2. Compañeros
Nos dividieron en grupos de cinco para compartir las tiendas y nos acomodamos lo mejor que podemos. A pesar de lo avanzado de la hora, nadie quiere ir a dormir y cada grupo de cinco enciende hogueras frente a sus tiendas, reuniéndose alrededor de ellas para compartir una jarra de vino y no tener ocasión de recordar todo lo que vimos junto al camino cuando nos dirigíamos hacia aquí.
Evitamos el tema porque si nadie lo dice, cada uno puede fingir que fue solo un sueño.
—Cuando regrese a casa, haré que maten el cerdo más gordo de mi hacienda y todos ustedes están invitados al festín. —Parece que el alcohol ya está haciendo efecto en los ánimos porque Henryr ya está haciendo alarde de la buena posición de su familia. No es bien visto, nuestro jefe de batallón dejó bien claro que aquí todos somos iguales, aunque no todos lo tomaron a bien.
—Si, ten cuidado de no ser el cerdo sobre la hoguera —responde Aminta, una chica a la cual Henryr cometió el error de subestimar y terminó hundido de cabeza en un barril. Eso le pasa por subestimar la fuerza de una aldeana. La mayoría de ellas provienen de hogares donde hombres y mujeres trabajan hombro a hombro para cultivar los campos, otros pocos provienen del servicio de casas nobles, que buscan mejorar la posición de la familia. Aminta tiene una complexión un poco recia, me recuerda a mis hermanas.
Todos se ríen y Henryr emite un gruñido.
—Esperen a que estemos de regreso en Gaoth.
—¿Qué harás? —Lo reta Rowen, otra de las chicas de nuestro grupo. A diferencia de Aminta viene de una familia con mejores posibilidades, pero no hace alarde de eso.
—Cuando sea Guardia de Honor, te mostraré cómo respetar a tus superiores —la amenaza de Elrick pierde validez por su voz vacilante por el vino.
—Tú no eres mi superior y si te conviertes en Guardia de Honor, te prometo que prefiero que los bárbaros de coman mi corazón.
Todos levantamos la cabeza hacia Rowen. Ha tocado el tema que hemos evitado toda la noche y se da cuenta cuando un denso silencio se instala alrededor de la fogata.
—¿Y tú que planeas después de esto? —pregunta Quelión, el segundo al mando después del jefe de batallón y líder de nuestro grupo de cinco, mirándome directamente. Rowen agradece el cambio de tema y va a sentarse a su lado.
—¿Alguna aldeana que te haya robado el corazón, niño?
Ruedo los ojos y le quito la jarra de vino. Desde que Gowen me llamó así, todos siguieron usando el mote. Lo ignoro esperando que lo olviden pronto.
—No todos soñamos con una gran boda, Rowen, ese solo es el sueño de Henryr—respondo y tomo un sorbo de vino. Todos se ríen y el aludido me dirige una mirada que pretende ser dura, pero debido a su estado de ebriedad, solo consigue ser cómica.
—¿Te crees muy gracioso, niño?
Da dos pasos vacilantes hacia mí mientras me señala con un tembloroso dedo. ¿Pretende iniciar una pelea? No soy ni de cerca el mejor soldado en este grupo, pero apenas puede tenerse en pie, no es muy inteligente buscar pelea. Sin embargo, es Aminta quien se interpone.
—Fue solo una broma y tú empezaste, así que contrólate, tenemos prohibido pelear entre nosotros.
—Tiene razón, Henryr, deberías ir a dormir —apoya Quelión.
—¿Quién eres tú para darme órdenes?
Quelión se pone de pie y lo encara. Todos nos quedamos expectantes ya que le lleva por lo menos una cabeza a Henryr y sabemos que, incluso sobrio, no es rival para él.
—¡Soy tu superior! ¿Alguna otra pregunta?
Henryr retrocede y se encamina hacia su tienda.
—Tú y yo, al volver, pequeño insolente —amenaza con su dedo apuntándome.
Cuando se ha ido, Aminta susurra a mi lado:
—Se va a mear en sus pantalones cuando sepa a quién está amenazando.
Doy un pequeño salto ante sus palabras.
—¿Qué quieres decir?
—Es normal que no me reconozca, mi lord, no suelo salir de la cocina.
—¿La cocina?
—La cocina de tu casa, lord Jason Borchgreving.
Miro alrededor por si alguien más a escuchado sus palabras, pero Quelión y Rowen mantienen su propia charla al otro lado de la fogata.
—No digas ese apellido.
—Como mande, mi amo.
—No lo dije como una orden, te lo estoy pidiendo —corrijo apresuradamente. Aminta se ríe y me quita la jarra de la mano llevándosela a los labios.
—Ya lo sé, solo estaba bromeando. No te preocupes, no se lo diré a nadie, pero hace mucha gracia que ese mamarracho haga alarde de su posición y tú, heredero de una de las familias más importantes del reino, te ocultes como si fueras un delincuente.
—Gracias —digo sin darle explicaciones. No espero que lo entienda, pero espero que cada paso que dé sea por mis propios méritos y no debido a un apellido del cual no me siento digno.
—¿Sabes? —dice de pronto y por la forma cómo balancea su cabeza creo que también se está emborrachando—. Yo sí quiero casarme en una bonita ceremonia, un lindo vestido y flores en la cabeza.
Dudo de lo que debería responder.
—Pues... espero que puedas hacerlo cuando volvamos a casa.
—No lo creo —dice con una voz torpe y casi ininteligible—, porque mi candidato ideal quiere casarse con otra.
Miro al otro lado de la fogata y hasta entonces me doy cuenta de que el intercambio entre Quelión y Rowen parece muy íntimo, al punto que me pregunto qué diablos hacemos ahí.
—Ven —digo extendiendo la mano hacia ella—, necesitas ir a caminar para despejarte.
Acepta un poco dudosa y nos vamos sin que el par de enamorados nos dedique si quiera una mirada.
—Soy patética, ¿cierto? Quelión no es noble, pero sus padres son mercaderes, tienen una posición por lo menos entre los plebeyos, nunca se fijaría en una criada.
Caminamos alrededor de las demás fogatas sin apartarnos mucho. Lo que Aminta dice es cierto, pero no creo que darle la razón sea lo más correcto. ¿Qué debería decir?
—No es patético, es una locura, pero no es patético.
—Una locura, ¿no es eso lo que es el amor?
Desvío la mirada ya que no es un tema con el que me sienta cómodo, así que, me dedico a ver la oscuridad del bosque cercano, las hogueras y los otros grupos que siguen charlando animadamente para esconder su miedo.
—No te sabría decir —digo, evasivo.
La chica se ríe, de manera un poco exagerada.
—No es tan complicado, ¿sabes? Te das cuenta cuando puedes ver el alma de alguien más a través de sus ojos.
La visión de un par de ojos azules me asalta. Ojos tan claros en los que veo reflejado miedo, diversión, ternura, culpa, anhelo... ¿Amor? No sé si Ariana y yo llegamos a tanto, desearía haber tenido el tiempo para averiguarlo.
Un silencio se extiende entre nosotros mientras ella respira el aire limpio de la noche y veo cómo, poco a poco, va recuperando la estabilidad.
—¿Tú sí crees que aquí todos somos iguales? —suelta de pronto, cambiando completamente el tema, lo cual agradezco.
—Yo creo que en todas partes todos somos iguales, pero debemos fingir que hay algunos por encima de otros para poder vivir decentemente en este mundo.
—Para ti es fácil, si sobrevives a esto, volverás para convertirte en Guardia de Honor, podrás tener a la chica que quieras, y con esa cara, dentro y fuera de Gaoth, caerán rendidas a tus pies.
No puedo evitar reírme ante la ironía del asunto. Podría tener a cualquier chica, menos a la que realmente quiero. La que pertenece a la única familia del reino por encima de los Borchgreving.
El esfuerzo de no pensar en ella se vuelve una carga cuando no hay estrategias que memorizar, ataques que aprender, ejercicios que completar... En el silencio de la noche, su recuerdo se desliza silenciosamente hacia mi mente y su sonrisa, su mirada, el recuerdo de su cabello brillando bajo el sol, sus bromas, su forma de tomarme el pelo y retarme, cada pequeño detalle de su ser se vuelve una llama que se va juntando sobre mi corazón, como un fantasma que atormenta mi sueño sin piedad.
La echo de menos, extraño con el alma aquellas tranquilas caminatas por el bosque, anhelo volver a ver sus ojos, recibir la bendición de su sonrisa y sentir el roce de sus manos. El recuerdo de la última vez que la vi se interpone en mis locos anhelos: las lágrimas que mojaban aquellas suaves mejillas, el miedo en su voz, la desesperación, el terror...
—La princesa Ariana...
—¿Qué?
—No me estabas escuchando, ¿cierto? Decía que la princesa es quien impone las insignias a los Caballeros cuando son ordenados.
—Es verdad —respondo tratando de no dejar en evidencia el temblor en mi voz.
—Jason, ¿harías algo por mí?
—¿Qué cosa?
—Si te conviertes en Guardia de Honor, dame una prenda.
Me sorprendo un poco, pero supongo que es algo que podría hacer. Cuando un caballero da una prenda a una joven, prácticamente la está tomando como su protegida. Quiere decir que mientras no esté casada debe velar por ella, autorizar su matrimonio y asegurarse de que su marido la proteja y cuide como se debe y tiene la potestad de revertirlo si considera que no se le da el trato debido. Se suele hacer con damas de menor condición, pero de la nobleza, aunque no hay ninguna ley que impida que se haga con una plebeya. No estoy seguro de que Oswald me permitiría hacerlo, pero ella es mi compañera de batalla, nos cuidamos la espalda y nos apoyamos, no puedo negarle una protección que ella necesita y a mí no me cuesta nada.
—Con una condición —digo tratando de sonar severo.
—¡La que sea! —responde ansiosa y con la ilusión reflejada en la cara.
—Sobrevive.
Su cara de ilusión de transforma en una de duda.
—Más te vale que tú también lo hagas.
—Bueno, daremos nuestro mejor esfuerzo.
—Bien, entonces dame una garantía.
Lo común es entregarle alguna señal, como una joya con el emblema de la familia, cosa con la que no cuento. Me agacho y recojo un pequeño trozo de madera. Lo pongo en su mano y ella lo mira decepcionada.
—Te lo cambiaré al volver.
Sonríe conforme y volvemos a nuestra tienda.
Al llegar a nuestra fogata tenemos que fingir que no notamos el beso que compartieron Quelión y Rowen.
—¡Que asquerosos! ¡Váyanse al bosque! —reclama Henryr saliendo de la tienda. Ellos se ven avergonzados, pero no separan sus manos entrelazadas.
—¡Henryr tiene razón! Al bosque a hacer sus cochinadas —dice Aminta en tono divertido, pero yo sé que su corazón se está rompiendo en mil pedazos.
—No hables de ese modo —reclamo en voz baja.
Ella palidece al recordar nuestro trato, pero yo le guiño el ojo y ella sonríe de forma genuina. Ya no estás sola Aminta, no lo olvides.
El alboroto sigue hasta que suena la trompeta y nos vemos obligados a hacerle frente a nuestras pesadillas personales en la soledad de los sueños, en espera de que estas no se hagan realidad en el campo de batalla.
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