presencia de alguien muchísimo más importante que el estúpido de mi jefe.

El hombre de los mil vuelos.

Martín salta sobre el xenofóbico y le propina un puñetazo demoledor. El calvo no es tampoco ningún idiota y busca salir al contraataque del hombre de traje que lo está golpeando, pero el señor Velasco es demasiado rápido y lo encierra en una especie de llave que le imposibilita moverse. Todo transcurre en unos segundos, y apena soy capaz de comprender la metodología de la escena por el fuerte dolor que siento en mi nuca.

—¿Aprenderás a comportarte, retrógrada desagradable? —dice Martín obligando al calvo a que conteste. Luego empieza a susurrarle, pero yo estoy lo suficientemente cerca cómo para escucharlo—. Vas a pedirle disculpas a estas dos damas sino quieres que te parta el tabique.

Veo como Tomás llega con Luján detrás para corroborar qué demonios está sucediendo. Martín me observa con una súbita calidez que se transforma en frialdad y desfachatez al notar que el hombre planea zafarse de su llave.

—¿Quién eres, Martín Velasco? —murmullo al pasar a su lado, sabiendo que es el último momento que tendré para decirle algo a solas sin tener a mis superiores en las proximidades.

Me tomo el cuello adolorida pero candente. El hombre de los mil vuelos no solo es un apasionado galán de traje, sino que además es un soldado de película, rescatista de mujeres en apuros y defensor de derechos.

Todavía no sé si me creo lo de que quiere protegerme, pero vaya que es difícil cuando tiene amarrado a un tipo que acaba de golpearme para darle una lección de vida. Se me vuelve a despertar el deseo. Se me vuelve a prender la lamparita.

Martín no responde, pero yo me doy mi propia respuesta: él es mi vulnerabilidad.

"Él es mi vulnerabilidad" "Tú eres mi droga"

Son tal para cuál con las frases tóxicas, ¿no? Les prometo que escribir algunas de estas cosas es tan doloroso como para ustedes es leerlo JAJAJAJA.

1. Martín aparentemente sabe como pelear. ¿Tienen alguna teoría al respecto?

2. ¿Se toparon con un caso de xenofobia grave alguna vez? Los leo en los comentarios.

3. ¿Creen que Luján está actuando bien como amiga?

Ojalá tengan una maravillosa semana, llena de buenas noticias, sueños cumplidos y alegrías por doquier. Gracias por seguir apoyándome, y gracias por llegar hasta aquí. Los quiero mucho <3

Santeeh les manda un fuerte abrazo (/)/

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top