Capítulo 5

... las autoridades han dejado claro que los androides basados en personas reales y/o fallecidas tendrán que ser desconectados, tal y como está estipulado en el nuevo manual de robótica. Esto es para tener un mayor control sobre los robots que últimamente han estado tomando más campo...

Aarón tomó el control y apagó la pantalla donde se veía al periodista hablando fuera de una de las más grandes empresas de robótica, C & X. Pasó sus manos por su cabello buscando la forma de evitar que le quitaran a Blas, de escapar de los efectos de la ley que se creó frente a sus propias narices. Dos semanas antes Mariana lo había visitado en un intento por convencerlo de acabar con todo de una vez, pero no podía, el dolor era muy grande. Recordar a su hijo lo desgarraba, pero resignarse a olvidarlo y vivir sin él era una muerte lenta y dolorosa que no estaba dispuesto a padecer.

—Señor, ¿necesita algo? —Preguntó Dan parado a su lado.

—No, gracias. ¿Dónde está Blas?

—Está jugando solo en su habitación.

Se le ocurrieron muchos lugares a los que podría llevar a su hijo para que se entretuviera y compartiera con otros niños, pero en ninguna parte estaría tan seguro como en su casa. Odió al mundo entero y a sus compañeros de redacción del nuevo manual de robótica, por impedirle hacer feliz a Blas como él quería. De pronto era como si toda la humanidad estuviera en su contra y él, un pequeño y miserable hombre, tuviera que luchar contra todos ellos por la vida de su hijo.

—¿Desea algo, señor? —Preguntó Dan.

—Sí, por favor, déjame solo.

—Como usted ordene.

Suspiró con alivio cuando el robot salió de la sala en la que se encontraba. Tomó el control, pero esta vez no sintonizó el noticiario, buscó información en internet acerca de la nueva medida y el apoyo que recibía a lo largo del mundo. Se sintió aliviado cuando algunos resultados de búsqueda le mostraron declaraciones de personas que, como él, tenían androides de familiares fallecidos: hermanos, hijos, padres o parejas. Todos vivían lo mismo y una pequeña esperanza se instaló en su fuero interno, tal vez no estaba todo perdido como él pensaba. Se podrían unir todos los afectados y ejercer presión hasta que la nueva ley quedara derrocada. Aquella era la única opción viable que se le ocurría, pues una multitud podía lograr más y mejores cosas que una persona sola. Todo ello aumentó poco a poco la pequeña esperanza que tenía, hasta que una voz en su interior dijo: "La otra vez también tuviste una pequeña esperanza y ya vez". Con ello, se rompieron todas las imágenes que había pensado de un final feliz.

Con aquella voz, acudieron a su mente otros recuerdos, un poco más antiguos, pero no menos dolorosos. Recordaba el último día de Blas. Estaba más lúcido que el anterior y parecía que podría quedarse, tal vez mejorarse con la nueva propuesta de tratamiento de los médicos. Era como si de pronto, de la nada, estuviera mejorando, por lo que se instaló en él la esperanza de que su hijo mejorara y sobreviviera contra todos los pronósticos de los doctores. Sin embargo, todo se vio perdido cuando cerró sus ojos para siempre y la pequeña esperanza se rompió, transformándose en su tortura más grande que lo seguía día a día.

—No le fallaré de nuevo a mi hijo —se dijo a sí mismo, convencido de evitar el fatal desenlace que las autoridades prometían.

***

La cena pasó en silencio. Aarón dejó más de la mitad de la comida en el plato a pesar de la sugerencia de Dan para que comiera más, argumentando que su salud se podría ver afectada por una pérdida de peso o desnutrición. Pero simplemente no podía comer más, porque los mensajes recibidos los últimos días le tenían los pelos de punta y un sabor amargo en la boca. Le costaba tragar como si fuera una tarea difícil, concentrarse en el trabajo era imposible y ya estaba pensando seriamente en dejar de asistir, todo por proteger a Blas que estaba en peligro constantemente.

"Sr. Aarón:

Se nos ha notificado la existencia de un androide que incumple con las normas del nuevo reglamento de robótica en cuya redacción, le recordamos, participó usted. Le sugerimos que revise esta nueva versión a conciencia y solicitamos que desconecte al androide lo antes posible. De este modo se evitará que la policía tome lugar en este asunto.

Saludos cordiales".

La advertencia era lo suficientemente clara para sacar las conclusiones adecuadas. Alguien lo había traicionado al contarle la existencia de Blas a las autoridades y si no lo desconectaba él, vendría alguien más para hacerlo por él frente a sus ojos.

—¿Qué pasa, papá? —Preguntó de pronto el niño, al ver a Aarón perdido nuevamente en sus pensamientos.

—Nada, hijo, nada.

—Luces preocupado.

—Ya se me pasará —le dedicó una sonrisa falsa, esperando que dejara de preguntar. Había hecho un buen trabajo al darle preocupaciones al androide, aunque a veces lamentara generar ese tipo de sentimientos en su hijo.

Pero lo cierto fue que no se le pasó, esa noche la pasó en vela dando vueltas en su cama, imaginando una y mil maneras de las que le podrían quitar a Blas, todas basadas en las historias que se relataban en internet. Revisaba a cada hora el monitor instalado en su habitación, con el cual podía revisar cada rincón de la casa para asegurarse que nada extraño estuviese sucediendo y, cuando se levantó, era él mismo quien visitaba todos los rincones de su hogar. Quería evitar a toda costa cualquier ataque por sorpresa que le pudieran dar, para alcanzar a tomar las medidas pertinentes.

No fue a trabajar y cuando no hacía de guardia estaba mirando a la gran pantalla instalada en la pared de la sala. Veía videos, leía declaraciones, todo lo relacionado con su problema para enterarse de la forma de actuar de la policía y estar precavido. Muchos coincidían en que entraban a la casa en cuestión sin previo aviso más que las advertencias por mensajes recibidas previamente. Pasaban por sobre todos aquellos que vivían en aquella vivienda y se llevaban al androide ilegal, ignorando los gritos y súplicas de los humanos que sentirían su ausencia. Todo lo que aquellas personas sabían, era que los androides eran desconectados en la central porque les llegaba una notificación, nada más. Nadie volvía a ver los restos del familiar perdido por segunda vez.

Cuando dieron la media noche se fue a la cama pasando antes por la habitación de Blas. Estaba acostado en su cama especial, esta recargaba sus baterías cuando se recostaba en ella. Se dio cuenta de que en todo el día no lo había visto y se propuso pasar algo más de tiempo con él al día siguiente y con ese pensamiento se dirigió a su dormitorio sin muchos deseos de dormir. Prefería quedarse en pie por si acaso, pero ni los más fuertes nano robots en su torrente sanguíneo funcionaron para mantenerlo despierto.

Despertó con la alarma de la casa y la voz femenina de esta repitiendo una y otra vez "alerta, intruso". Se levantó con rapidez y corrió por el pasillo hasta la habitación de su hijo. Aún estaba ahí, ya listo para levantarse e ir con él.

—¡Blas!

El ruido de la alarma le impedía escuchar los pasos de los intrusos, el único ruido que llegó a sus oídos fue el de un cristal rompiéndose, probablemente una ventana. Cerró la puerta del cuarto de su hijo con la contraseña para que no pudieran abrirla y se acercó a él.

—No dejaré que nadie te haga nada ¿sí? —Le prometió una vez que estuvo a su lado.

—¿Qué pasa, papi?

En ese momento deseó nunca haberlo remodelado porque la expresión de terror del niño le encogió el corazón. La alarma dejó de sonar, pensó que seguramente la habían desactivado. Buscó a su alrededor una forma de escapar, pero no había cómo. Asomarse a la ventana le diría a la policía en qué habitación se encontraban, no tenía un teletransportador ahí mismo y la única salida era la puerta al pasillo o la ventana. Ninguna de las dos los llevaría a un buen final.

Sin darse cuenta las lágrimas ya corrían por sus mejillas, aunque en ese momento era lo que menos le importaba. Se escuchaban golpes en la puerta para derribarla, voces masculinas gritando que saliera por las buenas y entregara a su hijo, y de fondo oía los latidos desbocados de su propio corazón.

—Vienen por mí, ¿cierto?

Lo miró con impotencia y lo abrazó tan fuerte como había querido hacer todo ese tiempo. Por su mente pasaron los momentos en los que hacía eso con el verdadero niño, todas esas ocasiones en que celebraban sus pequeños logros, en que se sonreían con complicidad cuando hacían algo que a Mariana no le agradaría, las veces en que jugaba con él y lo escuchaba reír, entre tantas cosas que vivió junto a él. Apretó su agarre decidido a no dejarlo ir, entonces el androide volvió a hablar.

—Tengo que ir, me vienen a buscar.

—Tú no vas a ningún lado, te lo ordeno y tienes que obedecerme —sentenció Aarón en un intento de convencerlo, recurriendo a las leyes del mismo manual que se lo quería arrebatar.

—Tengo que cuidar de ti. Si vives mejor sin mí, entonces me iré.

—¡No!

—Señor Aarón, tiene diez segundos para abrir la puerta por las buenas. Si no lo hace, aténgase a las consecuencias. ¡Diez!

—No te dejaré ir, no te perderé otra vez, hijo.

—Yo no soy su hijo, señor Aarón.

Soltó un poco el abrazo para mirar la cara del androide y casi al instante recordó las veces que Mariana le dijo lo mismo: "él no es tu hijo, Blas está muerto". Negó con la cabeza, no aceptaría tal realidad, él había creado un androide igual a su hijo, le dio una segunda oportunidad de vivir, ¿cómo podía no ser su hijo si le dio la vida?

—¡Cuatro!

—Blas... te quiero.

—Su hijo seguramente también lo quería

—¡Tres!

—No te olvidaré nunca.

—Lo sé, señor.

—¡Dos!

Blas se soltó del abrazo, desbloqueó la puerta y dejó que los policías lo tomaran. Estaban confundidos, esperaban los gritos, insultos y forcejeos que se encontraban en todas las casas a las que los mandaban, pero ese androide se dejó llevar y el hombre permaneció dentro de la habitación sin querer mirar hacia afuera, limpiando con brusquedad las lágrimas que caían por su rostro.

—Le dejaremos el comprobante abajo con su otro robot —dijo el policía en jefe.

Aarón no se movió, permaneció ahí a la espera de que todos se fueran y acabara la pesadilla en la que vivía. La vivienda quedó en un silencio sepulcral, las luces se apagaron cuando los intrusos se marcharon y él seguía ahí sin hacer nada más que mirar al suelo. Cuando volvió en sí se dirigió a su dormitorio, se acostó en su cama y se durmió como si nada hubiese pasado.

Los días siguientes fueron monótonos, llegaba a casa del trabajo y se encerraba en su oficina, simplemente a mirar la pared y pasar el rato perdido en sus recuerdos. Se auto convenció de que Blas aún estaba con él jugando en su habitación y por eso no lo encontraba, pero cuando llegó el día de su cumpleaños y llegó a casa con un regalo sintió cómo la soledad lo pisoteó. Blas cumplía trece años y no estaba ahí para celebrarlo.

Destruyó los circuitos de su casa que poco antes habían sido arreglados, desconecto a Dan y se encerró en su oficina para que nada ni nadie lo molestara. El dolor lo estaba matando, la culpa lo ahogaba y por más que intentase matarse, el miedo a lo desconocido era más grande. Decidió borrarse la memoria y cuando volvió a abrir los ojos todo le parecía nuevo, la oficina, la sala, las pantallas e incluso el retrato de un niño de cabello negro y ojos rasgados que sonreía. Sin embargo, el dolor no lo dejó. Pudo borrar los recuerdos, pero los sentimientos permanecieron y lo acompañaron hasta el día en que murió sin saber quién era ese niño que tanto amor despertaba en él.

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