1. El Campo de Batalla
De lejos parece solo un campo de cultivos cubierto por la niebla matinal. Al acercarse, se van notando los cuerpos apilados en pequeños promontorios, listos para el fuego. No dejaremos que los cuerpos de nuestros compañeros caídos en batalla sean utilizados por los bárbaros de las montañas para sus grotescos rituales.
Nuestro pelotón ha sido llamado desde la retaguardia, donde la carnicería ha sido menos abrumadora, para apoyar el frente. Veinte hombres y mujeres, todos con menos de un año de experiencia en el campo de batalla, pero aun así, la masacre ha obligado a Sir Gowen a llamar refuerzos. Desmontamos frente a la tienda del capitán de la Guardia de Honor. Nuestro jefe de batallón se para frente a la entrada.
—¡Saludos mi señor! ¡He venido con mi pelotón!
Nunca olvidaré la sensación que recorrió las filas al ver al capitán. Un héroe, un sobreviviente, un portentoso guerrero forjado en las llamas de la guerra: lo que todos esperábamos llegar a ser algún día, si Hela nos extendía su mano en esta batalla. Su sola presencia impuso orden y silencio entre las filas del pequeño grupo.
—¡Por Hela! ¿No podías esperar a que acabaran de crecer para reclutarlos?
—Todos son voluntarios, mi señor.
—¡Peor aún! ¿Siquiera sus madres dieron consentimiento de enviar a estos niños a morir?
Gowen recorre las filas y cuando está a punto de llegar donde estoy maldigo haber quedado justo al frente. Como esperaba, se detiene frente a mí.
—¿Cuántos años tienes? —Su aspecto no es intimidante por sí solo, pero la fama que lo precede hace que la profundidad de su mirada y la cicatriz que le atraviesa el rostro calen en lo más hondo de tus miedos.
La edad de reclutamiento en Trondheim es de dieciocho años, todavía tendría que haber esperado dos años más para poder venir aquí.
—Suficientes —respondo fríamente, no le voy a dar motivos para que me mande a casa. Tuve que mentir para poder pelear, pero la diferencia con la edad de mis compañeros es notoria.
Una ola de murmullos se levanta a nuestro alrededor, pero Gowen pasa por alto mi insolencia. Me mira a los ojos y yo le sostengo la mirada.
—¿Por qué te uniste al ejército de su Majestad?
Un recuerdo me golpea como un balde de agua helada. Cada fibra de mi ser se estremece con la rabia y la impotencia que marcaron ese día. Un odio feroz en contra de los malditos que osaron matar a la reina hace subir algo amargo a mi garganta.
"No, no me dejes sola... No quiero estar sola".
—Para proteger a las personas que amo.
Asiente en conformidad con esa respuesta y afirma con su afilada mirada fija en la mía:
—Has estado en el campo de batalla.
No fue una pregunta, pero aun así respondo.
—No, señor.
—Tienes la mirada de un veterano, niño. Sea quien sea esa persona a quien tanto deseas proteger, hoy será tu oportunidad —Camina hacia el frente y desde la entrada de su tienda sigue—: ¡Todos podrás hacerlo! Ceòl es nuestro bastión, si toman esta comuna, avanzarán hacia Gaoth y no vamos a permitirlo. ¡Hoy todos ustedes se convertirán en guerreros!
Un rugido general responde a sus palabras y nos preparamos para partir al frente.
Cualquier niño del reino sabe que el mayor peligro al que te puedes enfrentar son los bárbaros. Las leyendas son tan variadas y van desde matices amables como que son descendientes benévolos de los dioses; hasta los más aterradores: aquellas viejas historias de salvajes devorando el corazón de los caídos en batalla. Un miedo profundamente arraigado que el día de hoy toma forma delante de nuestros ojos:
Al lado del camino que nos conduce a nuestro destino, podemos ver materializado todo el horror de la niñez en aquellas oscuras noches de tormenta. El cuerpo pertenece a uno de los nuestros, estamos seguros de ello, ya que en medio de la sangre y los restos de vísceras, aún puede distinguirse el mismo blasón que nosotros portamos. Tiene el pecho abierto de tajo y sus ojos están tan abiertos que casi se han salido de sus órbitas, la boca deformada en una exclamación que todos somos capaces de imaginar aunque no lo hayamos escuchado. Aunque los animales se han ocupado de gran parte de sus restos, no nos cabe la menor duda de que el corazón fue removido antes de abandonarlo aquí.
El miedo a la muerte no es lo que nos provoca el escalofrío, morir en el campo de batalla es la mayor gloria para cualquier soldado; sin embargo, según la tradición, los cuerpos deben pasar por el fuego para poder retornar a los brazos de Hela, por esa razón por encima de cualquier horror vivido, el último trabajo luego de la victoria es quemar el campo entero si fuera necesario, de esta forma se asegura la transición de nuestros hombres al otro lado. Aquí no será posible, sin el corazón, los cuerpos son sólo cuencos vacíos, no hay nada que salvar y sus almas se perderán para siempre en los campos del olvido.
Un frío más gélido que el crudo invierno del norte me recorre la espalda y un peso como de cadenas me golpea el pecho. Una cosa es perder la vida y renunciar a tus seres amados, pero otra es condenar tu alma y el campo de batalla sembrado de cadáveres proclama que es algo que a cualquiera de nosotros le puede pasar hoy.
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