Capítulo 3
Tal y como prometió, Aarón cumplió su palabra y llevó al niño androide al museo ambientado en los años dos mil. Su idea era disfrutar con su hijo como cualquier otro padre haría con su pequeño, creando cada vez nuevos recuerdos que lo ayuden a llenar ese vacío que dejó la muerte del niño real. Por lo mismo, en cada detención frente a una vitrina, Aarón hacía gala de sus profundos conocimientos sobre tecnología, los que no solo abarcaba a la que los rodeaba en la actualidad, sino que la ya obsoleta de muchos años atrás, porque siempre consideraba que de los errores de la historia se aprendía mucho más.
—Mira, esa especie de caja con perillas se usaba para cocinar antes de la comida instantánea y... mira allá, estos televisores son los de antes, pareciera que tiene trasero ¿no? —Indicaba Aarón diferentes artefactos y se reía de sus propias bromas para llenar de algún modo el silencio que mantenía Blas.
—Interesante —respondía el niño con un tono casi automático, a pesar de que Aarón no lo había programado para que tuviera ese tipo de respuestas ante sus demostraciones.
—¿Cierto que sí?
La frialdad del androide lo deprimía, porque sus reacciones dejaban ver su falta de humanidad. Pero aun así trataba de recuperarse con prontitud de aquel sentimiento y pensar en algún modo para animarlo, despertar en él alguna función hasta entonces desconocida y que parezca vivo realmente, y no una máquina más como decía Mariana cada vez que se topaba con el androide Blas.
Dejando sus pensamientos de lado y forzando su sonrisa para no desentonar con el resto de los visitantes, Aarón continuaba con el recorrido sosteniendo la helada mano del niño que se limitaba a seguirlo, viendo siempre hacia el frente e ignorando todo a su alrededor y al hombre que le dio la vida. Esas eran las desventajas de haber construido él mismo a Blas. Una compañía se lo habría entregado inteligencia artificial que contuviera una personalidad algo parecida a la de su hijo original, convirtiendo así a la máquina en una imitación casi perfecta del niño que alguna vez vivió. A pesar de todas esas ventajas, la razón de no haberlo pedido fue que quería hacerlo él mismo para sentirse como un padre verdadero que le da la vida a su hijo, el pequeño que él tanto amaba. Aquello le daría mayor satisfacción que simplemente sentarse a redactar una descripción, seleccionar una foto y enviarla a los fabricantes.
Mientras recorrían el museo por cuenta propia, Aarón vio que por el pasillo venía caminando en dirección contraria su antiguo jefe, el señor Murillo con su esposa y su hijo menor que tenía la edad de Blas, con solo un par de meses de diferencia. El niño ya debería tener trece años y, a pesar de la diferencia física notoria, cada vez que veía a Ronan los primeros meses después de la tragedia, le recordaba a su hijo muerto y terminaba llorando abrazando al pequeño que miraba asustado a sus padres pidiendo ayuda para sacarse a ese adulto demente. Aarón siempre terminaba avergonzado, pidiendo disculpas, porque le era inevitable sentirse así con cualquier criatura que se le cruzara. Por ese entonces cualquier niño que tuviera más o menos la misma edad de Blas se lo traía a la mente junto con el dolor que desgarraba su corazón poco a poco, sintiendo como si lo estuvieran matando lentamente por medio de sus recuerdos y sentimientos.
Debido a su comportamiento, que incomodaba a su hijo, con el tiempo su jefe, el señor Murillo, evitaba que Aarón se encontrara con Ronan. Incluso cada vez que podía, aunque estuviera solo, se dirigía por otra dirección, simplemente para no encontrarse con su rostro deprimido, un constante recuerdo de su duelo reciente. Porque finalmente, no era Ronan el único que se sentía incómodo, también él, porque la expresión triste de su trabajador era el constante recuerdo de su desdicha y la suerte de la que él gozaba por tener a su hijo vivo, generándole culpa a pesar de que no era culpable de nada. De hecho, sintió una gran vergüenza cuando tuvo que despedir a Aarón por el descuido de sus labores. Sin embargo, lo que no sabía el señor Murillo, era que Aarón lo evadía también, para evitar sentir ese pellizco en su pecho cada vez que recordaba que ese señor seguía teniendo una familia perfecta, mientras la suya ya estaba rota. Incluso, cuando recibió la notificación de despido, no sintió pena alguna, al contrario, se vio aliviado de poder tener más tiempo para trabajar en su nueva creación, el Blas mejorado.
Con tanto trabajo en su hijo y tanto tiempo sin ver a su antiguo jefe, nunca se dio cuenta de todo el tiempo que pasó desde que dejó su antiguo empleo. Tal vez esa fue la razón por la que se sorprendió tanto al ver a Ronan más alto de lo que recordaba y con una voz algo cambiada cuando lo escuchó hablar con un tono educado, aunque nervioso. El niño aún recordaba al hombre que lloraba abrazándolo cada vez que lo veía.
—Aarón, qué sorpresa encontrarte por aquí —exclamó su antiguo jefe cuando cruzó mirada con él, ya imposibilitado de evitar el encuentro. Le tendió la mano a modo de saludo, tapando un poco con su cuerpo a su hijo para prevenir un momento incómodo.
—Lo mismo digo, señor Murillo. ¿Cómo le ha ido? —Preguntó con falso interés, lamentando no haber podido desviarse a otro pasillo.
—Bien, la empresa va de maravilla... ¿y a ti cómo te va? —Miró confundido al niño que acompañaba a su ex empleado, pues no recordaba que tuviera un segundo hijo. De hecho, el impacto de la noticia de la muerte del niño causó aún más impacto en la empresa cuando todos comentaban que Aarón ya no sería padre. Con aquellos recuerdos en mente, el señor Murillo le dio una mirada un poco más cuidadosa al niño. Entonces notó la falta de vida en aquellos ojos y con una mirada crítica experta se dio cuenta de que se trataba de androide, con lo que la lástima que ya sentía por su ex empleado se incrementó. Pese a las molestias que le causaba su comportamiento hacia Ronan, no podía evitar ponerse en su lugar e imaginar el dolor por el que debía estar pasando y lo culpable que se debía sentir. Al fin y al cabo, él fue uno de los tantos que sugirió a Aarón que recurrieran a la manipulación genética para tener a su hijo, a lo que él se negó rotundamente.
—Muy bien, estoy aquí paseando con Blas. Saluda, hijo —respondió con un tono alegre y mostrando al niño con orgullo.
—Buenas tardes.
—Buenas tardes, pequeño —contestó algo incómodo el señor Murillo, apretando la mano que el androide le ofreció.
—¿Y cómo está su hijo? —Preguntó Aarón con curiosidad, intentando ver al menor oculto detrás de su padre.
—Ah, ha crecido desde la última vez que lo viste. Está bien.
Ronan se asomó desde la espalda de su padre y miró al niño con el que en alguna ocasión jugó cuando era pequeño. La voz de Aarón lo interrumpió en su análisis de Blas, teniendo así que dirigir su mirada hacia él.
—Wow, estás grande, Ronan, ya todo un hombrecito. Tal vez pronto tengas novia, si todavía no la tienes.
—No la tengo, señor —respondió avergonzado.
—Qué gracioso este niño.
Aarón no podía quitar sus ojos del hijo de su antiguo jefe y es que desde la última vez que lo había visto creció en estatura y su voz cambió a una más grave y madura. Su cabello rubio seguía siendo el mismo, tan brillante como recordaba, sus ojos azules eran expresivos y con brillo y, lo que más envidiaba, Ronan tenía distintos gestos y entonaciones cuando hablaba. Si bien construyó a Blas dos años antes con éxito y logró grandes proezas que pocos técnicos independientes podían lograr, su hijo aún no era perfecto porque no crecía y no tenía expresiones como cualquier otro niño. Por fuera parecía un humano más, pero justamente eso, que muchos consideran solo un adorno, era lo que delataba a Blas en su condición de máquina.
El señor Murillo por su parte miraba a Blas con interés, preguntándose de dónde lo habría sacado Aarón. Parecía humano, en apariencia era igual al niño que murió unos años antes, se mimetizaba sin dificultades entre una multitud. Sin embargo, sus ojos parecían perdidos en algún punto y su rostro era inexpresivo, a diferencia del verdadero Blas que siempre sonreía hasta que sus ojos desaparecieran. Pero a pesar de todo, Aarón parecía ser feliz con él a su lado y no lograba comprender por qué. Porque si su hijo Ronan muriera, lo dejaría hacerlo tranquilo y no buscaría la forma de crear una máquina con su apariencia, sentía que eso solo le hacía más daño a quienes quedaban vivos e impedían el descanso de los que partían. A pesar de no ser un creyente, número de personas que disminuía día a día, sí creía que había un lugar donde iban quienes fallecían.
Con todo lo que veía y pudo deducir, sintió pena por su antiguo empleado. Ya había oído rumores de que se había vuelto loco, chismes que su propia ex mujer, Mariana, había esparcido, pero jamás pensó que pudiera llegar a ser tan cierto. Siempre que escuchaba las habladurías lo defendía porque había conocido a un hombre centrado que quería lo mejor para su hijo, sin llenarlo de partes robóticas porque iría en contra de su naturaleza. Era lamentable que haya terminado perdiendo un tornillo con la muerte del niño, llevándolo a romper aquella especie de juramento que siempre mantuvo.
—Cariño, creo que es tiempo de seguir —le susurró su mujer en un tono nervioso. Ni siquiera notó cuándo llegó. Había ido a comprar un par de recuerdos y cuando regresó, notó el encuentro de su marido con su antiguo empleado. Inmediatamente cuando notó la naturaleza del niño trató de cortar la conversación, pues le incomodaba la presencia del pequeño androide. Prefería los robots a la antigua, sin apariencia humana, aquellos para servir a las personas y no para reemplazarlas.
—Yo también lo creo... Bueno, Aarón, ha sido un placer volver a verte, espero que estés bien —le tendió la mano a modo de despedida, sin molestarse en dar tiempo para que su esposa saludara primero a Aarón.
—Lo mismo espero para usted, señor.
—Hasta pronto, Blas...
—Hasta pronto, señor —se despidió el androide con un movimiento de mano.
Terminado el encuentro, Aarón continuó con su recorrido junto a su hijo. Le iba hablando de lo que sabía acerca de esos antiguos artefactos ya obsoletos, tratando de hacer el paseo interesante, pero Blas no cambiaba su rostro. No era como recordaba a su pequeño que se emocionaba fácilmente con cosas simples y logros mínimos, que reía con sus aburridas bromas y se sorprendía hasta de lo cotidiano. La decepción lo inundó aún más cuando empezó a compararlo con Ronan, a quien acababa de ver. Por lo que volvió a tomar nota mental, para que en cuanto pudiera trabajara para mejorar a su niño, para que sea un hijo perfecto como el que su mujer quería y como el que él tanto echaba de menos. Se dijo a sí mismo que Mariana se revolcaria en su envidia por haberlo abandonado antes de que él encontrara la manera perfecta de hacer que su hijo tuviera una segunda oportunidad de vivir. Y lo que más satisfacción le daba era que cuando le pidiera volver él se negaría, porque solo él tenía derecho a compartir con su hijo.
Así, una vez terminado el paseo, ese fin de semana lo pasó por completo en su oficina ideando planos, circuitos y distintos sistemas para mejorar al androide Blas. Recurrir a ayuda profesional de una empresa no había estado en sus planes y ya no podría estarlo, pues si la nueva ley se promulgaba estaría cometiendo un delito y sería más fácil que las autoridades lo encontraran después por los registros. Pero ese delito lo hacía feliz, por lo que seguiría adelante sin importar las consecuencias. Ya había hecho mucho en el pasado para lograr su objetivo, no dejaría que en ese momento llegara alguien para tirarlo todo por la borda.
Aarón tuvo que hacer un sinfín de cosas difíciles para recuperar a su hijo, incluso las que eran consideradas imposibles. Le tocó abrir su tumba durante una noche fría para poder obtener la memoria de su cerebro, cuando su cuerpo ya se estaba descomponiendo y era casi irreconocible. Perdió a su esposa definitivamente por su creación y un empleo estable por dedicarle más tiempo a su proyecto personal que a sus obligaciones por contrato. Se consolaba diciendo que había valido la pena y la imagen de su hijo pudriéndose la reemplazaba por el Blas que caminaba ahora por la casa derecho, que hablaba fluido y al que podía proteger de la muerte con unos cuantos retoques en su sistema. De ese modo nunca le fallaría como al viejo Blas.
El lunes en la mañana tuvo que volver al trabajo y lo hacía solo porque necesitaba el dinero que ganaba para comprar nuevas piezas para Blas. Llegó a la oficina de mal humor por no poder quedarse en casa a continuar con las mejores de su hijo, por lo que se tomó unos minutos en el baño para lavarse el rostro con agua fría, intentando que de ese modo se lave también su ánimo. Lo único que le daba fuerzas para ir era que tal vez podría discutir la promulgación de la absurda ley que acordaron incorporar en el nuevo manual de robótica. No estaba dispuesto a perder a Blas de nuevo y si opinando podía lograr algo, lo haría, aunque con eso todos sus compañeros pasaran a estar en su contra.
—Antes de abrir un tema nuevo ¿Podríamos comenzar la reunión tomando el último punto que tocamos la sesión pasada? —propuso Aarón en cuanto todos tomaron sus lugares en esa gran mesa redonda de color blanco.
—¿Por qué crees que es necesario, Aarón? —Preguntó Oscar, quien tomó su lugar al frente de la sala para controlar la pantalla grande donde se mostraban los puntos a conversar durante la jornada.
—Creo que quedaron cabos sueltos. Además, siento que no la discutimos lo suficiente...
—Se realizó una votación válida, se cumplió el quórum necesario, creo que eso es motivo suficiente para dejar zanjado el tema —comentó un hombre moreno que estaba sentado frente a él. Era conocido por su poca paciencia, por lo que el tener que retroceder en una materia ya tratada lo hacía sentir que sus pocos reservorios de tolerancia ya se agotaban, a pesar de ser primera hora en la mañana.
—No me parece a mí —argumentó Aarón.
—¿Estás tratando de redactar leyes guiándote por tus propios intereses? —Insinuó el hombre mayor del otro día.
—¡Claro que no!
—Tal parece que sí. Déjame decirte que aquí estamos para trabajar objetivamente en favor de la humanidad y no de un pelagato sentimentalista —siguió el mismo hombre mayor.
—¿No es el sentimentalismo una característica humana? ¿Cómo te puedes considerar humano si no tienes sentimientos?
El silencio reinó en la sala de reuniones, todos mirándose entre sí con incomodidad. Finalmente Oscar se aclaró la garganta para reabrir el debate de aquella ley, solo porque quería acabar cuanto antes con la discusión, que él consideraba absurda. Para ello presionó un botón de la mesa que proyectó una pantalla similar a la que se mostraba en la pared, pero más pequeña y táctil.
—Bien, a deliberar nuevamente.
Aarón sonrió con satisfacción. Una nueva ventana se había abierto para él y, con ella, la esperanza de conservar a su hijo.
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