Cojo con delicadeza aquel fino hilo, veo en el grandes cosas. Estaba harto de ser él, quería cambiar su interior y su exterior para ser aceptado por todos los que le rodeaban. Realizó ejercicio con frecuencia y empezó a comer menos. Consiguió un buen cuerpo, pero de nada le sirvió. Seguía sintiéndose la misma mierda de siempre. Aquello dolía y hacia encoger su corazón.

Sentía que la sociedad contaba de muchos granos de arena de la playa; mientras que algunas personas eran pequeños trozos de carbón otros eran, sin embargo, trozos diminutos de oro, que sin importar su tamaño eran importantes y nadie podría quitarles aquello. El carbón siempre era carbón. El oro siempre era oro.

Él siempre seria él.

Aquel fino hilo con el que cosía mi mente pesaba más de lo que parecía. Aquel tenía dolor y sufrimiento, agonía y pesadez, poco de amor y de alegría. Una pobre alma infeliz que no le habían dado aún la opción de brillar entre las estrellas.

Mis ojos se nublaron mientras un recuerdo llegó a mi mente. Se suponía que no debían importarme, de eso se trataba mi trabajo. Sin embargo, aquel era distinto. Era un deseo de esperanza y dolor.

La imagen de un chico en la cima de un acantilado... Y pocos segundos después completamente destrozado y cubierto de un viscoso líquido rojo.

No podía hacerlo, pero de nada servía salvarlo.

Mis tijeras se acercaron a él mientras lo cortaba y escuchaba unas inentendibles palabras que parecían agradecerme el suceso.

Dejé las tijeras a un lado y tiré el hilo a las profundidades de ub profundo hoyo fonde nsdie lo encontraría.

Ya debía de estar muerto, pronto sería su funeral. Nadie acudiría a él, la gente solía tener un mundo de cosas que hacer y no podían perder el tiempo con carbón, siempre que tuvieran oro en su lugar. Pronto alguien ocuparía su lugar. Ya nadie se acordaría de aquella alma en desgracia.

Otro hilo llegó a mis manos al mismo tiempo que el pitido que lo anunciaba. No podía seguir preocupándome por él. Ahora debía seguir con mi trabajo. Para algo era una Moira.