7. Guardia de Honor

El sol de primavera baña las almenas del castillo y el patio de entrenamiento donde, por casi un año, me he preparado para este día.

Al levantar la vista encuentro la visión más hermosa de la tierra: una bella joven con un porte regio que roba el aliento. Pasea su vista distraídamente sobre el pequeño grupo de soldados que vamos a recibir las insignias e intenta no posar la vista en ninguno, ya que, de hacerlo un miedo irracional se apoderaría de ella.

El rey me ha explicado lo de sus ataques de miedo, su retraimiento y el escudo que se ha forjado para mantenerse alejada del mundo, del cual debo intentar sacarla sin revivir los recuerdos guardados celosamente dentro de ella. A mi lado, mi amigo Kyle se remueve con nerviosismo mientras los sacerdotes de los templos nos entregan ceremoniosamente las espadas que nosotros mismos forjamos en reclusión dentro de los templos. Recibo en mi mano la espada con la que juro lealtad a la corona y consagrar mi vida, alma y cuerpo a proteger a esa niña que me robó el corazón y ofrendar todo lo que soy y lo que tengo por ella y para ella mientras haya aliento de vida en mí.

✽✽✽

El corcel blanco cruza delante de mí como una exhalación. No puedo evitar la sonrisa al verla escapar del castillo de esa forma tan "sutil".

Espoleo a Vengador y partimos tras ella por los terrenos propiedad de Oswald mientras se adentra sin ninguna prudencia hacia los bosques. Mi corazón se acelera al darme cuenta hacia donde se dirige. ¡No puede haber recordado la cabaña!

En los dos años que la he custodiado desde las sombras no ha dado ningún indicio de haber recordado nada. Hace unas semanas el rey me ordenó salir de las sombras y mostrarme poco a poco a ella. Me la cruzo por los pasillos, en las comidas en el salón real, por los senderos del jardín... En cada ocasión ella desvía la mirada, como lo hace con todos los Guardias de Honor. No hay indicio alguno de que yo le haga revivir los dolorosos recuerdos, así que no entiendo por qué hoy se dirige precisamente hacia el lugar donde nos conocimos.

La veo desmontar y llevar a Estrella de las riendas. ¿Está haciendo entrar al caballo con ella? Solo a Ariana se le puede ocurrir una cosa así. Me acerco un poco más y al pasar los minutos sin que de señales de regresar al castillo, decido acercarme. No puedo reprimir el temblor que me sacude al ir acortando la distancia. Ella no se ha percatado de mi presencia, estoy a tiempo de regresar y volver a protegerla en secreto.

"Sería una cobardía retroceder ahora, ¿no crees? ".

No voy a retroceder.

Desmonto a unos pasos de las gradas que conducen al interior de la cabaña y escucho su gemino ahogado. "No", solloza. No puedo volver ahora, ya me ha visto. Trato de hacer ruido para que sepa que me acerco y cuando empujo suavemente la puerta, la veo.

Una niña asustada, temblando, acurrucada junto al caballo que yo mismo le regalé el día que nuestro mundo se vino abajo.

—Alteza, he venido a escoltarla de vuelta al castillo.

Tiembla aún más y, sin embargo, se rehace de manera impresionante.

—Milord, se lo agradezco, pero me apetece permanecer aquí un poco más.

Casi suelto una carcajada ante la evidente mentira. Los truenos retumban y parece que el cielo entero se nos vendrá encima de un momento a otro. ¿Cómo va a querer estar aquí cuando eso suceda?

—Con todo respeto, alteza, no creo que sea prudente. Se avecina una tormenta desde el norte.

Se encoje y yo aprieto con fuerza los puños para no tomarla entre mis brazos y confortarla. Tiene que salir de esto por ella misma. Se cubre la cabeza con las manos y comienza a temblar. Mi dulce princesa, ¡cómo desearía ahuyentar todo tu miedo y protegerte también de tus pesadillas!

Cuando su pecho comienza a sacudirse por los sollozos, no puedo soportarlo más y le ofrezco la capa, esperando que eso no la altere más.

—¿Me permite?

Al colocarle la capa sobre los hombros, hace el amago de retroceder y se arrima más a Estrella que en ese momento me reconoce y mueve la cabeza, quizá  buscando la mano que tantas veces la agasajó con las manzanas frescas que tanto le gustaban cuando era apenas una potrilla retozona.

—Quiero estar sola —dice conteniendo los sollozos.

No princesa, eso es precisamente lo que no quieres. Me lo dijiste ese día: "No, no me dejes sola... No quiero estar sola".

No lo haré, aunque me lo ordenes, aunque el mismo infierno se abra delante de mí, nunca más te volveré a dejar sola, porque pase lo que pase de ahora en adelante tú y yo lo enfrentaremos y llegaremos juntos... hasta el final.


FIN DE EL HÉROE DE CEÒL  

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