6. La Verdad
Camino detrás de sir Gowen por los pasillos del castillo de Gaoth, en dirección a la sala del trono.
Cuando entramos me doy cuenta de que está vacía, a excepción por la imponente figura que nos contempla desde el trono regio.
Sir Gowen clava una rodilla en el suelo y saluda con su espada delante de él. Yo solo me arrodillo ya que no poseo una espada propia.
—De pie —ordena el rey y nos levantamos.
—Así que este es el muchacho.
—Sí, majestad.
—¿Y tú me pides que envíe mensajeros a las comunas para contar la historia de una batalla que es símbolo de esperanza para el reino y les diga que la historia es una mentira y su héroe un niño que ni siquiera tiene verdadero entrenamiento como soldado?
Reprimo el impulso de rodar los ojos al rey porque me gusta tener aire en los pulmones y la cabeza en su sitio, pero francamente, ya me estoy cansando de escuchar las razones por las cuales la gente no debería conocer la verdadera identidad de su amado héroe. Ya no quiero seguir con este asunto.
—Majestad, en honor a la verdad...
—¿La verdad? La verdad es que la batalla se libró y se ganó. Punto. Los detalles son adornos que puedes cambiar a tu antojo, dentro de diez, veinte o cien años la historia dirá que bajaste en una nube y destruiste a los salvajes con solo el poder de tu mirada, ¿subirás de la tumba a desmentirla?
Gowen me mira fúrico, ya que, no pude contener la risa ante las palabras del rey.
—¿Ves? Al chico no le importa, no veo por qué me vienes a importunar con esto. Ve a celebrar que Hela te dio un día más sobre la tierra: bebe vino, canta con tus hombres y consigue la compañía de una hermosa dama. Te lo has ganado —dictamina y hace un gesto con la mano.
Gowen se inclina y sin decir nada y echando fuego con la mirada se vuelve para salir. Cuando me inclino también para retirarme, el rey vuelve a hablar.
—Tú te quedas.
Cuando nos quedamos solos, el rey baja del trono y se quita la corona la cual entrega a uno de sus sirvientes y este va a colocarla sobre un pedestal.
—No quiero hablarte como un rey, si no como un padre que no perdió a su hija.
Sin previo aviso me rodea con sus fuertes brazos para luego dejar sus grandes manos sobre mis hombros. Esto no me lo esperaba.
—Gracias, muchacho.
—Ma... majestad, no es necesario...
—No rechaces el agradecimiento de un rey —Aparta sus manos y me invita a caminar a su lado en dirección a la mesa del consejo donde nos sentamos—. Admiro el valor que mostraste, no solo en Ceòl, sino también cuando casi mueres protegiendo lo más valioso que me queda en el mundo.
También es lo más valioso para mí.
—Fui a verte varias veces a casa de Oswald antes que te llevaran a Lyon.
Lo sé. Me lo dijeron luego de despertar en los monasterios. También me dijeron que ella nunca se presentó.
—Quiero saber por qué estuviste dispuesto a dar la vida por Ariana, con vergüenza debo confesar que saber la verdad era una de las razones por las que no quería que Oswald y Anbiorg se fueran, pero no podía negarles el derecho de luchar por tu vida. Pero, sobreviviste, no solo a ese ataque, sino también a Ceòl. Ahora, quiero saber la verdad.
—¿La princesa no se lo dijo?
Mueve la cabeza con pesar.
—Ariana no recuerda lo que pasó ese día. De hecho, no recuerda nada del año anterior a la muerte de Ana.
Esas palabras me golpean como no lo hizo ni siquiera el hacha del enemigo. ¡No me recuerda!
—¿Estás bien, muchacho? ¡Parece que viste un fantasma!
Tiene gracia porque acabo de descubrir que el fantasma soy yo.
—La princesa y yo nos conocimos, antes.
—¿Antes? ¿Cuándo?
—Un año antes.
Sus ojos brillan con comprensión. Ella no solo borró los recuerdos de la muerte de su madre, si no todo rastro de todo aquello que se la recordara. Yo estuve ahí, por lo tanto, me borró también. Ariana no quiere saber la verdad y eso anula toda posibilidad de un reencuentro, porque soy lo único que queda de ese fatídico día.
¡Esto tiene que ser una broma! ¡Una horrible y cruel broma del destino!
—Entiendo —dice con serenidad—. Quiero pedirte algo.
—Lo que ordene, su majestad.
Ya me da igual si me manda de paseo al infierno.
—Quiero que sigas protegiendo a Ariana.
—¿Perdón?
—Pasan muchas cosas... Ha llegado el punto en que ya no sé en quién confiar. Ana era una persona muy... peculiar. Ella te confió su tesoro antes de morir y allá, en Ceòl, demostraste el mismo coraje que al defenderla.
—Majestad, aunque lo diga así, en esas dos ocasiones lo único que hice fue resignarme a morir, no enfrenté nada, solo no dejé de pelear.
—¿Te importa Ariana?
¡Por amor a Hela! Estamos hablando de la princesa. ¿Cómo voy a responder a eso ante el rey?
—Ma... majestad... yo no... es decir...
Vuelve a poner su mano sobre mi hombro y me mira fijamente a los ojos.
—¡Responde! ¿Qué significa Ariana para ti?
Temo ir a dar a un calabozo por este atrevimiento, pero respondo con la única verdad a la que se redujo mi vida desde el día en que la conocí en aquella cabaña.
—Me enamoré de ella.
No se inmuta por la respuesta, asiente y se reclina en la silla.
—¿Y ella?
Me gustaría tener la respuesta a eso.
—No lo sé —confieso sin evitar mostrar el pesar de esas palabras.
—Yo sí lo sé.
Lo miró sorprendido. Si no sabía que nos conocimos antes, ¿cómo podría saber eso?
—La razón por la cual fui a verte y esperé impaciente tu regreso es porque necesitaba entender por qué mi hija, los dos días que estuvo inconsciente antes de despertar sin recuerdos, te llamó incesantemente entre desvaríos.
No significa que ella sienta lo mismo. Estaba muy impresionada por lo sucedido, es todo.
—¿Por eso quiere que yo la proteja?
—Si hay alguien que pueda proteger a Ariana de la misma manera que yo lo haría, solo puede ser quien vea en ella a una persona y no una misión que cumplir. Que esté a su lado sin importar las circunstancias, más allá del deber y el honor. ¿Puedes hacer eso por ella?
"...pero si es algo de lo cual te has hecho responsable, sería una cobardía retroceder ahora, ¿no crees?".
—Lo haré.
Asiente con alivio, como si le hubieran quitado un peso de encima. Se pone de pie y hago lo mismo.
—¿Y si ella se opone?
Si ella me ha olvidado es porque no quiere revivir la muerte de su madre. Quizá forzarla a mi presencia no sea una buena idea.
—No se puede oponer a lo que no sabe.
¿Cómo vamos a ocultarle algo así? El rey tiene una forma muy retorcida de hacer las cosas, pero no estoy para replicar ni razonar, sino para obedecer y me dispongo a hacerlo hasta las últimas consecuencias.
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