4. Una Noche Junto a la Muerte

¿Cuánto tiempo ha pasado?

Al abrir los ojos veo delante de mí lo que antes fue nuestro campamento. No sé cómo ni en qué momento he llegado aquí, solo se que estoy caminando en medio de los cadáveres de los otros pelotones, personas que yo no conocí, que nunca conoceré. Algunas fogatas aún permanecen encendidas, lo que evita que los animales se acerquen a comer.

De entre las sombras del bosque emergen las figuras de los enemigos que vienen por los cuerpos de mis compañeros.

Me pongo de pie y tomo la primera espada que tengo al alcance. Una mujer impensablemente alta se separa del grupo y viene a mí. Sus largas extremidades están marcadas de cicatrices, lleva pesados ropajes de pieles y adornos de colmillos de animales, la mitad de la cabeza rapada y la otra mitad su cabello rubio y sucio va firmemente trenzado. Su presencia es aplastante.

—Puedes irte muchacho —dice clavando su penetrante mirada en la mía.

—¿Qué... qué harán con ellos? —El temblor en mi voz delata el miedo que siento.

—Según nuestras tradiciones, tenemos derecho a tomar el alma de los enemigos vencidos, comer su corazón es nuestra forma de darles respeto. Tú fuiste tocado por Hela esta noche, por eso perdonaremos tu vida. Vete.

Trago fuerte porque siento que mi garganta se cierra. Debería irme, debería ir a buscar a mis superiores, debería...

No puedo.

—No... —Si pudiera hablar con firmeza, esto sonaría mejor—, no dejaré que se los lleven.

Los acompañantes de la mujer se adelantan y se colocan a su lado. Alrededor de diez hombres y mujeres.

Cobardemente doy un paso atrás. Trato de pensar en el entrenamiento, en las técnicas de combate, una sola maldita cosa que me ayude justo ahora, pero todo está en blanco. Ellos siguen con sus ojos puestos en mí, pero sin acercarse más. La espada tiembla en mi mano, pero me fuerzo a dejar de retroceder.

—¿Qué quieres? —pregunta un hombre tan alto como la mujer, es robusto y va armado de dos hachas, su tono de fastidio más que amenazante.

¿Qué quiero?

—Nuestros soldados son incinerados para que el fuego los purifique y... y... pu... puedan descansar.

El hombre susurra algo al oído de la mujer y se va. Uno a uno los demás hacen lo mismo. Ella se acerca, sigue caminando y yo no retrocedo ni bajo la espada, aunque cada segundo que pasa se siente más pesada.

—Nuestros antepasados tenían una leyenda —Se agacha junto a una de las hogueras que casi se extingue y hunde la hoja de su daga entre las brasas—, cuando un guerrero se convierte en el único sobreviviente en una batalla como esta, ha sido tocado por Hela y su sangre es elixir de vida.

Me mira en silencio unos minutos y no tengo idea de lo que está diciendo. Saca la daga con la hoja al rojo vivo y se pone de pie.

—No podemos tomar tu vida porque eres una ofrenda a la diosa. Cada vez que tu sangre sea derramada, se abrirá un camino hacia el destino que las estrellas escribieron para ti.

—¿Qué... —Antes que pueda formular la pregunta, ella me derriba en el suelo, el dolor me atraviesa cegando mis sentidos mientras intento gritar, pero no puedo, no puedo respirar, ni gritar, ni moverme. La hoja de la daga ardiente presiona sobre la herida en mi costado y la guerrera me inmoviliza de tal modo que no me permite escapar.

Se retira al fin y el aire de la noche alivia el terrible dolor de la quemadura que ha dejado. Jadeo, en busca de aire y siento que cada parte de mi cuerpo tiembla sin control mientras ella simplemente se aparta de nuevo.

—Eso te permitirá vivir.

Ah, ¿sí? ¿Debería darle las gracias?

Ella sigue:

—Eso que tanto anhela tu corazón, será tuyo, pero el camino será largo y tortuoso. Sin embargo, recuerda una cosa: nunca más retrocedas, porque aquello ante lo que retrocedas será tu dueño.

Me levanto con dificultad, apenas puedo respirar y aunque deseo hacerle muchas preguntas, ella ya se está yendo.

—Tienes hasta el amanecer.

—¿Para qué?

—Al amanecer volveremos y nos llevaremos cualquier cuerpo que toque la luz del cielo.

Me quedo solo y el silencio invade el campo. Camino tambaleándome hasta que encuentro el cuerpo de Aminta.

"El amor es como ver dentro del alma de alguien más".

—Solo tenías que sobrevivir... ¿Recuerdas?... era la única maldita condición... Aminta... ¿Dónde estás ahora?

El trozo de madera que le di como prenda sustituta está apretado en una mano cercenada a su lado. Sus piernas no están. Como puedo, abrazo su tronco y lucho para ponerme de pie. Mientras avanzo a una cueva cercana, ignoro los trozos de su cuerpo que se van desprendiendo.

El corazón, solo tengo que preservar su corazón y así salvar su alma.

—Ya casi llegamos, Aminta... Quédate conmigo...

A duras penas logro alcanzar una cueva cercana para resguardar su cuerpo y no permitir que su corazón sea devorado.

Me dejo caer, apenas con las fuerzas necesarias para respirar cuando recuerdo a mis compañeros. No puedo dejarlos allá... debo traerlos al menos a ellos.

Uno por uno y sintiendo que moriré antes del amanecer consigo traer sus cuerpos a la cueva.

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