4. ¿Celoso?
Grecia reconoció a la enfermera que minutos antes había estado con ella en la habitación. La mujer cogió rubor en sus mejillas cuando contempló el modo en el que Emilio miraba de reojo a la joven embarazada, cruzado de brazos y la mandíbula tensada.
Desconocía los motivos de aquella calurosa discusión, sin embargo, resultaba evidente la curiosidad que despertaba el uno por la otra.
—El doctor Valente los está esperando en su consultorio —les informó la mujer.
Grecia, aunque asintió tímida y con la mueca de una sonrisa, irguió su postura en cuanto Emilio se acercó a ella. Imponente y con aires de superioridad, la miró desde arriba.
— ¿Puedes levantarte o necesitas ayuda? —preguntó con voz filosa.
—Yo puedo sola, gracias —murmuró digna.
Entonces se incorporó y ocultó unos mechones de cabello color caramelo detrás de sus orejas y salió de la habitación, ajena a que el hombre detrás de la seguiría a una distancia prudente.
Luca ya los esperaba con los análisis en el asiento detrás de su escritorio, sonrió con amabilidad a la muchacha y le pidió que por favor tomara asiento. Emilio, en cambio, se mantuvo de pie detrás de la silla.
Quería acabar con aquello cuanto antes.
El doctor le hizo preguntas respecto a su rutina durante las últimas semanas, entiendo de a poco el por qué del diagnóstico en aquellos resultados. Grecia, aun contrariada con todo esto, respondió limitadamente a sus preguntas.
Reconoció que apenas y se alimentaba, pues las náuseas eran constantes y devolvía el estómago con demasiada frecuencia, sobre todo en las mañanas. La joven confesó que había sufrido migraña desde la adolescencia y que ese malestar no había hecho más que intensificarse durante las últimas ocho semanas, justo el tiempo que llevaba de gestación y que su amigo se encargó de confirmar durante la consulta.
—Entonces, si los tiempos coinciden... ¿ese hijo podría ser mío? —preguntó con el pulso disparado.
Emilio Arcuri no era la clase de hombre que se alteraba con cualquier cosa, sin embargo, ahora que existía la posibilidad de que esa mujer llevaba a su hijo en su vientre, todo de él se había reducido a una constante reacción involuntaria.
«Por supuesto que es tuyo», quiso gritarle ella porque no podría ser de otro modo. Había sido el primer hombre en su vida, el único... pero se contuvo incluso de mirarle y esperó a que el doctor respondiera.
—Por el momento es imposible saberlo, Emilio.
— ¿Por qué?
El doctor Valente se quitó las gafas y cruzó las manos encima de su escritorio. Aquel gesto hubiese pasado desapercibido si el hombre en frente de él no le conociera de años.
—He hablado con un par de colegas y las condiciones por ahora no son las más favorables —explicó serio, dudo mucho que pueda practicarse un ADN fetal, al menos no hasta tener la certeza de que no es un embarazo de riesgo.
— ¿Hay algo mal con el doctor, bebé? —Anheló saber— ¿Qué tiene? ¡Por favor dígamelo!
Grecia se acomodó inquieta en su silla, de pronto el corazón se le subió a la garganta, y a Emilio, por alguna extraña razón, le conmovió saber que esa mujer tenía una piza de humanidad por el bebé que llevaba en su vientre.
No lo veía únicamente como un negocio, o quizás estaba fingiendo muy bien en frente de él, pensó antes de suspirar frustrado.
—Tranquilos —dijo el doctor con voz suave, mirando el gesto de intriga y preocupación en el rostro de Emilio—. El bebé está bien, es saludable, sin embargo, la que no lo está es usted.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó asombrosamente ansioso.
Luca ya empezada a cuestionar los sentimientos de su amigo con respecto a esa muchacha. Jamás, no después de la mujer que fue capaz de romperle el corazón, le había visto tan interesado por el bienestar de otra que no fuese el de sus hermanas o madre.
— ¿Estoy enferma? —quiso saber, más preocupada por lo que eso podría causar en el bebé que por sí misma.
—Verás, Grecia, tu condición física actual me obligó a practicarte una prueba de sangre, y como esperaba, los resultados coincidieron con mis sospechas. Tienes principios de anemia ferropénica.
Emilio sabía muy bien lo que aquello significaba; Anelisa, su hermana pequeña, había estado en tratamiento durante años. Habían sido días duros y por eso no pudo evitar que el corazón se le subiera a la garganta, pues recordaba aquellos días con mucha nostalgia y pocas mejorías.
— ¿Anemia ferropénica? —Preguntó la muchacha, confundida— ¿Eso qué significa?
—Deficiencia de hierro.
—Se refiere a que sus niveles de glóbulos rojos están por debajo de lo normal —explico Emilio, interviniendo—. En tu caso, puede ser perjudicial para el bebé y su desarrollo.
Grecia ahogó una exclamación, asustada. Las lágrimas no tardaron en abordar sus ojos y miró al doctor sin percatarse de que Emilio le observaba con gesto curioso; que le pareciese tan tierna lo sacaba de quicio.
—No te preocupes, ya te he referido con un hematólogo y tú y el bebé van a estar bien —intentó tranquilizarla el doctor con una sonrisa, aquella joven parecía tan inocente que no era capaz de creer lo que Emilio le había contado de ella.
— ¿Lo promete?
—Se lo prometo, Grecia.
Emilio se aclaró la garganta sintiendo como una sensación extraña y bastante parecida a los celos el palpitaba en la pie. ¿Por qué habría de sentirlos? Bufó, esa mujer no era nada.
Jamás podría serlo... y una vez más, estaba intentando convencerse de eso.
En cuanto la muchacha fue guiada por la enfermera a otro consultorio y Emilio y Luca se quedaron completamente solos, el segundo notó la postura intranquila del otro.
— ¿Qué te pasa, Emilio? —le preguntó, y el aludido arrugó la frente cruzándose de brazos en frente del enorme ventanal.
Caían los primeros copos de nieve de aquella temporada y la ciudad se movía caótica de un lado a otro.
— ¿Por qué habría de pasarme algo? —respondió con una pregunta, pero Luca lo conocía bastante bien como para saber que estaba tratando de desviar la conversación a donde él quería llegar.
—Venga, Emilio, eres demasiado transparente.
—No sé de lo que estás hablando —se excusó—. Ella no me importa en lo absoluto.
—Si quiera la he mencionado... —sonrió su amigo y sus sospechas empezaron a cobrar más fuerza—. Pareces un crio ahora mismo, ¿lo sabes, verdad?
—Y tú pareces muy interesado en ella, ¿no? —cuestionó sin atreverse a apartar la mirada de la ventana, y es que si lo hacía, Luca sería capaz de desmembrar sus sentimientos con la mirada.
Le conocía demasiado bien.
Tan bien que a veces Emilio se sentía irritado por eso.
—Entonces es eso... —musitó a su lado, un tanto divertido— Ella te gusta y estás celoso porque familiarizó más conmigo que contigo.
— ¿Celoso? —Bufó, su corazón empezaba a bombear con fuerza— Si quiera me parece atractiva.
— ¿Entonces cómo fue que llegó a tu cama esa noche en Cerdeña?
Emilio respiró profundo. Ahora más que antes se estaba sintiendo acorralado. Y es que Luca no lo dejaría en paz hasta confirmar lo que sea que estuviera vagando por su mente.
—Ya te lo he dicho cientos de veces, ¿es que no recuerdas? ¡Esa... mujer me drogo y me usó! Me sorprendería que a ti llegara a gustarte después de saber lo que me hizo.
En realidad no le sorprendía, le fastidiaba... le fastidiaba muchísimo. Y es que Grecia era una mujercita capaz de cautivar al hombre que fuera, incluyéndolo.
—Bueno, para tu tranquilidad, no me gusta —le explicó—, simplemente he sido amable con ella porque es mi deber ser empático con los pacientes, cosa que a ti te falta.
Emilio tensó la mandíbula con una rabia que logró disfrazar con fría indiferencia. Era la primera vez que se sentía en descontrol con respecto a sus sentimientos, ¿pero qué carajos tenía esa mujer?
No podía ser así de magnética... y sin embargo, lo era.
—No pienso ser condescendiente con ella —expresó, irritado.
Luca, esta vez, un poco más serio, se cruzó de brazos y lo miró con gesto indagatorio.
— ¿Realmente crees que ella haya sido capaz de hacer lo que tú dices que hizo? Me refiero, tú no recuerdas demasiado de esa noche y ella no tiene pinta de ser una mujer que va por allí drogando tipos, Emilio.
El aludido negó con la cabeza y cerró los ojos por un segundo buscando calmar su interior.
—Eso es exactamente lo que ella busca hacernos pensar, pero créeme que no lo conseguirá, no si yo puedo impedirlo —sentenció severo, firme.
Esa mujer, tan mala como la que había conocido en su juventud, no lograría embaucarlo y confundirlo con su carita de víctima y voz angelical. Le había hecho una promesa, y no volvería a estar en paz hasta cumplirla.
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