Callejón Diagon

Lo había logrado, se había ido corriendo hacía unos de los pasillos principales, luego había doblado para una esquina que estaba oscura.

Lloraba descontroladamente, tenía quince años, pero era un adolescente todavía. Era casi un niño, saber que estuvo solo por quince años o mejor dicho toda su vida y que consiguiera a su padre así porque sí. Si fuera que su padre estaba enfermo, o tuviera algo muy grave para abandonarlo, pero no.

Max trató de calmarse y respiró profundamente. Se trataba de decir a sí mismo que era otro Max y no él, pero no lo creía. Sabía que era él, algo se lo decía. Se dirigió por uno de los pasillos y lo escuchó. Escuchaba a otra persona llorar, sentía el dolor del que lloraba.

Camino sigilosamente y lo vio.

—¿Draco?— el joven rubio rápido se secó sus lágrimas.—¿Estás bien?

—Claro que estoy bien. Estoy actuando para cuando no haga la asignación y me pregunten por qué.— Max sabía que estaba mintiendo, Draco lo miró arrogantemente, aunque por dentro estaba roto, su poco corazón se le estaba rompiendo y volviéndose vacío.

—A mí no me engañas.—Max se acercó.— Se que no los llevamos tan bien, pero no era mi intención robar tu ropa o pasarme por alguien. No sabía nada de tu mundo, y ahora de mi mundo. Lamento si te hice pasar momentos vergonzosos. Pero puedes confiar en mí, te puedo ayudar.—Max le dio la mano, Draco lo pensó y no se la dio. Corriendo como un loco, el joven de pelo oscuro se quedó aún peor.

¿Por qué lo rechazaban? Que el supiera no era mala persona, solo quería ayudar. Solo quería hacer sentir mejor a los demás, aunque él no pudiera ser feliz. Quería que los demás no pasarán por lo que él estaba pasando.

Camino por el castillo mirando cada paso que daba. Observaba el suelo y no se sentía nada de bien.

La campana había sonado y se dirigió de nuevo a la oficina de Dumbledore. Allí por suerte se encontraba la profesora Mcgonagall.

—Señor Max, ¿dónde estabas? ya tendrías que haber buscado tu itinerario de clases.

—Me perdí, lo siento.— mintió, no quería contarle todo lo que había pasado, no quería aburrir a otros con su dolor.

La profesora dijo la clave y este volvió a subir por aquellas escaleras que no deseaba recordar. Aquellas que le hicieron escuchar un secreto impactante.

Tocó la puerta y se encontraba el director sentado en su escritorio.

—Oh, Max. Lo estaba esperando, tengo que hablar algunas cosas contigo.—Dumbledore decía mientras lo miraba a través de sus lentes.Max lo observaba esperando que le dijera todo lo de su padre, pero Dumbledore solo se quitó sus gafas y lo observó.

—Tienes que ir a comprar tus cosas de Hogwarts: caldero, túnicas , materiales de pociones , libros y sobre todo una varita.

Max se animó un poco más. Por fin tendría su varita mágica, estaba loco por saber cuántos hechizos podía hacer con ella.

—Mañana te estarán llevando, por ahora, toma tu itinerario, tendrías que tomar algunas clases los fin de semana para adelantar hasta llegar a tu grado. Pero aquí está.—el anciano le dio un pergamino y Max lo observó .

Miró su horario y vio que tenía una clase llamada: Defensa Contra Las Artes Oscuras, tenía un nombre siniestro para él. Pero no le importo, se dirigió en busca del salón y luego de algunos minutos, lo encontró.

Se paró en la puerta del aula y toco tímidamente.

Al abrirla, todos los estudiantes lo miraban como aquel día en el gran comedor y lo peor, Max vio aquella profesora que vestía de rosa al frente de él.

—¿Por qué has llegado tarde señorito?— dijo con una risita tonta.

—Soy nuevo y me entregaron mi itinerario arreglado, ya que llegue tarde a la escuela. Tengo que adelantar algunas clases.— Max le respondió cortésmente.

—¿Y crees que eso me importa? Qué lástima jovencito. ¿Cuál es su nombre?

—Max.—dijo de mala gana.

—Pues Max, tendrás castigo conmigo el viernes por la tarde, así que prepárate. Potter ya tienes compañía.— sonrió la mala profesora.

Max se sentó en una silla restante, al lado de una chica de Gryffidor.

Ella le sonrió apenada y Max hizo lo mismo. Aunque estaba un poco enojado por aquella profesora y por todo lo ocurrido.

La clase fue muy aburrida, todos peleaban porque no podían usar sus varitas, bueno, se quejaban a escondida. No querían problemas como Max y Harry que tendrían castigo.

...

La clase se había acabado y el joven se fue a almorzar, estaba tan triste que apenas tocó su comida. No deseaba nada, quería cerrar los ojos y procesar todo lo que estaba pasando.

El almuerzo había acabado, todos se dirigieron a sus respectivas clases, Max tenia que coger su primera clase de vuelo. Está la tomaba con los jóvenes de primer año, era la única que tomaba los días de clase con los de años menores.

Se dirigió a donde la maestra de pelo corto. Y donde los otra estudiantes de Gryffindor y Slytherin que estaban en fila.

Habían dos filas, las dos filas se miraban entre sí, cada estudiante estaba cara a cara con otro desde unos diez pies de distancia. Max llego y se unió a el grupo.

—Buenas tardes, estudiantes. Yo soy la profesora Hooch y seré su instructora de vuelo.— Max estaba asombrado, iban a volar en escobas. Para él era un sueño hecho en realidad. La profesora movió su varita y aparecieron muchas escobas, cada una se dirigió al lado de un niño.

Hooch puso a todos en posición y esperó que estuvieran preparados. Max observaba a cada estudiante, algunos estaban nerviosos, otros normal y los demás sorprendidos como él. Max vio como un chico de la casa amarilla Hufflepuff, al parecer el único porque no le tocaba ese día a los de su casa, estaba muy alegre. Esa sonrisa le contagió, las clases de vuelo lo estaban ayudando para olvidar sus problemas.

—Ahora, pongan su mano arriba de la escoba.—Max miraba como la escoba se quedaba en el piso.—Y digan , "arriba".

—Arriba.—gritó Max con emoción, pero esta no subía. Lo siguió intentando una vez más y no dio resultado, luego vio como el joven de Hufflepuff la pudo levantar. Este puso una gran sonrisa y miró a Max.

—Tu puedes.— Le dijo. Max le sonrió y cerró los ojos luego con fuerza gritó.

—¡Arriba!—pudo sentir como la escoba le dio a su mano. Lo había logrado.—Gracias. — el chico de Hufflepuff afirmó con la cabeza como gesto de que no fue nada.

Max pudo volar por primera vez, no tan alto y se des balanceaba no era tan bueno, pero era su primera vez volando una escoba mágica sin saber de su existencia, que más podían pedir.

...

La noche llegó y se fue a su cuarto, se había llevado varias cosas del gran comedor.

Se fue a su cama y se puso a estudiar, quería adelantar material, se memorizaba las cosas tan rápidas, el único problema era que no tenia varita ni nada. Solo tenía que esperar hasta mañana...

Se acostó y espero que nadie lo molestara. No quería pelear con Draco y mucho menos con sus amigos grandulones.

A veces se sentía que no era parte de su grupo, se sentía rechazado, diferente. ¿Pero a caso lo era? Eso era cosa de la vida, del destino.

Solo cerró sus ojos y se puso a pensar, su padre fue lo que le vino a la mente. Tenía que ser fuerte, solamente por una vez en su vida. Pero la curiosidad lo mataba, ¿quién era su madre? ¿Por qué lo abandonaron? ¿No lo querían? Tantas preguntas quedaron en su mente, pero su mente se pudo desconectar por un momento, hasta que se quedo dormido.

...

Max se despertó sin ninguna molestia , eran las cinco de la mañana y le quedaba tiempo para dormir. Miró como los otros chicos de su casa descansaban.

No tenía tiempo que perder, se lavó su boca y su cara y se peino para el lado esta vez. Se puso sus tenis viejos y sucios y el pantalón que le habían dado en Hogwarts, luego una camisa con una serpiente como la que le había robado a Draco.

Salió de la sala común, pero antes observó como una criatura extraña lo saludaba desde el lago que se podía ver...

Este lo saludo asombrado, todavía se asombraba por todo, eran tantas cosas por descubrir y por explorar. Solo que en estos momentos no tenia tiempo.

Caminó por los largos pasillos de la mazmorra y se lo encontró. A ese adulto serio sin sentimientos. Como de costumbre, vestido de negro.

Una lágrima bajo por la cara de Max, quería enfrentarlo, pero no podía, por otra parte sentía pena por él, y en otra sentía mucho rencor.

—Señor Max, Dumbledore me ha encargado de llevarlo a el callejón Diagon, para sus materiales de la escuela.—dijo como si le aburriera. Pero él sabía que no, ver a su hijo, le causaba una extraña y dolorosa sensación. Tenerlo tan cerca y ver que no lo podía abrazar, le dolía.

Sentía lo mismo por Lily, pero ella estaba con James, así que tuvo que seguir hacia adelante y buscarse a otra chica que lo amara de verdad.

—Co-como usted diga, profesor.—Max no se atrevía a mirarlo a los ojos, si lo hacía rompía en llantos.

—¿Se siente bien, joven?

—De maravillas, ahora sí quieres nos podemos ir.— El joven lo miro por fin a los ojos, un dolor muy fuerte sintió, cayéndose al piso.—Ahh.

Snape reaccionó tan rápido como pudo, lo levantó y Max sintió su corazón latir del nerviosismo y preocupación.

—¿Qué te ha pasado, te sientes mejor?—Dijo agitado, casi no podía respirar. No quería perder lo último que le quedaba de sangre.

Max afirmó. Luego de aquella escena, el chico lo siguió con Snape hacia el caldero chorreante. Max seguía asustado, ¿qué pasaba si ese extraño dolor le volvía a dar?

Había llegado al lugar y este era muy sucio, algo extraño. ¿A dónde lo llevaban? Max se empezaba a asustar. Tenía pinta a que fuera parte de CokeWorth, pero no era así.

Entraron a la barra y algunos hombres encapuchados lo observaban, algunos lo saludaban y otros comentaban mirando a quien llevaban.

Snape no podía mencionar el nombre de su hijo, si lo hacía podía estar en peligro y eso no lo quería para su familia. Y mucho menos si era nuevo en el mundo mágico, donde no sabia ni defenderse.

Llegaron a la parte de atrás del caldero chorreante  y había un gran muro, Max no sabia que iban a hacer allí.

Solo tenía en su mente como escapar sea caso si le querían hacer daño, pero no fue así. Snape tocó unos ladrillos y estos se empezaron a despegar haciendo un hoyo en el medio, enseñando la entrada del callejón Diagon.

—Wow, es asombroso.—comentó el chico asombrado y Snape hizo una rápida sonrisa. Había tantas cosas geniales, tiendas de ropa , animales , materiales para cocinar, de pociones, librerías , varitas y un gran banco blanco.

—Ya había sacado el dinero de Gringotts, por si no sabias, estos son los galeones.—Snape le monstró una moneda de oro, Max le brillaban los ojos. Nunca había visto una moneda tan brillante.—Y estos son sickles y knut...— le decía , luego le explicó que Gringotts era un banco donde había duendes.

Max tenía curiosidad por verlos, se le había pasado el coraje, por lo menos un poco. No podía mirar todavía a su "padre" a los ojos. Solo siguió tratando de comprar todo sin tener una gran pelea.

—¿Una pregunta?—Snape se limitó a afirmar nervioso—no tengo dinero, no creo que pueda pagarle esto de aquí a miles de años.

—No te preocupes por eso.

Snape lo había llevado a medirse sus túnicas, luego de varios minutos se las habían dado, con el logo de una serpiente verde que decía Slytherin. Así mismo compraron los calderos, donde Snape los observaba con detenimiento viendo el mejor, pues lo usarían para su clase y quería uno bueno para su hijo.

El tiempo pasó y tenían todos, libros , materiales y hasta un búho blanco, que Max lo llamó Apolo como un dios griego.

Hasta que llegaron al lugar más emocionante para Max, Ollivander. Estaba asombrado por las varitas, quería ver cómo era, había leído que la varita te elegía, y de los núcleos y tipos de madera que estas tenían y su poder.

Max entró y Snape lo quiso esperar afuera. El chico entró tímidamente y un poco asustado, pero lo pensó y lo siguió decidido.

Se paró en un largo escritorio y no vio a nadie. Hasta que debajo de una mesa apareció el dueño, Max brincó del susto.

—Uhm. Saludos, yo soy el señor Ollivander y veo que vienes por tu primera varita, ¿por qué nunca te he visto por aquí?—Max se limitó a afirmar nerviosamente omitiendo la pregunta y el viejo señor siguió hablando.—Te haré unas pruebas antes y veré...

Pasó algún tiempo y a Max le midieron su altura, su edad, y muchas otras cosas más. Hasta que Ollivander empezó a buscar, Max lo observaba cómo iba por diferentes estanterías de varitas y busco una caja marrón. De ahí, sacó una varita bastante larga unas doce y media pulgadas y era un poco doblada y tenía un color rojizo en la punta.

—Agítela, joven.— Max le hizo caso y rompió un jarrón que había con una flor seca.

—Ya la tenía que cambiar, no te preocupes.—le dijo Ollivander, al ver la cara asustada de el chico.

Probaron con una más...

Mientras tanto, Snape lo esperaba afuera, estaba algo preocupado. No quería que su hijo tuviera una varita tan poderosa, que le diría, no podía decirle que era su padre. Quería protegerlo, pero no tenía el valor, se estaba volviendo un débil.

La segunda varita no dio resultado, hasta que llegaron a la tercera, esta era de un azul cielo, media trece pulgadas y su núcleo era de fenix. Max la agito y una luz salió de ella, el joven sintió una buena sensación.

—Felicidades, esta es tu varita. Muy poderosa, tienes un gran destino , tal vez sea difícil o fácil, todo depende de ti. Si haces lo correcto o no, suerte en tu recorrido. Son doce galeones.— Max se los dio, Snape se los había dado.

Ellos había salido, y Snape se sorprendiendo. ¿Por qué tenía que pasar todo eso? Todo lo que no quería que le pasara, ocurría.

Mientras iban de vuelta, Snape vio a alguien sospechoso.

—Camina rápido.

—¿Por qué?— preguntó Max.

—Solo confía en mí.—Max caminó muy rápido, pero una persona los trato de alcanzar. Snape le hizo un hechizo en su cara dejándolo mareado, otra luz salió de atrás haciendo que Max cayera al piso.

Max mientras caía escuchaba algo...

"Serás mío cueste lo que cuestes, la profecía se va a cumplir y tú, me servirás a mi, Lord Voldemort".

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