5. ¿Quieren escuchar su corazón?

Grecia sintió un extraño cosquilleo en cuanto salió de la consulta con el hematólogo y miró a Emilio, tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y guardaba un gesto impasible.

— ¿Cómo ha ido? —Le preguntó en seguida, con la garganta seca y sin atreverse a sostenerle la mirada por demasiado tiempo.

Esa mujer era como una hechicera, una total bruja.

—Ahora debo ir con el ginecólogo —informó con voz pausada.

—Sí, pero te he preguntado cómo ha ido la consulta con el hematólogo.

—Bueno, eso queda fuera del asunto del bebé, no creo que le importe —susurró con absoluta claridad. Emilio, al escucharla, se quedó paralizado por un segundo.

Encima que intentaba tener una pizca de amabilidad con ella por su estado, resultaba atrevida y soberbia. Pensó mientras se aclaraba la garganta y arrugaba la frente.

—Tienes razón, no me importa. El ginecólogo te está esperando, es por ese pasillo —señaló con fingida indiferencia.

La muchacha asintió y empezó a caminar sin intención de volver a dirigirle la palabra, pero, tras ver de reojo que él la seguía de cerca, no pudo contenerse.

— ¿Piensa entrar conmigo a la consulta? —Inquirió con esa vocecilla que tanto lo desequilibraba.

—Ese hijo podría ser mío y es tu primera ecografía, no pienso perdérmelo por nada del mundo.

Grecia, al escucharlo hablar de aquel modo, no pudo evitar pensar que sería un gran padre para su hijo, y que si ella, por alguna u otra razón no estaba, estaría en paz de saber que su pequeño sería cuidado y amado; sin embargo, él aún seguía teniendo dudas con respecto a su paternidad y eso no tardó en decepcionarla.

Por una parte, lo entendía, pero ella sabía la verdad y ese hombre era el padre su criatura.

Un par de minutos después, ella ya se encontraba tumbada en la camilla mirando a la pantalla con total admiración, mientras tanto, Emilio estaba casi embelesado con su pequeña y casi inexistente barriga descubierta.

Tenía la piel tan suave y delicada que por un instante creyó que esa mujer no podría ser así de real, era perfecta joder.

Una perfecta mentirosa.

— ¿Es ese mi bebé? —preguntó la joven con ternura.

El médico asintió con una sonrisa y les explicó a ambos el significado de aquella imagen. La criatura tenía las medidas correspondientes para esa semana y podría tener un desarrollo completamente normal si se seguían las indicaciones pertinentes.

Grecia asintió de puro alivio y cerró un instante los ojos agradecimiento en minucioso silencio. Su bebé nacería sano y ella haría todo lo que estuviese en sus manos para que así fuera. Por su parte, Emilio no pensó muy diferente a ella, esperaría el tiempo que fuese necesario para saber si ese bebé era realmente suyo y se encargaría de que el proceso fuese lo más saludable posible, aunque no soportara la cercanía de esa mujer.

— ¿Quieren escuchar su corazón? —preguntó el doctor y a la muchacha se le llenaron los ojitos de pura ilusión.

Asintió de inmediato, sin importarle que el padre de su hijo se negara o no, él no iba a arrebatarla las mejores primeras veces de su vida. En cuanto aquel particular sonido inundó las paredes de la habitación, Emilio, aunque no quiso ilusionarse con una posibilidad que todavía no era certera, no pudo contener su alegría y sonrió nostálgico.

Grecia ahogó una pequeña exclamación de alegría y no pudo evitar las lágrimas. Era el sonido más extraordinario que volvería a escuchar jamás en su vida.

¡Dios santo...!

Ese pequeño granito en su vientre era su bebé, la razón por la cual se aferraba a la vida y probablemente el único motivo que la enlazaría a ese hombre. De repente, alzó la mirada, y para su sorpresa, él sonreía como si se hubiese quitado esa máscara de frialdad que tanto le intimidaba.

— ¿Puedo saber si será niño o niña? —preguntó ilusionada, sin saber que era muy pronto para saberlo.

El doctor le explicó amable para cuando sería posible y ella asintió sin problema, lo único importante era que el bebé estuviese sano y se desarrollara sin contratiempos.

—Tomen asiento, por favor —les pidió luego de que ella se incorporara y se abrochara el pantalón.

Emilio la contempló todo el tiempo, se veía tan feliz, tan dulce y tierna. Las palabras de Luca no dejaban de martillear en su cabeza y las de ella tampoco, ¿y si era verdad lo que decía? ¿Y si ella era tan víctima de esto como él... que las sombras realmente existían y la obligaron a participar en tal hazaña? ¿Y si...?

Respiró fastidiado y apartó la idea negando con la cabeza. Era una tontería y que mal nombre se había inventado para una supuesta madia local que se lucraba de este modo.

Imposible.

Grecia tomó asiento de este lado del escritorio y su rostro no tardó en pasar de la alegría a la preocupación, pues el semblante del doctor había cambiado tan rápido como el de ella y eso significaba malas noticias para ambos.

—Sé que el doctor Valente ya les anticipó antes los resultados... —empezó a decir— Su peso actual es bastante alarmante para una mujer embarazada.

—Tengo entendido que los cuerpos de cada mujer gestante reaccionan diferente —intervino Emilio, viendo que la muchacha se había quedado muda de la preocupación.

—Correcto, sin embargo, la joven está muy por debajo de los requerimientos.

— ¿Qué debo hacer, doctor? —Logró preguntar, estaba dispuesta a todo con tal de que su embarazo fuese lo más saludable posible.

Comería todo lo que fuese necesario para llegar al peso adecuado, incluso si no pudiera más.

—Debe llevar una alimentación saludable, balanceada y alta en hierro —le comenzó a explicar, ambos escucharon atentos y en silencio—. Le recetaré todo lo necesario y nos mantendremos en control cada semana para evaluar su proceso en conjunto con su hematólogo. No deben preocuparse, mientras mantenga una rutina estable y sin mucho movimiento, podremos ver progresos favorables muy pronto.

« Por otro lado, sé que usted había solicitado una prueba de paternidad, señor Arcuri, pero entenderá que ahora no es el mejor momento para practicarla ».

—Entiendo —dijo, ahora mismo esa prueba no le interesaba tanto como el bienestar de esa bruja y el niño.

—Tan pronto como sea factible, se lo haré saber, por el momento, creo que sería todo.

—Muchas gracias, doctor —los dos hombres de aquella habitación estrecharon manos bajo la aun mirada asustada de Grecia.

Una enfermera le entregó amablamente las medicinas que recetó el doctor y ella las recibió preguntándole que cuanto le debía por todo esto, entonces sacó un billete de baja denominación creyendo que sería suficiente.

Estaba en una de las clínicas más caras del país y ella si quiera lo sabía.

—No se preocupe, todos los medicamentos y consultas que correspondan a los familiares del señor Arcuri no tienen ningún costo.

La muchacha abrió los ojos de pura sorpresa.

— ¿Puedo saber por qué? — preguntó.

— ¿No lo sabe? — La mujer le sonrió por tan tierna inocencia — La familia Arcuri fundó esta clínica, son prácticamente los dueños.

— Oh — musitó, las mejillas se le habían pintado de rojo un rojo carmesí que Emilio no tardó en notar cuando salieron del consultorio.

La joven se dirigió a la salida sin percatarse de que ese hombre la detendría segundos después. Ese día habían ocurrido demasiadas veces para ambos y al parecer ninguno pareció darse cuenta de ese detalle, pues sus corazones saltaron a la par tras el inocente contacto.

— ¿A dónde vas?

— Debo tomar un tren a Cerdeña antes de que anochezca — explicó con voz baja y empezó a caminar nuevamente.

Rabioso por ignorarlo de aquel modo, Emilio dio unas grandes zancadas para alcanzarla y volvió a retenerla sin percatarse de que la maniobra provocaría que se estamparan el uno contra la otra.

Tenerla así de cerca le nubló el juicio, así que tuvo que hacer malabares para que esa sensación desapareciera tan rápido como lo había asaltado.

— ¿Estás loca? —le preguntó, pero aquello más un señalamiento que cualquier otra cosa —. Escuchaste las indicaciones del doctor y un viaje de al menos catorce horas podrías significar un riesgo en tu estado. Además, dijiste que no podías volver a Cerdeña, ¿o es que no eres capaz de acordarte de tus propias mentiras?

Grecia lo miró furiosa, quería pulverizarlo. Estaba harta de que la acusara de ese modo cuando ella ya había sido del todo sincera. Se zafó en seguida de su agarre, y entonces, dejándolo con la palabra en la boca, caminó apresurada hasta empujar las puertas de la clínica y encontrarse con que llovía a cantaros ese día.

¡Pero que pésima suerte! Pensó.

Se tendría que quedar allí hasta que escampara o podría coger un resfriado. El energúmeno tenía razón, no podía correr riesgos por su hijo y ella sensata. Buscaría un hotel económico cerca de la clínica y ya luego vería que hacer. Ese hombre no resultó ser lo que ella esperaba y no iba a permitir una humillación más.

— Sube — su voz se había convertido en algo que difícilmente lograría olvidar, y es que sin verle, ya sabía que se trataba de él, es como si le hubiese incrustado en la piel en menos de veinticuatro horas.

Un auto negro, lujoso y con chofer, se había aparcado en frente de ella sin que hubiese sido capaz de notarlo, pues estaba ensimismada en sus propios problemas. El hombre bajó acaudalado con un paraguas y abrió la puerta trasera esperando.

Grecia miró a Emilio disgustada, pues no sabía lo él que pretendía.

— Puedo moverme sola, gracias — le dijo, toda orgullosa.

— A ver, Grecia, ¿tengo cara de ser paciente? — le preguntó duramente — Está cayendo un diluvio, tú no tienes a donde ir y yo no voy a permitir que ese niño duerma debajo de un puente hasta saber si es mío o no, así que sube al auto y no me obligues a...

— ¿A qué? — le refutó, y es que aquella mujercita, así tan inocente como se le veía, estaba forjada de agallas — ¿A usar la fuerza? Hágalo, atrévase a tocarme y voy a gritar tan fuerte que le caerá la policía en un segundo.

— ¿Así que la policía, he? — La miró divertido, pero por dentro estaba que estallaba de irritación — ¡Grite! Vamos, hágalo, y de una vez le explica lo que pasó ese día. Estoy ansioso por escucharla decir la verdad de una buena vez.

Grecia enmudeció sabiéndose perdida. Ese hombre tenía mucha influencia y poder, podía hacerle la vida un infierno en el momento que quisiera, ya se lo había dejado claro demasiadas veces ese día.

— Ojala y este hijo no fuera suyo — gruñó dolida, herida.

— Con los trabajitos que haces, bien podría ser de cualquiera.

La muchacha le sostuvo la mirada colérica, no podía más con la humillación.

— No necesita insultarme para para demostrar lo miserable y tirano que puede ser — sus ojos marrones lo hipnotizaron por un segundo —. ¿Alguna vez alguien lo ha querido? No lo creo, y si lo han hecho, no dudo que hayan salido corriendo lejos de usted.

Entonces, su subió al auto sin saber que con aquellas palabras había herido a Emilio en lo más profundo y recóndito de su corazón. Si, alguien lo había querido, o al menos se había encargado de fingirlo muy bien.

El ofendido empuñó las manos y tensó la mandíbula antes de seguirla, ¿cómo había sido capaz de hablarle así?

¡Bruja atrevida!  

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