12. Las voces de la verdad
Quema mi fotos no es justo que siga en tu vida
Pierde a mi sombra si vuelve a seguirte otra vez
Ciérrame todas las puertas que cuando me fui se quedaron abiertas
Que yo no merezco volver
No intentes perdonarme
Nunca te quise bien
No intentes perdonarme
Que yo no me perdoné
Yo no merezco volver - Morat
Prestar especial atención a la letra de esta canción, quizás refleja mucho más de los sentimientos de uno de los personajes de lo que piensan...
—¿Por qué no estás diciéndome que lo del programa espía es una locura? ¿Por qué no lo niegas, y le cuentas a Luján que es una acusación errónea? —insisto al notar el rostro estupefacto de Martín.
—Pame, por favor. Detén la grabación.
Los ojos desorbitados del hombre de los mil vuelos me abruman. Quiero pensar que está jugando conmigo, porque mi mundo se caerá a pedazos. Termino de grabar el audio y el mensaje se envía, pero eso es lo que menos me importa ahora. Arrojo mis brazos con furia y exijo una respuesta con mis cejas fruncidas y la mirada fija sobre el señor Velasco.
Antes de contestar, revolea su cabeza para ambos costados, dubitativo de su accionar. Luego, una nunca antes vista firmeza lo amolda con perfección:
—No voy a mentirte. He instalado un programa.
Un fuerte pesar arruina toda mi felicidad espontánea. Mis hombros caen temblorosos y mis piernas empiezan a fallar, porque literalmente estoy perdiendo el equilibrio al darme cuenta que Martín atentó contra mi privacidad como un acosador perverso. Luján me lo advirtió y yo como una tonta enamorada le grité, creyendo que solo estaba celosa de la persona que había encontrado.
—No puede ser... No, no. Esto no puede ser verdad. ¡Dime que estás jugando!
—No estoy bromeando.
Todas estas semanas de pasar las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana pensando en el hombre de los mil vuelos y sus misterios, en su camisa y su maletín, y en sus ojos y su sonrisa, para que el hechizo desapareciera como Cenicienta y me topara con la realidad más cruda de todas.
—¿Qué has hecho? ¿Cómo pudiste? Yo... yo confié en ti. ¿Así me lo pagas? —atino a responder mientras tambaleo por un segundo.
—Cuidado, Pame. Te vas a caer...
—¡Que no se te ocurra tocarme, depravado de mierda! —grito y le propino una bofetada furiosa. Noto por el rabillo del ojo como la gente a nuestro alrededor empieza a notar que algo está sucediendo—. ¿Ese fue tu plan todo este tiempo? ¿Te gusta aprovecharte de la privacidad de la gente? ¿Pispear sus mensajes, observar sus conversaciones, tocarte con sus fotos? ¡Enfermo, estás muy enfermo!
—Cálmate, por favor... Déjame explicarte.
Inspiro hondo antes de volver a contestar. Ya he tenido suficiente drama en mi vida como para ser el próximo video viral en las redes. Tomo de la muñeca a Martín con asco y desagrado y lo alejo del epicentro de la plaza a un lugar donde no sienta que tengo un millar de ojos encima. Me pongo fuerte, porque no seré la débil muchachita que llora desconsolada ante una verdad arrolladora.
—¿Qué vas a explicarme? No hay justificación que valga para enmendar lo que has hecho. No sé qué es lo que hago aquí todavía hablándote. —Doy medio giro y me tomo la frente, indecisa—. Debería estar corriendo muy lejos, porque tú eres el ejemplo perfecto de alguien que luego termina secuestrando, violando y asesinando mujeres.
De la boca para afuera quiero convencerme de que Martín es todo eso que aseguro, pero en el fondo todavía tengo el deseo intacto de que, tal vez, el hombre de los mil vuelos pueda explicar cómo demonios abusó tanto de mi confianza.
La soledad de ya no tener a nadie, la depresión de haber caído como una estúpida y el orgullo de tener que ir a decirle a Luján y mi familia que tenían razón son ejemplos perfectos para entender por qué no puedo acabar de soltar a Martín sin una explicación. No quiero volver a ser la Pamela que era.
Me obligo a creerlo, porque rememorar la conclusión de que soy una estúpida ingenua que cae una vez más en las trampas del hombre es desgarradora.
—Puede que no lo entiendas hoy, tal vez nunca, pero solo quise protegerte. —El señor Velasco tiene conflictos para pronunciarse con claridad—. No soporto... no soporto que tengas que estar con el miedo de que un demente pueda arrebatarte todo, incluso tu vida. Sé el tipo de mujer que eres y que no necesitas que nadie te defienda, pero si no lo hacía habría ido en contra de mis propios principios. —O Martín es muy buen actor o está demasiado afligido como para continuar, porque sus ojos se llenan de lágrimas—. Te fallé... Lo siento tanto.
Esta vez no caigo en sus encantos, y le hará falta mucho más que lágrimas para que acepte esta versión de mierda que me ha dado. Me siento dolida y traicionada, me siento una ingenua que vuelve a ser adolescente otra vez. Si no estoy corriendo lejos de él como cualquier mujer haría al descubrir a un tóxico hostigador, es porque necesito algún tipo de explicación a todo este desastre.
¿Por qué se tenía que acabar el hechizo? ¿Por qué no podía seguir en la burbuja? ¿Por qué, una vez más, se suma otra persona a la lista de decepciones? ¿Por qué la gente está empeñada en controlarme y defraudarme, para luego alejarse de mí? ¿Por qué me está pasando esto, cuando lo único que he hecho es salir adelante y seguir sonriéndole a la vida?
—¿Ahora me tratas de estúpida? Vete al culo del mundo y nunca más vuelvas a hablarme, enfermo —respondo amagando a irme, haciendo eco en mi firmeza y dejando atrás el primer tambaleo. No puedo mostrarme débil, ¡no ahora!
La voz de Martín me frena cuando ya estoy de espaldas a él.
—Tengo la prueba de que todo lo que te he dicho no es una mentira, porque si bien soy consciente de que me importas mucho más de lo que debería, me es imposible hacerte a un costado. Aun cuando corro peligro cada vez que me acerco un poquito más a ti con el corazón abierto, lo necesito. Tú eres mi droga.
Tú eres mi droga. Mis ojos vuelven a cruzarse con su par cristalino embravecido por contener las lágrimas.
—¿Qué prueba?
Martín saca un celular de uno de los bolsillos de su saco. Puedo reconocerlo por la funda tan característica que siempre lleva. Es el teléfono que me han robado.
—¿Sigues pensando que te estoy mintiendo? Prometí que quién te había golpeado pagaría. Cuando desbloquees tu teléfono y abras la galería, verás que ese mocoso te dejó un video disculpándose. Solo quiero protegerte, Pame...
Recibo el celular de un sacudón y me pongo a ver si lo que dice Martín es cierto.
—No puede ser —digo al observar estupefacta como el ladrón se disculpa ante cámara perdiendo todo tipo de dignidad. Está grabado en una zona de casas muy humildes y tiene su ojo morado—. ¿Q-qué demonios has hecho?
—Protegerte.
A este punto me fuerzo y obligo a seguir contestando tan cortante como puedo, pero una vez más Martín está haciendo todo bien para recuperar mi confianza a cualquier costo.
—¿No te das cuenta que esto no te ayuda? Eres violento. Eres un acosador. Eres peligroso. Eres tóxico.
—¿Te parezco una persona peligrosa?
La intención de su pregunta es indescriptible. Lo único que tengo claro de todo este embrollo es que, a pesar de mis idas y vueltas y ataques constantes, Martín ni siquiera me ha levantado la voz.
Reflexiono sobre todo lo que hemos vivido hasta ahora. Cartas seductoras, respeto impasible, ternura elocuente y una técnica tan espectacular como original de ir paso a paso como romance del siglo pasado. La única señal de que algo anda mal entre todo su misterio es este episodio con el teléfono... pero aún ha sido capaz de explicarme todo con delicadeza, y darme una muestra bastante justa de que cumple con su palabra y que no dejará pasar ningún peligro que pueda acecharme.
Algo en mis entrañas me pide a gritos que mínimamente le dé el beneficio de la duda a Martín hasta que pueda aclarar mi mente por completo. El olor a peligro se despierta intrínseco y es por eso que lucho con el ángel y el diablito en mis hombros que me indican o que me quede o que salga de ahí cuanto antes.
La decisión es imposible de tomar sin un poco de claridad.
—Necesito tiempo a solas. Toma el teléfono que me has dado, porque ya no lo voy a necesitar.
Extiendo mi brazo cabizbaja.
—¿Tirarás todo lo nuestro por la borda?
—No hay un nosotros, Martín —contesto punzante, por más dolor que me genere pronunciar esas palabras—. No sé si esto merece una segunda oportunidad.
—Esperaré el tiempo que sea necesario.
Dejo al hombre de los mil vuelos en los límites de Parque Rivadavia. Nuestra cita vuelve a fallar por razones que creía imposibles considerar. Por primera vez en semanas, dudo si Martín Velasco es todo lo que vengo buscando, pero una voz en mi cabeza me sigue diciendo que todavía no podré soltarlo, y que la vida nos seguirá encontrando porque así lo dispuso el destino.
La otra voz es mucho más terrorífica. Me dice que salga de ahí, porque estoy a punto de entrar en la boca del lobo.
La novela empieza a tomar un giro. Ya no son dos adultos comunes y corrientes en proceso de enamorarse, ¿verdad?
1. ¿Qué le dirían a Pamela si la tuvieran en frente ahora mismo?
2. ¿Escucharon la letra de la canción en multimedia? ¿Qué creen que puede significar?
3. ¿Creen en las segundas oportunidades?
Gracias infinitas a todos los que me están acompañando en esta travesía y apoyan la historia con tanto empeño. De corazón, ¡se los agradezco! Tengan hermosa semana.
Santeeh les manda un fuerte abrazo (/◕ヮ◕)/
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top