Capítulo 1

Las tres leyes robóticas

1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes.

Manual de robótica

1 edición, año 2058.

Aarón escuchaba lo más atento posible a su compañero de trabajo Oscar mientras leía las leyes de la robótica de la última edición del manual, una por una antes de que la sesión iniciara para hacer los cambios necesarios, acordes a los tiempos actuales. Pero a pesar de la evolución de la legislación sobre la robótica, los tres primeros puntos se habían mantenido desde la primera vez en que se promulgó el manual de robótica hace veintitrés años. Aquel fue el primer intento y casi desesperado por normar el comportamiento que la nueva tecnología debía tener, con el fin de mantener a la raza humana como amos y señores de la Tierra, sin peligro de que las películas fantásticas de los años dos mil se hicieran realidad. De este modo, con el tiempo esos tres primeros puntos se convirtieron en las tres leyes fundamentales de la robótica, que todo científico debe seguir al pie de la letra al momento de hacer sus nuevas invenciones, las cuales son evaluadas minuciosamente por el comité de robótica nacional.

El trabajo actual de Aarón consistía en colaborar con la redacción del nuevo manual de robótica, la novena edición de este, que debía ser actualizado debido a los pasos agigantados que daba la ciencia cada día. Sin embargo, aunque así se ganaba la vida, no le encontraba mayor sentido a su trabajo, pues la mayoría de las leyes se mantenía en el tiempo. Solo algunas sufrían pequeñas modificaciones acorde a la contingencia y se agregaba detalles dejados de lado en el pasado para rellenar los vacíos legales existentes. De este modo, las reglas se cambiaban según lo que el mundo y la humanidad necesitaran, de acuerdo a los nuevos avances tecnológicos y los riesgos correspondientes.

—Todos sabemos que actualmente los androides están tomando más campo, necesitamos alguna medida de control —continuó Oscar, quien organizaba a la comisión de redacción. Si bien debía considerar la opinión de todos los presentes, siempre daba más valor a quien pensaba igual que él, desechando cualquier idea contraria. Todos los años los miembros de la comisión redactora se quejaban de su actuar, sin embargo, Oscar seguía ganando su puesto por votación popular entre los mismos redactores—, no queremos que estas máquinas nos quiten nuestro lugar en el mundo ¿o sí? Además, no sé si han visto este problema en la televisión, pero han estado saliendo reportajes casi todos los días, incluso hay varios estudios al respecto. Muchos hoy en día envían fotos y descripción de una personalidad humana a las empresas para que fabriquen su androide a gusto propio, personalizado, de este modo muchos han revivido —hizo comillas con sus dedos— a sus seres queridos. De algún modo es como si la gente no muriera, porque los que fallecen son reemplazados por un androide y no por su descendencia. En consecuencia, la población humana está envejeciendo, hombres y mujeres se casan con robots, lo que nos lleva a que nos estamos llenando de máquinas, no de gente. Llegará un momento en el que la sobrepoblación será de estos objetos y no de humanos.

—Al menos los que quedemos tendremos más recursos naturales —le vio el lado positivo Gabriel, un miembro de la comisión redactora que siempre abogaba por reprimir la construcción de robots, con el fin de favorecer el crecimiento más humano. Aquella era la primera vez que se mostraba a favor de que hubiera más máquinas que personas, por lo que todos se mostraron sorprendidos.

—La falta de agua y áreas verdes se discute en otra sala. Si tanto gustas legislar sobre temas ecológicos, te invito a salir —dijo Oscar tajantemente—. Se ve que no has comprendido el verdadero problema. Así como vamos, nos terminaremos extinguiendo por falta de parejas humano con humano que puedan procrear hijos que continúen con nuestro legado.

—¿Qué propones? —preguntó Vanessa, una de las pocas mujeres que participaban de aquella tarea, deseosa porque se cortara de cuajo aquel pequeño debate.

—Prohibir este acto —respondió Oscar con obviedad—. No más resurrecciones de seres queridos en forma androide.

—Yo te apoyo —levantó la mano un hombre mayor que Aarón solo conocía de vista—. Bajarán las cifras de enfermedades de salud mental —comentó de forma adicional, aunque la gran mayoría, a pesar de conocer las cifras alarmantes, estaba más preocupado de la mantención de la especie humana como dominante.

—Si nos seguimos llenando de humanos, nos extinguiremos igualmente —murmuró Gabriel lo suficientemente alto como para ser escuchado por los redactores más cercanos, entre ellos, Oscar.

—Si esperas una invitación formal para salir, no llegará. Aquí legislamos sobre robótica ¿entendido? —advirtió Oscar, a lo que Gabriel simplemente asintió y dio su voto a favor de la nueva propuesta.

Siguieron unos minutos de discusión hasta que finalmente Oscar leyó a todos la posible nueva ley, que luego tendría que ser desmenuzada en las condiciones específicas, argumentos, los castigos y riesgos, entre tantas otras cosas.

"Se prohíbe la fabricación de androides con características de humanos ya fallecidos para que, los dolientes, tengan la sensación de tener a su familiar aún vivo".

Al escuchar el primer borrador de la nueva ley, Aarón pasó saliva nervioso y estuvo a punto de levantar la mano para opinar en contra. Tenía su palma ya casi en el aire cuando se dio cuenta que ya habían tres alzadas para dar sus puntos de vista, todos ellos a favor de la nueva medida. Incluso se aplaudían unos a otros cuando terminaban sus intervenciones y tanto era el barullo que ocasionaban, que una mujer entró a la sala a pedir que guardaran un poco más de silencio, pues no les permitían sesionar en la sala de al lado. En ese contexto casi festivo, Aarón no pudo evitar volver a los días en que su hijo vivía y con su mujer le daba todo el amor que le era posible, aunque a veces ella odiaba la forma de ser del niño, como si él fuera el culpable de las condiciones con las que nació.

Blas nunca tuvo una vida normal, no importaban los intentos de sus padres por darle los tratamientos para que fuera como cualquier otro niño. Desde pequeño lo llevaban a doctores y expertos en la medicina robótica para corregir su forma de caminar con su cuerpo desviándose siempre hacia la izquierda, imposibilitado de andar en línea recta. Esto se acompañaba de un hablar tartamudeado cada vez que decía algo, el cual empeoraba cuando se ponía nervioso, sobre todo cuando veía los rostros de decepción de sus padres. A ella le daba vergüenza su hijo y con pesar evitaba llevarlo al colegio, solo para que sus amigas no la vieran con él y empezaran a correr chismes sobre ella. Por esos tiempos, ya era común hacer manipulaciones genéticas para que la descendencia heredera solo los mejores genes de los progenitores, pero tanto Aarón como Marianase negaron a esos procedimientos, argumentando que deseaban tener "un hijo a la antigua". Como resultado, no había día en que Mariana no lamentara su decisión y se avergonzara frente a sus amigas con niños y niñas perfectos. En cuanto a Aarón, él odiaba esa parte de su mujer y a menudo se lo recriminaba, argumentando que la decisión fue conversada y consensuada entre ambos, que ya no era tiempo de arrepentirse. Sin embargo, a pesar de todo lo que decía, nunca lograba nada bueno, pues Mariana reaccionaba comparando a Blas con los hijos de otras personas, dejando a Aarón con un sentimiento de pesar e impotencia al ya no saber cómo defender al niño que tanto amaba.

Dado el poco cuidado que su mujer le daba a su hijo, cuando él no se dedicaba a trabajar y enviar hologramas con sus avances en la investigación de la cibernética, cuidaba de su hijo y lo ayudaba en sus ejercicios para mejorar su caminar y hablar tanto como fuera posible. Esos se volvían en momentos de calidad entre padre e hijo, que los volvieron cada vez más cercanos. Y si algo le gustaba a Aarón de esos momentos, era ver la sonrisa del niño con cada avance, por muy pequeño que fuera. Durante ese tiempo, su mujer prefería salir y reunirse con sus amigas en compañía de Gin, la robot con más actitudes femeninas de todos los que poseían y que ejercía como su asistente personal, perdiéndose esos momentos de Blas. No solo le disgustaba que su hijo hubiera nacido con problemas, tampoco le agradaba verle la cara y sentirse culpable por la vida que trajo al mundo. Porque cada vez que lo veía, recordaba las sugerencias de sus familiares y amigas, todos a favor de la manipulación genética durante la procreación, a quienes hizo oídos sordos por tener un hijo de la forma más natural y humana posible. Ahora todos le recordaban que por tener a su hijo de ese modo, le salió uno con todos los defectos humanos que la población había tratado evitar con los avances de la medicina.

Como forma de enmendar su error, en más de una ocasión Mariana propuso ponerle a su hijo partes robóticas para corregir sus problemas, pues esta sería la forma más fácil de mejorar al niño en lugar de las largas terapias a las que asistía. Pero Aarón se negaba a convertir a su hijo en un ciborg como hacían otros progenitores con sus criaturas afectadas por diferentes condiciones. Si bien a él también le avergonzaban sus problemas y se arrepentía de la decisión que tomaron al momento de concebirlo, no le parecía correcto convertir al niño en una máquina para que fuera perfecto, porque para él el niño lo era así, tal cual nació, nada le hacía falta. Debido a esto, los problemas matrimoniales no tardaron en crecer cada día con el constante recordatorio de las discapacidades de Blas. Las discusiones eran pan de cada día sobre los pasos a seguir en su tratamiento, tema en el que ambos tenían pensamientos contradictorios con los del otro.

—No es un niño normal, hay que ponerle esas partes —decía Mariana—. Parecerá una máquina, pero dará menos vergüenza sacarlo a la calle y tendrá una mejor vida. ¿Nunca has notado cómo lo miran cuando salimos con él? A todos les da lástima verlo.

—Todavía puede mejorar aún más sin esas cosas. ¿Quieres que tu hijo sea confundido con un robot cuando la gente lo vea?

—Un robot te da clase, un discapacitado da vergüenza, por algo existe la manipulación genética.

—¡Tú das vergüenza como madre!

La bofetada que recibió esa tarde le dejó la mejilla adolorida y enrojecida por unos días, pero poco le importaba con tal de defender a su hijo, no le importaba si debía hacerlo contra su propia esposa. En cuanto a Mariana, ese día se marchó hecha una furia en el transportador y no volvió hasta cuatro días después, soltando una carcajada cuando se deslizaron las puertas de entrada. Ni siquiera se molestó por explicar dónde estuvo o saludar a su hijo a quien no veía en días. En su lugar, caminó directo a su habitación. Aarón nunca supo dónde estuvo, aunque en ese entonces poco le importaba, ni se molestó en preguntarle. Más le preocupaba la situación de su hijo, la que empeoraba a medida que pasaba el tiempo, a pesar de seguir asistiendo a sus terapias y practicar en casa ante la atenta vigilancia de su padre.

Preocupado, Aarón llevó a su hijo a los mejores médicos que le recomendaron y, a su vez, a todos los especialistas y subespecialistas a los que fue derivado, en búsqueda de una explicación, un diagnóstico que se pudiera tratar. Día tras día veía a su hijo perdiendo habilidades que tanto le había costado adquirir y con gran angustia relataba su historia una y otra vez a todos los médicos. Finalmente, después de varios exámenes de alto costo, los doctores le diagnosticaron a Blas una extraña enfermedad degenerativa que afectaba todo el sistema muscular y nervioso. No le dieron mayores esperanzas de recuperación ni de vida, porque ni la medicina robótica y nano-robótica podía trabajar en el complejo organismo ya deteriorado del niño. Le practicaron distintos tratamientos en búsqueda de aplazar lo inevitable, que finalmente llegó el cinco de marzo de 2079, dejando un profundo vacío en el interior de Aarón.

—Bien, luego de todas las intervenciones recibidas y de los argumentos aportados, votaremos por la ley ¿Quién está a favor? —Preguntó Oscar con voz alta y clara, sacándolo de su trance. Contó las manos alzadas, lo anotó en la imagen táctil proyectada sobre la mesa para que se mostrara en la pantalla de la pared el resultado de trece votos a favor— ¿Quién en contra?

Lo pensó dos veces antes de levantar su mano, siendo el único que se negaba a que se estableciera dicha ley. Todos los presentes lo miraron extrañados, pero Aarón se mantuvo firme en su opinión, sin dejarse amedrentar por la mirada amenazante de Oscar. Se anotó el resultado para luego contar a quienes se abstuvieron de votar, que fueron dos personas que decidieron no manifestar su opinión sobre la temática.

—Entonces, cumpliendo el quórum y por mayoría de votos, esta ley será incluida en el nuevo manual —sentenció Oscar con satisfacción—. Durante las próximas sesiones deberemos discutir los detalles más finos.

Aarón suspiró con pesadez pasando sus dedos por su cabello castaño con canas asomando, después de todo ya tenía cuarenta y cinco años. La sesión del día se dio por terminada, por lo que juntó su computador, libreta y lápices, guardando todo de forma desordenada en su maletín, evitando lo mejor que podía las miradas escrutadoras de sus compañeros. Sentía cierto odio y rabia por aquellas personas que habían favorecido el establecimiento de aquella nueva norma que tanto le iba a afectar a él y tantas otras familias desesperadas por la pérdida de sus seres queridos. Apretó los puños alrededor de la manilla del maletín, no le faltaban ganas de golpear a alguien.

—¿Por qué has votado que no? —Se atrevió a preguntar Vanessa una vez que salían de la sala de reunión, sin notar el semblante serio y el sudor que cubría la frente de Aarón como prueba del nerviosismo que también lo invadía.

Su corazón empezó a latir desbocado y sus manos se humedecieron por la transpiración. Ya no podía contar su secreto con orgullo como alguna vez imaginó, sino todo estaría perdido.

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