Capítulo Siete.

"Se despidieron, pero seguían llevándose por dentro..."

~Desconocido.

Farley

Todos los demás conversaban y bromeaban felices y emocionados en camino al aeropuerto.

Mi tío nos llevaría a la abuela, el abuelo, Franco y a mí hasta el aeropuerto, allí tomariamos un vuelo hasta Argentina y finalmente, nos instalariamos con mamá o papá. Eso lo decidiriamos después.

Mi ojos iban perdidos en la ventana, recopilando y guardando cada pequeño detalle de este lugar para llevarlo en mis recuerdos siempre.

—Eh—Franco me codeó—¿Todo bien?

Asentí y me regaló una sonrisa que parecía más una mueca. Él tampoco tenía tantas ganas de irse y lo entendía, es decir, al fin habíamos encajado, estábamos en un lugar que también se sentía nuestro.

Y con personas que se sentían como un hogar...

Trataba de no pensar en ello y enfocarme en todo lo bueno que se venía. Pero me era imposible no hacerlo, los recuerdos me avasallaban y llevaba un nudo en la garganta desde la última vez que hablé con Olive.

"No seas cobarde y dime lo que me tengas que decir".

Había tanto que decirle, pude hablarle de todo lo que sentía por ella y que siempre había sentido, pude contarle porque me iba realmente, pude ir a buscarla luego y hablar con ella.

Y no lo hice, ella tenía razón, era un cobarde. Siempre lo había sido, siempre que se trataba de ella.

Ni siquiera iba a hablarle de todo esto, sólo la ignoraría y de pronto me iría, sin que lo supiera desaparecería de su vida. Sería lo mejor y mucho menos doloroso para ambos.

Pero ella era tan terca, tan obstinada y era una de sus mejores cualidades. Olive nunca se rendía, nunca miraba hacia atrás.

En mi cabeza seguía viva la imágen de sus ojos brillosos, como si buscará una solución, otras posibilidades.

En el fondo, esperaba que lo dijera, que me pidiera quedarme. Quería que me detuviera, que no me dejara ir, pero no lo hizo y eso me confirmó lo que ya sabía, pero aún en el fondo ignoraba.

Olive no sentía lo mismo que yo.

Y no la odiaba por eso, no. Yo jamás podría odiar a Olive, a pesar de que sus sentimientos no fueran correspondidos, ella no tenía la culpa.

La culpa era mía, por fijarme en quién no debía, por tener esperanza de un amor donde sólo había amistad.

Irme de España me destrozaba, dejar toda mi vida aquí, todo lo que conozco y sé, mis amigos y mi casa. Irme con el corazón roto era de los peores sentimientos del mundo.

Dolía demasiado, tener tanto amor para dar y quedarte con todo el en las manos.

***

Mi culo dolía y mi cuello también. Llevábamos más de nueve horas en nuestros asientos y aún nos quedaban otras tres horas más de vuelo.

Franco a mi lado dormía placenteramente y se la había pasado así casi todo el vuelo, haciendo pausas solo para comer e ir al baño y luego volver a dormir.

Yo intentaba ocupar mi mente, leyendo un libro o haciendo cualquier cosa que no fuera ver la ventana durante horas y horas con la mirada perdida. Pero por más que trataba, terminaba haciéndolo.

Ni siquiera había dormido nada, lo único que me mantenía lo suficientemente ocupado y distraído por varios minutos era el libro que estaba leyendo.

Mis abuelos también dormían tranquilos en los asientos delante de nosotros y así también, el resto del avión. Era el único que no lograba conciliar el sueño y fingía estar dormido cada vez que escuchaba a alguien levantarse para ir al baño o a las azafatas acercarse a revisar que alguien necesitará algo.

Todo lo hacia para evitar las incómodas preguntas de porqué no podía dormir, o más bien evitar pensar y formular las respuestas.

Y así como no podía dormir, tampoco tenía apetito. Ni siquiera podía dar un bocado, todo el día sentía un nudo en la garganta que me apretaba el pecho y algo mínimo que comiera, se sentía como un bloque de cemento que aún no lograba bajar de mi garganta al estómago.

Solté todo el aire que llenaba mis pulmones y estruje mis ojos con fuerza, el dolor de cabeza que tenía me estaba matando. Era frustrante, pues no podía dejar de pensar y cuando mi mente quedaba en blanco y divagaba también dolía.

Me costaba concentrarme en mi lectura y su trama, básicamente era como ver las palabras y ya, nada quedaba en mi. Bufé cerrando el libro para guardarlo en mi bolso de mano y sacar de éste mi móvil junto a mis audífonos.

Si nada, ni nadie podía aliviar o ayudarme, de seguro la música podría hacer algo.

Busqué en mi playlist algo que llamara mi atención, hasta que opté por la opción de aleatorio. Al fin y al cabo, si quería una respuesta o algún consejo, la canción que se reprodujera debía tener algo.

Algo que me ayudara, algo que me hiciera sentir mejor.

Cerré mis ojos con fuerza al escuchar el inicio de la melodía tan conocida para mí. Segundos Platos de Morat caló en mis oídos.

Definitivamente eso no me va a hacer sentir mejor...

Espera.

«Volveré, puede que tarde un rato.
Cuando se acaben los segundos platos,
Yo volveré a enamorarte (volveré).
Volveré solo cuando estés lista.
Será un amor a segunda vista.
Y yo volveré a enamorarte (volveré)».

¿Volveré..? ¿Es esa la respuesta que necesitaba?

Miré al techo del avión y susurré.

—Voy asumir que estás ahí y estás escuchando, además no tienes excusa, esta vez estoy más cerca de ti, así que el mensaje debe de llegar más rápido.

Sí, estaba hablando con Dios.

—Entonces, espero que en el plan que estés armando allá arriba tengas en mente que Liv y yo nos reencontremos, porque eso no te lo perdonaré, eh—señalé—Seguiré mi camino, pero sólo porque estoy seguro que ambos volveremos, cuando sea nuestro momento, cuando estemos listos para estar juntos.

Abrí la galería de mi móvil y observé una de mis tantas fotos con Olive. Y digo tantas porque éramos la especie de pareja más deseada en el instituto, así que sí, me había encargado de encontrar y guardar todas las fotos que solían tomar nuestros amigos cuando estábamos distraídos.

La mayoría eran fotos en el instituto y algunas pocas de las veces que llegamos a tener salidas. Definitivamente mis favoritas eran las del instituto.

En una de ellas, ambos estábamos acostados en las escaleras del instituto mientras ella tenía sus brazos levantados explicando algo y yo sólo observaba con atención. En la cafetería, con Olive apoyando su cabeza en mi hombro y ambos mirando a una dirección opuesta de la cámara.

Por inercia mi cuello se dobló ligeramente, recordando cuando siempre solía acomodar su cabeza a la perfección en ése hueco de mi cuello.

Las demás fotos siguieron apareciendo a medida que arrastraba mi dedo por la pantalla, hasta que llegué a una de nuestras favoritas.

Ése día habíamos quedado en horario fuera de clases para una tutoría —era obvio quién sería la tutora— y la pasamos tan bien, nos reímos un montón y la prueba de ello era la única foto que alcanzamos a tomarnos.

Ambos salíamos con los ojos cerrados, mientras reíamos a la cámara, estábamos muertos de la risa e incluso estaba algo borrosa por el movimiento.

Bien cierta era esa frase de que los mejores momentos y recuerdos se atesoran en la memoria, aquellos que no tienen ninguna foto, ni vídeo pero que nunca olvidamos, definitivamente siempre serán los mejores.

Una lágrima resbaló por mi mejilla e inmediatamente la seque con mi dedo y aparté todos esos pensamientos tristes de mi cabeza, recordando lo que me ayudaría a seguir con mi vida, a seguir adelante.

Quizás no hoy, ni mañana, pero algún día estaremos juntos. No sé cuándo, ni cómo pero sé que sí.

Algún día será así.

***

Arrastraba mi maleta por el largo pasillo del aeropuerto, caminaba relajado y sin prisa, lo que me hacía ganarme unas cuantas reprimendas y malas caras de la abuela en el camino, que insistía en apurarme.

Ellos tres caminaban de prisa y emocionados delante de mí.

Y a ver, no es que siguiera desanimado, molesto, triste o lo que sea. De verdad, me había decidido por algo y así lo mantendría.

Pero estaba realmente agotado, claro que ninguno de ellos lo sabía.

—¡Ahí está su madre! Miren niños.

—¡Aquí! ¡Aquí!

Mamá brincaba agitando su mano entre la multitud. Su cabello rubio fue lo primero que divisé, me sentí mejor al verla allí.

—¡Farley! Mírate, como has crecido—intenté sonreír.

—¡Ay mamá, por favor! Sigue del mismo tamaño.

—Sí mamá, estoy conciente de mi baja estatura, no hace falta que mientas—agregué  con algunas risas.

—Pues yo te veo más grandecito y ninguno de us...—su frase se vio interrumpida por el sonido de su móvil, el cual atendió de inmediato—¡Juro por Dios que me había olvidado de ti por completo!

No sabía con quién hablaba, pero lo que sí sabía es que mamá era de las personas más descuidadas, distraídas y olvidadizas que conocía, así que estaba seguro de que sí, lo que sea que fuera, lo había olvidado por completo.

—Ajá, sí. Ya te vi, sí estoy levantando la mano. ¿Me viste? Vale, está bien.

Colgó y se volvió emocionada a nosotros, chillo y dió un par de brinquitos de un pie al otro.

—Ya viene, ya viene.

El resto arrugamos nuestros rostros confundidos.

—¿Ya viene? ¿Quién viene, mamá?—me atreví a preguntar.

—¡TA DAAA!—dijo mientras extendía sus brazos, señalando a alguien.

Y ése alguien no era nada más, ni nada menos que... Papá.

—¡Bienvenidos, muchachos!—nos recibió a ambos en un abrazo—¡Oh! Y a ustedes también, señores.

Mis abuelos asintieron con un par de sonrisas en sus rostros.

—¿Y bien? ¿A dónde los llevaré primero? ¿A por un helado, pequeñines?

Franco lo miró mal.

—Papá, por Dios, ya estamos algo grandes para eso, ¿No crees?

—Tú sí, Farley no tanto—todos reímos—es broma, hijo.

Asentí.

No me molestaban un par de bromas sobre mi estatura con mi familia, ya me había acostumbrado y era algo normal para mí. Además, mi ego estaba por muy encima de mí, eso me era suficiente.

—¿Y bien? ¿A dónde quieren ir primero? ¿Salimos a dar una vuelta por ahí o quieren una tarde de hombres?

—Yo me apunto.

—Sí, bueno... Yo pasaré esta vez—dije y todos me miraron—No me mal entiendas papá, no es que no quiera pasar tiempo contigo, es sólo que quiero ir a comer con mamá.

Ella dirigió sus ojos a mí, una vez más.

»—Claro, si tienes tiempo y no es problema para ti.

—Para nada, cariño—sonrió—Este será el plan, tu padre llevará a tus abuelos a casa y luego irá con Franco a darse una vuelta, y tú y yo iremos a comer. ¿Les parece?

Todos estuvieron de acuerdo y así se hizo.

Esperaba por mamá junto al auto, mientras la abuela terminaba de hablar algo con ella, ambas me echaban ojeadas a cada rato, era obvio que hablaban de mí.

—¿Y bien, cariño? ¿A dónde quieres ir?

—Ehm... No lo sé, mamá, no conozco ningún lugar.

Ambos reímos.

—Tienes toda la razón, hijo mío—siguió riendo—En ese caso, dime qué se te antoja.

—Algo con carne y bastante grasa.

—¿Asado? Te encantará, conozco un buen lugar.

—Entonces allá será, pero antes pasemos por un café, necesito una buena dosis de cafeína en mis venas.

Mamá negó y puso el auto en marcha. El camino hasta el restaurante fue muy silencioso, por lo que opte por acostumbrar a mis ojos a los nuevos paisajes y calles que me acompañaran de ahora en adelante.

La ciudad era muy linda, de hecho daba ése aire a historia imperial, me gustaba eso. Todo se veía tan detallado y pulcro, algunos de los edificios se veían antiguos.

—¿Qué tal te parece Córdoba?—preguntó mamá al bajar del auto.

—Bien, es bonito.

—Tranquilo, con el tiempo te acostumbrarás.

Asentí y ella hizo un ademán invitandome a seguir dentro del restaurante del que me había hablado antes.

Tomamos asiento en una de las primeras mesas, el lugar no estaba tan abarrotado como lo imaginaba, apenas habían unas cinco mesas ocupadas. Comenzamos a pedir nuestros platos, mientras mamá intentaba iniciar una conversación amena conmigo.

Algo que sería difícil.

—Farley.

—¿Mhm?—dije despegando mis ojos de un cuadro para verla.

—Sé que no te sientes bien, es muy obvio.

—Corrección, la abuela te lo dijo. Ustedes también son muy obvias.

—Bueno pero el punto es que no te sientes bien. ¿Quieres hablar de eso, amor?—me observó con atención.

La verdad sí quería, en algún momento necesitaría descargar todo esto con alguien, ¿Y quién mejor que mamá? Sin embargo, ése momento no sería ahora.

Había tomado una decisión sobre mis sentimientos, sobre mí y mi vida. Y eso no cambiaría, al menos no en un largo tiempo.

Negué en respuesta a mamá y ella asintió entendiendo. Pasamos el resto de la tarde bromeando, riendo y pasando el rato juntos.

Sabía que todo estaría bien.

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