Capítulo 3 "Hayasgo"

Realmente no sabía cómo había llegado a todo esto ¿Realmente había matado a ese hombre? Bueno, de cierta manera sí, pero sencillamente aún no me lo creía, era capaz de muchas cosas, pero nunca creí ser capaz de cometer aquello. La sangre se hacía cada vez más visible, mi ropa y cuerpo ahora estaban manchados de aquella sustancia rojiza, la cual era escandalosa y escalofriante, yo seguía allí parada observando todo, hasta que caí en cuenta que debía escapar, nadie se podía dar cuenta de lo que había pasado esta noche, al menos no se podían enterar de quién había sido la asesina.

Tomé mis cosas, la navaja con la que había pasado todo y me escapé de aquella casa vieja, la cual me había traído una suerte terrible y la cual odiaría siempre. El camino de regreso al barrio peligroso se me había hecho eterno, realmente no conocía el lugar en el que me encontraba y era una suerte el hecho de que no me hubiera perdido, después de todo, el salado no tenía día libre y yo era más salada que el agua del mar muerto. El tiempo siguió pasando, las noches con los hombres me sirvió para comprar ropa nueva y mandar a la mierda a la vieja, quemandola hasta verla desaparecer, junto con aquel asesinato.

—Mandalay. —llamó una de mis compañeras— ¿Me escuchas?

—¿Quién te crees que eres para interrumpir mis pensamientos? —pregunté mientras la miraba sin expresión alguna.

—No me importa, la policía quiere interrogarte. —informó.

En ese momento sentí mi corazón palpitar con fuerza, como si quisiera escapar de mi cuerpo, dejándome sola y asustada, para que enfrentara lo que había cometido. Tragué saliva y seguí a mi compañera hasta donde se encontraba la policía, luego ella se fue dejándome con ellos. Los dos policías me miraron de arriba abajo, como preguntándose algo, algo que sencillamente yo no podía descifrar, pues su mirada demostraba asombroso, curiosidad y pena ¿Qué les pasaba? Eran unos tontos.

—¿Qué edad tienes? —preguntó uno de ellos con curiosidad en el tono de su voz

—Tengo veinte. —mentí, realmente no estaba interesada en decirles mi verdadera edad.

—Aparentas menos. —dijo el otro con asombro— ¿Te importa si te hacemos unas preguntas?

—¿Tengo de otra? —indagué con pesadez.

Ambos negaron y empezaron con su tonto interrogatorio, como era de esperance, todo esto se trataba sobre aquel hombre que había matado, pues según algunas fuentes desconocidas, habían visto al hombre salir de este barrio, por lo que aseguraban que alguna de nosotras había cometido el crimen, tal vez por venganza o porque el tipo las había tratado mal, realmente no lo sabían y créanme, estaban muy lejos de saberlo, pues de mi boca no iba salir nada, nada más que palabras negando el haberlo visto.

Al final me dejaron ir, no me obligaron a seguir hablando, estaba segura que habían quedado cautivados por algo más que mi inocencia, tal vez mi belleza, no me consideraba una de las mujeres más bellas, porque había visto algunas por las cuales me arrodillaria, pero tenía carisma y algo que cautivaba a los hombres. Pues según las lenguas, los Géminis teníamos aquella dualidad, que nos permitía ser dos cosas al mismo tiempo y mentira no era, podía ser inocente y tierna, pero dentro de mí, vivía una mujer furiosa con la vida, deseando cambiar su suerte por algo mejor.

—Señorita. —llamó un hombre a lo lejos.

—¡Ya les dije que no sé nada del asesinato! —exclamé furiosa, pero al dar media vuelta, me di cuenta que no eran los policías los que me llamaban.

—No la llamó para eso, creame que no estoy interesado en ningún asesinato. —aseguró el hombre— solo vengo para llevarla conmigo.

—No estoy en servicio, ya me iba para mi casa. —aclaré para luego empezar a caminar.

—No se lo estaba pidiendo señorita, es una orden. —anunció.

Yo reí sarcástica ¿Quién se creía para venir a mandarme? Había escogido la vida de la calle precisamente para evitar que alguien me mandara, pero al parecer los hombres creían que tenían un estúpido sexo-derecho sobre nosotras. Decidí ignorar al hombre y seguir con mi camino, pero lo próximo que sentí fue un ardor en mi cuello, rápidamente mandé la mano al lugar afectado y saqué una inyección de este, miré al hombre el cual seguía en su lugar sin expresión alguna, traté de maldecirlo, pero las palabras no salían de mi boca, mis manos estaban sudando, mis piernas se encontraban dormidas y mis ojos pesaban como dos elefantes en cada uno, luego, caí al suelo inconsciente, sin entender lo que estaba pasando.

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