70. Frosthaven
Hercus recogió una espada del suelo y se abalanzó sobre el resto, para continuar la lucha contra ellos. Utilizó el pomo de la espada para golpear y desarmar a sus oponentes, mostrando una destreza en el combate que había adquirido a lo largo de su vida. A pesar de su entrenamiento como guardián, ahora se enfrentaba a una lucha diferente, pero su vigor no flaqueaba. Bajo su empuje, ninguno de los mercenarios era capaz de resistir. El cansancio y el dolor desaparecieron mientras se entregaba al calor del combate. Sin embargo, en medio de la batalla, no podía evitar sentir la necesidad de enfrentarse a la poderosa magia de la reina Hileane. Ella era el desafío más difícil y más complicado que lo atormentaba. La rabia lo consumía mientras derrotaba a sus enemigos, pero su corazón aún ansiaba la oportunidad de castigar a la soberana que había ejecutado a sus familiares, que había ejecutado a su esposa y que lo había desterrado. Cuando la pelea terminó, se encontró rodeado de los cuerpos de los caídos, algunos muertos por los otros y los que había noqueado. Observó el paisaje de la victoria. Una sensación de liberación se apoderó de él, pero su corazón seguía lleno de furia y anhelo de venganza.
—Gracias por tu ayuda. Te debo mi vida. Mi nombre es Fedel —dijo el guardia de Frosthaven.
—El mío es Godos —añadió el hombre fornido, con voz ronca.
—Yo soy Arcier —agregó el que había sugerido ayudar a los soldados de Frosthaven.
—Es hora de marcharnos —respondió Hercus con voz grave. Su semblante se mostraba inflexible.
El grupo siguió caminando y después de otra larga caminata, llegaron a una torre de defensa, liderada por un Marqués. Entraron y se ubicaron en medio de un círculo que estaba hecho por una marca negra en el suelo blanco. Fueron arropados por sombra de oscuridad que duró algunos segundos y luego se disipó. Ahora estaban frente a las murallas del reino de Frosthaven, cubierto de nieve por todos lados. Los campos de cultivo se extendían tan lejos como en Glories, pero la entrada al reino era diferente, con un gran lago que dividía el campo y un enorme puente que lo atravesaba.
Hercus observó con atención los centinelas y las enormes campanas que flanqueaban la entrada, impresionado por la preparación y la seguridad del reino. Era la corona enemistada con Glories y con el que menos pacto de amistad se tenía. Aquel lugar representaba un nuevo comienzo para él; la oportunidad de castigar y hacer pagar a la mujer que le había arrebatado todo: la reina Hileane.
—Así que esto es Frosthaven, ahora entiendo por qué es uno de los cuatro grandes reinos. Admirable —comentó el delgado Arcier al observar la enorme cantidad de gente en las calles.
Era un poco parecido al día a día en Glories: comerciantes, herreros, panaderos, orfebres, bardos recitando sus canciones y versos. Desde muy temprano, el comercio estaba muy activo y solo se escuchaba el bullicio de los compradores y vendedores. Pero las frutas, pescados y demás cosas eran diferentes.
—Debemos ir al campo de entrenamiento. Allí se les informará de lo siguiente que deben hacer —dijo Fedel, el cual los guiaba por las calles.
Hercus miraba los puestos de las tiendas y sus productos. Se sentía tan lejos la última vez que había estado en la plaza de Honor y de las afueras de la muralla de la ciudad real. Algunas personas los miraban y se apartaban de inmediato. Eso hizo que cayera en cuenta de su aspecto. Estaba sucio y manchado de sangre, tanto su ropa como su piel, y tenía muchos golpes por todo su cuerpo. Quizás lo reconocían por los juegos de la gloria. Se detuvo en el centro de la plaza. Allí estaba una estatua de oscura de la reina Melania Darkness, imponente y hermosa. Sim embargo, había un puesto libre al lado. No entendía muy bien el mensaje, debido a que no entendía ese idioma. Mas, las letras se tronaron borrosa y se escribieron en su lengua natal:
Larga vida a la reina Melania Darkness, la bruja de la profecía y señora de la oscuridad.
A su costado estará nuestro rey de Frosthaven, aquel señor, digno de gobernar las tinieblas.
Una reina necesita a su rey. Cuando se celebre la boda, la estatua, el nombre y el nuevo apellido del elegido: Darkness, serán grabadas aquí por las sombras. Entonces, el reino tendrá a sus dos monarcas.
Hercus se entretuvo, admirando la perfección y belleza de aquella enorme escultura. Luego, miró a su alrededor y no estaban Fedel ni ninguno de aquellos hombres. Al quedar sumergido, embelesado en al arte, se había separado de ellos sin darse cuenta. Los buscaba, pero no los divisaba por ningún lado. Caminó por varios lugares y se alejó del sitio, dándole una última mirada al enorme monumento de la estatua de la reina Melania Darkness con ese particular mensaje.
No logró hallar a sus compañeros. Estaba en un reino desconocido y no sabía dónde se encontraba. A pesar del clima frío, en esa parte de la ciudad solo había mujeres con vestidos que dejaban al descubierto muchas partes de su cuerpo, y otras a las que se le podía ver a través de su ropa. Conversaban con hombres barbudos y se notaba que algunos entraban juntos a algunas casas. Entonces se percató del lugar donde estaba. Recordaba que, en la plaza cercana los muros de Glories, de igual forma, había un sitio parecido, donde a los niños se les prohibía ir y donde solo los hombres adultos podían entrar. Era donde las mujeres ofrecían ese servicio de intercambiar su cuerpo por monedas o artículos de cierto valor. Era un prostíbulo.
—Viajero, ¿quieres disfrutar un poco conmigo? —dijeron varias a la vez que se le acercaron y lo abrazaban.
Hercus continuó sin responderles, buscaba la salida, pero no la encontraba, hasta que una multitud de ellas le impidió el paso, lo rodearon y lo dejaron sin escapatoria. No podía utilizar la fuerza con ellas y empezaron a tocarle los brazos, la espalda y la barriga, provocando que soltara un quejido por el dolor de sus golpes. Aprovecharon para quitarle el abrigo que Fedel le había dado, exponiendo sus heridas y sus marcas en su dorso, por lo que ellas se sorprendieron.
—¿Quién es el monstruo que te ha hecho eso? —preguntó una de ellas.
—Eso lo hace más atractivo —comentó otra.
—Mira esos brazos musculosos y ese abdomen tan duro. Eres un verdadero guerrero.
—Y miren su rostro, es joven y bello.
—Hace años que no veía a un chico tan hermoso y fuerte por aquí. Sin duda, tú podrías complacernos a todas.
—Ven y acompáñanos para que puedas hacerlo con nosotras, guerrero. Por ser tan bello, yo no te cobraré.
—Ni yo.
—Ni yo.
—Yo tampoco.
—Nadie te cobrará, solo queremos que nos muestres tu hombría, guerrero.
¿Hacerlo con todas ellas? Pensó Hercus. Eso era claro que no iba a pasar. Las contó y había quince. Aun si aceptara y lo hiciera con todas ellas, él sería el que moriría. Pero eso nunca fue una opción. Estaba de luto y no contemplaba estar con nadie más.
—Bueno, ya fue suficiente. Creo que este hombre no está buscando nuestros servicios y además creo que está herido —dijo una mujer de mayor edad.
—Vámonos muchachas, ya se acabó la diversión —dijo una de ellas y se retiraron sin resistencia.
—Disculpa a mis compañeras, siempre quieren divertirse —dijo la señora que lo habái librado de las garras de esas mujeres. Ella tenía el cabello castaño claro, el cual combinaba con sus ojos que tenían el mismo color. Era delgada, casi de su estatura, y su piel era bastante blanca.
—No hay problema —dijo él.
Hercus colocó su mano libre en su abdomen y ella siguió el movimiento con sus ojos.
—¿Estás herido, puedo...? —preguntó, extendiendo una de sus manos hacia sus golpes. Hercus asintió y ella comenzó a revisarlos—. Tienes bastantes, supongo que fueron muchas personas las que te dejaron así.
—No. Solo fue una persona—dijo él, solo había sido Lady Zelara por mandato de la reina Hileane.
—Entonces debió ser uno bastante fuerte —dijo, soltando una pequeña risa. Aunque en realidad había sido una mujer—. Discúlpame, hice una broma de algo que de seguro fue doloroso para ti.
—Está bien, no pasa nada. Por cierto —dijo Hercus, ya que tenía que volver con Fedel—. ¿Sabes dónde queda el campo de entrenamiento?
Ella se ofreció a llevarlo y no tardaron mucho en llegar, mientras atravesaban las calles de la ciudad nevada del norte.
—Mira, aquí es —dijo la mujer después de haberlo guiado por la ciudad.
—Te agradezco mucho.
—Bien, entonces me voy, debo volver al trabajo.
—Espera, ¿me puedes decir tu nombre? Quisiera agradecerte el favor que me has hecho.
—Mi nombre es Zinerva —dijo con una gran sonrisa.
—El mío es...
Zinerva abrió sus manos con las palmas abiertas, indicándole que se detuviera.
—Ya conoces el mío —dijo ella con una gran sonrisa—. Dime el tuyo la próxima vez.
—¿Por qué estás en ese trabajo? —preguntó Hercus, con interés. Zinerva parecía ser una buena mujer y estaba seguro de que ese no era un trabajo adecuado para ella.
—Mi esposo murió y tuve que hacerme cargo de nuestros dos hijos. No tengo educación, así que no pude encontrar trabajo en ningún lugar, pero mi madre me enseñó a coser y hago algunos vestidos. Con eso no podía alimentarlos, así que tuve que volverme prostituta —dijo Zinerva con melancolía. Hercus percibió cierta nostalgia en su voz—. Si eso es todo, ahora sí me retiro.
Zinerva, algún día te recompensaré. Te pagaré diez, no, cien veces más de lo que has hecho por mí, se repitió Hercus para sí mismo.
Hercus se dirigió hacia una multitud de personas reunidas. Casi todos estaban armados con escudos, lanzas y espadas, y llevaban armaduras de cuero. Todos miraban en la misma dirección y cuando logró atravesarlos, vio a otro grupo de personas, pero estos tenían armaduras oscuras con el símbolo de la media luna negra. Observaban la pelea entre uno de los hombres que había venido con él y otro que no había visto antes. El rival parecía ser un guardia de ese reino. No entendía muy bien lo que estaba sucediendo, pero creía que debía ser algún tipo de espectáculo. Recordó que Fedel les había dicho que en ese lugar se les informaría de lo que tendrían que hacer. Quizás se trataba de luchar con algún soldado o algo similar. Divisó un pequeño grupo de tres hombres donde estaban Arcier, Godos y Fedel.
—¿Dónde estabas? La siguiente etapa ya comenzó —dijo Fedel al reunirse con ellos.
—Me perdí mientras venía, pero, ¿cuál es la siguiente etapa? —preguntó Hercus para obtener más información sobre lo que estaba sucediendo.
—Ahora deberán enfrentar a un guardia y derrotarlo para poder estar en el grupo de aspirantes a la marcha sangrienta —dijo Fedel y ese nombre llamó la atención de Hercus—. Los otros dos no pudieron, así que ahora era su turno.
—¿Marcha sangrienta? ¿Qué es eso?
—Eso te pasa por perderte la explicación. Es un grupo de asesinos que estarán bajo el mando de la reina Melania y cumplirán una misión muy difícil —explicó Fedel con emoción en cada palabra.
—¿Y cuál es esa misión?
—No tengo idea, eso no lo dijeron. Supongo que solo lo sabrán los que sean seleccionados.
—Ahora que están hablando, no recuerdo haber escuchado tu nombre. ¿Cómo te llamas? —preguntó Arcier.
—Lo sabrás en un momento —respondió Hercus. Al parecer, los ciudadanos de Frosthaven no lo conocían.
—¿Quién sigue? —preguntó un hombre con una armadura negra bastante elegante, incluso más que los que lo rodeaban. El exiliado había caído y no había podido derrotar al guardia.
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