5. El Héroe de Ceol
Al abrir los ojos, lo primero que veo es el techo sucio de una de nuestras tiendas. Me incorporo y un ardor abrasador emana de mi costado, haciendo que vuelva a caer sobre el camastro donde boqueo en busca de aire.
—No te muevas. —La voz de mujer es suave. Es mayor, pero se mueve con presteza en la tienda en la cual veo más camastros, pero están vacíos. Viene a mí y me descubre el costado de donde retira algunas vendas. —Se ve bien.
—¿Qué ocurrió?
—Es curioso, todo mundo ha estado esperando a que despertaras para preguntarte eso mismo.
—¿Esperando? ¿Cuánto tiempo?
Contengo el impulso de apartar sus manos cuando retira el cataplasma pegado a la herida para reemplazarlo por otro, provocando un dolor insoportable.
—Cinco días.
—¿Cinco días?
—Te gusta hacer preguntas, ¿eh? Pero ahora vas a tener que responderlas.
Sale y momentos después Gowen entra a la tienda. Llega hasta mí e intento levantarme para recibirlo, pero hace un gesto con la mano. Arrastra un banco y se sienta. Siento su mirada como un peso mientras guarda silencio.
—Nunca le pedí perdón a un subordinado.
—¿Señor...?
—Cállate. Estoy intentando... Esto pudo haberse evitado... Confiamos en información falsa y dejamos a un montón de niños a merced de esos salvajes. Afuera hay diecinueve piras quemando sus restos y están ahí porque un solo muchacho tuvo el coraje de defender sus cuerpos y así permitió que sus almas obtuvieran el descanso que merecen.
Nuevamente se queda sin decir nada. No sé si espera una respuesta pero no soy capaz de dársela. Todo lo ocurrido comienza a regresar a mi mente poco a poco. Mi pelotón: Quelión, Rowen, Henryr y... Aminta...
Todos están muertos.
Aunque supiera qué decir, no lo haría porque sé que en cuanto abra la boca el llanto me ganará la batalla, así que solo le devuelvo la mirada.
—¿Encendiste la antorcha de la torre?
Muevo la cabeza en señal negativa.
—¿Llevaste todos esos cuerpos a la cueva?
Abro la boca, pero ni un sonido sale de ella, por lo cual, vuelvo a responder con la cabeza, afirmando.
—Descansa —dice y se pone de pie.
Se encamina hacia la salida, pero después de un par de pasos se detiene y murmura: "Perdónanos, niño".
Se va y me deja ahí, solo con el vacío.
✽✽✽
Diez días después, cuando se han expulsado a los bárbaros y después de asegurarse de que Ceòl está a salvo, se nos ordena volver a Gaoth.
Aún me cuesta moverme por lo cual no me permiten montar y Gowen hace que vaya en su carruaje.
—¿Qué vas a hacer ahora? —pregunta de pronto.
Aparto la vista de la ventana y enfrento su mirada interrogante.
Antes estaba muy claro: íbamos a triunfar en Ceól, regresaríamos como héroes y entrenaríamos para convertirnos en soldados de verdad. Le daría honor al apellido de Oswald, le daría su prenda a Aminta y velaría para que ella tuviera el futuro que merecía. Quizá me presentaría ante la princesa y trataría de recuperar lo que teníamos antes de la muerte de la reina.
Ahora, no veo nada en ese futuro. Mis compañeros no están. Aminta no está. El honor no está. Tuve miedo, fui un cobarde y no hay tal victoria.
—No... no lo sé.
—Cuando llegaste aquí me dijiste, con una mirada llena de seguridad y arrogancia, que querías proteger a la persona que amas. ¿Esa persona ha dejado de ser merecedora de tu protección?
—No es... Lo que pasa es que... Ya no creo que pueda hacerlo.
—Probablemente no, pero eso no significa que debas renunciar a hacerlo. Quizá alguien más lo haga, pero si es algo de lo cual te has hecho responsable, sería una cobardía retroceder ahora, ¿no crees?
Sus palabras me sorprenden mucho. No consideré que todavía existiera la posibilidad de lograr algo.
—¿Qué quieres hacer?
¿Qué quiero?
—Supe quién eres. Tu apellido te permite hacer elecciones que la mayoría no puede hacer. Podrías dedicar tu vida a la corte, tomar el lugar de Oswald y tener una vida fácil y tranquila. ¿Te apetece asistir a bailes y comidas y sentarte a elegir entre las chicas que harán fila para ser tu esposa?
Eso no suena como el tipo de vida que elegiría.
—O tal vez quieras seguir entrenando. No será fácil ni tranquilo, no habrá trajes bonitos ni bailes y posiblemente habrá más luchas, sangre y muerte.
No volvió a preguntar.
Pensé en Anbiorg, angustiada por mi decisión de ir a pelear y en Oswald, deseando toda su vida tener un hijo a quien dejar su legado. ¿Se sentirían decepcionados de saber que lo que deseo es ser solo un soldado más al servicio de la corona?
Después de un tiempo mi herida está mucho mejor y puedo cabalgar junto a la caravana. Entre los demás soldados, acampar con ellos y escuchar sus historias en el campo de batalla. Me dan rondas de guardias y asignan tareas, como a todos los demás. Y lo entiendo. Ese es mi lugar, eso es lo que quiero y lo que haré el resto de mi vida: pelear por el reino, por Ariana, por Anbiorg y Oswald y por mí mismo también.
A los pocos días pasamos por una aldea y cuando nos ven, las personas comienzan a postrarse y llorar y algunos entonan cantos. Todos nos quedamos sorprendidos ante su actitud, pero es cuando Gowen aparece fuera de su carruaje que elevan plegarias y llanto, dando gracias a los dioses.
—¡Oh, señor, el gran Héroe de Ceòl! ¡Vivan sus hazañas por siempre!
Uno de los compañeros se acerca y murmura:
—¿Alguien sabe que pasa?
Todos negamos con la cabeza.
A pesar de haber librado a la ciudad, nadie considera que la batalla haya sido una gloriosa victoria. Sufrimos un ataque sorpresa del cual apenas hubo un sobreviviente y luego se logró repelerlos con mucha dificultad. Las personas de la aldea, sin embargo, cuentan una historia bastante diferente.
—Oh, glorioso héroe —dice una anciana postrándose ante Sir Gowen—. ¡Gracias por proteger los cuerpos de nuestros hijos y salvar sus almas!
Un par de compañeros voltean a mirarme. ¿Qué esperan que diga?
—Buena mujer, no merezco tal homenaje, no soy...
—¡Oh, señor, tu humildad es tan grande como tu valor!
Los aldeanos se siguen acercando y la situación se sale de control, a duras penas, sir Gowen se escabulle y ordena que acampemos fuera del pueblo.
Al parecer, de alguna manera, la historia acerca de los salvajes que intentaron llevarse los cuerpos de los soldados caídos, se esparció fuera del campamento. Se dice que sir Gowen cargó, uno a uno, quinientos cuerpos hacia la cueva, durante toda la noche y al amanecer luchó contra cien enemigos para protegerlos, para luego dirigir a los soldados para librar a Ceól y expulsar a los invasores.
No es extraño que las historias sobre las batallas se exageren a medida que los juglares aportan de su cosecha para adornar sus relatos y canciones y tampoco lo es que elijan para el héroe a alguien con una imponente figura como lo es el capitán de la Guardia de Honor.
—¡Me niego a permitirlo! —brama el capitán una vez en su tienda, reunido con un guardia de su confianza.
—Mi señor, si desmiente la historia le quitará la confianza a estos pobres aldeanos, su esperanza está puesta en los héroes, y francamente...
El guardia mira hacia el rincón donde trato de pasar desapercibido.
—Es apenas un muchacho enclenque —murmura.
—¡Sigue siendo quien se enfrentó a los salvajes!
No exactamente, estaba resignado a morir en sus manos, que es distinto.
—¿Por qué no esperamos a llegar a Gaoth y que lo decida el rey?
Intercambian algunas palabras en susurros. No sé para qué me hizo venir si no quiere que escuche la conversación. Es cierto, no tiene porqué bajar la voz para hablar de lo insignificante que soy y más después de la batalla, las heridas y el duro camino que nos ha hecho a todos perder mucho peso y tener una deplorable apariencia de cansancio.
—¡Largo! —ordena el guardia y obedezco gustoso de salir de esa incómoda conversación.
Apenas unos pocos fueron testigos de lo que pasó. No le veo sentido a desmentir la historia, es descabellada y fantasiosa. ¿Quién podría tomarla en serio?
Sin embargo, a lo largo de todo el camino, en las aldeas por las que pasamos, la gente canta sobre la gloriosa batalla y sobre el Héroe de Ceòl. Gowen comienza a evitarme y para cuando llegamos a Gaoth estoy seguro que desea hacerme desaparecer, como si fuera mi culpa que los rumores hayan corrido como lo hicieron.
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