Capítulo 2
—Bienvenido, Aarón —dijo la voz femenina del sistema de la casa, con esa entonación plana y fría que tanto le disgustaba. Extrañaba esas bienvenidas cariñosas de su hijo y las de su mujer, antes de que las discusiones sobre la condición de Blas arruinara la relación para siempre.
—Señor Aarón, ¿necesita algo? —Llegó a recibirlo Dan, el robot que se convirtió en su mano derecha, listo para recibir cualquier orden que su amo le diera.
—No, gracias. ¿Ya te arreglaron el sistema...?
—¿Qué sistema, señor? ¿Qué sistema, señor? ¿Qué sistema señor? —Empezó a repetir una y otra vez, con movimientos automáticos también repetitivos.
—Veo que no...
Con un suspiro pesado dejó de lado a Dan para continuar su camino por la casa. El robot siguió repitiendo una y otra vez la misma pregunta mientras trataba de dirigirse a la cocina con pasos torpes y vibraciones que le impedían caminar con normalidad, desviando sus pasos hacia paredes y muebles, botando algunos objetos a su paso. Aarón se dijo a sí mismo que durante la tarde volvería a llamar al hombre que, se suponía, hacía varias semanas que iba a ir a reparar a Dan. Entonces lo presionaría y amenazaría con dejarle un reclamo en la asociación de protección al cliente por el servicio no prestado a pesar de ya estar pagado. Pero lo haría dentro de unas horas, porque por el momento solo quería encerrarse en su oficina y descansar tranquilo, sin interrupciones ni más preocupaciones de las que ya atormentaban su cabeza. El día había sido más agotador de lo que debía ser, el nerviosismo y miedo que había pasado lo dejaron más cansado que de costumbre y con una preocupación que parecía ser más pesada que el mundo entero.
Repitió en su mente la excusa que le había dado a su compañera acerca de su voto:
—No me parece correcto que le quitemos a algunas personas la opción de disfrutar a sus seres queridos por segunda vez, es inhumano, es como si los hiciéramos vivir un funeral por segunda vez. Por lo mismo, yo dejaría que al menos los androides creados hasta ahora se mantengan, pues no queremos tener a toda la humanidad en nuestra contra porque perdieron a sus seres queridos dos veces. Hay que respetar el dolor ajeno y ser empáticos.
Pero la verdad era que poco le interesaba lo que pasara con los demás. De hecho, el dolor ajeno no podía importarle menos, no era la empatía por los otros lo que lo movía a votar en contra, a pesar de enfrentarse a todos sus compañeros de labores. Lo que le angustiaba era su propia situación, una tan comprometida, que ni siquiera debería haber participado de la redacción del manual de robótica según las normativas actuales. Pero lo hizo de todos modos, para evitar precisamente lo que acababa de suceder ese día.
Desesperado, ya comenzaba a pensar en qué haría para evitar lo que parecía estar a la vuelta de la esquina pese a que aún no se promulgaban aquellas nuevas leyes y no serían publicadas hasta varias semanas más tarde. Después de mucho darle vuelta al asunto, quería relajarse y dejar aquel tema de lado, por lo que prendió su pantalla holográfica del escritorio y leyó las novedades del día en los principales canales informativos y sociales. Todo parecía ir en orden a nivel mundial, aunque no podía decir lo mismo de su núcleo familiar. Otra vez le apareció entre las noticias una foto de su ex mujer bebiendo con un androide de apariencia joven, quizá de unos treinta años, para Mariana que tenía cuarenta recién cumplidos. A simple vista, el joven parecía un humano cualquiera, un hombre joven y serio de ojos cafés opacos, pero Aarón sabía que era una máquina porque tuvo la oportunidad de conocerlo cuando firmó el acta de divorcio seis meses antes. Entonces vio el código escaneable que tenía tatuado en su cuello, obligatorio para todos los robots para saber en un instante quiénes eran sus dueños en caso de problemas.
Se aflojó la corbata para luego pasarla por sobre su cabeza, se quitó el saco y arremangó su camisa, quedando con la apariencia que su jefe odiaba, un trabajador desordenado. Borró de su mente la imagen de aquel hombre que dirigía todas las cámaras redactoras de nuevas leyes, sintiendo un repentino odio hacia él solo por el hecho de estar relacionado con la redacción de la nueva edición del manual de robótica. De repente se sentía con ganas de culpar a todos sus colegas de todo lo malo que le estaba sucediendo y le pasaría en el futuro. Quería golpearlos a todos por su insensibilidad hacia él, por escribir nuevas normas sin pensar en los efectos que tendría a futuro para padres como él. Quería enfrentarlos cara a cara y gritar todo lo que sentía hasta hacerles ver por qué era necesario eliminar esa nueva normativa. Pero sabía que de hacerlo, se terminaría delatando y dándoles más motivos para seguir adelante que para retroceder.
Dos toques a su puerta lo sacaron de sus meditaciones y le pusieron los pies en la tierra nuevamente. Con voz firme dio el pase para que quien o lo que sea que lo fuera a visitar, entrara.
—Papi —dijo una voz de niño mientras abría la puerta.
—Hijo, pasa.
Inmediatamente se puso de pie y caminó para que no lo separara el escritorio del niño. Con su presencia, lejos quedaron sus rabias, sus pataletas y pensamientos violentos en contra de su compañera. Todo eso fue reemplazado por gozo y felicidad de verlo nuevamente, buscándolo por voluntad propia. Miró al niño con dulzura y le sonrió tiernamente, después de todo, aún le causaba una gran felicidad verlo y compartir con él sus momentos libres. El pequeño de diez años entró caminando con la espalda recta, un balanceo perfecto de los brazos y la mirada inexpresiva siempre hacia el frente y nunca hacia el piso, como si no necesitara asegurarse de dónde pisaba. Su rostro no reflejaba ninguna emoción o sentimiento hacia el hombre que con tanto cariño lo esperaba dentro, se mantenía serio en todo momento, casi sin parpadear.
—¿Qué necesitas? —Preguntó Aarón agachándose a la altura del niño en cuanto lo tuvo frente a él.
—El hombre que arreglaría a Dan dijo que vendrá mañana —habló con una voz sin matices.
—Ya veo... —respondió el adulto, satisfecho de que el niño le haya hecho el favor de contactar nuevamente al técnico sin que hubiera una orden de por medio. Cada vez le sorprendía más su autonomía—. ¿Has hecho tus deberes?
—Sí.
—Qué bueno —exclamó con ánimo Aarón para alegrar el ambiente— ¿Quieres salir mañana conmigo?... Hay un museo que acaban de remodelar. Está ambientado en el año dos mil, tiene varios objetos y fotos de esos años.
—Sería interesante —contestó el niño sin emoción a pesar de que el hombre frente a él se esforzaba por hacer gestos y exclamaciones de interés y emoción por el nuevo panorama.
—Bien, entonces mañana iremos cuando llegue del trabajo.
—Perfecto.
—Blas... te quiero —dijo Aarón sintiendo una pizca de dolor en su interior, como si alguien le estuviera apretando el corazón.
Sin responder, el niño dio media vuelta y salió de la oficina, dejando a Aarón solo con la palabra en la boca y una sensación de vacío oscureciendo su alegría. Le hacía feliz poder mirar a su hijo, verlo caminar por la casa como él siempre quiso y hablar correctamente como siempre soñó con Mariana. Hacía sus deberes escolares, era inteligente, sabía mucho sobre tecnología, algo vital en esos tiempos, en un nivel incluso superior al de Aarón, un experto en robótica y sus avances. A todas luces parecía ser el hijo perfecto, el soñado por todos, sin embargo, Aarón aún sentía que le faltaba algo para llegar a serlo realmente.
Nuevamente solo, volvió a su asiento y recordó cuando, dos años antes, se sentó en esa misma silla y dibujó en la pantalla circuitos y sistemas que se utilizaban para fabricar los robots. Pasó varias noches y días completos dedicándose a eso, perdió su empleo y con cada día que pasaba su mujer se alejaba más de él creyéndole un loco. Un día, cuando ya tenía un plan listo, se llevó a Dan con él en el vehículo y compró todo lo necesario, gastando lo poco que le quedaba de su último sueldo y gran parte de sus ahorros de toda la vida, porque los materiales son muy caros, a pesar de la gran demanda para la construcción de robots. Su intención era llevar sus dibujos a la realidad. Fueron meses de duro trabajo e intentos fallidos, en los que se aisló de todos y todo, porque cualquier acción no dedicada a su labor le parecía más un distractor sin sentido. Pero luego de mucho intentarlo logró su objetivo, creó un androide y no cualquiera, este tenía la apariencia de Blas y lo había hecho él mismo.
Mariana casi muere de susto la primera vez que entró a la oficina de su marido y vio de pie a aquella máquina con la apariencia de su hijo. Tenía el mismo cabello negro, los ojos rasgados de color café, la piel más pálida de lo que recordaba, el lunar de su cuello, los labios gruesos y su estatura, era como si nunca hubiese muerto. Lo único que le faltaba era esa sonrisa que lo distinguía de otros niños, llegando a hacer desaparecer sus ojos.
—Solo me falta que tenga la memoria de Blas y será como tenerlo a él aquí, pero mejorado —declaró con orgullo Aarón cuando la vio entrar, esperando que lo abrazara con felicidad al ver a su hijo de regreso. Todos esos meses se imaginó la reacción de su mujer. Esperaba verla alegre porque por fin tendría un hijo perfecto como ella tanto deseaba. No se esperaba la reacción que tuvo realmente.
—¿Te has vuelto loco? Nuestro hijo está muerto...
—¡No lo vuelvas a decir! —Le gritó Aarón con enojo, cubriéndole los oídos al androide, como si las declaraciones de la mujer pudieran herir sus sentimientos— ... está vivo, ¿qué no lo ves aquí?
Con incredulidad y miedo miró a su marido y abandonó su oficina, no sin antes dar un portazo que hizo vibrar todas las ventanas de la casa. No volvió a entrar ahí para no encontrarse con la creación del loco de su esposo. Sin embargo, sus deseos por evitarlo se vieron entorpecidos cuando el androide comenzó a caminar por toda la casa como si fuera suya, como solía hacer su hijo, pero sin balancearse o desviarse hacia la izquierda. Fue entonces cuando sus salidas se hicieron más seguidas y largas para escapar de la locura de Aarón. Se desahogaba con sus amigas, a las que envidiaba porque tenían familias perfectas, hijos sin problemas médicos, un esposo cuerdo y con trabajo y robots que no se descomponían tan seguido como Dan en casa. En síntesis, la vida que a ella le hubiese encantado tener. Y si bien esas salidas la ayudaban a despejarse, nunca faltaba el comentario malintencionado que le recordaban las advertencias que recibió cuando decidió junto a su marido tener un hijo sin manipulación genética. Esas mismas quejas que recibía Mariana, las llevaba ella a Aarón para reprocharle la mala suerte que tuvieron, generando un ciclo de discusiones que nunca terminaba.
—Hora de cenar —dijo la voz femenina de la casa haciendo una pausa excesivamente larga entre cada palabra.
—Otra cosa más que arreglar —se quejó Aarón mientras pasaba sus manos por sus ojos para quitarse el sueño y alejar los recuerdos que lo atormentaban.
Con paso cansino se dirigió al comedor y se sentó a la mesa en la cabecera con su hijo a la izquierda como siempre. Iba a dejar que Dan le sirviera, pero sus movimientos torpes que ya habían roto la mitad de la vajilla lo llevaron a servir él mismo a falta de otro robot que lo haga por él. Gin se la había llevado Mariana el día que dejó la casa.
—¿Carne, Blas? —Ofreció al menor con una sonrisa fingida, aunque el niño estaba lejos de notar el ánimo de su padre.
—Sí.
Le sirvió al niño y volvió a sentarse para comer mientras miraba con cariño cómo su creación se llevaba algunos bocados a la boca, masticaba y tragaba. Luego el mismo pequeño vaciaría su contenedor de comida, después de haberla degradado para mantener su cabello y piel del color que correspondía.
Mientras lo miraba comer recordó que a su hijo le gustaba balancear los pies cuando se sentaba, pero este androide no realizaba tal cosa. Tomó nota mental para buscar la forma de que lo haga y así estar un paso más cerca de la perfección en su hijo, una mezcla del niño que le fue arrebatado tres años antes y lo que con su mujer siempre quisieron ver en él.
Bebió de su copa de vino y sonrió para sí mismo. Si de algo estaba seguro, era que no se dejaría vencer tan fácilmente. Si querían quitarle a su hijo tendrían que pasar por sobre su cadáver.
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