Capítulo 4
—Y bien... un tornillo más.
—Aquí lo tiene, señor.
—Gracias, Dan.
Colocó el tornillo en su lugar y lo apretó cuidadosamente con el destornillador. Ya listo, puso todas las capas de piel en su lugar, para luego mover el switch y traer de nuevo a la vida a Blas, quien abrió los ojos inmediatamente. Ayudó al androide a sentarse sobre la mesa de trabajo en la que lo tenía recostado boca abajo, mientras Dan guardaba los implementos que recién había utilizado. Cuando los ojos de Blas miraron los de Aarón, este sonrió a la espera de una respuesta por parte de su hijo. Estaba atento a cualquier gesto o palabra, expectante a ver los cambios de su nueva mejora. Al no recibir respuesta alguna, tomó la iniciativa.
—Bienvenido de vuelta, Blas. Has pasado tres días desconectado ¿estás bien? —Preguntó con nervios e ilusión.
—Sí.
Fueron tres días eternos para Aarón durante los que trabajaba en su hijo, deteniéndose solo para ir a la empresa que le dio empleo luego de haber sido despedido cuando empezó su proyecto. Iba por obligación para no levantar sospechas y porque necesitaba el dinero. De lo contrario, no se presentaría en su puesto, porque estar ahí no hacía más que generarle ansiedad. Estaba en un constante estado de miedo, contestaba las llamadas de números desconocidos con nerviosismo que no se calmaba hasta que le decían que eran de las compañías telefónicas para ofrecer mejores ofertas en sus planes. Y con tanto nerviosismo, los días poco a poco se volvieron más largos para Aarón, como si el reloj se moviera cada vez más lento, desesperándolo aún más. Solo estaba tranquilo cuando llegaba a su casa y veía que Blas estaba todavía con él, que la policía aún no venía a buscarlo por romper con la ley. Ya había pasado un mes desde que entró en vigencia el nuevo manual de robótica y se dio aviso a todo el mundo, pidiendo que desconectaran sus androides basados en personas reales y muertas por las buenas en un período de tiempo determinado, sino, tendrían que atenerse a las consecuencias de hacerlo por las malas.
Aarón sabía que no estaba obrando bien y que la caída que se daría sería la peor de todas. Desde un principio se lo repetía su ahora ex esposa, pero le era imposible acabar con la vida de su hijo por segunda vez. Le falló en una ocasión al no poder protegerlo de la enfermedad que lo aquejaba, no dejaría que sucediera lo mismo una segunda vez, no si podía evitarlo. Ahora que él podía hacer cambios para mejorar a su hijo, estaba dispuesto a luchar con todas sus fuerzas y determinación, poco importaba contra qué o quiénes.
—Aarón, deberías dejarlo y continuar con tu vida, eres joven, puedes rehacer una familia. Cásate de nuevo y ten más hijos, Blas estaría feliz si te viera de ese modo —trataba de convencerlo Mariana por video llamada. Lo primero que hizo cuando se enteró de la nueva medida, fue marcarle a su ex y tratar de ayudarlo pues, a pesar de todo y lo loco que le parecía, nada la haría olvidar los buenos momentos que pasaron juntos durante los años que duró su relación—. Estás arruinando tu vida y todavía estás a tiempo de arreglarla.
—No, ¡tú lo estás haciendo y todos esos imbéciles también lo hacen! Yo soy feliz así como estoy, amo a mi hijo y no permitiré que le hagan daño —le gritaba Aarón a la pantalla.
—Él no es tu hijo, es una máquina —respondió lo más calmada que le fue posible para evitar que se alterara más de lo que ya estaba. Le dolía verlo en ese estado, a punto de echarse a llorar como un niño por no ser comprendido, pero comprendía que lo mejor era hacerle ver lo equivocado que estaba en la forma de ver al androide.
—Era una máquina, lo estoy remodelando para que sea más parecido a un humano, haré que sonría, que crezca, haré que me quiera y nada ni nadie podrá impedírmelo —le informó hablando rápidamente, mostrando la poca lucidez que le quedaba.
—Piensa en el verdadero Blas.
—Lo hago, por eso estoy haciendo esto. Le daré la oportunidad de vivir como él quería.
Cansado de los recuerdos y las dolorosas palabras que Mariana le dedicó, Aarón sacudió su cabeza para alejar aquellas imágenes. Lo mejor era concentrarse en el androide que miraba a su alrededor con curiosidad.
—No me gusta estar aquí —declaró cuando volvió a mirar a Aarón y por primera vez en mucho tiempo pudo ver la expresión de miedo que Blas hacía cada vez que tenía una pesadilla.
—Te sacaré de aquí, ven —le tendió la mano y celebró en su interior cuando su helada extremidad estrechó la suya.
No pudo reprimir la sonrisa. Esa era una gran victoria, por fin había logrado imitar el sistema muscular facial con circuitos y piezas metálicas bajo la piel plástica que cubría a su androide. Si estuviera en los buenos tiempos para ser creador de robots, aquello sería una gran hazaña y sería reconocido en todo el mundo, digno de los mejores premios de avances científicos. Pero las nuevas leyes oprimían este tipo de actos, teniendo que guardárselo para sí mismo junto con el deseo de mostrarle a toda la humanidad su amado y perfecto hijo. Un deseo casi incontrolable de llamar a Mariana lo invadió, no para hacer que volviera con él y su hijo, sino que para mostrarle lo que estaría disfrutando si no lo hubiera dejado. Para que viera lo que se perdía por abandonarlo.
—Mira, tu habitación ¿la recuerdas? —Preguntó Aarón con esperanza en su voz. Le había insertado nuevamente la memoria a su hijo esperando que esta vez también recordara los sentimientos que tenía en vida. Temía haber dañado de alguna forma esa parte de su cerebro en la mejora.
—Sí ¿jugamos?
—Claro, ¿qué quieres jugar?
Sin decir nada el niño se acercó a su video juego favorito, tomó un par de lentes tendiéndole uno a su padre y colocándose los otros. En pocos segundos Aarón ya estaba en la realidad virtual del juego junto a Blas, destruyendo robots y edificios. Dentro de ese mundo se encontró con Blas, estuvo a punto de dispararle hasta que notó que se trataba de él. El niño lo miró y le sonrió mientras agitaba su mano de un lado a otro a modo de saludo, llevando a Aarón a los días en que jugaba VGX con su hijo y escuchaba dentro de esa realidad sus risas mientras disparaba a tontas y a locas a los robots que se le aproximaban.
—Game over —dijo una voz femenina, sacándolo de sus recuerdos. Tan absorto estaba en sus memorias, que descuidó sus acciones en la realidad virtual.
—Papá, perdiste.
—Lo siento, hijo.
Se sacó los lentes y lo primero que vio fue a Blas mirándolo con curiosidad. Aarón dejó los lentes sobre la cómoda que tenía cercana para luego aproximarse al niño. Llevaba mucho tiempo reprimiéndose por la personalidad que tenía el androide, pero ya había quedado todo en el pasado, ahora estaba mejorado y lo más seguro era que lo aceptaría. Quería estrecharlo en sus brazos, decirle cuánto lo quería, sentir que el niño estaba realmente con él. Estuvo a punto de hacerlo, pero la voz de la casa lo detuvo.
—Visitas, señor Aarón.
—¿Quién? —Preguntó confundido, pues no solía ir gente a su casa.
—La señora Mariana.
Exhaló el aire de sus pulmones con pesadez en un intento por calmarse. Dejó a su hijo en su habitación mientras él se dirigió a la sala donde se encontraba su mujer, atendida por Dan. Las puertas se deslizaron para que pudiera ingresar, las luces iluminaban muy bien el lugar de paredes celestes y muebles de colores negros. Mariana se levantó del sofá donde se encontraba para encarar a su ex marido, analizándolo de pies a cabeza con detención. Estaba tal y como lo había dejado, solo un par de canas más, pero eso solo era la apariencia. Tenía la convicción de que por dentro ya no era el mismo y difícilmente volvería a serlo algún día. La muerte de Blas le había afectado más de lo que cualquiera pudiera imaginar y en cierto punto se sentía culpable. Varias veces pensaba que de haberle dado un mejor apoyo durante su duelo, él habría podido salir adelante sin recurrir a la construcción de una máquina para reemplazar al niño.
—Hola, Aarón.
—¿Qué quieres? —Preguntó directo para que se marchara dentro de poco. Le desagradaba compartir con quien quería deshacerse de su hijo.
—Vengo en buena, solo quiero hablar contigo.
—¿Sobre?
—Blas.
—No hay nada que hablar.
—Sí que lo hay, ¿todavía tienes a esa máquina...?
—¡Mi hijo no es ninguna máquina!
—Está bien, no lo llamemos máquina... lo único que quiero saber si aún lo tienes.
—¿Para qué quieres saberlo? Tú ya no vives aquí, en nada te afecta que lo conserve o no.
—Sí que me afecta, Aarón. Estás arriesgando tu vida, estás acabando con ella... tal vez ya no vivo contigo, pero aún te tengo cariño... Después de todo, tuvimos un hijo y aunque no era como yo quería...
—No digas nada, no tienes derecho, nunca fuiste una buena madre —la detuvo inmediatamente Aarón, sabiendo ya a dónde iría la conversación.
—No, no lo fui, pero tú fuiste un padre ejemplar para Blas y estoy segura de que esté donde esté te está agradecido por la vida que le diste y por lo mismo, Aarón... déjalo ir —le suplicó la mujer en un tono desesperado por salvarlo. Se había informado sobre la nueva medida, sabía cuáles serían las consecuencias, por lo que ansiaba que Aarón acabara con todo el asunto antes de que fuera demasiado tarde.
—Y porque soy un padre ejemplar, él tendrá la oportunidad de vivir por segunda vez...
—No es él quien está viviendo, Aarón, ¡entiéndelo!
—¡Cállate!
Las lágrimas amenazaban con caer de sus ojos y rodar por sus mejillas hasta el suelo. Cuando por fin lo hicieron las limpió con brusquedad con la manga de su polerón para no parecer débil ante su ex mujer. Los recuerdos lo invadieron, su pequeño niño acostado en la cama del hospital conectado a máquinas para controlar sus constantes vitales, que poco a poco iban disminuyendo hasta apagar su vida. El dolor, el desgarro en su interior, todo volvió como si hubiese sucedido ese mismo día, pero ya habían pasado tres años desde entonces.
—Aarón, sé que duele y mucho, pero te dolerá más si continúas con esto. No lo mereces, ningún humano merece sufrir tanto como tú.
En su mente se repitieron los gritos de Mariana cuando él trabajaba en Blas, el cómo trataba de convencerlo para que se detuviera, las amenazas con dejarlo que luego se cumplieron, los gritos que resonaban por toda la casa y que agradecía no escucharan sus vecinos por las paredes anti ruido, entre tantas cosas que pasó junto a ella después de la tragedia. Se sentía culpable, su mujer tampoco lo pasó bien y él tenía algo que ver con eso, sentimiento que no hizo más que aumentar el dolor que ya tenía dentro. Todo se juntó en su interior hasta hacerle difícil hasta el respirar. Sentía que necesitaba un lugar abierto, con mucho aire y en soledad para poder despejarse y serenarse.
—Vete, por favor —le pidió con tono suplicante, llevando una mano al pecho para calmar un poco el dolor, con poco efecto, porque su afección no era física.
—Pero...
—Por favor, vete.
Mariana suspiró y miró a su ex marido reducido en el sofá, sollozando como un niño, la mirada perdida en el vacío y una mano en el pecho como si eso calmara su sufrimiento. Se mordió la lengua, no dijo nada, cumplió con su pedido y salió de la sala. Miró a su alrededor, la casa en la que antes vivió y de la que escapaba para irse con sus amigas y seguir envidiándolas por sus perfectas vidas. Se lamentó de no haber compartido más con Aarón, quizá de algún modo lo pudo salvar de caer en el abismo en el que se encontraba, pero ya era tarde.
—¿Mami?
Esa voz le causó escalofríos y estos se intensificaron cuando al fondo del pasillo vio a la imitación mejorada de su hijo. Caminó hacia ella con la espalda recta y la mirada en ella, muy diferente a como lo hacía el verdadero Blas. Le causaba terror ver a esa máquina con aspecto de niño, por lo que con un gesto le pidió que se detuviera.
—No soy tu madre.
A paso apresurado se marchó, dejando al androide parado en aquel lugar sin moverse y a Aarón llorando en la sala.
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