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Calle 34, Bahía Aventura (CA).
Noviembre 18, 2020
03:26 PM
En los últimos dieciocho meses laborando como bombero/paramédico para el equipo Paw Patrol —y unos seis meses más trabajando en una pequeña metrópoli desconocida del estado de Illinois, en el 2018—, Marshall Smith había visto y tratado todo tipo de lesiones. La mayoría habían sido cosas leves: Hematomas, torceduras de muñeca, esguinces, tirones musculares, ojos morados y ligeras fisuras óseas. Y, por otra parte, también visto cosas que a cualquier inexperimentado en ese campo podría matarle la sensibilidad y causarle mareos, vomitonas incontrolables, llanto tipo histérico y desmayos constantes. Cosas que, y con razón, son consideradas como terribles e impactantes, por no decir traumáticas: Fracturas abiertas, evisceraciones, amputaciones de miembros y unas cuantas hemorragias incontrolables.
Y en todas esas veces, sin excepción, Marshall había logrado mantener sus emociones, evitando ser víctima de una crisis. ¿El truco? ¡Muy simple! Aplicaba el Mindfulness.
Desarrollado en 1982 por Jon Kabat-Zinn, renombrado académico estadounidense cuyos estudios con diversos maestros budistas le permitieron desarrollar la técnica REBAP (Reducción del Estrés Basada en la Atención Plena) y fundar el Centro Zen de Cambridge, el Mindfulness, o conocido popularmente como Conciencia Plena, es un tipo de meditación que, una vez puesto en práctica, permite al sujeto estar plenamente consciente de lo que está experimentando y sintiendo en el momento, sin interpretaciones ni juicios, mientras lleva a cabo alguna tarea. En otras palabras, permite reducir el estrés (eliminando la posibilidad de sucumbir ante una posible crisis de pérdida de control) al tiempo que uno combate actividades concretas que se encuentre realizando. Y aunque originalmente fue diseñado para estudiantes universitarios, no faltó mucho para que el Mindfulness empezase a ser compartido a otras personas de fuera del campus, llegando a parar a los oídos de gente con formación médica. Al inicio, estos se mostraron incrédulos. Pero en cuanto pusieron en práctica el Mindfulness, y tras ver que generaba buenos resultados al momento de realizar cualquier tipo de intervención en la sala de emergencias, decidieron tomar dicha práctica de meditación y hacer que muchas instituciones del país se la enseñasen a los futuros técnicos de enfermería, fisioterapeutas y médicos.
Marshall cerró los ojos. E inhaló y suspiró.
<<Aquí voy>>
Realizó una serie de respiraciones. Luego, catalogó posibles distracciones a su alrededor (así como las ideas negativas) y de inmediato las bloqueó, sobreponiendo sobre ellas una imagen mental positiva que siempre le transmitía alegría, seguridad y confianza. Antes, aquella imagen solía ser el rostro de alguien que fue muy especial en su vida, en su pasado discreto. Pero tras el rescate que se realizó en el Ártico hará poco más de un año, sustituyó esa vieja imagen por el de otro rostro femenino, del que destacaban unos vibrantes ojos azules y unas prominentes orejas blancas, y del que quedó perdidamente enamorado.
Volvió a respirar tres veces más, y para cuando abrió los ojos descubrió que su mente ya estaba despejada. Ya estaba listo.
<<Ahora es momento de trabajar>>
Se centró en su compañero, y apresuró en analizar la situación. Tras tomarle los signos vitales a Chase Schülze y constatar que todo, por ese lado, estaba en orden, se retiró el chaleco y lo usó para hacer presión en la herida. El flujo de sangre se detuvo.
<<Pero no dudará mucho —dijo para sí—. ¡Debo llevarlo a un hospital cuanto antes!>>
El tiempo apremiaba. Sin dejar de hacer presión, se aclaró la garganta. Ladró dos veces y dijo:
—¡Llamar a Ryder!
Su placa se encendió, emitió un extraño ruido (similar al de una interferencia) y, luego, se apagó totalmente. Marshall trató de encenderlo otra vez, pero fue inútil.
<<¡Oh, no! Debió de dañarse cuando caí al suelo —concluyó—. ¿Ahora qué hago?>>
Levantó la vista y observó a sus alrededores.
<<Amigos... ¿en dónde están? Ahora los necesito más que nunca>>.
.............
A unas tres cuadras de allí, al sur, dos figuras despertaron. Se levantaron, con ligera dificultad, de entre un par de arbustos. Habían permanecido inconscientes por casi dos minutos exactos.
—¿Qué... qué pasó? —alcanzó a decir Skye Wilkinson mientras se llevaba una pata a la cabeza. Le dolía un poco la sien derecha. Dejó escapar una tos seca. Observó la caótica escena. Dijo estupefacta—: No puede ser...
—Esto es imposible... —comentó a su vez un boquiabierto Alex Porter, a un lado de Skye—. ¡Santo Dios, mira!
Y Skye miró.
Había gente, corriendo de aquí para allá. Algunos llamaban a toda voz a sus familiares y conocidos. Otros, en cambio, se limitaban en tratar de auxiliar a los heridos; personas con lesiones principalmente en cabeza, torso y en ambos brazos.
Alex continuó hablando para sí, murmurando cosas ininteligibles. Con voz algo quebrada, como era de esperarse. Skye, en cambio, se limitaba a estudiar la escena. A su izquierda, visualizó a un par de adultos tratando de ayudar a una pareja de ancianos a caminar. A su derecha, dos coches cuyas estruendosas alarmas no dejaban de sonar. Y, al frente, a unos catorce metros, cercano a un poste de luz inclinado, visualizó una serie de bultos peculiares sobre la calle. Pero ¿qué eran? <<¿Posibles sacos de papas, tal vez?>>. Agudizó la vista, dedicó unos minutos en estudiar los extraños bultos y... ¡Dios! Entendió muy tarde lo que miraba, para su horror. Eran personas. Sí, personas. Gente que muy probablemente había saludado en la calle o ayudado en el pasado. Y que ahora no eran más que cuerpos sin vida, todos parcialmente desfigurados, ensangrentados y carentes de un par de miembros. Quiso apartar la vista, salir de ahí y llevarse a Alex consigo. Pero algo la instó a volver a mirarlos, a estudiarlos. Sin entender muy bien por qué, lo hizo. Y fue cuando descubrió otra triste verdad, que le sacudió hasta la médula. De esos cinco ciudadanos solo reconoció a uno. El de la pequeña, el de Milly. Milly Brewer. Aquella menor, de no más de seis años de edad, de cabello rojizo corto, al que Skye y sus compañeros habían ayudado hacía varias semanas a localizar a su escurridizo gato de pelaje atigrado, que, increíblemente, se las había ingeniado para viajar por todos los rincones de la ciudad, evadiendo con audacia a los entrenados cachorros.
<<Milly>>.
Luego recordó sus palabras de aquel día:
<<Gracias por ayudarme a localizar a mi gatito. ¡Ustedes son los mejores!>>
Después de eso, Skye y Milly habían vuelto a verse en un par de ocasiones. Habían creado un lazo, compartieron sueños y metas, y hasta habían diseñado planes a futuro. Sintió que su mirada se empañaba, pero las lágrimas se negaron a salir.
<<Ya habrá tiempo para llorar —se dijo al tiempo que sacudía la cabeza y endurecía la mirada—. Además, lo más importante ahora es decidir qué hacer>>.
Alex, sin dejar de hablar, iba a ver en la misma dirección que Skye. Pero ella, luego de salir de sus pensamientos, advirtió esto. Fue más rápida y le dijo que no lo hiciera, que no dirigiera la mirada a esa área.
—¿Por qué no? —inquirió él.
—No quieres saberlo —se limitó a decir Skye, guardando la calma—. Salgamos de aquí, Alex —agregó, y procedió a caminar. El niño le siguió.
—Skye... ¿adónde vamos?
—Lejos de aquí, a un lugar seguro.
—¿Y donde es eso?
—Solo sígueme, por favor.
El muchacho asintió. Pero al poco tiempo, volvió a hablar:
—¿Qué fue lo que pasó, Skye?
Ella iba a contestar que no sabía la respuesta, y que se limitara a seguirle. Pero, en ese instante, se detuvo de golpe.
—¿Qué sucede, Skye?
La aludida no contestó. Lo que vio, a unos metros al frente de su ubicación, le estremeció por segunda vez: Los bastoneros y los miembros de la banda escolar lloraban y se consolaban entre sí. Algunos parecían ilesos, mientras que otros presentaban cortes (aparentemente superficiales) en la cara, cuello y manos.
<<Qué horror —fue lo que primero que pensó Skye, dolida. Luego, recordó los cuerpos sin vida—. Es un milagro de que no muriera mucha gente. Pero aún así... todo esto está muy mal>>
En esa fracción de segundo, la previa pregunta de Alex resonó en su mente:
<<¿Qué fue lo que pasó?>>
Ensimismada, trató de recordar.
Hacía un par de minutos, ella y sus amigos observaban tranquilamente el desfile. Al menos, así fue al inicio. Rocky y Rubble empezaron a discutir sobre un ridículo tema tratado en el más reciente episodio de "Apolo The Super Pup". Marshall y su cámara de vídeo habían desaparecido. Ryder estaba junto a Katie, charlando y soltando carcajadas sin dejar de observar a la banda escolar que tocaba con todo su esplendor. Y Zuma, como ya era costumbre suya desde hacía meses, no paraba de molestarle e insistirle que debía armarse de valor y confesarle todo a Chase. Que si no se apuraba, alguien más podría robárselo. Y Skye, como siempre, iba a decirle que todavía no era el momento perfecto para hablar con Chase.
Fue entonces cuando ese grito se hizo audible, seguido por una conmoción. Las personas a su alrededor habían empezado a gritar y a correr sin rumbo, empujándose entre ellos. Sus compañeros y Ryder también habían huido del lugar. Skye iba tras ellos, pero en cierto punto se separó y acabó chocando con Alex Porter. Luego, ocurrió la detonación. Y todo se puso negro.
—¡Skye!
El llamado de Alex sacó abruptamente a la cachorra de sus pensamientos.
—Ah, ¿qué? —alcanzó a preguntar, desconcertada—. Lo siento, ¿decías algo?
—Debemos hacer algo para controlar esta situación —respondió Alex, algo aturdido—. Dime, ¿qué es lo que debemos hacer? ¿Qué haría Ryder en este momento?
Antes de poder decir nada, una nueva idea pasó por la mente de la Cockapoo.
<<¡Ryder! ¡Mis amigos!>>
Observó a los alrededores tratando de localizarles entre la gente, pero no hubo señal alguna de ellos. ¿Habrían salido ilesos? ¿Estarían bien? Una parte dentro de sí quería creer que ellos se encontraban bien. Que habían logrado escapar del área antes de que ocurriese el desastre. Y que, ahora, muy probablemente, luego de haber hecho reparo en su ausencia, estarían empezado a organizar algún plan para buscarla, con Chase al mando.
Sí, quería creer aquello. Pero de pronto, otra voz le habló. Aquella que siempre se hacía audible cuando se realizaba un rescate temerario cuyo final podría ser incierto y fatal. Y que siempre le decía lo mismo: <<Hay que estar preparados para lo peor>>.
<<¡No! —se dijo con firmeza—. Ellos están bien. Está bien. Están...>>.
—Skye.
Pegó un ligero respingo. Parpadeó un par de veces antes de preguntar:
—Perdón, ¿me decías?
Él se lo dijo.
—¿Qué debemos hacer, Skye?
Pausa corta. Bajó la vista.
—¿Skye?
Silencio otra vez. <<¿Qué debemos hacer?>>. Honestamente, no estaba muy segura de qué decir.
Había muchas opciones a tomar, pero la decisión final la tomaba ella. Y no quería equivocarse. Necesitaba ayuda. Un ruido atrajo su atención. Al inicio, pensó que provenía de su placa. Que era una llamada entrante y había algo de interferencia. Bajó rápidamente la vista y constató que aquello no era la fuente. Puesto que había desaparecido, pensó que tal vez se le había caído en los arbustos. Volvió a escuchar ese ruido. Giró el cuello hacia su derecha y observó a una figura uniformada sacando a todos del área; hablaba a través de un megáfono.
<<¡Perfecto, eso es!>>
—Debes irte, Alex —empezó a explicar y señaló al oficial—. Ve con el oficial y pídele que te ayude a localizar a tu abuelo.
El pequeño observó al lugar que apuntaba la cachorra, y asintió.
—Vale. ¿Pero y tú?
—Me quedaré —respondió, determinada—. Debo encontrar a Ryder y a los demás.
—¿Segura?
Asintió.
—¿Puedo acompañarte? Podría ser de ayuda.
Negó con la cabeza.
—Lo lamento, Alex, pero tengo que hacerlo sola —contestó. Y añadió—: Tú debes buscar a tu abuelo y estar con él.
Alex se lo pensó.
—Ha de estar preocupado.
Se decidió finalmente y asintió en señal de comprensión. Miró a Skye y le regaló una sonrisa.
—Okey, se hará como tu digas. —De pronto se acuclilló y abrazó con fuerza a la cachorra—. Nos vemos después, Skye. Cuídate mucho.
—Lo mismo digo, Alex —dijo, correspondiendo el abrazo.
Luego, ambos amigos se separaron y apresuraron a correr.
.............
—Por favor... —dijo Marshall al aire—, ¡ayúdenme! Mi amigo está herido. ¡Necesita ir a un hospital!
Desafortunadamente, nadie atendió su llamado. Repitió su pedido dos veces más. Nada. Ninguna persona vino a auxiliarlo. Ya tampoco se apreciaba alguna otra alma en los alrededores, todos se habían ido hacía rato.
Regresó la mirada a su compañero inconsciente, que soltó un ligero gemido. <<Siente mucho dolor>>, pensó Marshall. Le dirigió una mirada compasiva. Luego advirtió algo que le puso en alerta máxima: las respiraciones. Las respiraciones de Chase parecían estar volviéndose más pausadas entre ellas, también el número de las mismas (de entre doce a dieciocho a respiraciones por minuto) parecía disminuir. Movido por el instinto, retiró una de las patas e hizo presión sobre el cuello de Chase. Le buscó el pulso, cosa que le fue casi imposible. Puesto que era casi imperceptible. Y comprendió por qué. Estaba lento, estaba débil. Paralelamente, y para su sorpresa, el efecto del Mindfulness se pasó. Ahora Marshall sintió pánico, sintió terror. Exclamó un <<¡No te des por vencido Chase!>> al tiempo que regresaba la pata hacia el lomo de Chase y volvía a hacer presión, pero algo dentro de su ser —probablemente la voz de la razón— le dijo que tendría que aceptar la dura realidad y el posible futuro que le deparaba a su amigo. Un futuro que Marshall de inmediato clasificó como injustificable. <<Chase jamás ha lastimado a nadie, y todavía le queda mucho por hacer. ¡Este no puede ser su fin!>>. De pronto, se descubrió invadido por una creciente sensación de impotencia. Una impotencia que no sentía desde hacía mucho tiempo, de cuando todavía era un novato en el mundo de la medicina. Viejas memorias fueron desenterradas desde lo más profundo de su mente, imágenes que creyó ya desvanecidas, imágenes que le habían hecho daño, imágenes que le hicieron llorar. Visualizó aquellas miradas vacías, esos ojos muertos sin vida. <<No pude ayudarlos. No pude...>>. Luego aparecieron esos ojos acusadores, aquellos ojos que echaban chispas y que le exigían una explicación para... Agitó la cabeza y volvió a realizar la práctica de meditación y despejó la mente. Eso ya era cosa del pasado, ¡y ni siquiera había sido su culpa!. Y aún más importante: era muy pronto para tirar la toalla. No iba a dejar que otra vida se fuera con en su presencia, él no podía permitirlo.
Sin dejar de hacer presión, se aclaró la garganta y repitió su pedido de auxilio. Mismo resultado. Nada. <<Pero no me daré por vencido>>. Estaba a punto devolver gritar cuando, a lo lejos, vio un punto de color rosado.
.............
Skye ya había recorrido varios metros cuando oyó la voz, alarmada pero firme, que le llamaba por su nombre.
—¡Skye! ¡Skye, ven aquí!
Apresuró en buscar la fuente. Levantó la vista, entornó los ojos y chequeó a sus laterales. No hubo nada. Pero tras mirar al frente, advirtió por fin la figura que gritaba y movía una pata de lado a lado.
Se encontraba situado en medio de una las tres carrozas, que todavía permanecían en la calle 34, a once metros de donde su ubicaba Skye. A pesar de la distancia entre ellos, Skye no tuvo dilema alguno en identificarle.
—Santo Dios, ¡Marshall!
Y empezó a correr hacia su ubicación, hacia la carroza.
<<Está vivo —se dijo—. ¡Marshall está vivo!>>.
Conforme fue avanzando, advirtió algo más. Algo que borró su angustia y le causó total alegría.
<<¡Y ESTÁ CON CHASE!>
Emocionada por verle a él, apresuró el paso todavía más. Los había encontrado a ambos. Sobre todo a Chase. Tenía ganas de llegar y abrazarlos a ambos, en especial a Chase. Tenía cosas que decirle, cosas que confesarle, cosas que...
Tan pronto como llegó donde sus amigos, descubrió una escena que mató su alivio y su alegría y trajo de nuevo la angustia, acompañada por un intenso pánico. Su mirada pareció empañarse.
<<¡Chase está herido! Pero ¿cómo? ¿Por qué? ¡¿Qué diablos ocurrió aquí?!>>
Advirtiendo su preocupación, Marshall Smith le contó todo a Skye.
—Le cayó una banca encima. Y para cuando logré retirarla, descubrí que Chase tenía una gran herida en su lomo. Pierde sangre. Debemos llevarlo a un hospital lo antes posible.
—¡¿Pues qué estamos esperando?! ¿En qué ayudo?
Con calma, Marshall le pidió a su amiga que hiciera presión en la herida de Chase para que él pudiera traer su ambulancia.
—Perfecto —dijo Marshall tras ver que Skye hacía presión en el lugar indicado—. Lo haces bien.
—Date prisa, por favor —suplicó Skye—. No creo poder aguantar mucho.
Marshall asintió. Giró en redondo y procedió a correr.
.............
A unas cuatro calles al sur, aparcó en doble fila una furgoneta color beige del 98. Del lado del copiloto, llevando un micrófono, descendió Selena Kaye, reportera de noticias del canal 05: BA NEWS. Y de inmediato apresuró en estudiar el ambiente.
Hacía casi media hora, el director de BA NEWS mandó a llamar a Selene Kaye (el miembro más popular y eficiente de todo el canal, por cierto) y le encomendó la misión de cubrir el conmemorativo evento al que iba a asistir casi toda la ciudadanía de Bahía Aventura y que se llevaría a cabo en la calle 34, poco después de las 03:15 PM. Selena aceptó con gusto, y junto a su nuevo camarógrafo, Raymond Nava, un recién llegado de Arizona, partieron de la estación. Ella iba a conducir, pero Nava se ofreció a hacerlo en el último minuto.
—Aguarde, bella dama —le había dicho él en la entrada del estacionamiento, sonriéndole—. Una mujer tan bonita como usted no merece maltratar sus bellas y muy cuidadas manos sujetando un viejo volante. ¡Me ofrezco a ser su chofer!
Selena se le quedó mirando por un largo momento antes de regalarle una pequeña sonrisa. Le agradeció por el halago, pero además de esclarecerle que aquello no le iba a funcionar (ya que no estaba interesada en formalizar ninguna relación), le explicó también que no podían llegar tarde al evento. Que no podía quedar mal ante el director. Nava, sin perder su sonrisa, le aclaró que solo quiso ser caballeroso, nada más. Tan solo iniciar una buena relación entre colegas. Y le dijo, además, que tampoco tenía que preocuparse por lo de llegar tarde. Aseguró que ya se había memorizado todas las calles de la ciudad hacía una semana, poco después de ser contratado. Y que con él tras el volante, iban a llegar en menos de quince minutos. Selena arqueó una ceja, mostrando una ligera incredulidad. Tras una nueva insistencia, al final Selena aceptó. Volvió a sonreírle y le entregó las llaves. Tardaron quince minutos después en llegar, tal como había prometido Nava. Selena se quedó asombrada, pero no precisamente por el tiempo récord del trayecto, sino por el inesperado descubrimiento que realizó ya en el lugar donde aparcaron. Habían arribado a una calle, sí... pero no era precisamente la indicada. Habían arribado a la calle 62, en el extremo oeste de la ciudad. Selena arqueó una ceja a Nava, y con la mirada le pidió una explicación. Este se mostró confundido, absorto. Sacó un mapa de la guantera y apresuró en chequearlo minuciosamente. Tras darle vueltas y vueltas, llegó a la conclusión de que, muy probablemente, debía de tener algún tipo de error topográfico.
Selena Kaye ablandó su expresión y rio, y le indicó por donde debían ir. Ya a mitad de camino, Nava se dio cuenta de que ahora sí iban a llegar muy tarde. Le pidió sinceras disculpas a Selena. Ella le dijo que no tenía que preocuparse, que era normal cometer errores. Pero que a la próxima que él quisiera manejar, tendría que instalar un sistema GPS.
A tan solo diez cuadras de llegar a la locación correcta, el radio de la furgoneta se encendió. Selena lo cogió, presionó un botón y oyó la voz de su jefe, quien le preguntó si ya estaban en la escena. Selena le dio un rápido vistazo a Nava, que se mostraba preocupado. Y respondió que no. Que habían tenido <<un percance con el motor>>, pero que ya estaban en camino. El jefe se oyó comprensivo y le indicó que tenía que dirigirse cuanto antes a la calle 34. Que había ocurrido un acontecimiento trágico y que ningún otro canal estaba en la escena, según sabía. Que ella debía ser la primera en documentar el hecho y entregarle la historia en menos de veinte minutos. Selena le dijo que se encargaría, y se preguntó mentalmente a qué se había referido su jefe con eso de <<trágico>>.
<<Ahora lo entiendo —dijo para sí Selena, estudiando la escena—, ¡esto es terrible!>>
Y en efecto, aquello era terrible. Había personas mal heridas, empolvadas de pies a cabeza, tratando de alejarse, buscando algún sitio seguro donde aguardar hasta recibir ayuda. Oficiales tratando de controlar la situación. Sirenas de autos, resonando a todo volumen.
Selena Kaye creció y estudió periodismo en la ciudad de Boston, Massachusetts. Graduada con honores en el 2013, con tan solo dieciocho años, solicitó empleo y empezó a trabajar de golpe para una reconocida cadena de noticias en Nueva York, donde no tardó en hacerse notar; se hizo un nombre entre la comunidad de reporteros y obtuvo alto prestigio. Y todo gracias a su excelente trabajo. Sus reportajes, que duraban de entre diez a quince minutos, eran considerados de <<alta calidad>>, <<dignos de un profesional veterano>>. Había visto y cubierto todo tipo de sucesos en la Gran Manzana: Homicidios increíblemente violentos e impactantes, confrontaciones entre pandillas rivales, secuestros de infantes que en su mayoría habían terminado en desgracia y algunas protestas pacíficas que, de un momento a otro, concluyeron en agresividad. Para muchos, Selena Kaye parecía ser una auténtica corresponsal de guerra, siempre dispuesta a ponerse en la línea de fuego para contar la verdad. Daba la impresión de poseer una gran valentía y una fuerza de hierro, que hacía que su buen espíritu fuese incapaz de verse afectado por todo el mal que presenciaba en su día a día. Todo verdad, claro... pero hasta cierto punto. Ya que, en secreto, cuando se encargaba precisamente de cubrir esos acontecimientos terriblemente trágicos que habían concluido con un trágico final, sentía una profunda empatía por otros. Empatía por las víctimas inocentes, personas que no hicieron nada y que estuvieron en el lugar y momento equivocados. Y fue precisamente por eso que, ahora, tras ver el caos de la calle 34 y a los ciudadanos malheridos, sintió un profundo dolor en el pecho.
Cuando solicitó su transferencia hacía un mes, lo hizo con el fin de alejarse de toda esa ola de violencia neoyorkina. <<Ya no soporto tanta maldad>>, le confesó en secreto a una colega. Le dieron a escoger entre cinco ciudades: Bridgewater (Florida); Canaán del Sur (Ohio); Livingston (Montana); Lafayette (Nueva Orleans); y Bahía Aventura (California), ella eligió Bahía Aventura. ¿El motivo? Simple. Había oído cosas buenas de dicha ciudad costera, la metrópoli que gozaba de una buena reputación por ser "un lugar tranquilo y pacífico".
<<Pues parece que me he equivocado>> —reconoció Kaye, comprendiendo que, incluso, hasta en las ciudades chicas como ésta, podían suceder actos terribles.
Una voz masculina sacó a Selena de su mundo:
—¿Estás lista?
Se volvió sobre su hombro izquierdo, quedando cara a cara con su camarógrafo. Se limitó a asentir.
—¡Perfecto! —dijo Nava, animado. Levantó la enorme cámara que llevaba en la mano dominante y la colocó sobre su hombro derecho—. Grabaremos el reportaje, lo editamos y lo enviamos al canal. Y si al director le gusta, y tengo la certeza de que así será, iremos a almorzar. Yo invito, ¿vale?
—Eso no será necesario...
—Es mi forma de pedirte disculpas, y no aceptaré un <<no>> como respuesta. Así que ve pensando en el restaurante al que iremos.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Selena. Le caía bien este tipo. <<Seremos grandes compañeros de ahora en adelante>>. Sintió algo de calor, estiró un poco el cuello de su camisa.
—Necesito que te coloques ahí... —pidió Nava, señalando un lugar.
Selena miró y apresuró en guardar distancia. La calle 34 estaba como telón de fondo. Levantó su micrófono a la altura de su pecho al tiempo que ponía su expresión neutra.
—¿Lista? —inquirió Nava.
—Por supuesto.
Nava encendió la cámara. Luego levantó su mano libre, extendiendo cuatro dedos. Los fue bajando conforme iba contando.
—Cuatro... tres... dos... uno.
Por delante de la cámara se encendió una diminuta pero notable luz roja. Selena comenzó a hablar.
—Buenas tardes... —anunció. Su voz, sereno y afable, tenía un ligero acento de la costa este—, soy Selena Kaye, transmitiendo en vivo desde la calle 34. Como pueden observar —dijo, volviéndose brevemente hacia atrás. Nava acercó la toma—, estas son las consecuencias de una explosión de origen desconocido que tuvo lugar hace un par de minutos.
La toma regresó a centrarse en Selena.
—Hasta el momento —prosiguió— se desconoce el número de exacto de heridos. Tampoco tenemos información respecto a...
Una figura pasó a un lado suyo.
—Disculpe —dijo Selena, deteniendo a la figura; un hombre cuya edad no parecía rebasar los cuarenta años. Era Moreno. Fornido, calvo y con bigote—. Selena Kaye, BA NEWS —se presentó—. ¿Podría ser tan amable y decirme quién es usted y qué fue lo que pasó aquí con exactitud?
La figura se veía ansiosa. Miraba hacia el horizonte. O, más bien, parecía estar buscando algo con la mirada.
—Por favor, señor.
—Es que yo...
—Solo será un momento.
La figura suspiró.
—Está bien. Pero que sea rápido, por favor. Me llamó Joshua Porter.
—¿Y a qué se dedica usted, señor Porter?
—Soy... soy comerciante. Tengo mi tienda, que también es restaurante, situado a unas cuadras de aquí —dijo, señalando a un lado.
—¡Oh! ¿Significa eso que usted estaba trabajando cuando...?
Joshua Porter hizo un gesto negativo.
—Cerré mi local temprano —explicó—. Yo estuve aquí. Con Alex, mi único nieto. Él quería venir a ver el desfile. Y estuvimos aquí cuando... cuando... —Se le hizo un nudo en la garganta—. No sé muy bien lo que pasó. Solo recuerdo que Marshall...
—¿Marshall? —repitió, extrañada.
—Sí, Marshall.
—No le entiendo.
—Él nos avisó que había una bomba —explicó rápido. Podía apreciarse su agitación—. Después de eso, todos comenzaron a correr y a gritar. Alex y yo también corrimos. Pero nos mezclamos entre la gente... y fue entonces cuando nos separamos.
—¿Y qué pasó desp...?
—Creo que ya hablé suficiente —cortó el señor Porter, pero sin sonar molesto. Sino afligido, ofuscado—. No quiero parecer mal educado. Pero es que tengo que encontrar a mi nieto.
Luego, se alejó de la escena. Se llevó ambas manos hacia su boca, y gritó:
—¡Alex! ¡Alex! ¡¿Hijo, en dónde estás?!
Selena Kaye soltó un corto de suspiro. De frustración. Había perdido una entrevista. Al poco tiempo, llegó una nueva oportunidad.
—Disculpe, señora, me gustaría...
Guardó silencio al ver de quien se trataba.
—¡Alcaldesa Goodway! —dijo casi emocionada al tiempo que apuntaba con su micrófono a la lideresa de Bahía Aventura—. Selena Kaye, BA NEWS, ¿qué puede decir con respecto a lo acontecido en este lugar?
La alcaldesa, al igual que el restaurantero, se mostraba agitada e inquieta. Agitaba las manos mientras paseaba la mirada hacia ambos lados.
—¿Podría contestar a su pregunta después? Es que tengo que...
—Solo unos segundos, por favor.
La expresión de la mujer se serenó, un poco. Parecía estarlo considerando. Al final, aceptó. Selena le pidió un breve resumen de los hechos.
—Estábamos aquí, divirtiéndonos y observando el desfile, cuando de la nada Marshall...
Selena Kaye elevó una ceja.
<<¿Marshall otra vez?>>
—... gritó y nos advirtió de una bomba. Luego todos echaron a correr y...
—Aguarde un segundo —interrumpió Selena—. Pero ¿quién es ese tal Marshall del que todos hablan?
Los labios de la mujer más poderosa de Bahía Aventura se movieron. Pero antes de que llegase a oírse respuesta alguna, resonaron un par de pasos, cada vez más fuertes, por detrás de Selena. Ella se volvió casi de inmediato, solo para ver a tiempo a una figura moteada con prendas rojas y una curiosa placa que, poco después, tropezó con un desperfecto en la calle. Rodó y rodó haciéndose bola... y chocó contra ella, derribándola como si se tratase de un pino de boliche.
Mareado y desconcertado, Marshall habló:
—¿Qué pasó?
Se levantó. Agitó la cabeza. Y advirtió de inmediato a la mujer en el suelo. Se alarmó al tiempo que soltaba una disculpa, y ayudó a la mujer a ponerse de pie.
—Perdóneme —volvió a decir Marshall—. No fue mi intención derribarla.
La mujer se limpió el polvo de la falda.
—No te preocupes, cachorro —le dijo—, fue un accidente.
Se oyó un suspiro de alivio por parte del cachorro.
Selena iba a preguntarle quien era y por qué iba corriendo de esa manera. Pero cuando levantó la vista, solo alcanzó a ver al dálmata alejándose, apresurando el paso.
De inmediato se quedó expectante y absorta. ¿Quién era ese dálmata? ¿Por qué corría como si su vida o la de alguien más dependiese de ello? ¿Y qué significado tenía aquella huella canina ilustrada en el centro de su placa que, a duras penas, había logrado vislumbrar? Y más importante aún: ¿por qué esa huella canina de repente le había parecido familiar? ¿Acaso la había visto antes?
—Parece que ya no hay necesidad de responder a su pregunta.
Selena Kaye pegó un respingo tras oír la voz de la alcaldesa Goodway. Había olvidado que ella seguía ahí.
—Perdón, ¿me decía? —preguntó.
—Ese era Marshall —explicó sonriente, al tiempo que apuntaba al aludido moteado—. Todo un encanto, ¿no? Una vez que le conoces, ya nunca lo olvidas, jeje. Y de no haber sido por él, muchos... incluyéndome a mí y a mi preciada Gallileta, estaríamos muertos. ¡Él nos ha salvado!
Una mirada incrédula se apreció en el rostro de la reportera.
<<¿Esto es en serio? ¿De verdad que un cachorro, un simple cachorro con uniforme ha podido salvar a tantas personas?>>
Parecía improbable, pero una voz dentro de su cabeza le dijo que no era imposible. Fue entonces cuando esa misma voz le recordó el consejo que hacía varios años, en su época de novata, le fue compartido:
<<Al llegar a un escenario, y luego de recopilar información, no puedes dejarte engañar por la primera impresión de los hechos>>
<<No te dejes engañar por la primera impresión>>, repitió Selena para sí. Y así lo iba a hacer.
Dirigió nuevamente la mirada al dálmata y estudió todos sus movimientos. Necesitaba obtener más información sobre él, pero necesitaba ayuda para lograrlo. Pero no de cualquiera, claro, sino de alguna fuente confiable. Alguien que, tal vez, gozara de buena reputación. Con una sonrisa ya preparada, se volvió hacia la alcaldesa Goodway, solo para descubrir que ya no estaba. Miró a los alrededores, ni rastro de ella. ¡Genial! ¿Y ahora cómo iba a obtener las respuestas que quería? Solo había una forma: preguntárselo al mismísimo dálmata. Sí, tenía que hablar con él. Pero cuando no había dado más de cinco pasos, Selena Kaye se congeló. Y ella y su camarógrafo fueron testigos de algo nunca antes visto.
El dálmata, que se había plantado por delante de un camión de bomberos miniatura, soltó dos ladridos y gritó: <<AMBULANCIA>>. Se oyó un ruido interno, como el de engranajes en pleno funcionamiento. Y el camión de bomberos, de un momento a otro, empezó a sufrir una transformación, convirtiéndose en otro vehículo de emergencia: Una ambulancia en miniatura.
Selena Kaye estaba estupefacta. Al igual que su camarógrafo.
<<¿Quién es este cachorro, en realidad?>>
Desde su posición, se limitaron a observar con atención los siguientes movimientos del dálmata.
.............
Marshall abrió la puerta y de un salto se metió dentro del vehículo rojo. Cerró con fuerza. Y presionando uno de los cinco botones del tablero, encendió el motor. Luego cogió el radio e hizo una llamada, de dos minutos de duración. Ya hecho los arreglos, colgó. Dio una vuelta en <<U>>. Y con una velocidad medida, ni muy lenta ni muy rápida, apresuró en encaminarse al norte, de regreso a donde aguardaban sus amigos
Debido a esto, sumado a los pensamientos que invadían su cabeza, Marshall no hizo reparo en la reportera y el camarógrafo que, a paso de trote, iban tras suyo.
.............
<<Ya no puedo seguir haciendo esto>>
A Skye, sus patas cortas empezaban a dolerle. Sobre toda la derecha. Le dedicó un rápido vistazo, y le pareció que estaba un poco hinchada. Torcedura a causa de la caída, concluyó. Hacer presión le costaba mucho. Levantó la cabeza y, con la mirada enrojecida por el llanto retenido y la desesperación, miró a su alrededor.
<<¿En dónde diablos estás, Marshall?>>
Las estruendosas sirenas que resonaban a lo lejos, y que aumentaban su volumen conforme transcurrían los segundos, respondieron a su incógnita.
<<Just in time>>
Guardando una distancia de dos metros de donde yacían Chase y Skye, el dálmata aparcó. Se bajó de inmediato sin apagar el motor. Abrió las puertas traseras y sacó una pequeña camilla, que levantó y trasladó con ayuda de la garra metálica de su mochila.
La llevó donde sus amigos y la colocó al lado derecho de Chase. Luego regresó a su ambulancia y salió otra vez, trayendo un pequeño botiquín consigo. Lo abrió y sacó material médico: agua oxigenada, gasas, unas tijeras, un par de guantes y un par de vendajes. <<Ya puedes dejar de hacer presión Skye>>, le dijo a su amiga cordialmente antes de añadir que necesitaba espacio. Ella le miró y vaciló por dos segundos... y se hizo a un lado. Y en silencio observó como Marshall procedía a realizar maniobras de primeros auxilios a una velocidad increíble pero con una gran eficiencia y sin cometer errores durante el proceso que Skye pensó que jamás, ni aunque practicase bastante, podría ella misma realizar aquello de tal forma.
Marshall concluyó. El uniforme de Chase desapareció y el área central de su cuerpo, incluida la herida, estaba envuelta con un vendaje.
—Ahora toca trasladarlo —dijo. Miró a Skye—. Y necesito de tu ayuda.
Ella asintió, seria y decidida.
—Dime qué hacer.
Y así lo hizo.
Luego, y con extremo cuidado, Marshall y Skye colocaron a su amigo herido en la camilla. Misma que colocaron dentro del compartimiento del ambulancia en miniatura. Habían pasado cinco minutos.
—Le llevaré al hospital general Bethesda —explicó Marshall mientras cerraba las puertas traseras de su vehículo—. Es el hospital más cercano y ya notifiqué al personal. Tú quédate aquí y trata de buscar a Ryder.
Para sorpresa suya, y en contra de todo pronóstico, recibió una negativa de Skye.
—De eso nada —refutó—. No pienso quedarme aquí. Iré contigo.
—Skye, no creo...
—No pienso abandonar a Chase.
—Pero no lo estás abandonando, Skye. —Miró la pata derecha de su amiga—. Además, parece que estás herida y...
—Ya podrás curarme en el hospital.
—Pero entiende, también, que debes buscar a Ryder y avisarle de...
—¡No está a debate! —exclamó sorpresivamente, frunciendo el entrecejo—. Te acompañaré y punto.
—Pero...
—¡Sin peros!
Marshall se quedó petrificado ante tal inesperado revuelo. ¿De verdad que Skye, la inocente y dulce Skye, le había levantado la voz y le había armado una discusión? Imposible. Parecía no ser real. Sino más bien un sueño. Sí, eso debía ser, concluyó. Y eso, a su vez, explicaría todo este incidente.
—¿Y bien? —insistió Skye sin cambiar su tono. Marshall comprendió que estaba bastante despierto—. ¿Me dejarás acompañarte sí o no?
Se le quedó mirando, inexpresivo.
—Marshall...
Seguía sin hablar.
—¡Marshall!
—De acuerdo, Skye —contestó por fin. Prefirió no enfurecer más a su amiga y ahorrarse algún problema—. Puedes acompañarme. Pero sube rápido. Tenemos que irnos ya.
.............
Ocultos por detrás de un Toyota plateado, Selene Kaye y su camarógrafo se limitaban a observar, en silencio, a Marshall y a la cockapoo.
<<¿Quién es esa malhumorada cachorra?>>, Selene inquirió para sí, intrigada. Luego, y casi al instante, se preguntó por la identidad del otro can; el herido, el inconsciente, el que llevaba puesto un uniforme de policía y al que metieron en la ambulancia. Miró de soslayo a su compañero, que tenía el visor de la cámara pegada en el ojo derecho. Y, casi en susurro, le preguntó si continuaba grabando. Él solo musitó un simple pero bajo <<ajá>>, con tal de no estropear la grabación. Selena sonrió al tiempo que asentía la cabeza en señal de aprobación y volvió la vista al frente. Marshall y la cockapoo de prendas rosadas ya estaban ingresando a la cabina del vehículo. Selena tenía nuevas preguntas, al que le suscitaron muchas más. Quería respuestas. Necesitaba obtenerlas, tenía que conseguirlas. Y no solo por el canal, sino para sí misma. Lo que había ocurrido no era cualquier suceso como cualquier otro. Éste había sido un atentado, donde gente inocente —cinco personas hasta donde sabía— había perdido la vida. Y la historia, los acontecimientos merecían ser contados tal como habían transcurrido. Sin editar, ni eliminar algún pequeño detalle ni exagerar nada. Tan solo la verdad.
El rugido de un motor le sacó abruptamente de sus pensamientos. Parpadeó dos veces y alcanzó a ver una gran nube de humo que, una vez disipado, dejó a la vista como el ambulancia se alejaba con dirección norte, haciéndose cada vez más y más pequeño hasta convertirse en un diminuto punto que estaba a punto de desaparecer.
Selene Kaye se puso de pie.
—Hay que seguirlos, Raymond.
Él apagó su cámara y se levantó.
—Yo conduciré.
Y sacó las llaves de su bolsillo.
—Yo conduciré —dijo Selena al tiempo que le quitaba las llaves con un rápido movimiento. Y le regaló una sonrisa—. No vamos a llegar tarde esta vez.
.............
Paul Norris, traumatólogo de cuarenta y dos años, pasaba algo de calor mientras se encontraba, esperando, junto a dos enfermeras, en la entrada principal al Pabellón de Emergencias del Hospital General Bethesda.
La llamada había llegado hacía diez minutos. El can al otro lado del radio, que se había identificado como miembro del equipo Paw Patrol, había informado del incidente. Que tuvo lugar en la calle 34, en pleno desfile. Y que el paciente era nada más y nada menos que Chase Schülze. Y que lo estaba trasladando al Hospital General Bethesda puesto que era el centro hospitalario más cercano y que el estado del pastor alemán era <<bastante crítico>> y requería de pronta asistencia médica. Cuando esta noticia llegó a oídos de Norris, de inmediato dejó todo lo que estaba haciendo en aquel momento —se hallaba de descanso, almorzando, conversando y concertando una cita para el Sábado en la noche con la agradable y hermosa cardióloga recientemente contratada— y se ofreció a realizar voluntariamente dicha cirugía. Quienes lo conocían en el hospital, no les pareció nada raro que Norris se hubiese ofrecido. Era conocido por su buena moral y por su intenso deseo por ayudar. Uno de esos escasos doctores que anhelan por marcar una diferencia y acabar con esa mala imagen que las personas tienen con respecto a los médicos y a los hospitales en general hoy en día.
Pero lo que nadie sabía era que, en realidad, esta vez Norris se había ofrecido por un motivo personal. O, más bien, por una deuda personal.
Chase Schülze no era ningún desconocido. Casi todo mundo en Bahía Aventura sabía quién era. Pero muy pocos tenían la suerte de conocerle personalmente. Y entre ellos estaba Paul Norris. Él había conocido al cachorro aquella tarde, cuando las autoridades le informaron que su hermano menor, que estaba a pocos meses de graduarse de la preparatoria, se había visto involucrado en ese fatídico accidente de tránsito. Naturalmente, Norris se preocupó. Y tras asistir al lugar del incidente y constatar que su hermano menor había salido ileso y prontamente rescatado gracias al correcto régimen establecido por un valeroso can, Norris pidió conocerle en persona.
El can le dio una pata a modo de saludo.
—Mi nombre es Chase Schülze —había dicho él con educación al tiempo que Norris estrechaba su pata—. Entiendo que desea hablar conmigo, señor. ¿Es correcto?
El apretón cesó. Norris hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Quería darte las gracias por lo que hiciste por mi hermano... y por todos en ese accidente —dijo Norris de golpe, sonriendo—. Eres un héroe.
—Tan solo hice mi deber, señor...
—Paul —corrigió—. Llámame Paul.
Chase asintió, esbozando una sonrisa.
—Paul.
—Estaré en deuda contigo por siempre, Chase —continuó Norris—. Y si algún día llegases a necesitar ayuda, ten por seguro que te la daré.
El recuerdo se desvaneció y Norris regresó a la realidad. Las estruendosas sirenas resonaron a lo lejos y, por cada segundo, parecían cada vez más fuertes.
—Llegó la hora.
Se volvió hacia sus colegas, las dos enfermeras que esperaban junto a él: Kathy "Shy" Miller, la tímida y novata; y Nora Cast, la amargada y experimentada. Y les hizo un gesto con la cabeza, indicando que estaba por llegar su momento de actuar. Ellas asintieron al unísono.
El vehículo de emergencia aparcó en el parking, en uno de los puestos libres para las ambulancias del hospital. Y de la cabina descendieron dos figuras caninas. Una de ellas, que presentaba varias manchas en el cuerpo y una gorra roja, se encaminó hacia la parte trasera del vehículo y, para cuando hubo abierto ambas puertas, ya Norris y sus dos acompañantes estaban a su derecha, con la camilla preparada para el traslado. Norris se metió dentro del vehículo, levantó a Chase de la diminuta camilla y la colocó, rápida pero cuidadosamente, en la otra. Mientras sus colegas empujaban la camilla hacia el Pabellón de Emergencia, Norris, que se mantenía al lado derecho de Chase sosteniendo una de sus patas, informó, a tono de grito, que él iba a usar la sala 04. Y que su anestesiólogo y los otros tres colegas ya asignados ya debían estar listos para la cirugía.
Varias personas de azul iban de aquí para allá, intercambiando órdenes y llevando equipo moderno y costoso. Marshall y Skye iban tras ellos, tras Chase.
Atravesaron un largo pasillo. Norris vio de reojo una de las cuatro puertas que cruzaron y que permanecían cerradas. <<SÓTANO>>, rezaba la placa dorada. Y recordó, fugazmente, que estaba cerrado por mantenimiento. Hacía dos noches, una de las tuberías encargadas de transportar agua potable a la cocina del hospital —ya oxidada— explotó e inundó el lugar en cuestión de media. El estruendo, que resonó en todo el lugar, había asustado tanto al personal como a los pacientes, haciéndoles creer que alguien había detonado algún artefacto explosivo. La toma de agua, de esa área, se cerró de inmediato. Y hasta donde sabía Norris, así se quedaría hasta que los chicos de mantenimiento volvieran de sus vacaciones, que sería dentro de cuatro días. <<Cuatro días. ¡Noventa y seis horas en la que seguiría persistiendo aquel olor!>>. Sí, el olor. A Norris le fue imposible intentar no respirar tras pasar por ahí. El olor a humedad, que se centraba únicamente en ese punto, le resultó desagradable y característico, pues le había recordado a alguna alcantarilla atiborrada de líquido sucio y bloqueada de porquería en plena época de lluvia.
La voz de Skye sacó a Norris de sus pensamientos.
—Repite eso, por favor.
—Sálvelo —dijo Skye, tratando de mantener un tono sereno—. No le deje morir, por favor.
—No te preocupes —aseguró Norris. Y con profesionalismo, añadió—: Haré todo lo que esté a mi alcance para salvarlo. Lo prometo.
Skye musitó un <<GRACIAS>> y ella y Marshall continuaron apresurando el paso. Llegaron a un área diferente. Una pared tenía un letrero que, con una flecha que apuntaba a la derecha, indicaba la <<SALA 04>>.
—Alto —dijo la enfermera Cast volviéndose hacia los cachorros y haciendo un ademán de pare. Del mismo que realizan los polis de tránsito—. No pueden pasar —indicó.
Marshall iba a hablar. Pero se le adelantó:
—Pero...
—Sin peros —cortó la mujer, manteniendo su postura y una expresión ceñuda—. No puedo permitirles el acceso. Es un área estéril. Ahora, diríjanse a la sala de espera. Ya nosotros les mantendremos informados sobre cualquier cambio en el estado del cachorro.
—Se llama Chase.
Cast rodó los ojos.
—Lo que sea. Ahora hagan lo que les indiqué.
Skye iba a volver a protestar. Y quizá hasta armar algún escándalo. Pero antes de que siquiera pudiera soltar nada, la enfermera amargada ya había desaparecido.
—Pero ¿qué se ha creído? —dijo Skye con tono displicente—. Y yo que pensaba que las enfermeras eran dulces y amables. Pero esta resultó ser... ¡tosca y brusca!
Una baja risilla. Se volvió hacia su derecha.
—¿Qué?
—Oh, nada —respondió él sonriendo, mientras pensaba en la ironía de la situación—. Solo recordaba algo. Vámonos de aquí, Skye —agregó—. El área de espera está por aquí. Mientras esperamos, te curaré esa lesión.
.............
Selena Kaye tuvo que hacer un máximo esfuerzo para no saltar de alegría luego de ver la ambulancia del dálmata, aparcada frente al Hospital General Bethesda.
<<¡Excelente trabajo, Selena!>>, se felicitó. Y se recordó, además, que no tenía tiempo que perder. Si ella ya había encontrado al protagonista moteado de lo que podría ser una jugosa e impactante historia sin precedentes desde lo del fraude electoral que tuvo lugar hará casi un año (del que se enteró por terceros), no faltaría mucho para que los otros reporteros de los canales enemigos, similares a los carroñeros africanos poseedores de un increíble olfato y ansiosos por destazar a una presa y devorarla hasta los huesos, hiciesen lo mismo. Estacionó la furgoneta, a unos dos espacios al lado derecho del vehículo de emergencia del can. Selena y Nava se apearon casi de inmediato, llevando sus respectivos implementos de trabajo —en el caso de Kaye un micrófono y en el caso de Nava, su cámara de vídeo— y, a paso de trote, se encaminaron hacia el edificio. Ingresaron y hablaron con la primera persona que localizaron en el área de recepción.
—Buenos días —saludó con una sonrisa jovial el encargado de la recepción. No podía tener más de veinticinco años—. ¿En qué puedo ayudarles?
Selena habló:
—Buscamos a un dálmata y a una cockapoo. Sabemos que están aquí, vimos su vehículo con el que vinieron aparcado afuera.
El hombre se extrañó. Luego, relajó su expresión y dijo:
—Déjenme adivinar, ¿son sus conocidos?
—La verdad es que...
—Sí —apresuró en mentir Nava—. Es más, ellos nos llamaron hace unos veinte minutos. Necesitan nuestro apoyo.
—Ya veo, pero ¿y esa cámara?
—Grabábamos un reality —falseó por segunda vez Nava—. Pero no se preocupe, está apagada.
—Temo que tendrá que dejarla aquí. Es el protocolo.
Nava dirigió una rápida mirada Selena. Ella, por su parte, ya había ocultado el micrófono en el interior de su saco.
Se oyó un ruido sordo cuando el aparato de filmación fue depositado sobre la barra de recepción. El empleado la guardó.
—Pierda cuidado, se la cuidaré muy bien.
<<Eso espero>> —pensó Nava, quien no estaba totalmente de acuerdo con abandonar su herramienta de trabajo que tenía un coste de más 5.000 dólares. Selena carraspeó.
—Disculpe, pero... ¿y los cachorros?
Al recepcionista se le iluminó la mirada. Se volvió hacia su derecha. Señaló un pasillo y dijo que podían encontrar a ambos canes en el área de descanso.
—Gracias —dijeron Selena y Nava al unísono.
—No hay de qué. Cualquier cosa, pídanmelo.
Veinte pasos después, Nava musitó:
—Genial. Ya no tenemos la cámara. ¿Qué haremos ahora?
Entonces Selena metió una mano en su bolsillo y sacó un celular Azumi.
—Listo —dijo, tras haber depositado el aparato en las manos del sorprendido Nava—. Ya tenemos una.
.............
—¿Crees que esté bien?
Marshall, sin terminar de vendar la pata de Skye, dijo:
—Perdona, Skye. ¿Me decías?
—Te preguntaba si crees que Chase estará bien —contestó—. La herida... bueno..., era terrible
<<Terrible, la herida era terrible>>. De eso no cabía duda. Marshall no pudo evitar visualizarla en su mente... y de inmediato sintió que había regresado a la escena del incidente.
—Se veía muy mal —prosiguió Skye—, y además...
—Skye —dijo Marshall por fin, con voz serena—, no te voy a mentir. La herida de Chase fue...
—Fatal.
—Bueno, sí. Era fatal. Pero ahora mismo está en las mejores manos.
—¿Y eso es garantía de que Chase saldrá bien de esta situación?
Marshall meditó un momento.
—¿Marshall?
—No te mentiré —se sinceró—. He leído mucho al respecto. Y aunque Chase logre salir bien de esa cirugía sin que se presente alguna complicación, existe la posibilidad de que termine con algunas secuelas.
Skye pareció alarmarse.
—¿Secuelas?
Marshall asintió.
—¿Qué clase de secuelas?
El dálmata terminó de vendar la pata de Skye, y no respondió. Miró a la nada.
—¿Qué clase de secuelas, Marshall? —volvió a preguntar la cockapoo.
Marshall le miró. Suspiró.
—Es probable que...
Y ya no prosiguió. Pero no por elección, no. A la par, su mirada reflejó extrañeza y perplejidad. Skye lo notó, se giró y ahora vio lo mismo que su amigo: dos presencias situadas en el umbral. Un hombre y una mujer. ¿Qué hacían ahí? ¿Y acaso... el hombre les estaba grabando con su celular?
La mujer, que era más alta que su acompañante e increíblemente hermosa, dio un paso al frente al tiempo que se presentaba. <<Selena Kaye, noticias del canal 05>>. Luego, explicó que los estaba buscando a ellos, a Marshall y a Skye. Que necesitaba hablar con ellos, sobre todo con Marshall.
—¿Conmigo?
Selena asintió.
—Me informaron que fuiste tú quien halló la bomba y dio el aviso de emergencia a la población —explicó—. Por eso te estaba buscando. Eres importante en todo este asunto.
Balbuceo y evidente nerviosismo.
—Bueno... es verdad que descubrí a bomba, pero...
Se detuvo, bajó la mirada. Selena sonrió un poco.
—¿Eres tímido, acaso?
—¿Qué? No, claro que no —dijo, levantando la cabeza. Risa corta—. Es solo que, bueno, no me considero importante. Es todo.
Nava ingresó a la sala y buscó una posición para grabar únicamente a Marshall. Tuvo cuidado de que no hubiera mucha iluminación o muy poco contraste.
—No digas eso —dijo Selena, con tono maternal—. Por supuesto que eres importante. ¡Eres un auténtico héroe!
—Tan solo cumplía con mi deber.
—Ay, por favor, Marshall —se entrometió Skye. Le dio un codazo leve—. Ella tiene razón. De no haber sido por ti, muchos hubieran muerto... incluyendo a Chase.
—¿Chase? —repitió Selena, intrigada—. ¿Te refieres a ese cachorro al que trajeron aquí?
Skye asintió.
—Es amigo nuestro.
—Ya veo.
—También es nuestro compañero de trabajo.
Aquello tomó por sorpresa a Selena.
<<¿Cachorros con trabajo?>>
—¿Y en qué trabajan? Si se puede saber, claro.
—Somos parte de un equipo de rescate, denominado Los Paw Patrol. Y brindamos ayuda a quien lo necesite —contestó Marshall.
Las sorpresas seguían.
<<¡¿Cachorros rescatistas?!>>
Luego, tuvo una revelación. <<¡Claro, eso era!>>. Ahora entendía por qué se le había hecho familiar esa huella canina. El símbolo de los Paw Patrol. Ya la había visto en unos cuantos anuncios pegados en varios postes, camino al canal desde la parada del autobús más próxima. Anuncios que mostraban la silueta de esa gran huella, encerrada dentro de una placa con fondo azul, acompañada por una oración que rezaba:
<<Si necesitas ayuda... ¡SOLO AULLA POR AYUDA!>>
Y abajo, un número telefónico de once dígitos.
Selena agitó la cabeza y, nuevamente, le pidió a Marshall que le diera una breve entrevista. Qué no le quitaría mucho tiempo. Éste mostraba duda. <<¿Sería correcto hacer algo así tras haber participado en un acontecimiento de tal magnitud?>>. La voz de Skye volvió a resonar y le dijo que lo hiciera.
—Todos merecen saber lo que hiciste, Marshall.
Le miró. Skye le sonrió. Eso le bastó.
—De acuerdo —declaró Marshall, mostrándose seguro y decidido—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
.............
A varios kilómetros de ahí, un fila de cuatro vehículos negros se desplazaba por la ruta 153. La persona que estaba a la cabeza chequeó su GPS.
<<Estamos a media hora de Bahía Aventura>>.
Volvió la vista al frente. Aumentó el peso en el pedal y la velocidad aumentó.
.............
La entrevista, que perduró menos de diez minutos, fue un total éxito. Marshall Smith había explicado los sucesos y acciones a tomar previas y posteriores al descubrimiento de la bomba y su detonación. No obstante, había omitido —se le había olvidado, en realidad— el hecho de que el color de la mochila que contenía el artefacto explosivo era azul. También, y junto con Skye, habían contado cómo le habían brindado pronta ayuda y traslado a Chase Schülze, cuyo diagnóstico era incierto.
Selena Kaye hizo un par de preguntas más, que fueron respondidas. <<¡Perfecto!>>. Dio por finalizada la entrevista. Luego miró a Nava, y antes de poder decir nada éste procedió a apagar el teléfono celular.
—Tenemos todo el material —le dijo.
Selena le regaló una sonrisa. Miró a Marshall y a Skye y les dio las gracias. Nava también lo hizo y les preguntó cómo podrían agradecerles.
—No es necesario —le aclaró Marshall.
—Pero queremos hacerlo. —Dio un rápido vistazo a la reportera—. ¿Cierto, Selena?
Sus labios se movieron.
—Con contar los hechos sin editar o exagerar, es suficiente para nosotros —apremió Skye, sonriendo.
Selena se sorprendió por tal comentario, y volvió a sonreír.
—Así se hará, créanme.
—Y con respecto a su amigo... Chase, ¿verdad?
Marshall asintió.
—¿Creen que saldrá de esta?
Hubo un silencio corto.
—Chase es demasiado fuerte —apresuró en decir Marshall, decidido—. Saldrá de esta situación, de eso estoy seguro.
Nava asintió. Otra idea pasó por su mente.
—Por cierto, ¿no dijeron que eran miembros de un equipo? ¿En dónde están los demás?
Marshall iba a decir algo cuando cayó en la cuenta. Se puso pálido.
<<Nuestros compañeros. Ryder y los demás. ¡Nos hemos olvidado de ellos!>>
De inmediato, y con una expresión de pánico, se volvió a Skye. Ella también se mostraba igual.
—¡Tenemos que volver y buscarlos!
—¡Yo conduciré!
Los cachorros se despidieron de Selena y de Nava, y abandonaron el lugar.
—¿Adónde crees que irán ahora?
—Eh... Ni idea —respondió Nava con sinceridad—. Pero sí sé adónde iremos nosotros. A comer. Y tal como lo prometí, yo pagaré todo. Pero primero lo primero, tenemos trabajo por hacer.
En aquel instante, Selena recordó la petición de su director. Que debía enviarle cuanto antes su trabajo para que pudiera ser revisado y transmitido de una vez.
—Debemos volver a la camioneta y editar todo el material —comenzó a decir Selena—. Y grabar un digno final.
Richard Nava hizo un gesto afirmativo. Mientras ambos se dirigían hacia la salida, y luego de que Nava recuperó su costosa cámara, Selena se puso a pensar:
<<De no haber sido por ese joven dálmata, se hubieran perdido muchas vidas. Marshall, así es como se llama. Marshall Smith. Miembro de los Paw Patrol. Y un auténtico héroe>>
Éste último pensamiento se quedó con ella por unos escasos segundos.
<<¡Así es como le llamaré! —decidió, teniendo una revelación—. Marshall Smith: "El héroe de Bahía Aventura">>
Su felicidad se hizo más clara y evidente. Además de tener la historia, también tenía un digno nombre para el protagonista de la misma.
<<¡Brillante!>>.
Pero si había algo más que le había agradado, pensó Selena, fue haber conocido en persona a ese cachorro moteado que, a simple vista, parecía ser alguien bondadoso, desinteresado, modesto y valiente. <<La viva imagen del heroísmo>>. Selena no podía esperar para dar a conocer su historia a toda Bahía Aventura... y al país entero.
[8.639 PALABRAS]
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